No me gustaba aquel modo de decidir las cosas.
El profesor dijo:
—Manuel, no hay ninguna prisa. Aquí estamos, tres, el número perfecto, con una variedad de talentos y experiencia. Belleza, edad e impulso masculino maduro…
—¡Yo no tengo ningún impulso!
—Por favor, Manuel. Vamos a pensar en los términos más amplios antes de llegar a ninguna decisión. Y, para facilitar las cosas, ¿puedo preguntar si este hotel tiene reservas de algún líquido potable que no sea agua? Dispongo de unos florines que podría sumergir en la corriente comercial.
Eran las palabras más sensatas que había oído durante la última hora.
—¿Vodka?
—De acuerdo.
Encargué un litro, con el correspondiente hielo. No tardó en llegar.
Después de brindar, el profesor dijo:
—Ahora, Manuel, háblanos de tu filosofía política.
—Creo que no podría definirla —contesté.
—A veces, un hombre no la tiene definida pero, bajo la introspección socrática, sabe dónde está y por qué. Por ejemplo, ¿en qué circunstancias puede el Estado situar su prosperidad por encima de la de un ciudadano?
—En mi opinión, profesor, no hay ninguna circunstancia que justifique que el Estado sitúe su prosperidad por encima de la mía.
—Bien. Ya tenemos un punto de partida.
—Mannie —dijo Wyoh—, esa es una evaluación egoísta.
—Yo soy una persona egoísta.
—Tonterías. ¿Quién me rescató? ¿A mí, una desconocida? Y no trataste de aprovecharte de la situación… Profesor, lo que antes dije no era verdad. Mannie se ha portado como un perfecto caballero.
—Sans peur et sans reproche. Lo sé. Hace años que le conozco. Lo cual no es incompatible con la evaluación que ha expresado.
—¡Oh! ¡Claro que lo es! No del modo como son las cosas, sino bajo el ideal al cual apuntamos. Mannie, el «Estado» es Luna. Aunque todavía no sea soberano y no gocemos de la ciudadanía. Pero yo soy parte del Estado Lunar, lo mismo que tu familia. ¿Morirías por tu familia?
—Son dos cosas distintas.
—¡No puedes separarlas! Esa es la cuestión.
—Nyet. A mi familia la conozco perfectamente, fui optado hace mucho tiempo.
—Mí querida señorita, debo acudir en defensa de mi amigo Manuel. Su evaluación es correcta, aunque no sepa expresarla. Formularé una pregunta: ¿En qué circunstancias es moral para un grupo hacer lo que no es moral para un miembro del grupo si lo hace solo?
—Hum… Esa es una pregunta capciosa.
—Es la pregunta clave, querida Wyoming. Una cuestión radical que afecta a la raíz misma de todo el dilema de gobierno. Cualquiera que la conteste sinceramente y se atenga a todas las consecuencias sabe dónde está… y por lo que es capaz de morir.
Wyoh enarcó las cejas.
—No moral para un miembro del grupo… —murmuro—. Profesor, ¿cuáles son sus principios políticos?
—¿Puedo preguntarle primero por los suyos? Si es que puede expresarlos.
—¡Desde luego que puedo! Soy Quinta Internacionalista, la mayor parte de la Organización lo es. ¡Oh! No imponemos normas a cualquiera que siga nuestro camino; es un frente unido. Tenemos comunistas, Cuartos Internacionalistas, Societarios, Tecnócratas, etcétera. Pero yo no soy marxista; los Quinta Internacionalistas tenemos un programa práctico. Lo privado donde corresponda, lo público donde sea necesario, y la admisión de que las circunstancias modifican los casos. Nada de dogmas.
—¿Pena de muerte?
—¿Por qué?
—Digamos que por traición. Contra Luna, cuando hayan liberado ustedes Luna.
—¿Qué clase de traición? Si no conozco las circunstancias, no puedo decidir.
—Tampoco yo podría, querida Wyoming. Pero creo en la pena de muerte en algunas circunstancias… con esta diferencia: yo no reuniría un tribunal; juzgaría, condenaría y ejecutaría la sentencia por mí mismo, y aceptaría toda la responsabilidad.
—Pero… Profesor, ¿cuáles son sus creencias políticas?
—Soy un anarquista racional.
—No conozco esa categoría. Anarquista individualista, anarquista comunista, anarquista cristiano, anarquista filosófico, sindicalista, libertario… todas esas las conozco. ¿Qué es anarquista racional?
