Los Íncubos del Paralelo X es el título más horrible que ha aparecido sobre mi nombre y estoy seguro que Malcolm Reiss, el editor, me perdonará por decirlo. Fue un título típico de Planet Stories y he estado sentado aquí, tratando de recordar algunos de los títulos de parodia que inventaba George O. Smith. Los recuerdo, pero no puedo compartirlos con usted, aún en estos días liberados…
No he visto a Mal en muchos años, pero nos hemos escrito; está sano, cordial y trabajando duro en Nueva York. Es uno de los primeros descubridores de Ray Bradbury; tengo una carta de Ray, en la que describe un acto de Mal Reiss, que contiene la más bella de las cosas buenas que he dicho respecto a los editores en la introducción; una vez rechazó un relato de Bradbury, porque sabía que lo vendería a una revista mayor y lo hizo. Tengo otro claro recuerdo de Mal Reiss: dientes. Y Ray Bradbury tiene los dientes más brillantes que he visto en mi vida. Apuesto a que cuando estaban juntos en el mismo cuarto y sonreían, cualquier tercera persona quedaría, como cegado por la nieve.
* * *
«Es más pequeño», pensó Garth, tendido sobre su vientre en la cima de la colina y mirando hacia abajo la casa de Gesell entre ramas apartadas cuidadosamente. La casa se levantaba muy alta sobre él cuando era niño, el año pasado, la semana pasada, anoche, en sus sueños. Y ahora, el momento para el cual se preparó, que aguardó desde el día en que había terminado su mundo, no pudo sentir emoción ni triunfo…, sólo es más pequeño.
El gran edificio con sus alas extensas, sus antenas receptoras de poder retorcidas, rotas, sus patios con hierbas amarillas, yacía como en el hueco de algún cuello poderoso, con un acantilado y la saliente de una montaña oprimiéndolo en su estado apretado, abrigado.
«Debí saberlo —pensó—. Era únicamente un niño cuando partí…, cuando los ffanx…».
Se perdió en el sueño reestimulado, la clara imagen mental de su nave espacial de juguete flotando en el aire sobre una columna de fuego frío, y su sueño infantil en mundos y después el estruendo agudo de retroimpulsores, auténticos retroimpulsores, los de los ffanx, que habían puesto fin a su sueño, a su niñez y a su mundo.
Garth Gesell deslizó una mano de dedos largos bajo su abdomen y sacó una raíz nudosa que lo lastimaba. «Estaba ahí —pensó—, ahí mismo, junto al edificio principal. Vinieron los ffanx y corrí alrededor del frente y entre las puertas dobles y tropecé con papá y con Mooley. Y el techo cayó y Mooley, el gato, corrió a través del fuego y se encontraba desnudo y agonizante, y luego allí estaba la cabeza de papá con una esquirla a través del puente de la nariz y el extremo de ella en un ojo reventado, hablándome…, hablando desde un montón de despojos, en medio de la tortura, con gentileza y grandeza, pidiéndome que salvara una raza y un mundo y un sistema…».
Bueno, había regresado. No estaba de vuelta en casa, pues ése era territorio enemigo ahora. Todo el mundo retrasado, salvaje, era territorio enemigo para cualquiera que se aventurase fuera de su colonia, y la aldea adoptada por Garth se hallaba a muchos largos días de marcha detrás de él. También estaban detrás de él los años de crecimiento, de entrenamiento y de vivir con la fuerza hostigadora, impulsora, de su promesa infantil a su padre: «Abriré la entrada».
—Abriré la entrada.
Lo dijo en voz alta, intensa, en una profunda nueva dedicación al deseo de su padre. Y entonces se arrojó con violencia a un lado.
Su subconsciente vigilante, su oído entrenado fueron un poco lentos para evitar el golpe por completo. El grueso venablo lo golpeó dolorosamente entre los omóplatos, en vez de sepultarse en su espalda. Rodó sobre él, lo tomó y se levantó de un salto en un solo movimiento fluido, lanzando un golpe hacia arriba con el venablo. Tuvo la impresión rápida de una figura alta, ancha, dorada, que sin mover los pies, se flexionó con gracia a un lado para esquivar la punta famélica del venablo. Entonces hubo un fuerte golpe en la muñeca de Garth y el venablo voló hasta la vegetación.
Garth permaneció, estremecido e impotente oprimiéndose la muñeca y mirando la sonrisa tranquila del desconocido.
—Te mueves con rapidez, ¿verdad? —observó el hombre. Tenía una cara rústica, sincera y el acento áspero, rápido de un septentrional. Estaba con las gruesas piernas separadas, las rodillas un poco flexionadas. Garth tuvo la impresión que desde esa posición, el hombre podía moverse instantáneamente en cualquier dirección, aún hacia arriba—. Pero no lo suficiente para Bronce —añadió el hombre.
Garth entendió el nombre y su razón…, la piel dorada y el pelo amarillo; el cinturón y las botas claveteados eran una característica obvia personal. Bronce tenía en la mano un bastón lanzador pulido, origen del grueso venablo como bala. Golpeó con él lentamente una palma grande, callosa, mientras estudiaba a Garth.
—¿Qué buscas?
Garth señaló por encima de su hombro el edificio derruido, abajo, en el hueco verde.
—¿Cómo llaman ese lugar?
—Gesell.
—Yo también soy Gesell.
La cara de Bronce se convirtió en una máscara. El hombre caminó más allá de Garth, dejando caer su lanzador en la carcaj que colgaba tras de su hombro derecho. Se inclinó, recogió el arma de Garth y se la entregó.
Garth evitó cuidadosamente darle las gracias.
—Te oí decir que abrirías la entrada.
Garth afirmó con movimientos de cabeza.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó Bronce y en ese instante Garth sintió que había triunfado.
Suprimió una sonrisa.
—No necesito ayuda —respondió.
—Podrías necesitarla —insistió Bronce.
Garth se encogió de hombros como si no le importara. En realidad le importaba mucho. Había sabido por mucho tiempo que tendría que reclutar alguna ayuda y le agradaban la apariencia de esos amplios hombros y la habilidad obvia que sin duda intervino en el atavío y en las armas del hombre.
—¿Acaso te interesa si abro la entrada?
Bronce se humedeció los labios. Después contestó, sin tratar de ocultar sus motivos:
—Allí hay mujeres. Miles de ellas. Las mejores, las más vivas en este mundo o fuera de él —hizo una pausa—. Vengo a este sitio todo el tiempo. Me siento aquí arriba, miro hacia la casa e intento encontrar una entrada —extendió sus grandes manos—. Si estuvieras tratando de impedir que llegara a esas mujeres, intentaría matarte. Si puedes ayudarme a llegar a ellas, estoy de tu parte. Hasta el final. ¿Comprendes?
—Bastante justo —admitió Garth y esta vez permitió que apareciera la sonrisa—. ¿No hay suficientes mujeres aquí para ustedes?
—No hay suficientes mujeres en todo el maldito mundo. Siete en Prellton…, ésa es mi aldea…, y cien hombres. Allá en la montaña, en Haddon, hay el doble de mujeres y el triple de hombres.
—¿Así que quieres que la entrada sea abierta para poder tenerlas a todas?
—¿Yo? —chilló Bronce—. No, hombre, solamente quiero una. Una mujer nada más, toda para mí.
—Veo que eres un hombre razonable —dijo Garth sonriendo—. Puedes ir conmigo.
Bronce pareció como si Garth le hubiera dado un reino y además un par de alas.
—He oído hablar de ustedes, los Gesell.
—Oíste hablar de mi padre —explicó Garth.
—Aún se habla de él.
«Si había un santuario, debía haber una leyenda», pensó Garth.
—¿Por qué no trataron de invadir la casa?
—Algunos lo han intentado en alguna ocasión —replicó Bronce. Lanzó una mirada rápida, temerosa, al hueco—. Todos han muerto.
—Eso es lo que he oído —Garth estudió a Bronce pensativamente—. ¿Alguna vez lo viste suceder?
—En una ocasión. —Bronce descolgó de su hombro su carcaj y se agachó en el talud, pasando los venablos entre sus gruesos dedos mientras hablaba, probando sus puntas, sus astas hendidas, nerviosamente—. Yo iba a vigilar, con Rob O’Bennet y sus luchadores. Flan de Haddon y sus hombres hicieron el ataque principal, porque ellos tienen la colonia más grande, íbamos a descender y a apoyarlos, una vez que entraran a la casa —se interrumpió para humedecer sus labios. Sus ojos de color ámbar estaban obsesionados—. La casa tenía dos guardianes, entonces como ahora…, únicamente dos, nada más que dos contra nosotros, doscientos. Los muchachos de Flan lanzaron gritos que podían oírse sobre la montaña, y atacaron. No hubo una señal de vida en la casa, hasta que estuvieron en la mitad del patio, ahí… —señaló—, y entonces salieron los guardianes, uno de la esquina del norte, uno del sur, junto a la pequeña puerta. Hubo un rayo de fuego verde, que no puede describirse con palabras. —Bronce se cubrió los ojos mientras hablaba—. Lo vi extenderse entre los guardianes y entonces quedé cegado.
