Abril y mayo del 76 fueron meses de duro trabajo y de crecientes esfuerzos para excitar a los lunáticos contra el Alcaide e inducir a este último a las represalias. Lo malo de Mort el Verruga es que no era un mal individuo, y sólo podía odiársele por el hecho de que era un símbolo de la Autoridad; se hacía preciso asustarle para que hiciera algo. Y a la mayoría de los lunáticos les ocurría lo mismo: despreciaban al Alcaide por pura rutina, pero no tenían madera de revolucionarios. Las cosas que realmente les interesaban eran la cerveza, las apuestas, las mujeres y el trabajo. Lo único que evitaba que la Revolución muriese de anemia era el talento de los Dragones de la Paz para crear conflictos.
Pero incluso ellos tenían que ser excitados continuamente. El profesor decía que necesitábamos un «Boston Tea Party», refiriéndose a un incidente mítico en una anterior revolución, con lo cual quería dar a entender que había que llamar la atención de la opinión pública con algo que realmente la impresionara.
No cejábamos en nuestros esfuerzos. Mike escribió nuevas letras para antiguos himnos revolucionarios: La Marsellesa, La Internacional, Yankee Doodle, Venceremos, etc., haciéndolas alusivas a la situación en Luna. Simon Jester difundió estrofas tales como «Hijos de la Roca y del Hastío / ¿Permitiréis que el Alcaide os quite la libertad?», y cuando alguna de ellas arraigaba, la emitíamos por radio y video (solamente la música). Esto obligó al Alcaide a prohibir que se interpretaran determinadas melodías… lo cual coincidía con nuestros deseos; la gente podía silbarlas.
Mike estudió la voz y el vocabulario del Administrador Adjunto, del Ingeniero Jefe y de otros directores de departamento; el Alcaide empezó a recibir frenéticas llamadas por la noche de sus colaboradores, cosa que ellos negaban haber realizado. De modo que Álvarez se dedicó a localizar la procedencia de aquellas llamadas y, con la ayuda de Mike, descubrió que efectivamente habían sido efectuadas desde los teléfonos de aquellos personajes.
Pero la siguiente llamada que recibió el Alcaide procedía al parecer del propio Álvarez, y lo que el Alcaide le dijo al día siguiente a Álvarez y lo que Álvarez alegó en defensa propia sólo puede ser descrito como caótico salpicado de demencial.
El profesor tuvo que pararle los pies a Mike; temía que Álvarez perdiera el empleo, cosa que no deseábamos; estaba trabajando muy bien a favor nuestro. Pero por entonces los Dragones de la Paz habían sido sacados a la calle dos veces en plena noche, aparentemente en cumplimiento de órdenes del Alcaide, quebrantando todavía más su moral, y el Alcaide se convenció por su parte, de que estaba rodeado de traidores por todas partes, incluso entre sus más íntimos colaboradores.
Apareció un anuncio en la Lunaya Pravda invitando a asistir a una conferencia del doctor Adam Selene sobre Poesía y arte en Luna: un nuevo Renacimiento. No asistió ningún camarada; se habían dado las órdenes pertinentes a las células. Y en el local donde debía celebrarse la conferencia no había absolutamente nadie cuando tres pelotones de Dragones de la Paz hicieron acto de presencia: fue algo así como el principio de Heisenberg aplicado a la Pimpinela Escarlata. El editor de Pravda pasó un mal rato explicando que no aceptaba anuncios personalmente y que aquel se había presentado en la ventanilla correspondiente y pagado en metálico. Le dijeron que no aceptara ningún anuncio de Adam Selene. Poco después llegó una contraorden y le dijeron que aceptara cualquier cosa de Adam Selene, pero que lo notificara a Álvarez inmediatamente.
La nueva catapulta fue probada con una carga dejada caer al sur del Océano Indico, a 35º E. y 60º S., un paraje utilizado solamente para pescar. Mike quedó muy satisfecho de su puntería, ya que había efectuado el disparo sin la ayuda de los radares direccionales que aún no funcionaban. Los noticiarios de Tierra informaron de la caída de un meteoro gigantesco en la región sub-Antártica captada por la estación de Seguimiento Espacial de Ciudad del Cabo, en una zona de impacto que coincidía exactamente con las previsiones de Mike, el cual me llamó para vanagloriarse de ello mientras captaba la transmisión nocturna de la agencia Reuter.
—Todo ha salido tal como yo lo había planeado —alardeó—. Fue un espectáculo impresionante.
Los informes posteriores de los laboratorios sísmicos y de las estaciones oceanográficas confirmaron plenamente la noticia.
