Capítulo: 8

Tardé algún tiempo en convencerme de que Mike hablaba en serio, efectivamente, y de que el plan podía dar resultado. Luego tardé más tiempo en demostrarles a Wyoh y al profesor que la segunda parte era cierta. Sin embargo, las dos partes tendrían que haber sido obvias para ellos.

Mike razonó así: ¿Qué es «guerra»? Un libro definía la guerra como el uso de la fuerza para alcanzar un resultado político. Y «fuerza» es la acción de un cuerpo sobre otro aplicada por medio de energía.

En la guerra esto se lleva a cabo por medio de «armas»: Luna no tenía ninguna. Pero las armas, cuando Mike las examinó como genérico, resultaron ser instrumentos para manipular energía… y Luna tenía abundante energía. El flujo solar es de un kilowatio por metro cuadrado de superficie en el mediodía lunar; y la energía solar, aunque cíclica, es ilimitada. Luna tenía energía: sólo era preciso saber utilizarla. La energía por fusión del hidrógeno es tan ilimitada y más barata.

Pero Luna, además, tenía energía de posición; se encuentra en el punto más alto de un pozo de gravedad de once kilómetros por segundo de profundidad y manteniéndose en equilibrio sobre una curva de sólo dos kilómetros y medio por segundo de altura. Mike conocía aquella curva; diariamente lanzaba sobre ella transportes de cereales, dejando que se deslizaran cuesta abajo hasta Tierra.

Mike había calculado lo que ocurriría si un transporte de 100 toneladas (o la misma masa de roca) caía sobre Tierra, sin ningún sistema de frenado.

La energía cinética acumulada sería de 6,25 X 1012 julios: más de seis trillones de julios.

Que en fracciones de segundo se convertirían en calor. ¡La explosión sería gigantesca!

Tendría que haber sido evidente. Sólo hay que mirar a Luna: ¿qué es lo que vemos? Millares y millares de cráteres: lugares donde alguien se divirtió arrojando rocas.

Wyoh dijo:

—Los julios no significan nada para mí. ¿A qué equivale eso, comparado con las bombas H?

—Uh… —murmuré, empezando a calcular. Pero el «cerebro» de Mike funciona con mucha más rapidez. Contestó:

—El choque de una masa de cien toneladas sobre Tierra equivale al rendimiento de una bomba atómica de dos kilotones.

—«Kilo» significa mil —murmuró Wyoh—, y «mega» un millón… O sea, que esa masa de cien toneladas sería cincuenta mil veces inferior a una bomba de cien megatones. ¿No eran de ese tamaño las bombas que utilizó la Sovunion?

—Wyoh, cariño —dije amablemente—, la cosa no es tan sencilla como parece. Funciona de otro modo. Verás, una bomba de dos kilotones equivale a la explosión de dos millones de kilogramos de trinitrotolueno… y un kilogramo de TNT tiene una fuerza explosiva considerable: pregúntaselo a cualquier minero. Dos millones de kilogramos borrarían del mapa una ciudad de tamaño mediano. ¿De acuerdo, Mike?

—Sí, Man. Pero hay otro aspecto de la cuestión, Wyoh, mi única amiga. Las bombas de muchos megatones son ineficaces. La explosión se produce en un espacio demasiado reducido; la mayor parte de sus efectos se desperdician. Aunque en teoría una bomba de cien megatones tiene una potencia cincuenta mil veces superior a la de una bomba de dos kilotones, sus efectos destructivos sólo son mil trescientas veces superiores a los de la explosión de una bomba de dos kilotones.

—Mil trescientas veces sigue pareciéndome una superioridad importante… si utilizan contra nosotros bombas de ese tamaño.

—Es cierto, Wyoh, mi única amiga… pero Luna tiene muchas rocas.

—Desde luego. Es lo único que tenemos en abundancia.

—Camaradas —dijo el profesor—, la materia escapa a mis conocimientos. En mi época de terrorista, mis experiencias se limitaron a las bombas con un peso máximo de un kilogramo de explosivos químicos. Pero supongo que vosotros dos la conocéis a fondo.

