11

Los últimos retoques

«Un científico debe tomarse la libertad de plantear cualquier cuestión, de dudar de cualquier afirmación, de corregir errores».

Julius Roben Oppenheimer

23 DE ABRIL DE 1945,

BASE AÉREA WENDOVER

La paciencia del coronel Tibbets estaba empezando a llegar al límite. Cada vez era más difícil controlar a sus hombres. Llevaban meses entrenándose para una misión de la que desconocían casi todo. La tensión crecía por momentos y los escándalos en Salt Lake City eran ya del dominio público. Pero eso no era lo que más preocupaba al coronel, lo que realmente le tenía obsesionado era la lentitud con la que se tomaban las cosas en Los Álamos. Según sus últimas informaciones, la primera bomba estaba prácticamente terminada. Los problemas del principio se habían resuelto. Uno de los científicos, un tal Parsons, había viajado allí unos días antes para explicarle cuál era el funcionamiento de la bomba y cómo habían resuelto algunos de los problemas que se habían encontrado.

El núcleo de la bomba estaba compuesto por uranio, con un peso de unos diez kilogramos. Éste estaba dividido en dos y separado por unos ciento ochenta centímetros dentro del ánima del cañón, que se encontraba en el interior de la cubierta de la bomba. Entre las dos piezas había un diminuto pisón, un escudo resistente a los neutrones, compuesto por una aleación de elevada densidad. El pisón debía impedir que las dos partes de uranio reaccionaran entre ellas, para evitar un punto crítico no deseado. De esta manera se podía controlar la explosión. La pieza más pequeña de U-235 pesaría poco más de dos kilos. Su forma era la de una bala atómica que se pondría en funcionamiento mediante un sistema de encendido por proximidad, saliendo disparada a través del ánima del arma hacia el «objeto», la otra pieza de U-235. El «objeto» permanecería fijo en la boca del cañón, a unos cuantos centímetros de distancia y pesaría unos ocho kilogramos. Cuando fuera disparada la bala de uranio, segaría los pernos que la sostenían en su lugar, atravesando el pisón, chocando contra el «objeto», provocando la explosión nuclear en cadena.

Después de la explicación. Parsons le dijo algo a Tibbets típicamente científico. A pesar de toda la planificación y las pruebas, los hombres de Los Álamos no estaban seguros de que la bomba funcionara. Hasta el mismo momento de la prueba algo podía fallar; no creía que el riesgo de fracaso fuera muy alto, pero cabía la posibilidad.

Desde entonces los científicos de Los Álamos se habían dedicado a perfeccionar la bomba. Sus continuos retoques le hacían pensar a Tibbets que a aquellos hombres les importaba más crear un arma perfecta, que acabar el trabajo y terminar con aquella maldita guerra. Al paso que iban, la guerra terminaría y ellos seguirían con sus dichosos retoques.

Tibbets había investigado por su cuenta la base de Tinian, desde donde tendrían que realizar las operaciones. Una de las secciones de la base se había reservado al 509. Las órdenes para reservar un barco en el que transportar todo el material y a los hombres ya estaban dadas. El barco estaba preparado en Seattle. Todo lo que tenía que hacer era telefonear a Washington utilizando su clave secreta e inmediatamente la orden se activaría.

Tibbets estaba ansioso por entrar de nuevo en acción, todos aquellos meses de preparación estaban causando mella en su cabeza. Echaba de menos a su esposa y sus hijos, pero sabía que mientras aquella misión continuara no podría verles. El coronel había estado un par de veces a punto de dar las órdenes, pero no sabía cuáles serían las consecuencias de su decisión. Groves podía quitarle el mando por saltarse las normas, hacerle comparecer ante un consejo de guerra o mandarle directamente a Alaska.

Lo que desconocía Tibbets es que Groves también se estaba impacientando con los científicos.

El coronel Tibbets siguió su instinto y, dejando a un lado sus miedos, pidió en la centralita que le pusieran en comunicación con el Cuartel General de las Fuerzas Aéreas en Washington. Le pasaron con su oficial de enlace y le transmitió el mensaje clave.

—Aquí Silverplate. El 509 está preparado para actuar —dijo con voz firme.

