Capítulo: 4

La oí reír en voz baja unas cuantas veces mientras yo preparaba la cama. Luego me senté junto a ella, cogí las hojas impresas que Wyoh había terminado y empecé a leer. Me interesaba sobre todo ver cómo las había calificado mi compañera.

Las marcaba «más», «menos» y a veces con un signo de interrogación; además, ponía en ellas «una vez» o «siempre»: muy pocas llevaban el «siempre». Puse mis calificaciones debajo de las suyas. No estaban en desacuerdo con demasiada frecuencia.

Cuando yo llegaba al final Wyoh estaba repasando mis calificaciones. Terminamos juntos.

—Bien —dije—. ¿Qué opinas?

—Creo que tienes una mente poco refinada, y me extraña que tus esposas te soporten.

—Mum dice eso a menudo. Pero ¿qué me dices de ti, Wyoh? Has marcado con «más» algunas historietas que harían enrojecer a un soldado.

Wyoming sonrió.

Da. No se lo digas a nadie; públicamente soy una devota organizadora de partido, por encima de tales cosas. ¿Has decidido que tengo sentido del humor?

—No estoy seguro. ¿Por qué has puesto un «menos» en la número diecisiete?

—¿Cuál es? —Las repasó hasta encontrarla—. ¡Oh, esa! Cualquier mujer hubiera hecho lo mismo. No es divertido, es simplemente necesario.

—Sí, pero piensa en lo estúpida que parecía ella.

—La cosa no tiene nada de estúpida. Más bien triste. Y, mira aquí. Tú has opinado que esta no era divertida. La número cincuenta y uno.

Me di cuenta de que nuestros desacuerdos estaban relacionados casi siempre con los tópicos humorísticos más antiguos. Se lo dije a Wyoh. Ella asintió:

—Desde luego, hay cosas en las que los hombres y las mujeres no podremos coincidir nunca.

Decidí cambiar de tema. Empecé a hablarle de Mike.

Wyoh no tardó en decir:

—Mannie, ¿estás tratando de sugerir que esa computadora está viva?

—¿Qué quieres decir? —pregunté a mi vez—. No suda, ni va al W. C. Pero puede pensar, y hablar, y tiene conciencia de sí misma. ¿Está «viva»?

—No estoy segura de lo que quiero expresar al decir «viva» —admitió Wyoming—. Hay una definición científica, ¿no es cierto? Irritabilidad, o algo por el estilo. Y reproducción.

—Mike es irritable y puede ser irritante. En cuanto a reproducirse, no está diseñado para ello pero… sí, dale tiempo, materiales y una ayuda muy especial, y Mike podrá reproducirse a sí mismo.

—También yo necesito una ayuda muy especial —dijo Wyoming—, puesto que soy estéril. Invierto diez períodos lunares y muchos kilogramos de los mejores materiales. Pero hago buenos bebés. Mannie, ¿por qué no tendría que estar viva una máquina? Siempre he tenido la impresión de que lo estaban. Algunas de ellas acechan la oportunidad de acabar con nosotros cuando menos lo esperamos.

—Mike no haría eso. No lo haría a propósito, quiero decir. Pero le gusta gastar bromas, y una de ellas podría dar mal resultado… como un cachorro que no sabe que está mordiendo. Mike es ignorante. No, no es ignorante, sabe muchísimo más que tú, o que yo, o que cualquier hombre que haya vivido nunca. Sin embargo, no sabe nada.

—Repite eso, por favor. Creo que no acabo de entenderlo.

Traté de explicarlo. Mike conocía casi todos los libros existentes en Luna, podía leer mil veces más aprisa que cualquiera de nosotros y no olvidar nada a menos de que se decidiera a borrarlo, podía razonar con perfecta lógica y formular complicadas hipótesis partiendo de datos insuficientes… pero no sabía nada acerca de cómo estar «vivo».

Wyoming me interrumpió:

—Ahora lo entiendo. Estás diciendo que es listo y sabe mucho, pero no está sofisticado. Como un nuevo camarada cuando encalla en La Roca. En Earthside podría ser un profesor cargado de títulos… pero aquí es un bebé.

