Se llamaba Marie Lyons; tenía dieciocho años y había nacido en Luna, ya que su madre había sido transportada en el 56. Ningún dato del padre. Al parecer, había sido una persona inofensiva. Trabajaba como oficinista en el departamento de embarques y vivía en el Complejo.
Tal vez odiaba a la Autoridad y disfrutaba excitando a los Dragones de la Paz. O tal vez la cosa empezó como una transacción comercial a sangre fría en la que nada tenían que ver los sentimientos. ¿Cómo podíamos saberlo? Había seis Dragones involucrados. No satisfechos con violarla (si es que hubo violación), la maltrataron y la asesinaron. Pero no pudieron o no supieron deshacerse del cadáver; otra mujer del servicio civil lo descubrió cuando aún estaba caliente. La mujer gritó. Fue su último grito.
Nos enteramos inmediatamente; Mike nos llamó a los tres mientras Álvarez y el Comandante de los Dragones de la Paz estaban investigando el caso en la oficina de Álvarez. Al parecer, el Jefe de los Dragones había localizado fácilmente a los culpables; Álvarez y él les estaban interrogando uno a uno, y discutiendo acaloradamente entre interrogatorio e interrogatorio. Una vez oímos que Álvarez decía:
—¡Le advertí a usted que esos dragones deberían disponer de sus propias mujeres! ¡Se lo advertí!
—Y yo he dicho una y mil veces que en Tierra no enviarán ninguna —replicó el Comandante—. Olvide eso. Lo que ahora nos interesa es encontrar el modo de echarle tierra al asunto.
—¿Está usted loco? El Alcaide ya se ha enterado.
—El problema sigue siendo el mismo.
—¡Oh! Cállese y haga entrar al siguiente.
Desde el primer momento, Wyoh se había reunido conmigo en el taller. Estaba pálida debajo del maquillaje, no dijo nada, pero quiso sentarse a mi lado y coger mi mano.
Por fin terminaron los interrogatorios y el Comandante se marchó de la oficina de Álvarez. Continuaban discutiendo. Álvarez quería que los seis culpables fueran ejecutados inmediatamente y que el hecho se hiciera público, en tanto que el Comandante seguía hablando de «echarle tierra encima». El profesor dijo:
—Mike, no te apartes de ese teléfono y escucha todo lo que puedas. Bien. ¿Manuel? ¿Wyoh? ¿Algún plan?
Yo no tenía ninguno. No era un frío y astuto revolucionario: lo único que deseaba era patear las caras de aquellos seis asesinos.
—No se me ocurre ninguno. ¿Qué vamos a hacer, profesor?
—¿Hacer? Estamos sobre nuestro tigre; nos agarraremos a sus orejas. Mike: ¿dónde está Finn Nielsen? Búscale.
—Está llamando en este momento —contestó Mike—. Conectó a Finn con nosotros. Oí:
—… en el Tubo Sur. Los dos guardianes muertos y seis paisanos. Simples paisanos, me refiero a que no eran necesariamente camaradas. Hay rumores de que los Dragones han enloquecido y están violando y asesinando a todas las mujeres del Complejo. Adam, sería mejor que hablara con el profesor.
—Aquí estoy, Finn —respondió el profesor con voz recia y tranquila—. Vamos a actuar inmediatamente. Saca esos rifles láser y busca hombres que sepan manejarlos.
—¡Da! ¿De acuerdo, Adam?
—Haz lo que el profesor te ha dicho. Luego vuelve a llamar.
—¡Un momento, Finn! —intervine—. Habla Mannie. Quiero uno de esos rifles.
—No has practicado con ellos, Mannie.
—¡Si es un láser, puedo utilizarlo!
—Mannie —dijo el profesor en tono autoritario—, cállate. Estás perdiendo tiempo; deja que Finn se marche. Adam, mensaje para Mike. Dile que entra en vigor el Plan de Alerta Cuatro.
El ejemplo del profesor me tranquilizó. Había olvidado que Finn ignoraba que Adam Selene y Mike eran la misma «persona»; lo había olvidado todo menos la rabia que me consumía.