—Efectivamente —asintió Mike.

—En consecuencia, acepto vuestras cifras. Para reducirlo a una escala que yo pueda comprender, ese plan requiere que nos apoderemos de la catapulta, ¿no?

—En efecto —contestamos a coro Mike y yo.

—No es imposible. Después debemos retenerla y mantenerla en funcionamiento. Mike, ¿has pensado ya cómo puede ser protegida la catapulta contra un pequeño torpedo H, por ejemplo?

La discusión se hizo más acalorada. La interrumpimos para comer… de acuerdo con la norma del profesor de no mezclar los negocios con la comida.

Cuando salimos del Hotel Raffles la noche del 14 de mayo del 75, habíamos —más exactamente, Mike, con la ayuda del profesor— bosquejado el plan de la Revolución, incluyendo las principales opciones en los puntos críticos.

Cuando llegó el momento de marcharnos, el profesor a su clase nocturna (si no le detenían) y yo a mi casa, Wyoh declaró que no quería quedarse sola en aquel hotel, demostrando con ello que a fin de cuentas era tan vulnerable como cualquier mujer.

De modo que llamé a Mum a través de «Sherlock» y le dije que llevaría un invitado a casa. Mum era muy respetuosa con las normas; cualquier cónyuge podía llevar un invitado a casa para comer o para pasar allí una temporada, y nuestra segunda generación gozaba casi de la misma libertad, pero tenía que pedir permiso. No sé cómo funcionan otras familias; nosotros tenemos costumbres arraigadas a través de un siglo, y nos parecen muy adecuadas.

Mum no me preguntó el nombre, la edad, el sexo ni el estado civil de mi invitado; yo tenía derecho a no decírselo, y ella era demasiado orgullosa para preguntármelo. Lo único que dijo fue:

—Me parece muy bien, querido. ¿Habréis cenado ya? No olvides que hoy es martes.

Martes. Lo cual significaba que nuestra familia cenaría temprano debido a que Greg predica los martes por la noche. Pero si el invitado no había comido, le sería servida la cena: una concesión al huésped, no a mí, ya que con excepción del abuelo comemos cuando se pone la mesa, o nos vemos obligados a pillar lo que podemos en la despensa.

Le aseguré que habríamos cenado y que haríamos un esfuerzo para llegar allí antes de que ella se marchara. A pesar de la mezcla de musulmanes, judíos, cristianos, budistas y noventa y nueve etcéteras existentes en Luna, supongo que el domingo es el día más indicado para ir a la iglesia. Pero Greg pertenece a una secta para la cual el Día del Señor se extiende desde la puesta del sol del martes hasta la puesta del sol del miércoles.

Mum no se pierde ninguno de los sermones de Greg, de modo que no podía imponerle una obligación que le impidiera hacerlo aquella noche. Los demás íbamos ocasionalmente; yo lo hacía varias veces al año, porque aprecio muchísimo a Greg, que me enseñó un oficio y me ayudó a salir adelante cuando perdí un brazo.

Pero Greg era el «marido favorito» de Mum, optado cuando ella era muy joven, y aunque habría negado vehementemente que le quería más que a los otros maridos, lo cierto es que cuando le ordenaron diácono adoptó su religión y no se perdía un solo martes.

Mum inquirió:

—¿Es posible que tu invitado desee ir a la iglesia?

Le dije que me enteraría, pero que de todos modos nos daríamos prisa, y me despedí. Entonces llamé a la puerta del cuarto de baño, y dije:

—Apresúrate, Wyoh; tenemos el tiempo muy justo.

—¡Un minuto! —respondió. Wyoh es una chica distinta a las demás: apareció al cabo de un minuto—. ¿Qué tal estoy? —inquirió—. Profesor, ¿cree que puedo pasar?

—Querida Wyoming, estoy deslumbrado. Antes estabas guapa, y ahora continúas estando guapa… pero eres completamente distinta. Nadie podría reconocerte… y me siento aliviado.