—Exactamente. Mike es un bebé cargado de títulos. Pregúntale cuánta agua y qué productos químicos se necesitan para cultivar cincuenta mil toneladas de trigo, y te lo dirá sin pararse a respirar. Pero no sabe si un chiste es divertido.

—En mi opinión, la mayoría de esos son muy buenos.

—No los inventó él. Los leyó, y estaban señalados como chistes, de modo que los archivó como tales. Pero no los comprende, porque nunca ha sido un… una persona. Últimamente ha estado intentando inventar chistes. Muy malos, en realidad… —Traté de explicar las patéticas tentativas de Mike para ser una «persona»—. Y encima de eso, está muy solo.

—¡Pobrecillo! También tú te sentirías solo si no hicieras más que trabajar, trabajar, trabajar, estudiar, estudiar, estudiar, y nunca te visitara nadie. Eso es una crueldad.

De modo que le hablé de mi promesa de encontrar «no-estúpidos».

—¿Querrías charlar con él, Wyoh? ¿Y no reírte cuando incurra en algún error cómico? Si lo haces, se disgustará y callará.

—Desde luego que lo haré, Mannie… cuando salgamos de este embrollo. En Luna City estoy a salvo. ¿Dónde está esa pobre computadora? ¿En la Central de Ingeniería de la Ciudad? No conozco esa zona.

—No está en Luna City, sino a medio camino a través de Crisium. Y tú no podrías ir allí; se necesita un pase del Alcaide. Pero…

—¡Un momento! A medio camino a través de Crisium… Mannie, ¿esa computadora es una de las que hay en el Complejo de la Autoridad?

—Mike no es una computadora más —contesté—. Es el jefe de las computadoras, el que las dirige a todas. Las demás son simples máquinas, extensiones de Mike, que las controla. Dirige personalmente la catapulta, fue su primer trabajo: catapulta y radar balístico. Pero controla también el sistema telefónico, y supervisa la lógica de los otros sistemas.

Wyoh cerró los ojos y se apretó las sienes con las palmas de las manos.

—Mannie, ¿sabes si Mike sufre?

—¿Sufrir? El trabajo no le agobia. Tiene tiempo para leer chistes.

—No me refiero a eso. Quiero decir: ¿puede sentir dolor?

—¿Qué? No. Puede sentirse lastimado en sus sentimientos. Pero no puede sentir dolor. Creo que no. No, seguro que no puede sentirlo, no tiene receptores para el dolor. ¿Por qué?

Wyoh se tapó los ojos con las manos y murmuró:

—Bog me ayude.

Luego alzó la mirada y dijo:

—¿No te das cuenta, Mannie? Tú tienes un pase para ir al lugar donde se encuentra esa computadora. Pero la mayoría de lunáticos ni siquiera pueden apearse del tubo en aquella estación; es solamente para los empleados de la Autoridad. Y mucho menos entrar en la sala de la computadora principal. Quería saber si Mike podía sentir dolor porque… bueno, porque has hecho que me inspirase lástima, al hablarme de su soledad. Mannie, ¿te das cuenta de lo que harían allí unos cuantos kilogramos de plástico?

—¡Claro que me doy cuenta! —Estaba sorprendido y disgustado.

—Sí. Actuaremos inmediatamente después de la explosión… ¡y Luna será libre! Hum… Yo te suministraré los explosivos… pero no podemos movernos hasta que estemos organizados para explotar el golpe. Mannie, tengo que salir de aquí, debo arriesgarme a hacerlo. Me pondré el maquillaje. —Empezó a incorporarse.

La obligué a permanecer sentada, sujetándola fuertemente con mi mano izquierda. Se sorprendió, y me sorprendí yo también: hasta entonces no la había tocado, salvo cuando el contacto era necesario. ¡Oh! En la actualidad es distinto, pero en 2075 tocar a una mujer sin su consentimiento podía significar la aparición de muchos hombres solitarios dispuestos a rescatarla y, como dicen los chicos, el juez Lynch nunca duerme.