—Es el que cree que conceptos tales como «estado», «sociedad» y «gobierno» no tienen existencia salvo como ejemplarización física en los actos de individuos autorresponsables. Cree que es imposible compartir el pecado, atribuir responsabilidades, ya que el pecado y la responsabilidad se producen en el interior de los seres humanos individualizados y en ninguna otra parte. Pero, siendo racional, sabe que no todos los individuos se atienen a sus principios, de modo que trata de vivir perfectamente en un mundo imperfecto… convencido de que su esfuerzo no será perfecto, pero sin dejarse desalentar por ese convencimiento.
—Profesor —dijo Wyoh—, sus palabras suenan bien pero hay algo resbaladizo en ellas. Demasiado poder en manos de individuos… Seguramente que a usted no le gustaría que las bombas H, por ejemplo, fueran controladas por una persona irresponsable.
—Yo creo que una persona es responsable. Siempre. Si existen las bombas H (y sabemos que existen), algún hombre las controla. En términos de moral, no existe lo que se llama «estado». Sólo hombres. Individuos. Cada uno de ellos responsable de sus propios actos.
—¿Alguien necesita otro trago? —pregunté.
Nada acaba más aprisa con el alcohol que una discusión política, Encargué otra botella.
No tomé parte en la discusión. No me sentía insatisfecho «bajo la bota de la Autoridad». Procuraba engañar a la Autoridad, y el resto del tiempo no pensaba en ella. No creía posible eliminar a la Autoridad. Seguir el propio camino, ocuparse de los propios asuntos, no ser molestado…
Cierto, entonces no teníamos lujos; de acuerdo con los standards de Earthside, éramos pobres. Si algo tenía que ser importado, la mayoría se pasaba sin ello; incluso los trajes-p tenían que ser traídos de Tierra… hasta que a un chino, antes de que yo naciera, se le ocurrió la idea de fabricar unas «imitaciones» mejores y más sencillas. (Dejad caer a dos chinos en uno de nuestros desiertos, y se harán ricos vendiéndose rocas el uno al otro, al mismo tiempo que crían a una docena de hijos).
He visto los lujos de Earthside. Y creo que no valen el esfuerzo que requieren. Por una parte, existe un verdadero derroche: si el guano de las gallinas de una ciudad terráquea fuese enviado a Luna, el problema de los abonos quedaría resuelto para todo el siglo. Por otro lado, hay un sinnúmero de tonterías. Haz esto. No hagas aquello. No pases de la raya. ¿Dónde está el recibo de los impuestos? Déjame ver tu licencia. Presenta una instancia por sextuplicado. Prohibido girar a la derecha. Prohibido girar a la izquierda. Ponte en la cola para pagar la multa. Cáete muerto… pero antes saca el permiso.
Wyoh replicaba obstinadamente al profesor, convencida de que ella tenía todas las respuestas. Pero el profesor estaba más interesado en las preguntas que en las respuestas, lo cual la desconcertaba. Finalmente, Wyoh dijo:
—Profesor, no acabo de entenderle. No insisto en que lo llame usted «gobierno»: lo único que quiero es que exponga qué normas cree necesarias para asegurar una libertad igual para todos.
—Querida señorita, acepto alegremente sus normas.
—¡Pero usted no parece desear ninguna norma!
—Es cierto. Pero aceptaré cualquier norma que usted considere necesaria para su libertad. Yo soy libre, al margen de las normas que me rodean. Si las encuentro soportables, las soporto; si me parecen detestables, las quebranto. Soy libre porque sé que sólo yo soy moralmente responsable de todo lo que haga.
—¿No respetaría usted una ley que la mayoría considerase necesaria?
—Dígame de qué ley se trata, querida, y le diré si la obedeceré.
—Se sale usted por la tangente, profesor. Cada vez que enuncio un principio general, se sale usted por la tangente.
El profesor cruzó las manos delante de su pecho.
—Perdóneme. Estoy ansioso por complacerla, encantadora Wyoming, puede creerlo. Antes ha dicho usted que no imponía normas a los que seguían su camino, que lo suyo era un frente unido. Bien: ¿es suficiente que yo desee ver expulsada a la Autoridad de Luna… y que esté dispuesto a morir por alcanzar ese objetivo?
Wyoh le dedicó la mejor de sus sonrisas.