»Cuando pude ver nuevamente, mis muchachos valientes habían desaparecido, dejándome aquí, en la hierba, frotándome los ojos ardorosos. Y allá abajo, en el patio, yacían Flan y treinta y ocho de sus muchachos, negros y humeantes.
Hizo una pausa mientras la imagen aterrorizadora moría detrás de sus ojos.
—Después —continuó—, un grupo de nosotros fuimos a Haddon a ver si tantos muertos habían dejado una viuda para nosotros, pero tenían el lugar bien fortificado con una empalizada.
Garth no hizo ningún comentario.
—Dime lo que sepas de los guardianes.
—Te diré bastante poco —respondió Bronce—. Pero si dijera lo que he oído, estaría hablando un mes o más. Todo lo que se ve de ellos es esa capucha puntiaguda y el hábito que llega hasta el suelo. Algunos dicen que hay hombres y mujeres…, o había. Otros dicen que son monstruos. Otros dicen que son monstruos del otro lado de la entrada.
—Pronto lo veremos —prometió Garth.
—Eres un Gesell —dijo Bronce, con voz ronca por la excitación contenida—. Puedes entrar como un invitado.
—No puedo —respondió Garth brevemente—. Siento decepcionarte, Bronce, pero ha corrido mucha agua bajo los puentes desde que nos conquistaron los ffanx. Mi padre construyó la entrada hace veinte años, pensando que protegería a esas mujeres durante el mes que tomaría, más o menos, aplastar a los ffanx. Ellos mataron a mi padre y cerraron la entrada. Y para entonces, el mundo era una ruina, con las mujeres desaparecidas y los hombres luchando por el puñado de ellas que restaban y el secreto de la entrada encerrado en el cerebro de un niño de ocho años. Y ahora la casa es un santuario y los centinelas sus guardianes, la ciencia es magia y cada parte del mundo lucha contra las otras partes.
—¿Qué estás diciendo? ¿No puedes entrar simplemente, tú, un Gesell?
—Todo ha cambiado —insistió Garth con paciencia—. He escuchado los relatos de cada viajero, leído toda crónica, que hay muy pocas, y todo se reduce a una estupidez: soy el único hombre viviente que puede abrir la puerta y esos tontos consagrados de allá abajo me matarán al verme, si me aproximo.
—¿Cómo sé que eres un Gesell? —inquirió Bronce, con renovadas sospechas.
—No lo sabes —replicó Garth. Hizo un movimiento repentino, breve, sin levantar la mirada o volverse. El tubo pareció saltar de su funda derecha a la mano—. Mira, Bronce.
La cara de Bronce se endureció.
—¿Qué es? ¿Qué es eso?
Garth oprimió un botón en un lado del tubo. Un rayo de luz saltó del tubo y bañó la cara aterrorizada de Bronce. El gigante gritó y luego permaneció sentado, inmóvil, con los ojos cerrados, espantado. Garth apagó el tubo y lo volvió a la funda.
—Mi apellido es Gesell —dijo en tono de conversación—, pero me importa un comino si lo crees o no.
—¿Qué fue eso? ¿Qué fue lo que hizo? Esa luz, esa luz blanca…
—Nada más que luz —respondió Garth y rió. Palmeó al gigante en el hombro musculoso—. Deja de temblar.
—No debiste hacer eso —dijo Bronce roncamente—. No tienes que asustarme así, Gesell. Dije que te ayudaría. No estaba retractándome. Te creo.
—Bueno. Ahora cállate y déjame planear esto.
Se encontraron en la cresta de una pendiente arbolada que descendía casi verticalmente hasta el claro. La casa se hallaba en el centro del claro y más allá había otra elevación…, la misma saliente de la montaña, no tan alta como la elevación en que se ocultaban. El patio cubierto de hierba no ofrecía abrigo, excepto por un par de árboles gigantescos, uno de los cuales se levantaba sobre el edificio central. Una gruesa rama tendía un brazo poderoso, protector, sobre el techo. Garth lo miró y estudió con detenimiento la pendiente opuesta.
—¡Bronce!
Bronce estaba junto a él, casi empujándolo, en su ansiedad por servirlo.
—¿Qué, Gesell?
—¿Tienes buena puntería?
—Bastante buena, Gesell. Una vez maté a un venado a cien metros.
—¿Cuántos?
—Setenta —rectificó Bronce, encontrándose transfigurado por los ojos profundos de Garth.
Tragó saliva y sonrió.
—Hay cerca de ciento cincuenta hasta la parte superior del risco… ¿Ves la roca allí, arriba de la casa?
—Ajá. Podría clavar un venablo allí. Sin embargo, no se hundiría con demasiada fuerza.
—¿Podrías ponerlo exactamente allí?
Confiado, Bronce formó un círculo con sus dedos índice y pulgar.
—Podría hacerlo pasar por esto.
—Muéstramelo.
Bronce eligió un venablo y colocó la contera en el alojamiento en forma de copa del extremo de su lanzador. Probó el suelo bajo sus pies, miró sobre su cabeza en busca de vegetación colgante y se movió un poco a la izquierda. Permaneció en posición por un momento, fijando ojos hipnóticos en el risco opuesto. Luego actuó. Su brazo fue una mancha y el bastón fue invisible. Casi crujió al hender el aire.
Por un breve instante, Garth perdió de vista el venablo por completo. Después, sus ojos perspicaces captaron su vibración un momento antes que se detuviera, hundido en el tronco de un árbol a la orilla del risco rocoso. Contuvo el aliento y, en alrededor de un segundo, oyó a través del tibio aire de la tarde el sonido sordo, suave, sólido, de su impacto.
«¡Increíble!», pensó. Indiferentemente, dijo:
—No está mal. No obstante, odiaría depender de eso si hubiera viento.
Se quitó el cinturón. Vestía una combinación ceñida a la piel, de calzones y blusa de color azul profundo, con una angosta faja blanca alrededor y abajo de sus axilas y otra debajo de su cintura. Levantó los brazos y palpó sobre esta línea y tiró de un pequeño anillo, que deslizó por la raya. A juzgar por los ojos muy abiertos y la boca colgante de Bronce, era la primera vez que veía un cierre deslizante.
Garth repitió el movimiento con un segundo anillo en la raya inferior y sacó la porción central de su blusa sobre su cabeza…, un tubo simple, elástico, de material suave y delgado. Pasó su borde entre los dedos, se detuvo y sacó cuidadosamente un hilo, del que tiró. Comenzó a destejer la tela, ignorando al atónito Bronce que lo miraba asombrado.
—¿Qué estás haciendo?
—Sirve para algo —dijo Garth—. Quiero que limpies el suelo, bien limpio, en algún lugar sólido. Necesito un espacio de dos metros por dos, sin una paja siquiera encima, con aire despejado sobre ella. Encárgate tú.
Intrigado, Bronce obedeció. Cuando ya Garth tenía destejidos nueve metros de hilo, el espacio se encontraba preparado y Bronce, jadeando, se hallaba de regreso al lado de Garth. Éste se apiadó de él…, obviamente, estaba a punto de estallar de curiosidad. Levantó el hilo.
—Rompe un pedazo para mí, Bronce.
Bronce tomó el extremo del hilo, lo enredó en torno a sus puños y…
—¡Espera! —exclamó Garth, riendo.
Tomó dos gruesos pedazos de rama, desenredó el hilo de los grandes puños dóciles y enredó un par de vueltas del hilo en torno a cada trozo de madera, dejando alrededor de quince centímetros de hilo entre ellos.
—Inténtalo ahora —sugirió—. Agarra la madera, no el hilo.
Aturdido, Bronce tomó los dos pedazos de madera y tiró. El hilo se puso tenso con un tañido musical, que subió de tono mientras Bronce tiraba. Una expresión de asombro total cruzó su cara. Descansó, dio vuelta a los dos pedazos de madera, de modo de enredar más hilo y dejar únicamente cinco centímetros entre ellos. Apoyó la espalda contra un árbol, apretó la mandíbula y, con las grandes manos cerca de su pecho, comenzó a tirar. Sus bíceps se contrajeron hasta que brilló la piel tensa. Su cuerpo se apartó en forma visible del tronco en el que se apoyaba, mientras sus músculos escapulares se anudaban.
Se oyó un crujido ahogado de sus hombros y Garth avanzó, alarmado. Entonces cedió uno de los pedazos de madera. El hilo penetró como una guadaña en un haz de espigas de trigo y Bronce quedó jadeando, mirando aturdido el trozo de rama cortado con limpieza. El hilo cayó, entero y sin haberse distendido.
—Te di la madera porque te hubiera cortado las manos —explicó Garth, sonriendo.
—¿Qué material de ffanx es ése? —jadeó Bronce.
—No es material de ffanx; es estrictamente humano. Fibra con moléculas condensadas, hilada bajo fuerte bombardeo iónico. Tiene una cohesión lineal del orden de cinco toneladas y media de prueba y siete y media de resistencia a la ruptura. Y no tiene en absoluto cohesión rotatoria.
—Sí —aceptó Bronce—, pero ¿qué es?