—¡Siéntate y no te muevas! —dije—. Sé lo que significaría una explosión. La que no parece saberlo eres tú. Gospazha, siento decir esto… pero si tuviera que elegir, te eliminaría a ti antes que destruir a Mike.

Wyoming no se puso furiosa. Realmente era un hombre en algunos aspectos: sus años de revolucionaria disciplinada, estoy seguro; era todo mujer en la mayoría de aspectos.

—Mannie, me has dicho que Shorty Mkrum había muerto.

—¿Qué? —aquel brusco cambio de tema me confundió. Sí. No puede estar vivo. Tenía una pierna arrancada por la cadera; debió desangrarse en un par de minutos.

(Puedo hablar por experiencia: yo me salvé gracias a las transfusiones de sangre y a una gran dosis de suerte… y lo mío no podía compararse con lo de Shorty).

Wyoh dijo sobriamente:

—Shorty era mi mejor amigo aquí, y uno de mis mejores amigos en cualquier parte. Era todo lo que admiro en un hombre: leal, honrado, inteligente, amable, valiente… y adicto a la Causa. Pero ¿me has visto llorar por él?

—No. Es demasiado tarde para llorar.

—Nunca es demasiado tarde para llorar. He estado llorando desde que me lo dijiste. Pero he ocultado mi pena en lo más hondo de mi corazón, ya que la Causa no deja tiempo para el llanto. Mannie, si ello hubiese comprado la libertad para Luna —o incluso hubiese sido parte del precio—, habría eliminado a Shorty con mis propias manos. O a ti. O a mí misma. Y, sin embargo, tú sientes escrúpulos cuando te hablan de hacer volar una computadora…

—¡No es eso! —protesté. (Pero lo era, en parte. Cuando un hombre muere, no me impresiona demasiado; todos estamos condenados a muerte desde el día en que nacemos. Pero Mike era único y no había ningún motivo para que no fuese inmortal)—. Wyoming, ¿qué ocurriría si destruyésemos a Mike? Dímelo.

—No lo sé exactamente. Pero se produciría una gran confusión, y eso es precisamente lo que nosotros…

—No lo sabes. Confusión, sí. Los teléfonos cortados. Los tubos sin funcionar. Tu ciudad no sufriría mucho; Hong Kong tiene su propia energía. Pero Luna City, Novylen y otras conejeras se quedarían sin energía. Oscuridad total. La atmósfera se haría sofocante. Luego descenderían la temperatura y la presión. ¿Dónde está tu traje-p?

—En la consigna de la Estación Oeste del Tubo.

—Lo mismo que el mío. ¿Crees que podrías encontrar el camino? ¿A oscuras? ¿Y llegar a tiempo? No estoy seguro de que pudiera conseguirlo yo, y he nacido en esta conejera. ¿Con los pasillos llenos de gente aterrorizada?

—Pero ¿no hay dispositivos de emergencia? En Hong Kong City los tenemos.

—Algunos. No los suficientes. El control de todo lo que es esencial para la vida debería estar descentralizado y parangonado de modo que si una máquina falla otra asuma sus funciones. Pero eso cuesta dinero y, como tú misma has señalado, a la Autoridad le tiene sin cuidado nuestra seguridad. Mike no debería desempeñar todas las tareas. Pero resultó más barato traer una gran máquina, hundirla profundamente en La Roca donde no pueda ser dañada, y sobrecargarla de tareas. ¿Sabías que la Autoridad obtiene tantos beneficios prestando los servicios de Mike como negociando con la carne y el trigo? Wyoming, no estoy seguro de que la destrucción de Mike significara la liberación de Luna City. Los lunáticos son muy mañosos y podrían salir del paso hasta que se restableciera la automatización. Pero estoy convencido de una cosa: mucha gente moriría, y los supervivientes estarían demasiado ocupados para pensar en la política.

Estaba asombrado. Aquella mujer llevaba en La Roca casi toda la vida, y sin embargo aún se le ocurría algo tan ingenuo como destruir los controles mecánicos.