Era el único proyectil que teníamos a punto (debido a las dificultades con que tropezábamos para comprar acero); de no ser así, creo que Mike hubiera exigido que le dejásemos probar otra vez aquel nuevo juguete.
Los stilyagis y sus muchachas empezaron a exhibir unos Gorros de la Libertad; Simon Jester empezó a llevar uno entre sus cuernos. En el Bon Marché los regalaban a los compradores. Álvarez sostuvo una penosa entrevista con el Alcaide, en el curso de la cual este último recriminó duramente al Jefe de Seguridad su manía de adoptar medidas excepcionales cada vez que a los jóvenes les daba el capricho de lanzar una nueva moda. ¿Se había vuelto loco?
Me encontré casualmente con Slim Lemke a primeros de mayo; llevaba un Gorro de la Libertad. Pareció alegrarse de verme, y yo le di las gracias por la prontitud con que había pagado la multa (se había presentado en el Bon Ton tres días después del juicio de Stu y le había entregado a Sidris 30 dólares Hong Kong, correspondientes a toda la pandilla) y le invité a tomar un refresco. Mientras estábamos sentados, le pregunté por qué todos los jóvenes llevaban gorros rojos. ¿Por qué un gorro? Los gorros eran una costumbre terrestre, ¿no?
Vaciló, y luego dijo que era una especie de insignia, sin ningún significado especial. Cambié de tema. Me enteré de que su nombre completo era Moses Lerake Stone; miembro del Clan Stone. Esto me complació, éramos parientes. Pero al mismo tiempo me sorprendió. Sin embargo, incluso las mejores familias tales como los Stone no encuentran siempre matrimonios para todos los hijos; yo había tenido suerte, pues de no ser así es posible que a su edad hubiese merodeado también por los pasillos. Le hablé de nuestro parentesco por parte de mi madre.
Esto pareció infundirle más confianza, ya que poco después me preguntó:
—Primo Manuel, ¿nunca has pensado que deberíamos elegir a nuestro propio Alcaide?
Le dije que no lo había pensado nunca; la Autoridad lo nombraba, y suponía que siempre sería así. Él preguntó por qué debíamos tener una Autoridad. Y yo le pregunté a mi vez quién había estado metiéndole ideas raras en la cabeza. Insistió en que había pensado todo aquello por su cuenta. ¿Acaso no tenía derecho a pensar?
Cuando regresé a casa estuve a punto de llamar a Mike para que me informara del nombre de guerra del muchacho, si es que tenía alguno. Pero decidí que equivaldría a quebrantar una de las normas de seguridad y desistí de hacerlo.
El 3 de mayo del 76 setenta y un varones llamados Simon fueron detenidos, interrogados y puestos en libertad. Ningún periódico habló de ello. Pero todo el mundo se enteró; habíamos llegado a la «J», y doce mil personas pueden difundir una noticia con más rapidez de lo que yo había supuesto. Subrayamos el hecho de que uno de aquellos peligrosos varones tenía solamente cuatro años de edad, lo cual no era cierto pero sí eficaz.
Stu LaJoie permaneció con nosotros durante los meses de febrero y marzo y no regresó a Tierra hasta primeros de abril; cambió su billete para la próxima nave, y luego para la siguiente. Cuando le hice ver que estaba acercándose a la línea invisible en la cual podían producirse irreversibles cambios fisiológicos, sonrió y me dijo que no me preocupara. Pero se las arregló para poder utilizar el centrifugador.
Stu no deseaba marcharse ni siquiera en abril. Fue despedido con lágrimas y con besos por todas mis esposas y por Wyoh, y aseguró a cada una de ellas que regresaría. Pero tenía que marcharse para realizar la tarea que le habían encomendado; por entonces era miembro del Partido.
Yo no tomé parte en la decisión de reclutar a Stu; mi opinión estaba mediatizada por la simpatía que me inspiraba. Wyoh, el profesor y Mike se mostraron unánimes en aceptar el riesgo; y yo acepté alegremente su determinación.