—Finn ha colgado, profesor —dijo Mike—, y yo pondré la Alerta Cuatro en marcha cuando interrumpa esta comunicación. No habrá ningún tráfico, excepto los asuntos rutinarios grabados previamente. No desea usted que estos últimos se interrumpan, ¿verdad?
—No, limítate a seguir la Alerta Cuatro. Ninguna transmisión con Tierra en ambos sentidos por la que pueda filtrarse alguna noticia. Si llega alguna de Tierra, procura retenerla y consultar.
La Alerta Cuatro era un plan de emergencia que afectaba a las comunicaciones, destinado a ejercer una censura sobre las noticias a Tierra sin despertar sospechas. Para ello, Mike había preparado muchas voces y pretextos para justificar una demora en una transmisión oral directa… y cualquier transmisión grabada no representaba ningún problema.
—Programa en marcha —informó Mike.
—Bien. Mannie, tranquilízate, hijo mío, y limítate al papel que te corresponde. Deja que otros se encarguen de luchar; tú eres necesario aquí, ya que es más que probable que tengamos que improvisar sobre la marcha. Wyoh, ponte en contacto con la camarada Cecilia para que saquen a todos los Irregulares de los pasillos. Esos chiquillos deben marcharse a casa y quedarse en casa… y sus madres deben apremiar a las otras madres para que hagan lo mismo. No sabemos hasta qué punto se extenderá la lucha. Pero no queremos que haya víctimas infantiles, si podemos evitarlo.
—De acuerdo, profesor.
—¡Un momento! En cuanto hayas hablado con Sidris, establece contacto con los stilyagis. Quiero una algarada en la oficina de la Autoridad en la ciudad: ruido, gritos y destrozos, procurando que nadie resulte herido, en la medida de lo posible. Mike, Alerta-Cuatro-Emergencia. Desconecta el Complejo, excepto para tus propias líneas.
—¡Profesor! —inquirí—. ¿Qué sentido tiene provocar algaradas aquí?
—¡Mannie, Mannie! ¡Ha llegado El Día! Mike, ¿ha llegado a otras conejeras la noticia de la violación y el asesinato?
—Que yo sepa, no. He estado escuchando aquí y allá, al azar, y las estaciones del Tubo permanecen tranquilas, excepto en Luna City. La lucha acaba de empezar en la Estación Oeste del Tubo. ¿Quiere oírla?
—Ahora no. Mannie, deslízate hasta allí y obsérvala. Pero no te mezcles en ella y procura mantenerte cerca de un teléfono. Mike, inicia los disturbios en todas las conejeras. Propaga la noticia a las células, y utiliza la versión de Finn, no la verdad. Los Dragones están violando y asesinando a todas las mujeres del Complejo… te daré detalles o puedes inventarlos tú mismo. Hum… ¿Puedes ordenar a los guardianes de las estaciones del Tubo en otras conejeras que regresen a sus acuartelamientos? Quiero algaradas, pero sería absurdo enviar a gente desarmada contra hombres armados si pudiéramos evitarlo.
—Lo intentaré.
Me dirigí apresuradamente a la Estación Oeste del Tubo, aflojando el paso al llegar a sus proximidades. Los pasillos estaban llenos de gente furiosa. La ciudad rugía de un modo que nunca había oído, y el alboroto era especialmente estruendoso en el sector donde se encontraba la oficina de la Autoridad, aunque yo tenía la impresión de que Wyoh no había tenido tiempo de avisar a los stilyagis… como así era, efectivamente. Lo que el profesor había intentado provocar se había producido espontáneamente.
La estación estaba atestada de gente y tuve que abrirme paso a codazos para comprobar lo que suponía, es decir, que los guardianes que controlaban los pasaportes habían muerto o huido. Habían muerto, junto con tres lunáticos. Uno de estos últimos era un muchacho que no tenía más de trece años. Había muerto aferrando entre sus manos la garganta de un Dragón, y llevaba todavía un pequeño gorro rojo en la cabeza. Me abrí paso hasta un teléfono público e informé.
—Vuelve allí —dijo el profesor— y lee la chapa de identificación de uno de esos guardianes. Necesito su nombre y su graduación. ¿Has encontrado a Finn?
—No.
—Se dirige hacia ahí con tres rifles. Dime dónde se encuentra situada la cabina desde la cual estás llamando, ve en busca de ese nombre y vuelve a comunicármelo.