—Sí fueses tan lista como hermosa, Wyoh, no hablarías de destruir a Mike; pensarías en el modo de conquistarlo para nuestra causa.

—¿Qué quieres decir? —inquirió—. El Alcaide controla las computadoras.

—No sé lo que quiero decir —admití—. Pero no creo que el Alcaide controle las computadoras: no distinguiría una computadora de un montón de rocas. El Alcaide, o su plana mayor, decide la política a seguir, los planes generales. Técnicos semicompetentes los programan en Mike, el cual los clasifica, les da sentido, planea programas detallados, mantiene las cosas en movimiento. Pero nadie controla a Mike; es demasiado listo. Realiza lo que le piden, porque está construido para eso. Pero autoprograma su lógica y toma decisiones por su cuenta. Lo cual es una buena cosa, ya que si él no fuese listo el sistema no funcionaría.

—Sigo sin comprender lo que quieres decir al hablar de «conquistarlo para nuestra causa».

—¡Oh! Mike no siente lealtad hacia el Alcaide. Tal como tú has señalado, es una máquina. Pero si yo deseara embrollar los teléfonos sin tocar el aire, el agua o la luz, hablaría con Mike. Si le parece divertido, podría hacerlo.

—¿No podrías programarlo, simplemente? Si no he entendido mal, tienes acceso a la sala donde se encuentra.

—Si yo, o cualquiera, programara esa orden en Mike sin hablar previamente con él, el programa sería colocado en situación de «retenido» y sonarían alarmas en muchos lugares. Pero si Mike deseara hacerlo… —le conté lo del cheque de diez mil billones—. Mike se está buscando a sí mismo, querida. Y se encuentra muy solo. Me dijo que yo era «su único amigo»… Si tú te molestaras en entablar amistad con él, también, sin pensar en él como en una simple máquina… Bueno, no me he parado a meditar en las consecuencias, pero si yo intentara algo grande y peligroso, me gustaría tener a Mike de mi parte.

Wyoming dijo pensativamente:

—Si hubiera algún medio para introducirme en la sala donde está… ¿Crees que el maquillaje serviría de algo?

—¡Oh! No necesitas ir allí. Puedes hablar con él por teléfono. ¿Quieres que le llamemos?

Wyoming se puso en pie.

—Mannie, no eres solamente el hombre más raro que he conocido; eres también el más exasperante. ¿Cuál es su número?

—Se me habrá pegado de alternar demasiado con una computadora —dije, acercándome al teléfono—. Una cosa más, Wyoh. Tú obtienes lo que deseas de un hombre agitando las pestañas y haciendo ondular tu estructura.

—Bueno… a veces. Pero también tengo un cerebro.

—Utilízalo. Mike no es un hombre. No tiene glándulas, ni hormonas, ni instintos. Utiliza tácticas femeninas y no te responderá. Piensa en él como en un chiquillo supergenio demasiado joven para notar el vive-la-difference.

—No lo olvidaré. Mannie, ¿por qué le llamas «él»?

—Hum… No puedo llamarle «ello», ni pienso en él como «ella».

—Quizás sería mejor que yo pensara en él como «ella». Como si perteneciera al sexo femenino, quiero decir.

—Haz lo que mejor te parezca.

Marqué MYCROFTXXX, ocultando la maniobra con mi cuerpo; no estaba dispuesto a compartir el número hasta que viera cómo marchaba la cosa. La idea de destruir a Mike me había impresionado profundamente.

—¿Mike?

—Hola, Man, mi único amigo.

—Es posible que no sea tu único amigo a partir de ahora, Mike. Quiero presentarte a alguien. No-estúpido.

—Sabía que no estabas solo, Man; puedo oír la respiración. ¿Quieres pedirle, por favor, al No-Estúpido que se acerque más al teléfono?

Wyoming se sobresaltó. Susurró:

—¿Puede ver?