Entonces esperamos a que el profesor se transformara en un viejo pordiosero; entraría por la puerta trasera del Instituto, volvería a cambiarse rápidamente, y reaparecería en su aula como el conocido profesor, a fin de tener testigos en caso de que algún esbirro del Alcaide quisiera detenerle.

Entretanto, le hablé a Wyoh de Greg. Dijo:

—Mannie, ¿qué tal me sienta este maquillaje? ¿Crees que se notará en la iglesia? ¿Son muy brillantes las luces?

—Más o menos como aquí. Has hecho un buen trabajo. Pero ¿de veras quieres ir a la iglesia? Nadie te empuja…

Wyoh meditó unos instantes.

—¿Le complacería a tu ma… quiero decir a «tu esposa mayor»… que fuera?

Contesté lentamente:

—Wyoh, la religión es algo muy personal. Pero, ya que me lo preguntas… sí, nada te haría entrar con más buen pie en la familia Davis que ir a la iglesia con Mum. Yo iré si vas tú.

—Iré. Creí que tu apellido era «O’Kelly»…

—Lo es. Habría que añadirle el «Davis» separado por un guión para ser exactos. Davis fue el Primer Marido, que falleció hace cincuenta años. Es el apellido familiar, y todas nuestras esposas son «Gospazha Davis», con la añadidura de su apellido familiar. En la práctica, Mum es solamente «Gospazha Davis» —puedes llamarla así—, y otras utilizan su nombre de pila y añaden Davis si firman un cheque o algo por el estilo. Exceptuando a Ludmilla, que es «Davis-Davis» debido a que pertenece a la familia por nacimiento y por optación.

—Comprendo. Si un hombre es «John Davis» se trata de un hijo, pero si tiene otro apellido además del Davis, se trata de un comarido tuyo. Pero una chica sería «Jenny Davis» en los dos casos, ¿no es cierto? De todos modos, lo encuentro muy complicado. Casi tanto como los matrimonios de clan. O las poliandrias… aunque la mía no lo fuera; al menos, mis maridos tenían el mismo apellido.

—No es ningún problema. Cuando oigas a una mujer de unos cuarenta años llamar a una chica de quince «Mamá Milla», sabrás cuál es la esposa y cuál la hija… ¿Tus maridos se llamaban «Knott»?

—¡Oh, no! Fedoseev, Choy Lin y Choy Mu. Volví a adoptar mi nombre de soltera.

Cuando salió el profesor, quedamos asombrados: ¡su aspecto era aún peor que el de antes! Organizamos la marcha en formación abierta. Wyoh y yo no íbamos juntos, ya que alguien podía reconocerme como uno de los asistentes a la reunión de la noche anterior; por otra parte, Wyoh no conocía Luna City, una conejera tan complicada que incluso los que habían nacido en ella se extraviaban. De modo que yo abría la marcha y ella me seguía sin perderme de vista. Y el profesor iba detrás para asegurarse de que Wyoh no perdía el contacto conmigo.

Si alguien se metía conmigo, Wyoh buscaría un teléfono público, informaría a Mike y regresaría al hotel para esperar allí al profesor. Pero yo estaba seguro de que cualquier chaqueta amarilla que intentara detenerme se llevaría un recuerdo imborrable de mi brazo número siete.

No pasó nada. Subimos hasta el nivel cinco y nos detuvimos en la Estación Oeste del Tubo para recoger mis brazos y mi maletín de herramientas, pero no el traje-p. En la estación había un uniforme amarillo, pero no me dedicó la menor atención. Nos dirigimos hacia el sur a lo largo de unos pasillos perfectamente iluminados, hasta llegar al complejo particular de túneles que conducían a una docena de granjas, entre ellas la Davis. Supuse que el profesor dejaría de seguirnos una vez allí, pero no volví la cabeza ni una sola vez para comprobarlo.

