Capítulo sexto

El viento negro

El viento negro comenzó a soplar hacia el alba y me desperté bañado en sudor. Había reconocido en mi sueño su voz triste, su voz negra. Me asomé a la ventana, busqué por los muros sobre los tejados, sobre el pavimento de la calle, en las hojas de los árboles y en el cielo del Posillipo las señales de su presencia. Como un ciego, caminando a tientas, acariciando el aire y rozando los objetos con las manos estiradas, así hace el viento negro; que es ciego y no ve dónde va, y ahora toca aquella pared, ahora esta rama, ahora aquel rostro humano, ahora la ladera de un monte, dejando en el aire y en las casas la negra huella de su leve caricia.

No era la primera vez que oía la voz del viento negro y en el acto la reconocí. Me desperté bañado en sudor y, asomándome a la ventana, contemplé las casas, el mar, el cielo, las nubes sobre el mar.