—No, No-Estúpido, no puedo verte; este teléfono no tiene circuito de video. Pero los receptores microfónicos biaurales te sitúan con bastante exactitud. Por tu voz, tu respiración, tus latidos cordiales y por el hecho de que estás sola en una habitación de hotel con un macho maduro, extrapolo que eres una hembra humana, de unos sesenta y cinco kilos de masa, y de edad madura, del orden de los treinta años, aproximadamente.

Wyoming se quedó con la boca abierta. Dije:

—Mike, su nombre es Wyoming Knott.

—Encantada de conocerte, Mike. Puedes llamarme «Wye».

—¿Por qué no? —respondió Mike.

Intervine:

—Mike, ¿era eso un chiste?

—Sí, Man. Observé que su nombre de pila abreviado difiere de la pregunta inglesa «Why»: ¿por qué?, en una simple hache aspirada y que su apellido suena como la negación general. «Not». ¿No es divertido?

Wyoming dijo:

—Muy divertido, Mike. Yo…

Le hice una seña para que se callara.

—Un buen juego de palabras, Mike. Y un buen ejemplo de chiste que sólo resulta divertido la primera vez. Divertido a través del elemento sorpresa. La segunda vez no hay sorpresa; en consecuencia, no hay diversión. ¿Correcto?

—Yo había llegado a esa conclusión por tanteo, en lo que respecta a los juegos de palabras, pensando en tus observaciones de nuestra penúltima conversación. Me alegro de ver confirmado mi razonamiento.

—Buen muchacho, Mike; estás haciendo progresos. Aquel centenar de chistes… los he leído, y también Wyoh.

—¿Wyoh? ¿Wyoming Knott?

—¿Eh? ¡Oh, desde luego! Wyoh, Wye, Wyoming, Wyoming Knott… todo es lo mismo. Lo que no debes llamarla es «¿Por qué no?».

—Convine no volver a utilizar ese juego de palabras, Man. Gospazha, ¿te parece bien que te llame «Wyoh» en vez de «Wye»? Conjeturo que la forma monosilábica podría ser confundida con el monosílabo interrogante a través de una redundancia insuficiente y sin intención de hacer juegos de palabras.

Wyoming parpadeó —el inglés de Mike en aquella época podía resultar asfixiante—, pero se repuso prontamente.

—Desde luego, Mike. «Wyoh» es la forma de mi nombre que más me gusta.

—Entonces la utilizaré. La forma completa del nombre de pila es aún más propicia a una mala interpretación, ya que el sonido es idéntico al del nombre de una región administrativa en la Zona Noroeste del Directorio Norteamericano.

—Lo sé. Nací allí, y mis padres me pusieron el nombre del Estado. Apenas recuerdo nada de él.

—Wyoh, lamento que este circuito no permita la exhibición de fotografías. Wyoming es una zona rectangular que se extiende entre las coordenadas terráqueas cuarenta y uno y cuarenta y cinco grados norte, ciento cuatro grados tres minutos oeste y ciento once grados tres minutos este, conteniendo así doscientos cincuenta y tres mil quinientos noventa y siete coma dos seis kilómetros cuadrados. Es una región de altiplanicies y montañas, de feracidad limitada pero famosa por sus bellezas naturales. Su población era muy escasa, pero aumentó considerablemente a través del subplan de repoblación humana del Programa de Renovación Urbana del Gran Nueva York, A. D. Veinte-veinte-cinco a través de veinte-treinta.

—Eso fue antes de que yo naciera —dijo Wyoh—, pero estoy enterada de ello; mis abuelos fueron enviados allí… y puede decirse que aquel fue el motivo de que yo viniera a parar a Luna.

—¿Debo continuar acerca de la zona llamada «Wyoming»? —preguntó Mike.

—No, Mike —intervine—. Probablemente tienes horas enteras almacenadas sobre el tema.

—Nueve coma siete tres horas a la velocidad de una conversación, sin incluir el conjunto de las referencias colaterales, Man.

—Me lo temía. Tal vez Wyoh desee escucharlo algún día. Pero el propósito de esta llamada era el de que conocieras a esta Wyoming… que es también una alta región de belleza natural y montañas imponentes.