—Es lo que vas a atar a un venablo y a dispararlo para mí sobre la barranca. Ahora vamos a deshilarlo. Hay trescientos cincuenta metros de hilo en esta camisa. La mitad de eso será suficiente. Le daremos un poco más.
Por dos horas, mientras las sombras vespertinas se alargaban, trabajaron poniendo meticulosamente el hilo en una serie de pequeños rollos. Cada vuelta yacía plana y obediente. Poco a poco comenzaron a alfombrar todo el espacio despejado. Hablaron poco, excepto hacia la terminación del laborioso trabajo.
—Ya hay bastante —dijo Garth finalmente.
Bronce se irguió y se golpeó en los riñones doloridos.
—Tengo hambre.
—Comamos —replicó Garth.
Bronce tomó sin una palabra su carcaj y su lanzador y se deslizó entre los matorrales. Antes de un cuarto de hora estaba de vuelta, con dos grandes conejos. Uno tenía un agujero desgarrado en la cabeza, detrás de los ojos, y el otro aún se hallaba atravesado en las costillas y el corazón por uno de los venablos. Bronce se agachó, sacó un cuchillo desgastado y desolló uno de los animales, al que sacó las entrañas con la rápida indiferencia de una larga práctica, y tendió los cuartos tibios y sangrantes a Garth.
—Escúchame —dijo Garth con la boca llena—. No sé con seguridad quiénes son esos guardianes. Pero esto lo sé con seguridad…, ese fuego verde que viste no proviene de ellos. Viene de abajo del suelo…, un campo de energía activado por algo que llevan bajo esos largos hábitos… ¿Por qué me molesto en explicártelo?
—Estoy oyendo —gruñó Bronce, escupiendo un pedazo de nervio.
—Está bien. Ahora, escucha. Se necesitan dos guardianes, ambos sobre la línea de esos cables del subsuelo, para producir ese fuego. Pero se requieren dos de ellos para hacerlo. ¿Comprendes? Si puedo quitar del paso a uno de ellos, puedes atacar al otro sin peligro.
—¿Eh?
Bronce limpió sangre de conejo de su mentón.
—¿Me entiendes? Voy a dejarte un minuto y deseo saber qué puedo esperar de ti. ¿Podrás atacar a un guardián sin peligro de quemarte?
Bronce lo miró.
—Dijiste que puedo hacerlo, ¿no? —preguntó sencillamente.
Garth dejó que su sonrisa apareciera otra vez.
—Creo que vamos a conseguirlo, Bronce —prometió—. Ahora, éste es el plan.
La noche era fría y silenciosa, pero Garth, vestido sólo con su cinturón, sus botas y la más breve de las trusas, que era todo lo que restaba de su ropa, estaba bañado en sudor, cuando completó el escalamiento largo y silencioso hasta la cima del risco. Llenó y vació sus pulmones en respiraciones profundas, mientras caminaba a tientas por la orilla de la abrupta pared rocosa del risco. Encontró el lugar pelado y el árbol en el que había hundido Bronce su venablo de prueba esa tarde.
Se puso tras el árbol en que aún estaba el venablo de Bronce y, sacando la mano con su linterna sorda, envió un rápido haz de luz blanca hacia arriba, por el tronco.
Luego esperó.
Había una luna creciente en el firmamento. En algún sitio, un insecto chilló pidiendo grasa, y una rana arbórea tañó sus cuerdas de piano. Sobre la orilla sólo se veía oscuridad, veinticinco metros o más de caída recta y luego, apartada de la sombra del risco, a cien pasos de la base rocosa, se levantaba la sombra arqueada del gran árbol, con su rama extendida sobre el edificio principal, como un gigante inmovilizado en un ademán de bendición.
¿Dónde se hallaba Bronce? La montaña opuesta era una masa informe de sombra y luz cambiante de luna. ¿Estaba allí, apuntando cuidadosamente al punto en que vio el haz de luz? ¿O se había ido, libre del hechizo de asombro y maravilla que proyectó Garth sobre él, caminando de vuelta hacia su aldea, para pasar esa noche y el resto de su vida especulando respecto a la vez en que casi ayudó a abrir la entrada?
De pronto, el insecto y la rama arbórea fueron más de lo que pudo soportar Garth. Salió de atrás del árbol, con un resoplido de impaciencia. Oyó de inmediato un murmullo silbante que se aproximó…, el aire abanicó su nariz y sus ojos, y algo chocó contra el tronco del árbol. Cayó de rodillas, mirando la oscuridad y rió a pesar de sí mismo. «Espero haber empleado toda mi estupidez para esta noche», pensó arrepentido. Había barajado la posibilidad que Bronce no volviera a acertar en el árbol, especialmente en la oscuridad…, y casi salió del abrigo del tronco del árbol para detener el venablo con su cabeza.
El venablo no se hundió en el tronco, pues había indicado a Bronce que hundiera la punta en un pedazo de madera dura; nunca habría podido sacarla del árbol y, para hacer lo que necesitaba hacer, el extremo del hilo debía estar libre.
Buscó el venablo a tientas y lo encontró. Sacó del bolsillo de su cinturón un par de guantes moldeados, ligeros, delgados, impenetrables, hechos de la misma materia condensada que su blusa. Se los puso, levantó el venablo y halló el hilo al tacto. Tiró de él, hasta que, de pronto, sintió dos tirones enérgicos en sus manos. Sonrió. Ése era Bronce. «¡Buena suerte!».
Tomó un cabo del hilo y dio dos vueltas alrededor del árbol, metió el lazo del cabo bajo la parte principal, donde fuera oprimida contra el tronco. Un ligero tirón a la parte libre soltaría el hilo.
Respiró profundamente y caminó hasta la orilla del risco. Todo dependía de su cálculo de las distancias implicadas.
«Eso es», pensó. Tomó con cuidado el hilo en el punto al que lo habían llevado sus medidas y lo ató a la parte posterior de su cinturón. Se arrodilló y limpio un espacio del suelo y tiró del hilo cuidadosamente, de manera que quedara libre. Después fue hasta la orilla del risco, levantó las manos sobre su cabeza y tomó la parte anclada del hilo, donde pasaba en tensión de árbol a árbol a través del hueco. Miró e intentó no pensar.
Los edificios estaban a oscuras, excepto una difusa luz anaranjada en la casa principal. Pudo ver sombras, un movimiento ocasional, al pasar figuras inquietas una y otra vez ante la luz, en el interior.
¿Qué diablos estaba haciendo Bronce allí? ¿Había olvidado lo que le había encomendado hacer después? El gran estúpido.
Del otro lado del cañón llegó un estruendo enorme al caer rodando una roca por la pendiente y, con él, un grito espeluznante que hizo eco una y otra vez y se desvaneció repentinamente a la distancia. Sonó como veinte almas perdidas, gritando y contestando desde puntos estratégicos a ambos lados del valle.
«¡Qué pulmones!», pensó Garth y saltó del risco.
Pudo sentir el hilo que zumbaba en sus manos, al rozarlo el viento de la noche. Colgó por un momento y luego puso una mano delante de la otra. Y otra vez. Y otra. Su cuerpo comenzó a oscilar hacia adelante y hacia atrás, mientras él avanzaba. Maldijo en voz baja y contuvo la oscilación con breves detenciones sincronizadas de sus manos.
Empezaron a dolerle los hombros y trató de olvidarlo. Colgó de una mano por un momento y se permitió el lujo de bajar el otro brazo, flexionando los dedos. Siguió una mano tras otra y repitió la operación.
Juntó las manos y cruzó las muñecas, de modo que su cuerpo se volvió hacia la dirección de donde vino. El risco sombrío que había abandonado ya estaba distante, confundiéndose con la oscuridad que rodeaba los edificios. Prosiguió. Adelante y debajo de él, el gran árbol se aproximó más y más, a medida que él avanzaba. ¿Demasiado cerca?
Osciló, con los brazos casi insensibles, los hombros en agonía y las manos reducidas a dos ganchos rígidamente desobedientes que agarraban, soltaban, agarraban y soltaban, cada vez más reacios.
Hubo una conmoción junto al edificio. Alguien gritó. ¿Un guardián? En ese instante no habría distinguido a un guardián, ni le hubiera importado. El universo era una mano tras otra.
¡Llegó! Lo había esperado cada segundo y, cuando llegó, lo tomó totalmente por sorpresa. Sintió apenas un ligero tirón a su cinto, cuando el extremo del hilo se puso tenso y luego, tras él, lejos, el hilo se soltó del árbol.
Cayó como un halcón nocturno.
El suelo dio a su rodilla un solo golpe y luego comenzó a elevarse hacia los aleros de la casa. Llegó al final de su oscilación y toda la tensión desapareció repentinamente de sus brazos. Por una aterradora fracción de segundo, temió que sus manos entorpecidas no se abrirían. Después, quedó libre del hilo. Concentró todo su ser en mantener el equilibrio, flexionando las piernas.
El techo oscuro subió y lo recibió. Recibió el choque en los músculos de sus muslos, inclinó un hombro hacia abajo y rodó.
Luego quedó inmóvil por un minuto largo, lujurioso, y descansó.