Todos contribuimos a captar a Stu LaJoie: el profesor, Mike, Wyoh, Mum, yo, e incluso Sidris y Lenore y Ludmilla y nuestros hijos y Hans y Ali y Frank, ya que la vida en el hogar de los Davis fue lo primero que le conquistó. No estuvo de más que Lenore fuera la muchacha más guapa de Luna City… sin desmerecer con ello a Milla, Wyoh, Anna y Sidris. Ni estuvo de más que Stu tuviera un talento especial para ganarse la confianza de los niños, incluso de los que aún no habían aprendido a andar. Mum estaba encantada con él, Hans le mostró sus cultivos hidropónicos, y Stu se ensució y sudó en los túneles con nuestros muchachos… nos ayudó a recoger la cosecha… fue picado por nuestras abejas… aprendió a manejar un traje-p y me acompañó a arreglar la batería solar… ayudó a Anna a sacrificar un cerdo y aprendió a curtir pieles… se sentó con el abuelo y se mostró respetuoso con sus ingenuas ideas acerca de Tierra… lavó platos con Milla, algo que ningún varón de nuestra familia había hecho nunca… rodó por los suelos con los bebés y los cachorros… aprendió a moler harina e intercambió recetas de cocina con Mum.
Yo le presenté al profesor, iniciando así el aspecto político del asunto. Y el profesor le presentó a su vez a «Adam Selene», por teléfono, ya que «en aquellos momentos se encontraba en Hong Kong». Cuando Stu se comprometió con la Causa nos dejamos de pretextos y le hicimos saber que Adam era el presidente y que no establecía contacto personal con nadie por motivos de seguridad.
Pero la intervención más decisiva fue la de Wyoh, cuya opinión indujo al profesor a poner las cartas boca arriba y a informar a Stu que estábamos haciendo una revolución. Stu no reveló la menor sorpresa: lo había intuido, y estaba esperando que confiásemos en él.
Dicen que, en cierta ocasión, una cara bonita hizo zozobrar un millar de naves. No estoy enterado de que Wyoh utilizara nada que no fuesen argumentos verbales para convencer a Stu. Y nunca he tratado de averiguarlo. Pero la influencia de Wyoh para convencerme a mí pesó más que todas las teorías del profesor y todas las cifras de Mike. Si Wyoh utilizó métodos todavía más drásticos con Stu, no fue la primera heroína de la historia que lo hizo por su patria.
Stu regresó a Tierra provisto de un código cifrado especial. Yo no soy un experto en claves, pero un especialista en computadoras aprende los principios básicos del sistema de claves cuando estudia la teoría de la informática. Una clave es una pauta matemática de acuerdo con la cual una letra ocupa el lugar de otra; la más sencilla es la que se limita a revolver las letras del alfabeto.
Una clave puede ser increíblemente sutil, especialmente con la ayuda de una computadora. Pero todas las claves tienen su punto débil en el hecho de que son pautas. Si una computadora puede inventarlas, otra computadora puede descifrarlas.
Los códigos cifrados no tienen ese punto débil. El grupo de letras GLOPS, por ejemplo, lo mismo puede significar «Tía Minnie llegará a casa el jueves» que «3,14159…».
El significado es el que uno le atribuye, y ninguna computadora puede descifrarlo por mucho que analice el grupo de letras. Si se le suministran a una computadora suficientes grupos y una teoría racional acerca de los temas de los mensajes, llegará eventualmente a una solución debido a que los significados, al repetirse, acaban por constituir pautas. Pero es un problema de tipo distinto a un nivel más difícil.
Escogimos el código cifrado comercial más corriente, utilizado lo mismo en Tierra que en Luna para los mensajes comerciales. Con las oportunas modificaciones, desde luego. El profesor y Mike pasaron muchas horas decidiendo qué información podía desear enviar el Partido a su agente en Tierra, o recibir del agente; a continuación, Mike sintetizó y sistematizó los datos y elaboró una nueva serie de significados para el código cifrado, de modo que pudiera decirse «Compre acciones arroces Thai» tan fácilmente como «Ponte a salvo; nos han descubierto». O cualquier cosa, ya que dentro del código cifrado había una clave que permitía decir cualquier cosa que no hubiese sido prevista.
Mike imprimió el nuevo código recurriendo al director de la edición nocturna de la Lunaya Pravda, y el director pasó la copia a otro camarada que la convirtió en un diminuto rollo de película. En aquella época, la revisión de equipajes a la salida del planeta era muy minuciosa y estaba a cargo de los irascibles Dragones de la Paz… pero Stu estaba convencido de que no tendría problemas. Tal vez pensaba tragarse el microfilm.
A partir de entonces, algunos de los mensajes de la LuNoHoCo a Tierra llegaron a Stu a través de su agente de Bolsa en Londres.
Parte del objetivo era financiero. El Partido necesitaba gastar dinero en Tierra; la LuNoHoCo transfería dinero allí (no todo robado, ya que algunos negocios producían buenos dividendos); y el Partido necesitaba todavía más dinero de Tierra. Una de las cosas que haría Stu sería especular: el profesor, Mike y él habían pasado muchas horas decidiendo qué acciones ganarían enteros, las que los perderían, etc., después Der Tag. Esa tarea le correspondía al profesor; yo no soy ese tipo de jugador.