—Y feracidad limitada —añadió Wyoh—. Mannie, si quieres trazar paralelismos tontos, no debes olvidar ese. Mike no está interesado en mi aspecto.

—¿Cómo lo sabes? Mike, me gustaría mostrarte alguna fotografía suya.

—Wyoh, estoy realmente interesado en tu aspecto; espero que serás amiga mía. Pero he visto varias fotografías tuyas.

—¿Qué? ¿Cuándo y cómo?

—Las busqué en cuanto oí tu nombre. Tengo bajo mi custodia los archivos del Hospital General de Hong Kong Luna. En la sección de partos, figura tu ficha con tus datos biológicos y fisiológicos, tus historiales clínicos y noventa y seis fotografías tuyas. De modo que las he examinado.

Wyoh quedó completamente desconcertada.

—Mike puede hacer eso —le expliqué— en el tiempo que nosotros tardamos en hipar. Tendrás que acostumbrarte a ello.

—¡Pero, cielos! Mannie, ¿te das cuenta de la clase de fotografías que toman en la Clínica?

—No había pensado en ello.

—Entonces, no lo pienses. ¡Qué desastre!

Mike habló con voz tímida, como un chiquillo que teme ser reprendido por la travesura que acaba de cometer.

Gospazha Wyoh, si te he ofendido ha sido sin querer y lo siento de veras. Puedo borrar esas fotografías de mi almacenaje temporal y situarlas en el archivo de modo que sólo aparezcan cuando la Clínica las pida. ¿Debo hacerlo?

—Puede hacerlo —le aseguré a Wyoming—. Con Mike siempre puedes volver a empezar: en ese sentido es mejor que los humanos. Puede olvidar esas fotografías hasta el punto de no acordarse de ellas cuando la Clínica las pida. De modo que, si te sientes en un apuro, acepta su ofrecimiento.

—Hum… No, Mike, no tengo inconveniente en que tú las veas. ¡Pero no se las enseñes a Mannie!

Mike vaciló largo rato… cuatro segundos o más. Era, creo, el tipo de dilema que desquicia a una computadora. Pero Mike lo resolvió.

—Man, mi único amigo, ¿debo aceptar esa orden?

—Prográmala, Mike —contesté—, y atente a ella. En cuanto a ti, Wyoh, permíteme que te diga que tu actitud me parece no solamente mezquina, sino también de una mojigatería inconcebible en ti. ¿Por qué motivo no puedo admirar esas fotografías? Mike podría imprimirlas para mí la próxima vez que venga a visitarle.

—El primer ejemplar de cada serie —ofreció Mike—, de acuerdo con mis análisis asociativos de tales datos, sería susceptible de complacer a cualquier macho humano maduro y mentalmente sano.

—¿Qué opinas, Wyoh?

—¡Ni hablar! ¿Una fotografía mía con una toalla a guisa de turbante, de pie delante de una rejilla y sin maquillar? ¿Has perdido el juicio? ¡Mike, no se las des!

—No se las daré. Man, ¿es esto un no-estúpido?

—Tratándose de una chica, sí. Las chicas son interesantes, Mike; pueden llegar a conclusiones con menos datos incluso que tú. ¿Vamos a cambiar de tema y a examinar los chistes?

Esto desvió su atención. Recorrimos la lista, exponiendo nuestras conclusiones. Luego tratamos de explicar los chistes que Mike no había entendido. Con éxito diverso. Pero el verdadero tropiezo resultaron ser las historietas que yo había marcado «divertidas» y Wyoh había calificado de «no divertidas», o viceversa; Wyoh le preguntó a Mike su opinión de cada una de ellas.

Me hubiera gustado que lo hubiese hecho antes de que diéramos nuestras opiniones; aquel delincuente juvenil electrónico siempre estaba de acuerdo con ella, y en desacuerdo conmigo. ¿Qué se había hecho de las opiniones sinceras de Mike? ¿Acaso le estaba «dando coba» a su nueva amistad? ¿O se dejaba llevar de su retorcido sentido del humor y me estaba tomando el pelo?

—¿Te das cuenta, Mannie? ¡Mike es un ella!