Después que Bronce empujó la roca sobre el borde y rugió su terrible desafío en la noche, corrió como un conejo asustado por el túnel oscuro de un sendero que bajaba oblicuamente por la pendiente.
—Loco, loco —farfulló.
Ese plan descabellado de Gesell no podía funcionar. Era maravilloso, heroico, brillante, pero…, descabellado. Y él, Bronce, también estaba loco por pensar en ayudarlo. Regresaría a casa. Había tenido bastante…, suficiente para relatar a todo Prellton por el resto de su vida.
Pero a pesar de sus pensamientos, sus piernas lo llevaron con cautela pendiente abajo, al patio letal de la casa de Gesell.
—Línea —dijo una voz.
Era la figura encapuchada de un guardián aguardando en silencio, a la luz de la luna, para soltar su ardiente muerte verde.
«Ahora me iré a casa», pensó Bronce, muy fría y racionalmente.
Permaneció donde estaba.
Entonces vio al otro guardián, moviéndose como sobre una vía…, en forma lenta, regular, sin insinuación de movimiento de piernas…, nada más un deslizamiento extrahumano. Los caracoles se mueven así. Los ciempiés. Las historias de monstruos del otro lado de la entrada inundaron repentinamente su mente.
Bronce vio algo más. Si el segundo guardián avanzaba más, apartándose de la casa, él, Bronce, estaría en línea recta entre ambos…
Experimentó una sensación abrupta, intensa en el estómago, como si el conejo de la cena hubiera vuelto a la vida y saltado. Se puso en pie. Sintió la boca seca.
El segundo guardián estaba ya fuera de su vista, aún moviéndose hacia el punto en que envolvería a Bronce en llamas verdosas.
—Línea —dijo la segunda voz, y entonces se produjo la primera de las dos más grandes conmociones en la vida de Bronce.
Con un resplandor de luz blanca brillante, apareció una cara en el aire, a seis metros del suelo, frente a la pared desnuda del edificio.
—¡Guardián! —cantó una voz profunda, como de órgano.
La cara era la de Garth Gesell.
—¡Gesell! —jadeó un guardián.
Sollozando, corrió hacia la luz. El otro lo siguió lentamente. Bronce pudo empezar a ver, bajo el nimbo de luz de la cara radiante, todo el cuerpo de Gesell. Pendía en el aire, a alrededor de una tercera parte de la altura de la pared, con un brazo tendido hacia adelante. La otra mano parecía estar detrás de su espalda.
—¡Alto! —entonó la voz—. ¡Despójense de sus hábitos, guardianes, pues he vuelto!
El guardián de la izquierda vaciló y se detuvo. Se despojó de su hábito y lo arrojó a un lado. El otro lo imitó. Las dos figuras desnudas avanzaron hacia el edificio, como sonámbulos. Y mientras lo hacían, la cara brillante descendió lenta y majestuosamente al suelo. Los guardianes cayeron de rodillas y se inclinaron hasta la tierra a sus pies. La luz desapareció.
—¿Bronce?
Garth habló suavemente, pero la voz sacó a Bronce de su aturdimiento. Se levantó de un salto y corrió a través del amplio patio, para recibir su segunda conmoción poderosa.
Garth estaba erguido contra la pared y Bronce notó la rigidez de puro agotamiento en su postura.
—Vigílalos —murmuró Garth y volvió su linterna sorda hacia las dos figuras reverentes.
Una de ellas era una muchacha.
Los caballos salvajes atados por tanto tiempo se encabritaron en el cerebro de Bronce. Hubo una explosión de deseo que lo sacudió hasta la médula. Se inclinó rápidamente y la tomó por un brazo.
—Levántate.
Lo hizo.
Lo miró con ojos grandes y serenos. No hizo ningún intento por cubrirse. Se encaró a su mirada y aguardó simplemente.
Había dos clases de mujeres en la Tierra…, las escapadas y las restituidas. Las escapadas se salvaron de las cacerías de tos ffanx…, por casualidad, por suerte, por pura astucia animal de parte de las mujeres o de los hombres que las ocultaron. Fueron presa lícita para los ffanx mientras éstos dominaron la Tierra y eran presa lícita para cualquiera que compitió por cada una de ellas.
Y de las pocas mujeres en la Tierra, tal vez una de cada mil era restituida. Los ffanx habían sacrificado a las mujeres casi invariablemente. Pero en una ocasión, entre muchísimas, dejaban ir a la mujer. Ningún humano comprendió jamás por qué. Quizá era capricho, tal vez fue hecho por experimentación. Pero en la ética rudimentaria de una sociedad heterogénea, oscurantista, todo lo que restó de la cultura de la Tierra después que los ffanx la conquistaron y fueron destruidos a su vez, estas mujeres eran sacrosantas. Habían pagado. Su misma existencia en el planeta era una historia y una elegía; eran el pesar ambulante de la Tierra. Y no debían ser tocadas. Era todo lo que podía hacerse por su pérdida y su soledad. Ellas lo sabían y ambulaban sin temor.
Los caballos salvajes dentro de Bronce se calmaron. Se amansaron, se tranquilizaron, como si una mano firme, conocida, hubiera tocado sus belfos nerviosos.
—Hermana —dijo—, lo siento.
Ella apenas inclinó la cabeza. Luego se volvió hacia Garth y preguntó en voz baja:
—¿Qué puedo hacer por el amo?
Garth suspiró.
—Vengo desde muy lejos. Mi amigo y yo necesitamos descansar. Vigilen como siempre lo han hecho y mañana será otro día y nada volverá a ser igual para ninguno de nosotros.
La muchacha tocó el hombro del otro guardián.
—Ven.
Él se levantó. Era un joven esbelto, ceñudo, con los ojos atemorizados de una ardilla. Tenía la piel blanca, brazos delgados y una dignidad muy grande.
—Amo —dijo a Garth.
En su voz había sumisión, pero en un sentido infinitamente orgulloso de servicio, más que en uno humilde. Él y la muchacha entraron al edificio.
—Asexual —observó Bronce.
Era sólo una identificación, carente de desprecio.
—Estoy fatigado —dijo Garth.
—Descansa. Yo vigilaré —ofreció Bronce.
—Puedes dormir también —aseguró Garth—. Estamos adentro, Bronce. Realmente adentro.
—Bronce…
El gigante estaba de pie, con las armas en la mano, antes que hubiera cesado la voz de Garth. Miró alrededor suyo, no vio ninguna amenaza inmediata y fue hasta el lecho.
—¿Estás bien?
Garth se desperezó lujuriosamente.
—Nunca estuve mejor, aunque siento como si las articulaciones de mis hombros necesitaran aceite…, ¿qué hay para desayunar?
Bronce fue hasta la puerta y la abrió, llenando sus poderosos pulmones para gritar. No lo hizo. La muchacha estaba parada ahí, aguardando. Garth la vio.
—Entra… ¡Dios mío, debes estar congelándote!
—No recibí tu permiso… —respondió ella en tono grave.
—Vístete. Y dile al otro guardián que se vista. ¿Cómo te llamas?
—Viki.
—¿Cuál es su nombre…, el del otro guardián?
—Daw, amo.
—Bueno. Mi nombre no es amo. Es Garth o Gesell, como lo prefieras. Éste es Bronce. ¿Hay algo para desayunar?
—Sí, Garth Gesell.
Garth frunció los labios. La entonación de su nombre fue infinitamente más adoratoria aún que la de «amo». Dijo:
—Saldremos en un minuto. Deseo que desayunen con nosotros, ¿comprendes? Ambos, tú y el otro.
—Un gran honor, Garth Gesell.
Sonrió y su sonrisa hizo maravillas en la tensa austeridad de su cara.
Esperó un momento y cuando pareció que Garth no tenía más que decir, salió. Retrocedió hasta la puerta.
El desayuno fue bastante molesto. Desayunaron en una pequeña mesa en el salón, bajo el retrato del primer Gesell. Podría haber sido un retrato de Garth cinco o seis años mayor. Siempre se habían parecido.
Viki, vestida ya con la túnica corta flotante convencional, ceñida sólo por un cinturón ancho, permanecía retraída y silenciosa, hablando nada más cuando le hablaban y velando su mirada constante a Garth con sus largas pestañas. Daw miraba todo el tiempo al frente, con ojos redondos, siempre asombrados, y al parecer hacía lo posible por no mirar directamente a Gesell. Bronce sonreía ante la turbación de Garth e ignoraba las miradas tímidas de los dos guardianes.
Garth esperó hasta que terminó el desayuno y luego puso sus palmas sobre la mesa.
—Tenemos que trabajar.
Se volvieron a él tan extasiada y obedientemente, que perdió por un momento el hilo de sus pensamientos. Pareció que Bronce estaba a punto de reír. Garth le lanzó una mirada venenosa y dijo a los guardianes:
—Pero antes quiero hablarles. Estuve lejos mucho tiempo. Quiero oír la historia de este sitio tal como la conoces, en particular lo concerniente a la entrada.
Viki y Daw se miraron. Garth insistió:
—Vamos, vamos…
Daw se compuso, cruzó las manos sobre la orilla de la mesa y bajó la mirada.