Pero se necesitaba dinero antes Der Tag para crear un «clima de opinión». Necesitábamos propaganda, necesitábamos delegados y senadores en las Naciones Federadas, necesitábamos que alguna nación nos reconociera rápidamente una vez llegara El Día, necesitábamos que unos ciudadanos dijeran a otros ciudadanos, mientras se tomaban una cerveza: «¿Qué hay en aquel montón de rocas que valga la vida de un soldado? Dejemos que revienten a su manera, ¿no os parece?».
Dinero para propaganda, dinero para sobornos, dinero para organizaciones clandestinas y para infiltrarse en organizaciones legales; dinero para exponer la verdadera naturaleza de la economía de Luna (Stu se había marchado cargado de cifras) en términos científicos y luego en forma popular; dinero para convencer al Departamento de Asuntos Extranjeros de una nación importante, de las ventajas que reportaría la existencia de una Luna Libre; dinero para vender la idea de un turismo lunar a un consorcio poderoso…
¡Demasiado dinero! Stu ofreció su propia fortuna y el profesor no rechazó el ofrecimiento: donde está el tesoro estará el corazón. Pero continuaba siendo demasiado dinero, y excesivo el trabajo a realizar. No sabíamos si Stu podría con la décima parte; nos limitábamos a cruzar los dedos índice y corazón, deseándole suerte. Al menos, nos proporcionaba un canal hasta Tierra. El profesor pretendía que las comunicaciones hasta el enemigo eran esenciales si había que luchar y llegar a un acuerdo. (El profesor era fundamentalmente pacifista. Al igual que ocurría con su vegetarianismo, no permitía que le impidiera ser «racional». El profesor podría haber sido un teólogo formidable).
En cuanto Stu se marchó a Tierra, Mike estableció las probabilidades en una contra trece.
—¿Qué diablos significa eso? —le pregunté.
—Significa que los riesgos han aumentado —me explicó pacientemente—. El que sean unos riesgos necesarios no modifica el hecho de que los riesgos han aumentado.
Me callé. Por entonces, a primeros de mayo, un nuevo factor redujo algunos riesgos al tiempo que revelaba otros. Una parte de Mike manejaba el tráfico de microondas Tierra-Luna: mensajes comerciales, datos científicos, nuevos canales, video, voz radiotelefónica, tráfico rutinario de la Autoridad… y comunicaciones ultrasecretas del Alcaide.
Aparte de estas últimas, Mike podía leerlo todo, incluyendo códigos cifrados y claves: descifrar claves era una especie de crucigrama para él, y nadie desconfiaba de aquella máquina. A excepción del Alcaide, que en mi opinión desconfiaba de todas las maquinas; era la clase de persona que encuentra complicado, misterioso y sospechoso todo lo que vaya más allá de un par de tijeras: una mentalidad de la Edad de Piedra.
El Alcaide utilizaba un código que Mike no había visto nunca. También utilizaba claves, pero no las elaboraba a través de Mike, sino por medio de una pequeña máquina anticuada que tenía en su residencia. Sin duda la consideraba más segura. Y había hecho los arreglos correspondientes con Tierra.
A instancias del profesor, Mike descifró las claves en cuestión, que hasta entonces no le habían interesado. Fue un trabajo lento, ya que en el pasado Mike había borrado los mensajes del Alcaide una vez efectuada la transmisión. Poco a poco fue acumulando datos para el análisis: muy poco a poco, ya que el Alcaide sólo utilizaba aquel método en caso de estricta necesidad. A veces transcurría una semana entre dos mensajes. Pero Mike fue reuniendo significados para los grupos de letras, asignando una probabilidad a cada uno de ellos. Un código cifrado no cede de golpe; es posible conocer los significados de noventa y nueve grupos en un mensaje y no descubrir lo esencial debido a que un grupo es simplemente GLOPS para el investigador.
Sin embargo, el usuario tiene un problema, también; la necesidad de incurrir en redundancias, sin las cuales la información puede perderse, en cualquier método de comunicación. Y Mike se dedicó a localizar las redundancias, con una paciencia que sólo una máquina puede tener.
Mike descifró el código del Alcaide antes de lo que había previsto; el Alcaide estaba enviando más mensajes que en el pasado y más sobre un mismo tema: la seguridad y la subversión.
Habíamos puesto a Mort en un aprieto: estaba reclamando ayuda a gritos.
Informó que las actividades subversivas no habían disminuido a pesar de las dos falanges de Dragones de la Paz, y pedía tropas suficientes para montar puestos de vigilancia en todos los puntos clave en el interior de todas las conejeras.