Me demoré mirando a través de nuestra puerta hasta que Wyoh me alcanzó. Poco después estaba diciendo:

—Mum, permíteme que te presente a Wyma Beth Johnson.

Mum abrazó a Wyoh, la besó en la mejilla y dijo:

—Me alegro mucho de que hayas venido, querida Wyma. ¡Considérate en tu propia casa!

Por eso quiero tanto a Mum. Wyoh se dio cuenta inmediatamente de que Mum le estaba hablando con el corazón en la mano, como suele decirse.

No había advertido a Wyoh de la necesidad de cambiarle el nombre, ya que se me había ocurrido por el camino. Algunos de nuestros chicos eran pequeños y aunque crecían despreciando al Alcaide, no valía la pena arriesgarse a que alguno de ellos dijera por ahí que teníamos una invitada llamada Wyoming Knott… un nombre que figuraba en el «Archivo Especial Zebra».

No la había advertido, lo cual demostraba que era un conspirador novato.

Pero Wyoh era una veterana y ni siquiera parpadeó al oír el nombre que le atribuía.

Greg llevaba ya sus ropas de predicador y estaba a punto de marcharse. Mum no se dio prisa y empezó a hablarle a Wyoh de la línea de maridos —el abuelo, Greg, Hans—, luego de la línea de esposas —Ludmilla, Lenore, Sidris, Anna—, y después empezó con nuestros chicos.

—¿Mum? —dije—. Discúlpame, pero tengo que cambiarme el brazo. —Mum enarcó ligeramente las cejas, como diciendo: «Hablaremos de esto, pero no delante de los niños», de modo que añadí—: Se está haciendo tarde. Greg no deja de mirar el reloj. Y Wyma y yo vamos a ir a la iglesia. Así que discúlpame, por favor.

Mum se relajó.

—Desde luego, querido. —Mientras se alejaba vi que rodeaba con su brazo la cintura de Wyoh, de modo que yo también me relajé.

Me cambié el brazo, reemplazando el número siete por el brazo social. Pero aquello fue un pretexto para tomar el teléfono y marcar «MYCROFTXXX».

—Mike, estamos en casa. A punto de ir a la iglesia. No creo que puedas escuchar allí, de modo que volveré a llamar más tarde. ¿Alguna noticia del profesor?

—Todavía no, Man. ¿Qué iglesia es? Puedo tener algún circuito.

—Tabernáculo de la Columna de Fuego del Arrepentimiento…

—Ninguna referencia.

—No te precipites, camarada. La reunión se celebra en el Salón de la Comunidad Oeste-Tres. Se encuentra al sur de la Estación, alrededor del número…

—Ya lo tengo. Hay un teléfono en el pasillo exterior. Lo tendré controlado.

—No espero que haya problemas, Mike.

—Eso es lo que dice el profesor. Acaba de llamarme. ¿Quieres hablar con él?

—No tengo tiempo. ¡Adiós!

Aquella era la norma: mantener un contacto permanente con Mike, informarle del lugar donde me encontraba, del lugar donde pensaba ir; Mike escucharía si tenía alguna terminal nerviosa allí. No creo en la magia, pero lo que había descubierto aquella mañana —que Mike podía escuchar a través de su teléfono «muerto»— me la recordó; confieso que me intrigó también la facilidad con que Mike supo que había un teléfono en el pasillo exterior del Salón, dado que el «espacio» no podía significar para él lo que significa para nosotros. Pero Mike disponía de un «mapa» —relaciones estructuradas— de las obras de ingeniería de Luna City, y casi siempre podía hacer coincidir lo que nosotros decíamos con lo que él conocía como «Luna City».

De modo que a partir de entonces mantuvimos un contacto permanente con Mike y entre nosotros a través de su amplio sistema nervioso. No volveré a mencionarlo a menos de que sea necesario.

Mum, Greg y Wyoh estaban esperando en la puerta exterior. Mum impaciente, pero sonriendo. Vi que le había prestado una estola a Wyoh. Mum no tenía nada de mojigata… pero la iglesia era la iglesia.