—En el año de los ffanx —entonó—, en las praderas de Hack y Sack, apareció una luz azul en forma de una gran puerta arqueada, llena con una luz trémula.
—Confiamos en Gesell —musitó Viki.
—Y salió de esta arcada una criatura del tamaño de una mano y pesada como cuatro veces su masa en plomo fundido. Olfateó el aire, levantó un poco de tierra y levantó hasta su cabeza una caja que llevaba, y olfateó a nuestras mujeres. Luego gritó y de la arcada vinieron más de su especie en cientos de miles, vistiendo atavíos extraños y trayendo máquinas del mal. Y éstos eran los ffanx.
—Confiamos en Gesell —murmuró la muchacha.
Garth abrió la boca para hablar y la cerró abruptamente. Tenía oído fino y había captado la cadencia de la voz de Daw. Nadie habla así en forma natural. Eso no era un informe era un ritual salmodiado.
—Al principio el mundo se asombró, al principio el mundo se rió de los ffanx, pues los ffanx eran tan diminutos y sus naves eran como juguetes y se extendieron por la Tierra sin hacer daño a nadie y se sometían a la captura y actuaban como muñecos cómicos. Cubrieron el planeta y cuando estuvieron dispuestos…, atacaron.
Al decir la última palabra, inclinó la cabeza sobre sus manos unidas. Viki canturreó:
—Confiamos en Gesell.
Daw se irguió y su voz se hizo profunda. Sus ojos estaban desorbitados y fijos en el vacío. Mientras hablaba, Garth se encontró fascinado por el movimiento casi imperceptible de la cabeza peluda de Bronce, al moverla al compás del ritmo dactílico de las palabras de Daw:
—Atacaron a nuestras mujeres. —Las hallaron en casas y en cuevas y en iglesias; las mataron por millones. Sus armas eran martillos de fuerza del firmamento, sonidos inaudibles que impulsaban a hombres fuertes a matar a sus propias hijas y a suicidarse. Y entonces, los malvados ffanx descendían sobre sus cadáveres.
»Y en ocasiones las conducían, volando en sus pequeñas naves brillantes, golpeando a los hombres y empujando a las cansadas mujeres a grandes jaulas a la intemperie. Las encerraban en sus muros de fuerza y destruían todo asalto del exterior y después mataban a todas nuestras mujeres a su voluntad, ésta hoy y luego la otra, y dos o dos mil a la mañana siguiente. Y la Tierra vio su día más negro, más afligido…
»La Tierra estaba hundida en la locura.
—Confiamos en Gesell.
—Gesell era un gigante que vivía en una montaña, un creador de maravillas, quien se apartó de sus obras para resolver los problemas de la Tierra. Entre todos los hombres de la Tierra, solamente él conoció la naturaleza de los ffanx y de la tierra de donde venían y el hechizo que podía realizar para destruirlos. Fue él quien inventó un retiro para las mujeres, que aun los ffanx no pudieron descubrir. Hizo una entrada e hizo pasar mujeres por ella…, mujeres con belleza y mujeres inteligentes, y cualquiera, y todas las mujeres con hijos que pudieron llegar a la entrada.
»Y la Tierra se había hecho salvaje y los hombres perdieron la razón y asaltaron la montaña de Gesell y trataron de pasar por la entrada y apoderarse de las mujeres. En algunos era lujuria y en otros era cobardía. Así que Gesell, contra su voluntad, construyó defensas, nombró a los guardianes, dio instrucciones de matar a todo el que viniera a atacar, fueran humanos o ffanx.
—Confiamos en Gesell.
—Y ésta es la palabra de Gesell.
»Guarden la entrada con sus vidas. No intenten abrirla, o los ffanx la hallarán y se apoderarán del tesoro que oculta. Cuando llegue el momento, las mismas mujeres abrirán la entrada…, o la abriré yo u otro Gesell desde este lado. Pero vigilen bien.
»Ésa es la palabra de Gesell y el fin de su palabra, y solamente él sabe si había más, porque ése fue el fin de Gesell. Los ffanx vinieron y lo mataron, pero al morir, él lanzó un gran hechizo y ellos murieron. Murieron en dos mundos y la amenaza ha terminado. Y la Tierra está en la oscuridad y espera que Gesell retorne y que la entrada se abra. Y mientras tanto, la palabra de Gesell es la esperanza del mundo:
»Guarden la entrada.
La voz de Daw se apagó. Bronce permaneció sentado, como hipnotizado. Los labios de Viki respondieron en silencio.
Garth golpeó la mesa repentina, en forma estremecedora.
—Esto va a doler —refunfuñó—. Daw, ¿de dónde vino esa…, esa recitación? ¿Dónde comenzó?
—Es la palabra de Gesell —respondió Daw, asombrado—. Todos…
—La repetimos por la mañana y por la noche —intervino Viki—, para fortalecernos en nuestro deber.
—Pero ¿de quién son las frases? ¿Quién la inventó?
—Garth Gesell, tú debes saberlo…, o tal vez están poniéndonos a prueba.
—¿Contestarán le pregunta?
—Yo la aprendí de Daw —replicó Viki.
—Yo lo aprendí de Soames, quien la aprendió de Elbert y Vesta, a quienes se la enseñó el mismo Gesell.
Garth cerró los ojos.
—Elbert… ¡Dios! Era el…
Se interrumpió a tiempo. Recordó a Elbert…, un discípulo soñador con quien su padre tenía largas y deliciosas discusiones filosóficas y quien, en otros tiempos, barría los laboratorios, Garth empezó a comprender el nacimiento de este mito, nacido en la mente poética de un inadaptado.
Miró sus caras extasiadas.
—Voy a contarles la misma historia que me narraron ustedes —dijo secamente—, pero sin las cábalas.
»Gesell fue mi padre. Era un gran y buen hombre. No medía tres metros de altura, Bronce —se volvió a los guardianes—. Y no era un hechicero.
»Ahora, respecto a la leyenda. “Las praderas de Hack y Sack” son ciénagas al sur de lo que era, antes que llegaran los ffanx, la ciudad más grande en la Tierra. El nombre auténtico es Hackensack. El arco azul no era mágico, era ciencia…, era igual que la entrada, aunque de una clase levemente diferente.
»Los ffanx eran pequeños y pesados porque venían de un lugar donde la estructura molecular está mucho más comprimida que aquí. Y asaltaron a nuestras mujeres por una buena razón. No fue por maldad o por deporte. Para ellos era una necesidad vital. Y esa necesidad hizo inútil pensar en expulsarlos, en derrotarlos. Tenían que ser destruidos, no derrotados. No entraré en los detalles más profundos de la química interdimensional. Pero quiero que sepan exactamente lo que buscaban los ffanx…, los comprenderán mucho mejor.
»No hay gran diferencia física entre los hombres y las mujeres. Es decir, la estructura ósea, el metabolismo, las funciones del corazón, pulmones y músculos son diferentes en calidad aunque no en especie. Pero existe una cosa que producen las mujeres y los hombres no. Es una sustancia proteica compleja llamada estradiol. Una de sus partes se llama estradiol beta prima y es en lo único en que difiere el estradiol humano del de las hembras de animales. Con ella, son mujeres. Sin ella, no son nada…, frías, asexuales…, arruinadas.
»Así que era esta sustancia la que buscaban los ffanx. Ustedes han oído relatos de lo que querían. Mujeres. Pero no las necesitaban como mujeres. Querían estradiol por la mejor razón que hay sobre la Tierra o fuera de ella:
»¡Los hacía inmortales!
Bronce abrió la boca. Viki siguió mirando a Garth extasiada. Las cejas pobladas de Daw estaban fruncidas, en una expresión que parecía más temor y preocupación que perplejidad.
—Piensen en eso por un minuto. Piensen en lo que sucedería si nosotros, los terrestres, halláramos una especie de animal que llevara una sustancia que hiciera eso por nosotros…, lo perseguiríamos despiadadamente.
—Espera un minuto —pidió Bronce—. ¿Quieres decir que esos ffanx no podían morir de una herida de lanza?
—Dios, no…, no eran inmortales en ese sentido. Nada más en el aspecto de la vejez que, en cualquier especie, es una condición progresiva causada por la falta de funcionamiento de varias partes…, particularmente del tejido conectivo. Un extracto complicado que contuviera estradiol beta humano, restauraría los tejidos conectivos de los ffanx y los mantendría saludables por treinta años o más. Después, otra dosis los mantendría así.
—¿Dónde está el mundo de los ffanx? —preguntó Daw y luego se ruborizó violentamente, como perturbado por el sonido de su voz.
—Es un poco difícil explicarlo —dijo Garth con cautela—. Mira, supón que esa puerta —señaló una puerta interior— se abriera a más de una habitación. Casi puedes imaginarlo; digamos que tienes que seguir una dirección oblicua para entrar al primer cuarto y perpendicular para entrar al segundo. Podrías llamar al segundo «mundo paralelo X».
»La entrada y el arco azul en Hackensack eran puertas entre mundos…, entre universos. Estos universos existen al mismo tiempo y en el mismo espacio…, pero en diferentes frecuencias de vibración…, no espero que lo entiendan, nadie lo entiende realmente. La teoría es antigua. Nadie le concedió mucha consideración, hasta que vinieron los ffanx.