—¡Desde luego! —exclamó. Luego le rodeó el cuello con sus brazos y le besó en la mejilla—. ¡Camarada! ¡Adelante!
—¡Adelante! —dije—. ¡Vamos a buscar al Alcaide y a eliminarle!
Me parecía una buena idea; había dormido muy poco, y no estoy acostumbrado a beber.
El profesor cogió su vaso, lo sostuvo en alto y anunció con gran dignidad:
—¡Camaradas… declaramos la Revolución!
Nos besamos todos. Luego, el profesor se sentó y dijo:
—El Comité de Emergencia de Luna Libre se reúne en sesión de trabajo. Debemos planear la acción.
Dije:
—¡Un momento, profesor! Yo no estoy de acuerdo con nada. ¿A qué clase de «Acción» se refiere usted?
—Vamos a expulsar a la Autoridad —respondió tranquilamente.
—¿Cómo? ¿Arrojándole piedras?
—Eso es lo que hemos de decidir. Nos encontramos en la fase de planeamiento.
—Profesor —dije—, usted me conoce. Si expulsar a la Autoridad fuese algo que pudiésemos comprar, no me importaría el precio.
—… Nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor.
—¿Eh?
—Un precio que fue pagado otras veces.
—Bueno… llegaré a lo que sea. Pero cuando apuesto quiero tener una posibilidad de ganar. Se lo dije a Wyoh anoche…
—Dijiste que querías una posibilidad contra diez, Mannie.
—Da, Wyoh. Muéstreme usted esa posibilidad, profesor, y apostaré. ¿Puede hacerlo?
—No, Manuel. No puedo.
—Entonces, ¿por qué perder el tiempo hablando? Yo no veo ninguna posibilidad.
—Ni yo, Manuel. Pero tú y yo lo enfocamos de un modo distinto. La revolución es un arte que yo practico más que un objetivo que espero alcanzar. Y esto no es una fuente de desaliento; una causa perdida puede ser tan espiritualmente satisfactoria como un triunfo.
—Para mí, no. Lo siento.
—Mannie —dijo Wyoh súbitamente—, pregúntaselo a Mike.
La miré fijamente.
—¿Hablas en serio?
—Completamente en serio. Si alguien puede calcular probabilidades, es Mike. ¿No lo crees así?
—Hum… Es posible.
—¿Quién es Mike, si puedo preguntarlo? —inquirió el profesor.
Me encogí de hombros.
—¡Oh! Nadie corporal.
—Mike es el mejor amigo de Mannie —dijo Wyoh—. Nadie como él para un cálculo de probabilidades.
—¿Un matemático? Querida, si introducimos a otro miembro, violaremos el principio de la célula.
—No veo por qué —respondió Wyoh—. Mike podría ser miembro de la célula que Mannie encabezará.
—Hum… es cierto. Retiro la objeción. ¿Es de confianza? ¿Responde usted por él? ¿O tú, Manuel?
—Es pícaro, infantil, bromista, y no le interesa la política.
—Mannie, le contaré a Mike que has dicho eso de él. Profesor, no es nada de todo eso… y le necesitamos. En realidad, podría ser nuestro presidente, y nosotros tres la célula a sus órdenes. La célula ejecutiva.
—¿Te falta oxígeno, Wyoh?
—Estoy perfectamente. Piensa, Mannie. Utiliza la imaginación.
—Debo confesar que no entiendo una sola palabra —dijo el profesor.
—¿Mannie?
—Oh, infierno —así que le conté al profesor lo de Mike: cómo había despertado, obtenido su nombre, conocido a Wyoh. El profesor aceptó la idea de una computadora consciente de sí misma mucho más fácilmente que yo acepté la idea de la nieve la primera vez que la vi. Se limitó a asentir con la cabeza y dijo:
—Adelante.
Pero al cabo de unos instantes inquirió:
—¿Estáis hablando del computador del Alcaide? ¿Por qué no invitamos al propio Alcaide a nuestras reuniones y nos ahorramos un intermediario?
Tratamos de tranquilizarle. Al final dije:
—Por lo que nos ha contado de usted, profesor, Mike podría ser su hijo. Puede llamársele anarquista racional, ya que es racional y no siente lealtad hacía ningún gobierno.
—Si esa máquina no es leal a sus amos, ¿por qué esperas que sea leal contigo?