Uno de los cadáveres había desaparecido, arrastrado por la multitud; Bog sabe para qué lo querrían. El otro había sido golpeado salvajemente, pero conseguí llegar hasta él y arrancar la cadena que llevaba colgada al cuello antes de que fuera demasiado tarde.
Regresé al teléfono y encontré a una mujer en el interior de la cabina.
—Permítame —dije—. Tengo que utilizar ese teléfono. ¡Se trata de una llamada muy urgente!
—Ha escogido una mala cabina: el teléfono está estropeado y no funciona.
Funcionó para mí: Mike lo había estado controlando. Le comuniqué al profesor el nombre del guardián.
—Bien —dijo—. ¿Has visto a Finn? Te está buscando por los alrededores de esa cabina.
—No le he… ¡Un momento! Acabo de localizarle.
—Muy bien, no le pierdas de vista. Mike, ¿tienes una voz que encaje con la del nombre de ese Dragón?
—No, profesor. Lo siento.
—No importa, limítate a hacerla ronca y asustada; lo más probable es que su jefe no la conozca de un modo específico. ¿O crees que el soldado llamaría a Álvarez?
—Llamaría a su Comandante. Álvarez da las órdenes a través del jefe de los Dragones.
—Bien. Llama al Comandante, informa del ataque, pide ayuda y muere en medio de la llamada. Quedarían muy bien unos ruidos de algarada de fondo, y tal vez un grito de «¡Ahí está ese asqueroso bastardo!» unos segundos antes de morir. ¿Puedes solucionarlo?
—Programado. No hay problema —dijo alegremente Mike.
—En marcha, pues. Mannie, reúnete con Finn.
El plan del profesor consistía en atraer a los guardianes libres de servicio fuera de sus acuartelamientos… con los hombres de Finn apostados para liquidarles a medida que salieran de las cápsulas. Y dio resultado, hasta el punto de que Mort el Verruga se quedó solo con sus nervios y los pocos Dragones que quedaban para que le protegieran, mientras enviaba frenéticos mensajes a Tierra… ninguno de los cuales llegaba a su destino, desde luego.
Olvidando las recomendaciones del profesor, empuñé un rifle láser cuando se hizo visible la segunda cápsula de Dragones. Carbonicé a dos Dragones, noté que mi sed de sangre se había saciado y dejé que otros camaradas terminaran con el resto del escuadrón. Todo resultó demasiado fácil. Apenas asomaban la cabeza fuera de la cápsula el láser terminaba con ellos. La mitad del escuadrón decidió no salir, en vista de las circunstancias… hasta que el humo que no tardó en llenar la cápsula les obligó a cambiar de opinión y a correr la misma suerte que sus compañeros. Por entonces yo había regresado a mi puesto de avanzadilla junto al teléfono.
La decisión del Alcaide de encerrarse en su residencia provocó un verdadero caos en el Complejo; Álvarez resultó muerto, lo mismo que el Comandante de los Dragones de la Paz y dos de los antiguos chaquetas amarillas; pero un grupo de dragones y de chaquetas amarillas, trece en total, se encerraron con Mort, o quizás estaban ya con él. La capacidad de Mike para seguir el curso de los acontecimientos mediante la escucha resultó anulada. Pero en cuanto pareció evidente que todos los efectivos armados se encontraban en el interior de la residencia del Alcaide, el profesor le ordenó a Mike que iniciara la fase siguiente.
Mike apagó todas las luces del Complejo a excepción de las de la residencia del Alcaide, y redujo la entrada de oxígeno considerablemente: no hasta el punto de producir la muerte, pero sí haciéndola lo bastante precaria como para garantizar que cualquiera que se dispusiera a crear problemas no se encontraría en condiciones de poder hacerlo. Pero, en la residencia, el suministro de oxígeno quedó reducido a cero, dejando penetrar nitrógeno puro por espacio de diez minutos, transcurridos los cuales los hombres de Finn, equipados con trajes-p, que esperaban en la estación privada del Tubo al servicio del Alcaide, rompieron el mecanismo de cierre de la cámara reguladora de presión de aire y penetraron en la residencia, «hombro contra hombro».
Luna era nuestra.