Un día, de repente, me asaltó una imagen muy clara de un joven arrojando monedas por la rejilla de la alcantarilla delante de la casita de las afueras en la que vivía. Era lo único que tenía, pero la imagen era tan diáfana y tan perturbadoramente extraña que no me quedó otro remedio que escribir un relato sobre ella. La redacción transcurrió sin tropiezos ni vacilaciones, lo que respalda mi teoría de que las historias son como reliquias, es decir, no cosas nuevas que creamos (y cuyo mérito podemos atribuirnos), sino objetos ya existentes que desenterramos.