Desde el otro lado de la línea no hubo respuesta, pero el proceso se puso en marcha. A los pocos días le informaron que el equipo de tierra abandonaría la base antes del 6 de mayo para embarcar en Seattle, los aviones saldrían hacia el Pacífico unas semanas más tarde.

Unos días después. Tibbets recibió una llamada telefónica de alta prioridad.

—Coronel —dijo la voz—, tiene un grave problema con «caballito».

A Tibbets se le secó la boca. Sabía que «caballito» era el nombre clave del general Groves. Imaginaba que el general ya estaba al corriente de su jugada y que no tardaría mucho en ponerse en contacto con él. Las consecuencias de su decisión eran imprevisibles.

Al día siguiente, fue convocado a una reunión en el despacho de Groves a primera hora de la tarde. Tibbets llamó a la puerta. Le sudaban las manos y sentía el corazón acelerado. Apenas cruzó el umbral, el general Groves estalló en cólera.

—¡Maldita sea, coronel! ¿Quién diablos se cree usted que es para ordenar sin mi permiso que el 509 sea trasladado a su base en el Pacífico?

Tibbets no abrió la boca. Permaneció en posición de firme mirando para el frente.

—¿Usted cree que en el ejército cada uno puede hacer lo que le venga en gana? El 509 no es su equipo particular, lo paga el contribuyente y usted está bajo mis órdenes. ¿Acaso yo he ordenado el traslado? —dijo el general gritando.

—No, señor. No ha ordenado el traslado, pero mis hombres no pueden soportar más la presión. Mientras sus compañeros mueren en el frente ellos están aquí, disfrutando de la vida.

—¿Quiere que le destine al frente, coronel? ¿Es eso lo que quiere? Llevamos meses preparándoles para la misión más importante de esta maldita guerra, una misión que puede acabar con los japoneses de un plumazo, pero ustedes quieren pegar unos tiros para desahogarse. ¿No les basta con los escándalos de Salt Lake City? Tengo la mesa llena de quejas y en la mayoría de las denuncias me piden su cuello, coronel.

—Lo lamento, señor. Hago lo que puedo para que mis hombres se comporten, pero son jóvenes y están aburridos. Sólo buscan algo de diversión.

—¿Diversión? A su edad, durante la Gran Guerra, nos pasábamos todo el tiempo en capilla rogando a Dios para que todo terminase y pudiéramos volver a casa, sanos y salvos. ¿Qué clase de hombres ha elegido, Tibbets? ¿A bestias pardas?

—He elegido a los mejores, señor.

Se produjo un silencio en el despacho. Groves apoyó su mano sobre la barbilla y observó a Tibbets. Conocía los informes del comandante Uanna sobre los delitos de algunos de los hombres del 509. Había mirado para otro lado y cruzado los dedos para que en el Alto Mando no se enterasen que el 509 era un nido de delincuentes y asesinos, pero su paciencia tenía un límite.

—Mire Tibbets, me pongo en su lugar —dijo el general levantándose de la silla.

—Gracias, señor.

—No es fácil meterse en una jaula y domar a esas fieras. Además, qué diablos, yo también estoy hasta las narices de tantos retrasos. El plazo para la terminación de la bomba expira en un mes y medio. Sus hombres necesitan conocer el terreno para familiarizarse con él.

—Eso es lo que yo pienso, señor —dijo Tibbets, respirando hondo y comenzando a relajase.

—El cambio de Presidente está siendo una contrariedad. El secretario de Guerra Stimson tiene que reunirse uno de estos días con Truman para que dé luz verde al proyecto —dijo Groves.

—Entiendo, señor.

—Pero, maldita sea, ¡ha logrado usted que nos movamos! ¡Ahora ya nadie puede detenernos! —dijo Groves cambiando el tono y mostrando su felina sonrisa.

—Pero ¿entonces no está enfadado, señor? —preguntó Tibbets con los ojos muy abiertos.

—¿Enfadado? Llevaba semanas esperando que este maldito proyecto volviera a ponerse en marcha y usted lo ha conseguido. Tibbets.

—Sólo cumplía con mi deber, general —respondió el coronel confuso por la reacción de Groves.

—Esos científicos no pueden seguir parando el proceso. Ahora que sus aviones están de camino a la base principal, tendrán que tener terminado su juguetito cuanto antes.