—Tengo motivos para creerlo. —Le conté cómo Mike había tomado precauciones para protegerme—. No estoy seguro de que pudiera traicionarme a cualquiera que no tenga esas señales, una para asegurar el teléfono, otra para recuperar lo que he hablado con él; las máquinas no piensan como las personas. Pero estoy absolutamente convencido de que no desearía traicionarme… y probablemente podría protegerme incluso si alguien obtuviera esas señales.
—Mannie —sugirió Wyoh—, ¿por qué no le llamamos? Cuando el profesor de la Paz hable con él, sabrá por qué confiamos en Mike. Profesor, no tiene usted que contarle a Mike ningún secreto hasta que esté seguro de él.
—No veo ningún daño en eso.
—En realidad —admití—, yo le he contado ya algunos secretos. —Les hablé de la grabación que había efectuado de la reunión para pasársela a Mike.
La noticia disgustó al profesor y preocupó a Wyoh.
—Sólo yo conozco la señal de recuperación —dije—. Wyoh, ya sabes cómo se portó Mike con tus fotografías; no quiso dármelas, a pesar de que sugerí que me las dejara ver. Pero, si el profesor y tú no estáis convencidos, llamaré a Mike, me aseguraré de que nadie ha recuperado aquella grabación y le diré que la borre: entonces desaparecerá para siempre, ya que la memoria de un computador es todo o nada.
—No te molestes —dijo Wyoh—. Profesor, yo confío en Mike… y usted también confiará en él.
—Pensándolo bien —admitió el profesor—, una grabación de la reunión de anoche carece de importancia. En una asamblea tan amplia siempre hay espías, y uno de ellos pudo haber utilizado una grabadora lo mismo que tú, Manuel. Estaba preocupado por lo que parecía ser una indiscreción tuya… una debilidad inaceptable en un miembro de una conspiración, especialmente en uno de sus dirigentes, como tú.
—No era miembro de una conspiración cuando registré aquella grabación en Mike… ni lo soy ahora, a menos de que alguien me garantice un mínimo de posibilidades.
—Retiro lo dicho: no fuiste indiscreto. Pero ¿estás sugiriendo en serio que esa máquina puede predecir el desenlace de una revolución?
—No lo sé.
—¡Yo creo que Mike puede hacerlo! —dijo Wyoh.
—Bueno —admití—, puede predecirlo si se le suministran todos los datos significativos.
—Ese es el problema, Manuel. No dudo de que esa máquina puede resolver problemas que yo soy incapaz de captar. Pero ¿uno de esta magnitud? Tendría que conocer toda la historia de la humanidad, todos los detalles de la situación social, política y económica en Tierra y en Luna, poseer amplios conocimientos de psicología en todas sus ramificaciones, un amplio conocimiento de la tecnología con todas sus posibilidades, armamento, comunicaciones, estrategia y táctica, técnicas de agitprop, autoridades clásicas tales como Clausewitz, Guevara, Morgenstern, Maquiavelo y otros muchos.
—¿Eso es todo?
—«¿Eso es todo?». ¡Mi querido muchacho!
—Profesor, ¿cuántos libros de historia ha leído usted?
—No lo sé. Más de mil.
—Mike puede leer otros tantos esta tarde (la velocidad sólo está limitada por el método de hojeo). Y puede almacenar datos con mucha más rapidez. En pocos minutos correlacionará los hechos con los que ya conoce, localizará las discrepancias, asignará valores de probabilidad a las incertidumbres. Profesor, Mike lee de cabo a rabo todos los periódicos de Tierra. Lee todas las publicaciones técnicas. Lee novelas (sabiendo que son novelas), porque necesita estar continuamente ocupado y siente avidez por saber cada día más. Si hay algún libro que deba leer para resolver esto, dígalo. Mike lo devorará en un abrir y cerrar de ojos.
El profesor parpadeó.
—Estoy anonadado. Muy bien, veamos si es capaz de hacerlo. Aunque sigo creyendo que hay algo llamado intuición y criterio humano.
—Mike tiene intuición —dijo Wyoh—. Intuición femenina, quiero decir.
—En cuanto a «criterio humano» —añadí—, Mike no es humano. Pero todo lo que sabe lo ha adquirido de seres humanos. Conózcale usted, y juzgue acerca de su criterio.
—De acuerdo —suspiró el profesor.
De modo que llamé por teléfono.
—¡Hola, Mike!