Me encogí de hombros y me puse en pie.

—Mike —dije—, hace veintidós horas que no he pegado un ojo. Podéis seguir charlando hasta que os canséis. Yo voy a acostarme. Te llamaré mañana.

—Buenas noches, Man. Te deseo un sueño feliz. Wyoh, ¿tienes sueño?

—No, Mike, he dormido un rato. Mannie, ¿no te despertaremos si hablamos?

—No. Cuando tengo sueño, duermo.

Empecé a convertir el sofá en cama.

Wyoh dijo:

—Perdona, Mike, en seguida estoy contigo. —Se puso en pie y me quitó la sábana de las manos—. Yo lo arreglaré después. Dormirás en la cama, tovarich; estás más gordo que yo.

Estaba demasiado cansado para discutir, de modo que me tendí en la cama y me quedé dormido inmediatamente. Me parece recordar haber oído en sueños risitas y un chillido, pero, no desperté lo suficiente para estar seguro.

Desperté más tarde y me despabilé del todo al darme cuenta de que estaba oyendo dos voces femeninas, la de contralto de Wyoh, y otra más aguda, de soprano, con acento francés. Wyoh dejó escapar una risita ante algo que acababa de oír, y respondió:

—De acuerdo, querida Michelle, te llamaré pronto. Buenas noches, querida.

—De acuerdo. Buenas noches, querida.

Wyoh se puso en pie y dio media vuelta.

—¿Quién es tu amiga? —le pregunté.

Creía que no conocía a nadie en Luna City. Podía haber telefoneado a Hong Kong… pero sabía que era peligroso hacerlo.

—¿Mi amiga? ¡Oh! Mike, desde luego. No queríamos despertarte…

¿Qué?

—Sí. Discutimos con Mike acerca de su sexo, y dijo que podía pertenecer a cualquiera de los dos. De modo que ahora es Michelle, y esa era su voz. Le salió bien a la primera tentativa; y no se hizo bronca ni una sola vez.

—Desde luego que no; sólo resulta un par de octavas chillona. ¿Qué intentas hacer? ¿Partir en dos su personalidad?

—No es sólo su voz; cuando Mike es Michelle, cambia por completo de modales y de actitud. No te preocupes por lo de partir en dos su personalidad; le sobran recursos para cualquier personalidad que quiera asumir. Además, Mannie, así es mucho más fácil para las dos. Podemos hablar de mujer a mujer, como si nos conociéramos de toda la vida. Por ejemplo, esas absurdas fotografías ya no me preocupan. De hecho, hablamos de mis embarazos sin ningún reparo. Michelle estaba terriblemente interesada. Lo sabe todo acerca de la procreación, pero sólo en teoría. En realidad, Mannie, Michelle es mucho más mujer de lo que Mike era hombre.

—Bueno… supongamos que sea así. Pero no dejará de impresionarme la primera vez que llame a Mike y me conteste una mujer.

—¡Oh! Eso no ocurrirá.

—¿Por qué?

—Michelle es mi amiga. Cuando llames tú, se pondrá Mike. Ella me ha dado un número para que la cosa funcione: «Michelle», con y griega, MYCHELLE, añadiendo Y para completar las diez cifras.

Me sentí vagamente celoso, al mismo tiempo que me daba cuenta de lo absurdo de mis sentimientos. De pronto, Wyoh se echó a reír.

—Michelle me ha contado un montón de chistes nuevos… ¡Muchacho! ¡Sabe algunos realmente verdes!

—Mike, o su hermana Michelle, es una vil criatura. Vamos a preparar el sofá. Yo apagaré la luz.

—Quédate donde estás. Cállate, da media vuelta y procura dormir.

Me callé, di media vuelta y procuré dormir.

Mucho más tarde, y medio en sueños, noté que algo cálido rozaba mi espalda. No me hubiera despertado, pero Wyoming sollozaba en voz baja. Me volví y coloqué su cabeza sobre mi brazo, sin hablar. Wyoming dejó de sollozar; su respiración se hizo plácida y tranquila. Me quedé dormido de nuevo.