La Autoridad le contestó que no podía prescindir de más tropas de las Naciones Federadas y que, en consecuencia, se veía imposibilitada de atender a su petición. Si necesitaba más guardianes, debía reclutarlos entre los transportados… aunque el aumento de los gastos administrativos tendría que ser absorbido por Luna. Y se le ordenaba que informara de las medidas que había adoptado para hacer frente a las nuevas cuotas de cereales asignadas a Luna.
El Alcaide replicó que a menos de que fuesen atendidas sus peticiones sumamente moderadas en materia de personal de seguridad capacitado —los convictos carecían de una formación adecuada y no podía confiarse en ellos—, no podría seguir garantizando el orden, y mucho menos las cuotas aumentadas.
La respuesta inquirió sarcásticamente qué problemas podían plantear los exconvictos si decidían pelearse entre ellos en sus agujeros… Si el asunto le preocupaba, ¿había pensado en apagar las luces como se hizo con tanto éxito en 1996 y en 2021?
Aquellos intercambios de mensajes nos indujeron a revisar nuestro calendario, para acelerar algunas fases y hacer más lentas otras. Al igual que una comida perfecta, una revolución tiene que ser «guisada» de modo que todo está en su punto. Stu necesitaba tiempo en Tierra. Nosotros necesitábamos proyectiles, y pequeños cohetes direccionales, y circuitos adaptados para el «lanzamiento de piedras». Y el acero era un problema: comprarlo, elaborarlo, y por encima de todo trasladarlo a través de un laberinto de túneles hasta el emplazamiento de la nueva catapulta. Necesitábamos ampliar el Partido al menos hasta la «K» —es decir, unos 40 000 miembros—, con los escalones inferiores escogidos por su espíritu de lucha más que por su talento, como habíamos pensado antes. Necesitábamos armas contra posibles aterrizajes. Necesitábamos trasladar los radares de Mike, sin los cuales estaba ciego. (Mike no podía ser trasladado: estaba protegido por millares de metros de roca encima de él en el Complejo, rodeado de acero y provisto incluso de un sistema de suspensión a base de muelles. La Autoridad había previsto la posibilidad de que algún día alguien pudiera atacar con bombas H su centro de control).
Había que hacer todo eso, y la olla no debía hervir demasiado pronto.
De modo que dimos marcha atrás en las cosas que preocupaban al Alcaide, y tratamos de acelerar todo lo demás. Simon Jester se tomó unas vacaciones. Difundimos la consigna de que los Gorros de la Libertad ya no estaban de moda… aunque había que conservarlos. El Alcaide no recibió más llamadas telefónicas de las que desquiciaban sus nervios. Dejamos de provocar incidentes con los Dragones… lo cual no terminó con ellos pero redujo su número.
A pesar de los esfuerzos por tranquilizar al Alcaide, ocurrió algo que nos intranquilizó a nosotros. El Alcaide no recibió ningún mensaje (al menos, nosotros no interceptamos ninguno) accediendo a su petición de más tropas… pero él empezó a trasladar gente fuera del Complejo. Los empleados del servicio civil que vivían allí empezaron a buscar madrigueras por alquilar en Luna City. La Autoridad inició perforaciones experimentales y exploraciones de resonancia en un hexaedro contiguo a Luna City que podía ser convertido en una conejera.
Aquello podía significar que la Autoridad se disponía a recibir a un número anormalmente elevado de prisioneros. Podía significar que el espacio del Complejo era necesario para otros propósitos. Pero Mike nos dijo:
—No hagáis más conjeturas. El Alcaide va a recibir las tropas que pidió: ese espacio está destinado a sus alojamientos. Si existiera cualquier otra explicación, yo habría oído hablar de ella.
—Si es así —dije—, ¿por qué no has oído hablar del envío de tropas? Ahora conoces perfectamente el código cifrado del Alcaide.
—No «perfectamente»: lo conozco, sin más. Pero en las dos últimas naves han llegado personajes importantes de la Autoridad, e ignoro lo que han hablado lejos de los teléfonos.
De modo que nos dedicamos a elaborar un plan para cubrir la posibilidad de tener que enfrentarnos con diez falanges más, ya que Mike había calculado que el hexaedro podría contener alojamientos para aquel número de soldados. Podíamos hacer frente a aquellas tropas —con la ayuda de Mike—, pero ello significaría muchas muertes, y no el incruento golpe de estado que el profesor había planeado.
Y aumentamos los esfuerzos para acelerar otros factores.
Cuando de repente nos encontramos comprometidos nosotros mismos…