—Hola, Man, mi único amigo masculino. Saludos para ti, Wyoh, mi única amiga femenina. Oigo a una tercera persona. Conjeturo que puede ser el profesor Bernardo de la Paz.
El profesor se sobresaltó, luego pareció complacido.
—Has acertado, Mike —dije—. Por eso te he llamado; el profesor es no-estúpido.
—Gracias, Man. Profesor Bernardo de la Paz, encantado de conocerle.
—También yo estoy encantado de conocerle a usted, señor. —El profesor vaciló, y continuó—: Mi … Señor Holmes, ¿puedo preguntarle cómo ha sabido usted que yo estaba aquí?
—Lo siento, señor; no puedo contestar. ¿Man? Tú conoces mis métodos.
—Mike se está haciendo el astuto, profesor. Se refiere a algo que aprendió haciendo un trabajo confidencial para mí. Lo cierto es que le ha identificado a usted por su respiración y sus latidos cordiales, y ello le ha indicado el peso, la edad aproximada y el sexo.
—Y me complace poder decir —señaló Mike— seriamente que no he detectado ningún síntoma de trastornos respiratorios o cardíacos, cosa poco frecuente en un hombre de la edad del profesor y que ha pasado tantos años en Earthside. Le felicito, señor.
—Gracias, Señor Holmes.
—No hay por qué darlas, profesor Bernardo de la Paz.
—Una vez conocida su identidad, Mike supo la edad que tenía, cuándo fue transportado y por qué, cualquier cosa que haya aparecido acerca de usted en el Lunatic, el Moonglow o en cualquier publicación lunar, incluyendo fotografías, su saldo bancario, si paga usted sus facturas puntualmente, y muchas cosas más. Mike obtuvo esos datos en una fracción de segundo en cuanto supo su nombre. Lo que no ha dicho, porque era asunto mío, es que sabía que yo le había invitado a usted aquí, de modo que no tuvo que esforzarse mucho para suponer que continuaba usted aquí al oír los latidos y la respiración. Mike, no necesitas decir «Profesor Bernardo de la Paz» cada vez que te dirijas a él; basta con «profesor».
—Anotado, Man. Pero él se dirigió a mí tratándome de señor.
—Lo mismo le digo a usted, profesor, nada de cumplidos. ¿Qué opina ahora de Mike?
—¡Estoy impresionado!
—Bien, vamos a entrar en materia. Mike, anoche te di una grabación. —Pegué mi boca al micrófono y susurré—: Día de la Bastilla.
—Localizado, Man.
—¿Has pensado en ello?
—En muchos sentidos. Wyoh, hablaste muy bien.
—Gracias, Mike.
—Bueno —dije—, en aquella grabación le oíste decir a Wyoh que deberíamos comerciar libremente con Tierra. Y le oíste decir al profesor que deberíamos dejar de enviar alimentos a Tierra. ¿Quién tiene razón?
—En términos inmediatos, la propuesta de Wyoh sería muy ventajosa para la gente de Luna. El precio de los artículos alimenticios en la catapulta principal aumentaría cuatro veces, como mínimo. Esto tiene en cuenta un ligero aumento de los precios al por mayor en Tierra, «ligero» porque la Autoridad vende ahora al precio aproximado del mercado libre. Su gran beneficio lo obtiene al controlar los precios en la catapulta principal. De modo que el efecto inmediato sería un aumento del precio del orden que he indicado anteriormente: unas cuatro veces.
—¿Has oído eso, profesor? —inquirió Wyoh.
—Por favor, querida. Nunca lo he discutido.
—El aumento del beneficio para el cultivador sería superior al cuádruplo debido a que, tal como Wyoh señaló, ahora tiene que comprar agua y otros elementos a precios controlados y muy altos. Suponiendo la existencia de un mercado libre, el aumento de su beneficio sería del orden de un séxtuplo. Pero esto sería contrapesado por otro factor: los precios más altos para las exportaciones provocarían un aumento del precio de todo lo que se consume en Luna, bienes y trabajo. El efecto total sería un aumento del nivel de vida del orden del ciento por ciento. Esto iría acompañado de un vigoroso esfuerzo para perforar más túneles de cultivo, extraer más hielo, mejorar los métodos de cultivo, todo ello conducente a aumentar la exportación. Sin embargo, el Mercado Terráqueo es tan amplio y la escasez de alimentos tan crónica, que la reducción del beneficio provocada por el incremento de la exportación no sería un factor preponderante.