—Si hay una entrada, como dices, ¿por qué no encontraron los ffanx el camino al mundo adonde fueron las mujeres? —inquirió Bronce.
Garth sonrió.
—¿Recuerdas esa puerta? Supón que estuvieras bien familiarizado con la forma en que se abría esa puerta a uno de los dos cuartos. Luego, imagina que yo viniera y te indicara que en lugar de entrar directamente o dar vuelta a la izquierda, podías ir hacia arriba y encontrarte en una tercera habitación más. Así es. Los ffanx jamás pensaron en ir en su arco interdimensional en la dirección que los llevaría al mundo de la entrada.
»Sin embargo, existía la posibilidad que los ffanx pudieran pensarlo, y puedes apostar a que las mujeres fueron advertidas y estaban dispuestas a luchar. Pero volvamos a la historia…, debo decirles todo, para que puedan comprender lo que vamos a hacer; y deberán entenderlo, porque no quiero ayuda de gente que únicamente obedezca órdenes, deseo ayuda de personas que piensen.
»Muy bien, continuemos. Estoy intentando darles una idea de lo que era mi padre…, un hombre que trabajaba y se preocupaba, cometía errores y era dichoso y se asustaba y era valiente y todas las otras cosas que son ustedes.
»Era un hombre de ciencia, un especialista en estructuras moleculares. En los primeros días de la invasión, capturó a un par de ffanx. Recordarán que entonces no estaban atacando. Mi padre fue el único hombre que consiguió comunicarse con ellos y lo hizo sin saberlo. Un especialista en materia condensada puede producir muchos efectos extraños. Una de las cosas que descubrió, fue que el pensamiento mismo es una vibración muy semejante a las ondas cerebrales de una mente tipo ffanx; es decir, las corrientes que producían el pensamiento en sus cerebros podían ser cambiados en ondas que podían captar y traducir sus instrumentos. No halló detalles, pero obtuvo algunos conceptos generales. Uno de ellos fue que el arco azul era la única salida que habían hecho de su mundo; nunca viajaban a otros planetas en su universo. Otro fue la naturaleza de su búsqueda en la Tierra. Cuando descubrió eso, mató a sus especímenes, pero ya era demasiado tarde para entonces.
»Disecó esos pequeños cuerpos prácticamente átomo por átomo. Y encontró cómo destruirlos. Fue sencillo en sí mismo, pero difícil de obtener un isótopo de hidrógeno que, si era liberado en su mundo iniciaría una reacción en cadena en su atmósfera. Debido a las diferencias entre las moléculas de los dos universos (ellos tienen una tabla de elementos como los nuestros, únicamente que más densa), su hidrógeno atmosférico podía ser trasmutado en hidrógeno libre y trihidrato de arsénico, con producción de iones de nitrógeno que reproducirían la reacción una y otra vez… Veo que estoy hablando con enigmas. Lo siento.
»Es suficiente decir que mi padre sabía lo que destruiría a los ffanx, pero tenía que hacerlo él mismo. Para entonces, los ffanx habían destruido las comunicaciones y el mundo era un caos. Tomó tiempo, como sabía que sucedería. Así que se dio a la tarea de construir la entrada.
»Obtuvo la idea del propio arco azul de los ffanx, que había visto desde lejos. Hizo lecturas cuidadosas de esa extraña luz azul y dedujo lo que era. Regresó aquí y probó lo que era. Y al tratar de construir otra como ésa (creo que proyectaba invadirlos por donde no lo esperasen), tropezó con la entrada.
»Despedía una extraña luz anaranjada rojiza en vez de azul, y la atmósfera al otro lado era respirable, en tanto que no lo era en el mundo de los ffanx…, tenían que emplear escafandras y suministros de aire mientras estaban en la Tierra. Entró y exploró el lugar. Había árboles y agua, y hasta donde pudo explorar, no existían civilizaciones o animales peligrosos…, nada más encontró insectos y algunas criaturas parecidas a conejos tan mansos que podían ser tomados con la mano. Y tuvo la idea de usarlo como un santuario para las mujeres del mundo, mientras trabajaba en el arma que destruiría a los ffanx.
»Ustedes saben el resto de la historia…, cómo vinieron las mujeres, todas las que él pudo enviar, y cómo construyó defensas contra las multitudes aterrorizadas, hambrientas de mujer, que asaltaron este sitio.
»Yo era un niño de solamente ocho años cuando mi padre terminó el arma. Era una cápsula de veinte centímetros, de aspecto inocente, llena de gas comprimido. Planeaba ir a Hackensack, viajando por las noches y ocultándose en el día, y preparar un proyector para fijarla en el arco azul.
»Un día después que él me la enseñó, vinieron los ffanx… Estoy convencido que ellos no sabían lo cerca que estaban de la cosa que los eliminaría. Nunca sabré por qué vinieron entonces…, tal vez había un grupo de mujeres en el cañón. De cualquier forma, apareció una escuadrilla de sus pequeñas naves y soltaron uno de sus haces de fuerza sobre el edificio del laboratorio, creo que porque era el más cercano al camino del cañón, y hundieron el techo. Mi padre fue aplastado y el edificio se incendió.
Garth respiró profundamente. Le ardían los ojos.
—Hablé con él mientras agonizaba. Después partí con la cápsula.
—Así que fuiste tú quien introdujo el veneno a través del arco azul —comentó Bronce—. Siempre había oído que fue Gesell.
—Fue Gesell —dijo Viki devotamente.
—Lo hice, sí. De cualquier manera, cuando esa cápsula estalló en su mundo, tuvieron una atmósfera arseniada. El hidrógeno que respiraban era trihidrato de arsénico minutos después que éste entraba a sus sistemas circulatorios. No sé cuánto tiempo tardó en matar hasta el último de ellos en su planeta, pero no pudo haber sido mucho. Y también liquidó a los ffanx que estaban aquí. Todos tenían que regresar para abastecer nuevamente sus tanques. Creo que jamás volveremos a saber de un ffanx viviente.
—¿Y dónde has estado todos estos años?
—Desarrollándome. Estudiando. Órdenes de papá. Él fue el hombre más previsor que hubo. No podía estar seguro de lo que ocurriría en el futuro próximo, pero sabía cuáles eran las posibilidades y actuó de acuerdo con ellas. Una de las cosas que hizo fue preparar un «hipnogogo», un aparato que le enseña a uno mientras duerme, no más grande que tus dos puños juntos. Estaba proyectado para mí e incluía los principios de la entrada y una larga lista de libros de referencia. Viví con eso, mes tras mes, y cuando tuve edad para moverme a salvo por mis propios medios, comencé a viajar. Fui de ciudad en ciudad y busqué entre las ruinas de sus bibliotecas y absorbí todo: teoría atómica, resistencia de materiales, matemáticas superiores, electrónica, hasta que pude empezar a obtener resultados experimentales.
Miró alrededor de la mesa.
—¿Están dispuestos a ayudarme con la entrada?
—Hicimos un voto… —principió Viki.
—¡No vuelvas con eso! —la interrumpió Garth.
—Hicimos un voto de servir a Gesell durante la vida y después de la muerte —siguió Viki con perfecta compostura—, y no veo razón para cambiarlo. ¿Y tú, Daw?
—Estoy de acuerdo.
La cara de Daw estaba tensa. Garth pensó por un segundo que iba a oponerse. Pero quizá se equivocó…
—Bueno —dijo Garth—, cuando los ffanx destruyeron el laboratorio, inutilizaron los generadores de la entrada, como ustedes saben. Creo que puedo componerlos. Con su ayuda, sé que puedo hacerlo.
—Espera —exclamó Bronce—. ¿Qué dices respecto a la predicción que las mujeres la abrirán desde el otro lado?
—Se supone que tienen los medios —replicó Garth—. Poseemos evidencias que prueban que tenemos que hacerlo…, ellas no han abierto la entrada.
—¿Por qué supones que no lo hicieron?
Garth se encogió de hombros.
—Tal vez temen. Quizá les sucedió algo. ¿Quién sabe? Investiguémoslo.
Viki habló tímidamente.
—Garth Gesell…, han pasado muchos años desde que entraron. ¿Estarán…? Quiero decir, ¿supones que están…?
No pudo continuar.
—Aun las mujeres de cerca de cuarenta y cincuenta años pueden hacer ahora algún bien al mundo —contestó Garth—. Y no olvides…, muchas de ellas estaban encinta. Habrá nueva sangre para la Tierra. No obstante, una de las consideraciones más importantes concierne a las mujeres. Entre ellas había algunos de los mejores cerebros de la Tierra. Arquitectos y doctoras e incluso una diseñadora de maquinaria. Pero el tesoro más grande entre ellas es Glory Gehman. Era la adversaria amistosa de mi padre…, casi tan buena como era él en su especialidad y mucho mejor en varias otras. Si todavía vive, hará más para volver a poner al mundo de pie, que mil otras personas vivientes en la actualidad. Ya verás…, ya verán. ¡Vamos, a trabajar!