Ocupamos nuestros asientos, mientras Greg se dirigía directamente al púlpito. Yo me instalé cómodamente, sin pensar en nada, en un agradable estado de relajamiento mental. Pero me di cuenta de que Wyoh escuchaba realmente el sermón de Greg y tomaba parte en el canto de los himnos.

Cuando regresamos a casa, los jóvenes y la mayor parte de los adultos se habían acostado; Hans y Sidris estaban levantados, y Sidris sirvió unas pastas y licor de coco. Luego nos acostamos todos. Mum asignó a Wyoh una habitación en el túnel en el que vivían la mayoría de nuestros chicos. Era evidente que le había caído bien, puesto que le daba lo mejor que teníamos; en caso contrario, habría hecho que durmiera con una de las chicas mayores.

Aquella noche dormí con Mum en parte porque nuestra esposa mayor es buena para los nervios —y habían ocurrido cosas capaces de crispar los nervios mejor templados—, y en parte porque quería que supiera que no me deslizaría a la habitación de Wyoh cuando todo el mundo durmiera. Mi taller, en el que dormía cuando dormía solo, se encontraba muy cerca del cuarto de Wyoh.

Después de la «cura de nervios», apagué la luz y di media vuelta.

Pero, en vez de darme las buenas noches, Mum dijo:

—Manuel, ¿por qué tu pequeña invitada se ha disfrazado de afro? Juraría que el color natural de su piel le sienta mucho mejor. Y no es que importe lo que ella quiera hacer con su aspecto; de todos modo resulta encantadora.

De modo que di media vuelta, me encaré de nuevo con ella… y se lo expliqué todo. Todo… excepto una cosa: Mike. Incluí a Mike en mi relato, pero no como un computador, sino como un hombre que no era probable que Mum llegara a conocer, por motivos de seguridad.

Mum era lista. Y capaz. Tenía que serlo, para gobernar una gran familia como la nuestra. Era respetada entre las familias de granjeros y en toda Luna City; llevaba aquí más tiempo que el noventa por ciento de sus habitantes. Podía ser una ayuda inestimable.

Y sería indispensable dentro de la familia. Sin su ayuda, Wyoh y yo tropezaríamos con muchos problemas que ella podría orillar. El uso del teléfono, por ejemplo.

Mum escucho, suspiró y dijo:

—Parece peligroso, querido.

—Lo es —dije—. Mira, Mimi, si no quieres buscarte complicaciones, dímelo… y olvida lo que te he contado.

—¡Manuel! ¿Cómo puedes decir eso? Eres mi marido, querido; te acepté para lo mejor y para lo peor… y tus deseos son órdenes para mí.

(¡Una gran mentira, palabra de honor! Pero Mimi lo creía).

—No permitiría que te expusieras a ese peligro solo —continuó—. Y además…

—¿Qué, Mimi?

—Creo que todos los lunáticos soñamos en el día en que seremos libres. Todos, menos algunas ratas asquerosas. Nunca he hablado con nadie acerca de ello; me parecía una cosa inútil, tan inútil como tratar de alcanzar Tierra con las manos. Pero doy gracias a Bog por haberme permitido vivir para ver llegar el momento deseado, si es que en realidad llega. Explícame algo más del asunto. Tengo que encontrar a otras tres personas, ¿no es eso? Tres personas en las que se pueda confiar…

—No te apresures. Asegúrate bien antes de dar un paso.

—Sidris es de toda confianza. Sabe guardar un secreto.

—Opino que no debes buscar a esas personas dentro de la familia. Es preciso extender la semilla. No tengas prisa.

—De acuerdo. Lo consultaré contigo antes de hacer nada. Y, Manuel, si quieres saber lo que opino… —se detuvo.

—Tu opinión me interesa siempre, Mimi.

—No le hables de esto al abuelo. Se está haciendo viejo, y a veces habla más de la cuenta. Ahora duerme, querido, y no sueñes.