El profesor dijo:
—Señor Mike, ¡creo que eso no haría más que apresurar el agotamiento de las posibilidades de producción de Luna!
—La proyección fue especificada como inmediata, Señor profesor. ¿Debo continuar con la proyección a largo plazo a base de sus observaciones?
—¡Por favor!
—La masa de Luna, en toneladas, es de siete coma tres seis veces diez a la decimonovena potencia. Así, teniendo en cuenta otras constantes variables incluyendo las poblaciones lunar y terrestre, la actual tasa diferencial de exportación en toneladas podría continuar durante siete coma tres seis veces diez a la duodécima potencia años, antes de gastar el uno por ciento de Luna. En números redondos, siete mil billones de años.
—¿Qué? ¿Está seguro?
—Le invito a comprobarlo, profesor.
—¿Es esto una broma, Mike? —dije—. Si lo es, no resulta divertida ni siquiera una vez.
—No es una broma, Man.
—De todos modos —dijo el profesor, reponiéndose—, lo que enviamos no es la corteza de Luna. Es nuestra sangre vital: agua y materia orgánica. No rocas.
—Lo he tenido en cuenta, profesor. Esta proyección está basada en la transmutación controlada: cualquier isótopo en cualquier otro y postulando energía para cualquier reacción no exoenergética. La roca sería enviada… transformada en trigo, en carne y en otros alimentos.
—¡Pero nosotros no sabemos cómo hacer eso! ¡Amigo, esto es ridículo!
—Pero sabremos cómo hacerlo.
—Mike tiene razón, profesor —intervine—. Desde luego, hoy no tenemos ni idea. Pero la tendremos. Mike, ¿has computado cuantos años tardaremos en conseguirlo?
Mike respondió con voz triste:
—Man, mi único amigo masculino aparte del profesor, que espero será amigo mío, lo he intentado. Inútilmente. La cuestión es indeterminada.
—¿Por qué?
—Porque en teoría implica una ruptura. Mis datos no me permiten predecir cuándo y dónde puede aparecer un genio.
El profesor suspiró.
—Mike, amigo, no sé si sentirme aliviado o decepcionado. Entonces, ¿esa proyección no significa nada?
—¡Desde luego que significa algo! —exclamó Wyoh—. Significa que lo produciremos cuando lo necesitemos. ¡Díselo, Mike!
—Lo siento, Wyoh. La solución está en un genio, y un genio no puede «producirse». No. Lo siento.
—Entonces —dije—, ¿tiene razón el profesor? ¿Cuando empezamos a apostar?
—Un momento, Man. Hay una solución especial sugerida por el profesor en su discurso de anoche: devolución de los envíos, tonelada por tonelada.
—Sí, pero eso no puede hacerse.
—Si el coste fuera suficientemente bajo, los terráqueos lo harían. Sólo sería necesario que el transporte Tierra-Luna fuese tan barato como el transporte Luna-Tierra.
—¿«Sólo», dice usted?
—Comparado con el otro problema, sí, Man.
—¿Cuánto tardaríamos en obtenerlo? —inquirió Wyoh.
—Calculándolo por encima, a base de datos insuficientes y en su mayor parte intuitivos, el tiempo sería del orden de los cincuenta años.
—¿Cincuenta años? ¡Eso no es nada! Podemos tener libre comercio.
—Wyoh, he dicho «del orden de» los cincuenta años. No en cincuenta años.
—¿Cambia eso las cosas?
—Las cambia —dije—. Lo que Mike ha querido dar a entender es que no lo espera antes de cinco años, pero le sorprendería que tardara más de quinientos. ¿No es eso, Mike?
—Correcto, Man.
—De modo que necesitamos otra proyección. El profesor señaló que nosotros enviamos agua y materia orgánica sin que nos sean devueltas. ¿De acuerdo, Wyoh?
—Desde luego. Sólo que no creo que el problema sea urgente. Lo resolveremos cuando nos enfrentemos con él.
—Bien. Mike, no hay transporte barato, no hay transmutación: ¿Cuánto tardaremos en tener problemas?
—Siete años.
—¡Siete años! —Wyoh dio un respingo y miró fijamente el teléfono—. Mike, cariño, ¿es posible que hayas dicho eso?