Los días que siguieron fueron un vértigo de actividad. Garth rastreó la antigua fuente de energía y, para su deleite, la encontró en magníficas condiciones. Casi no había sido utilizada, excepto para la llama de los guardianes, habiendo sido destruido o quedado en desuso todo el equipo restante. Las superbaterías que la alimentaban eran de neoturmalina, un cristal complejo que tenía la facultad de almacenar cantidades enormes en sus facetas. La primera tarea de Garth fue restaurar los grandes platos solares que cargaban los cristales. Su padre los había diseñado para sustituir la energía radiodifundida que usaba antes que inventara el cristal de materia condensada.
Los guardianes (Garth abandonó ese término, pero Bronce insistía aún en emplearlo) trabajaron como castores, Viki adoratoria y silenciosamente, Daw de una manera febril que asombraba a Garth y encolerizaba a Bronce. El mismo Bronce debía ser vigilado para evitar que esclavizara a los otros. Garth lo controlaba expresando en voz alta dudas de si podría hacer alguna cosa o preguntándose si sería lo bastante fuerte para mover esto hacia allá. «Crees que no puedo», murmuraba Bronce y atacaba la tarea como si fuera un enemigo mortal.
En dos ocasiones, Garth los llamó al laboratorio y anunció que la entrada estaba dispuesta. La primera vez no sucedió nada cuando cerró el circuito y le tomó ocho días examinarlo y probar los controles vibratorios. La segunda ocasión, una sábana de frías llamas anaranjadas saltó, tembló y se agitó por un momento y luego desapareció.
En cada una de estas ocasiones, Bronce censuró a Garth por haber permitido que lo vieran los guardianes.
—Los haces pensar que eres un superhombre —dijo, disgustado—, y luego los dejas verte fracasar.
Cuando triunfó, Garth estaba solo en el improvisado laboratorio. Se había inclinado para sustituir un cristal que se hallaba fuera de fase unas milésimas de ciclo y se volvió al aparato de la entrada…, y la vio.
Pendía ahí, tranquila y silenciosa, tan bella que lo hizo abrir la boca, tan hermosa que difícilmente pudo dar crédito a sus ojos. Era anaranjada rojiza en la parte inferior, disminuyendo a dorada en la superior.
Giró hacia el interruptor. Estaba abierto todavía. Entonces comprendió que su sincronización de los cristales de cuarzo de frecuencia y los cristales de potencia de turmalina era tan perfecta, que la entrada había aparecido espontáneamente. Sabía que el fenómeno se sustentaba a sí mismo, pero no que era espontáneo.
Cerró el circuito como medida de seguridad y permaneció mirando la entrada.
—Lo hice —musitó.
Y casi pudo sentir la presencia de su padre con él, los ojos oscuros resplandecientes y la mano preparada con la recompensa que más apreciaba el muchacho…, la presión cordial en un hombro.
Garth miró hacia la puerta, pensando en Bronce y en los otros. Luego se encogió de hombros.
—Que duerman. Lo necesitarán.
Atravesó la entrada.
Viki dormía ligeramente en su pequeña celda. Estaba soñando con Gesell, como sucedía a menudo. Su entrenamiento inicial con el viejo Soames había sido en parte «hipnogógico» y, como la mayoría del entrenamiento onírico, tendía a ser reestimulado por el mismo sueño. En parte de él se representó a sí misma en un sueño en el salón principal de la casa de Gesell, donde colgaba el gran retrato de Gesell. Viki parecía estar contemplando el cuadro que se negaba a ser un retrato del viejo Gesell; tendía a ser de Garth. Y mientras lo miraba, la cara comenzó a palidecer. La cara estaba calmada, pero los ojos expresaban preocupación, que se convirtió en terror y después en agonía. Mientras la miraba, inmóvil, la imagen de su sueño se rasgó repentinamente hacia abajo, por la mitad, con un sonido que no olvidaría jamás mientras viviera.
Saltó de la cama y permaneció jadeando en el centro de la celda. El sentido de presencia regresó a ella. Miró alrededor suyo y luego corrió hacia la puerta, anhelante.
Con pánico silencioso, corrió al laboratorio y entró.
Entre los altos electrodos con los cuales se esclavizó Garth por tantas semanas, había una hoja de llamas. Viki la miró, atónita, y entonces comprendió lo que era tan extraño en ella; no irradiaba calor. Se acercó a ella cautelosamente.
En el piso, junto al marco inferior del aparato, yacía una mano humana.
Ella conocía esa mano. El cielo sabía que pasó mucho tiempo, durante las comidas, observando sus movimientos ágiles entre las pestañas entornadas. La vio con bastante frecuencia hurgando en las complejidades del aparato y se había maravillado de su habilidad.
—Garth Gesell… —gimió.
Se inclinó hacia la mano y únicamente entonces descubrió que estaba salida entre la llama como a través de una cortina.
La tomó y tiró de ella. Vio el antebrazo, el codo.
—¡Bronce! —gritó.
Apoyó sus pequeños pies descalzos en el marco inferior y levantó y tiró.
El cuerpo de Garth Gesell se deslizó hacia afuera. Estaba salpicado de sangre. La sangre salía lentamente de sus fosas nasales y de sus oídos. Su cara exánime, tenía la expresión de terror y agonía que había visto ella en su sueño. Su carne se hallaba manchada y sus labios azules.
Gritó otra vez, un grito sin palabras, de furia contra el destino, más que de temor. Hizo girar el cuerpo boca abajo, le volvió la cabeza hacia un lado, metió los dedos en la boca sin fuerza y le sacó la lengua hacia adelante. Luego flexionó su rodilla izquierda, la apoyó entre los muslos y comenzó a aplicarle respiración artificial.
—¡Bronce! —gritó una y otra vez con cada presión de sus manos firmes.
Bronce apareció en la puerta como un corcel, con las fosas nasales dilatadas y el pecho musculoso brillante por la transpiración.
—¿Qué es…, qué le estás haciendo?
Avanzó, con su gran mano tendida para apartarla de Gesell.
Ella echó hacia atrás la cabeza.
—Déjame —dijo.
Lo dijo suavemente, pero con tanta intensidad, que él se detuvo como si hubiera chocado con el asta de una carreta en la oscuridad. Entró Daw, frotándose los ojos.
Ella ignoró a los hombres. Se tendió en el suelo al lado de Garth y puso su cara junto a la de él.
—¡Viki! —exclamó Daw, horrorizado—. ¡Tus votos…, tus votos…!
—Cállate —siseó ella y puso su boca sobre la de Garth.
—¿Qué diablos está…? —inquirió Bronce.
—Déjala —dijo Daw con una nueva voz.
La expresión sorprendida de Bronce fue igual a la expresión natural de Daw, Siguió la mirada de éste. Las mejillas de Viki y las de Garth se distendían y se hundían en sincronización exacta. En el silencio repentino, pudieron oír silbar el aire en las fosas nasales arqueadas de Viki.
—Gesell… —murmuró Viki con voz ronca.
Volvió a unir su boca a la de Garth.
De pronto, echó hacia atrás la cabeza. Él tosió débilmente.
—Lo hizo —musitó Bronce—. Viki…, lo hiciste.
Viki rodó como gato y se levantó de un salto. Hundió la mano en un balde de agua y roció la espalda de Garth con el líquido semicongelado. Él jadeó, hizo una gran inhalación y tosió otra vez.
—Traigan alcohol —ordenó Viki en tono ahogado.
Hicieron girar a Garth sobre su espalda y Daw le levantó la cabeza. Vertieron unas gotas de alcohol etílico en la boca de Garth. Él se estremeció.
—Alguien me besó —dijo. Yació, respirando profundamente—. La… entrada…, las mujeres han muerto. Es inútil.
—¿Qué fue? —preguntó Daw—. ¿El aire era venenoso?
—No…, era adecuado…, el que había. Nada más que no había bastante. No sé qué pasó, pero algo ha utilizado la mayor parte del aire en ese mundo. Perdí el conocimiento antes que me hubiera alejado mucho. Y las mujeres…
—¿No viste señales de ellas?
—Absolutamente nada. El mundo me pareció vacío. El paralelo X…
Hubo una pausa. Después, Garth inquirió:
—Bueno…, ¿qué hacemos aquí?
Daw se levantó repentinamente de un salto.
—¡Gesell! —chilló—. ¡Gran Gesell, perdóname!
Garth lo miró con curiosidad.
—Daw, te he dicho mil veces que no me llames…
—¡Tú! —le escupió Daw—. ¡Impostor! ¡Apóstata! ¡Eres el demonio! Viniste como el gran Gesell para invadir el santuario de las mujeres de Gesell. Ningún Gesell se fatigaría, ningún Gesell fracasaría. Ningún Gesell respondería a las caricias de una mujer.
Bronce estaba de pie.
—¡Un momento…!
Daw levantó los brazos flacos dramáticamente.
—Adelante…, mátame; merezco cien muertes por mi fracaso como guardián. Pero muero en defensa de Gesell y de sus obras. Es lo menos que puedo hacer —se lanzó de pronto hacia Bronce—. Mátame ahora…, ¡mátame!