—He hecho todo lo que estaba a mi alcance, Wyoh —respondió Mike en tono quejumbroso—. El problema tiene un número indeterminadamente amplio de variantes. He revisado varios millares de soluciones utilizando numerosos supuestos. La respuesta más favorable derivó del supuesto de no producirse ningún aumento en el tonelaje, ningún aumento en la población lunar —a través de un riguroso control de la natalidad—, y de un notable incremento de la búsqueda de hielo a fin de mantener el suministro de agua. Ese dio una respuesta de veinte años. Todas las otras respuestas fueron peores.
Wyoh, más tranquila, dijo:
—¿Qué ocurrirá en esos siete años?
—La respuesta de siete años a partir de ahora la he obtenido teniendo en cuenta la situación actual, ningún cambio en la política de la Autoridad, y ningún cambio en la conducta de la población. El veinte-ochenta y dos es el año en el que espero disturbios a causa de la escasez de alimentos. El canibalismo no se producirá hasta dos años más tarde, como mínimo.
—¡Canibalismo! —exclamó Wyoh, enterrando la cabeza contra el pecho del profesor.
El profesor palmeó cariñosamente su espalda.
—Lo siento, Wyoh —dijo—. La gente no se da cuenta de lo precaria que es nuestra ecología. Incluso así, me ha impresionado a mí. Yo sé que el agua discurre monte abajo… pero no imaginaba lo terriblemente pronto que alcanzará el fondo.
Wyoh se irguió y mostró un rostro tranquilo.
—De acuerdo, profesor, estaba equivocada. Debemos recurrir al embargo… con todo lo que lleva implícito. Vamos a trabajar. En primer lugar, dejemos que Mike nos diga qué posibilidades tenemos. Usted confía ahora en él, ¿no es cierto?
—Sí, querida. Debemos tenerle de nuestra parte. ¿Manuel?
Me costó mucho tiempo convencer a Mike de la seriedad de nuestros propósitos, hacerle comprender que las «bromas» podían matarnos (a aquella máquina, que no podía conocer la muerte humana) y obtener la seguridad de que podría y querría proteger secretos contra no importa qué programas de extracción que pudieran utilizarse: incluso contra nuestras señales, si no procedían directamente de nosotros. A Mike le dolió que yo pudiese dudar de él, pero el asunto era demasiado serio para arriesgarse a un resbalón.
Luego tardamos dos horas en programar y reprogramar, cambiar supuestos e investigar resultados, antes de que los cuatro —Mike, el profesor, Wyoh y yo— quedásemos convencidos de haber aportado todos los datos necesarios para establecer qué posibilidades tenía la revolución acaudillada por nosotros de triunfar contra la Autoridad antes de que estallaran las revueltas a causa del hambre, con las manos vacías —contra el poder de Tierra, con sus once mil millones de habitantes—, sin sacar conejos de los sombreros, contando con la seguridad de que se producirían traiciones, errores y debilidades, y con el hecho de que ninguno de nosotros era un genio. El profesor se aseguró de que Mike sabía historia, psicología y economía. Al final, Mike estaba señalando muchas más variantes que el profesor.
Por fin decidimos que la programación era completa… o al menos que no se nos ocurría ningún otro factor significativo.
—Este es un problema indeterminado —dijo entonces Mike—. ¿Cómo voy a resolverlo? ¿Desde un punto de vista optimista, o pesimista? ¿Expresando las probabilidades como una curva, o como varias curvas? ¿Qué opina usted, profesor?
—¿Manuel?
Dije:
—Mike, cuando hago rodar un dado, hay una probabilidad entre seis de que salga un as. No queremos una respuesta optimista ni pesimista; no queremos curvas. Sólo queremos saber una cosa: ¿qué probabilidades tenemos? ¿Una entre mil? ¿Ninguna? ¿Comprendes?
—Sí, Manuel García O’Kelly, mi primer amigo masculino.
Durante trece minutos y medio no se oyó ningún sonido, mientras Wyoh se mordía los nudillos. Mike no se había tomado nunca tanto tiempo. Empezaba a creer que había sido sometido a una sobrecarga y que algunos de sus elementos había fallado, cuando Mike dijo:
—Manuel, amigo mío, lo siento muchísimo.
—¿Qué pasa, Mike?
—Lo he experimentado una y otra vez, revisado y vuelto a revisar. ¡Sólo hay una probabilidad entre siete de ganar!