Bronce tendió un brazo poderoso y tomó el frente de la túnica de Daw. Éste lanzó golpes impotentes. Sus brazos eran mucho más cortos que los de Bronce y todo lo que pudo hacer fue golpear el bíceps de hierro y patear débilmente las botas del hombre.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Bronce, sorprendido—. ¿Debo aplastarlo?
—No le hagas daño —replicó Garth—. Pero creo que será mejor que lo lleves a dormir.
Bronce levantó su mano libre y aplicó un golpe como un martillazo en la coronilla de Daw. El pequeño guardián quedó flácido. Bronce lo colgó de su brazo como una frazada.
—¿Y tú? —preguntó a la muchacha.
Viki lo miró con sus grandes ojos y se volvió a Garth.
—Yo sirvo a Gesell.
—Parece haber tres Gesell aquí —observó Garth—. Mi padre, que ha muerto. Yo. Y una especie de mito del rey Arturo. ¿A cual de ellos estás sirviendo?
—Sólo a ti —exhaló ella.
Se levantó con gracia, lanzó una mirada de sumo desprecio a Daw, quien estaba moviéndose débilmente, se excusó y salió de la habitación.
—Déjala ir —ordenó Garth a Bronce.
—Puede hacer volar el lugar —protestó Bronce.
—Creo que no lo hará.
—Puedes equivocarte Garth Gesell.
Garth sonrió oblicuamente.
—Lo sabes y todavía eres leal… Quisiera que estos tipos consagrados sintieran lo mismo. No puedo corresponder a lo que desean que sea.
—Tal vez no puedas —gruñó Bronce—. Pero debes hacerlo. Te dije muchas veces que debías hacerlo. —Levantó su brazo con Daw en él—. ¿Qué haremos con esto?
—Intentaremos hacerlo comprender.
—Déjame torcerle antes la cabeza. Después podrás meterle la comprensión con un embudo.
Garth rió.
—No será necesario. Sé lo que ocurre en él. Bronce, mucha gente que se consagra a un servicio, únicamente lo hace como sustituto de la vida ordinaria, a la que no desean enfrentarse. No sucede así con todos, por ningún concepto, pero sí con él. En estos días, la vida no es fácil, no tengo que decírtelo. Como guardián, Daw tenía una existencia rutinaria, en la que sabía exactamente qué hacer y cómo hacerlo. No veía ninguna razón para que eso cambiara jamás. Y entonces llegué y lo reduje al nivel de un tipo que está cambiando mucho su ambiente, en tal forma que luego podría ser cambiado todavía más y no le agradó.
—Eso suena bien. Ahora, ¿puedes meter todo eso en su cabeza con un golpe? ¿O debo vigilarlo durante un año, mientras lo sacas de la mano de la ciénaga que hizo él mismo para revolcarse en ella?
—Calma, calma —dijo Garth con tristeza.
—Maldito sea, lo necesitas —gruñó Bronce—. Algo está equivocado en el mundo de la entrada. Había algo torcido en tu idea de entrar a la casa de Gesell cuando te encontré, pero eso no te detuvo. —Bronce se humedeció los labios—. Creo que, después de todo, soy un poco como ese Daw. Tienes que ser lo que pienso que debías ser, antes que siga tu juego.
Hallaron a Viki en el laboratorio, mirando la entrada, que llameaba y temblaba fríamente en sus marcos. Garth y Bronce se pusieron a su lado.
—Si sólo pudiéramos movernos allí —dijo Garth—. Si nada más pudiéramos saber qué sucedió en la presión del aire.
—Los ffanx lo hicieron —opinó Viki.
—Deja que sea él quien piense, hermana —recomendó Bronce, con la extraña combinación de aspereza y cortesía que afectaba con ella.
—Ya no hay ffanx, Viki —aseguró Garth—. Si estoy seguro de algo, es de eso.
—Lo sé —admitió Viki—. Quiero decir que los ffanx pasaron de un aire denso a uno enrarecido…, tú lo dijiste.
Garth se dio un golpe sonoro en la frente.
—Bronce —exclamó con voz respetuosa—, ella es quien tiene cerebro.
—¿Eh?
—¡Escafandras! Estaba tan derrotado, que no podía ver lo que tenía en las narices. Vamos. ¡Al taller mecánico!
Las escafandras que construyeron en los pocos días siguientes fueron improvisadas, pero útiles. Tuvieron el diseño básico empleando los extremos superiores redondeados de tanques de presión de aluminio, una serie de bandas soldadas y una pieza de plexiglás con juntas herméticas. Bordes suaves y gruesos de espuma de hule sellaban las escafandras alrededor de los hombros, el pecho y la espalda. La alimentación era aire líquido que pasaba por un calentador químico minúsculo, pero altamente eficiente.
—No queremos tener ebrios de oxígeno en este viaje —explicó Garth.
Encerraron a Daw en el almacén septentrional. Garth intentó hablarle, pero lo encontró completamente intratable. Sólo hablaría con el Gesell original, utilizando su nombre para lanzar maldiciones sobre las cabezas de los impostores.
—¿Qué llevaremos con nosotros?
Ante la entrada, Bronce se hallaba impaciente y emocionado, Garth pensativo y Viki como siempre, reservada y dispuesta. Reflectores verdes y un generador de humo habían sido colocados estratégicamente en la línea de defensa del cañón, conectados con los detectores, de manera que cualquier intruso se asustara si entraba al patio. Era una defensa suficiente para el corto tiempo que planeaban estar ausentes.
—Mis venablos —propuso Bronce.
—No —dijo Garth—. Lleva mejor esto —le arrojó su explosor—. Es más compacto. No quiero menospreciar tu brazo, muchacho, pero el explosor tiene un alcance mayor.
—Gracias. —Bronce le dio vuelta en su mano, admirado—. ¿Te he dicho alguna vez que si no hubieras llevado esto cuando nos conocimos, te habría matado? Nunca me encontré antes a un hombre con uno de éstos.
Garth rió.
—No había tenido cargas para él por más de cuatro años. Fue buena protección. Pero ahora hay bastantes cargas, Viki…
—Tengo mi daga. Y un tanque de aire adicional.
—Bueno. Yo llevaré dos tanques adicionales. Eso debe sostenernos. Ahora, éste es el plan: No tenemos radio. Pude soldar algunas placas delgadas en mi escafandra…, podré oír. No creo que ustedes puedan hacerlo, a menos que toquen sus escafandras. No los oiré a ustedes, pero sí podré escuchar los sonidos exteriores. Así que una vez que entremos, estaremos bastante aislados. Todo lo que puedo recomendar es…, manténganse juntos y no se alejen demasiado. Recuerden que ésta es solamente una patrulla de reconocimiento preliminar. Luego podremos regresar con más y mejor equipo. ¿Listos?
Bronce unió los dedos índice y pulgar en el viejo signo.
—¡Listo!
Viki afirmó tensamente con movimientos de cabeza.
Garth giró, acomodó su escafandra sobre sus hombros. Los otros lo imitaron.
Entonces Garth se lanzó a través de la entrada, seguido de Viki y Bronce.
Los tres se reunieron al surgir de la entrada.
Se hallaron en una llanura rocosa que se extendía hasta donde podía alcanzar la vista. Había sombras elevadas de montañas distantes, inmensas. Las rocas eran blandas y ásperas y de los mismos tonos entre anaranjados y dorados que caracterizaban la entrada.
Garth se volvió hacia la entrada y comprendió por qué la perdió en su visita anterior. Llameaba y chispeaba tan tenuemente como una vela a la luz del sol. Tocó a sus dos compañeros y se las señaló. Ambos asintieron con movimientos de cabeza y él supo que entendían la necesidad de ser precavidos. En aquel erial rocoso, sería fácil perderse por completo.
Recordó la primera entrada, la de su padre, que desemboca en una llanura más pequeña que ésta. Había rocas aquí y allá, pero nada como los peñascos monstruosos que los rodeaban ahora. Se preguntó, igual que en los días anteriores, si las especificaciones del Gesell original se equivocaron en algún modo sutil y si éste era, como sugirió Bronce, un mundo dimensional diferente al mundo al que habían sido enviadas las mujeres. En el laberinto de matemáticas superiores involucrado en la construcción de una entrada, cualquier ligero desliz podía tener resultados de consecuencias considerables.
Su pensamiento se interrumpió abruptamente. A través de los dos delgados discos soldados a los lados de su escafandra, pudo escuchar un estruendo agudo. Levantó la mirada…
Era un helicóptero…, ¡pero una máquina como podría soñarla un ingeniero aeronáutico loco en una pesadilla!
Era enorme y lento. Demasiado lento. Sus grandes aspas tenían un radio de casi sesenta metros. Descendió con rapidez mucho mayor de lo que pareció hacerlo, pues sus dimensiones eran engañosas; las aspas no giraban con más rapidez que las de un antiguo molino de viento holandés.
Se posó a cien pasos de distancia. Su tamaño era increíble. Al tocar tierra, la parte inferior del fuselaje quedó a veinticinco metros del suelo. La puerta se abrió.
Garth atrajo las escafandras de los otros dos hacia la suya con un solo movimiento. Chocaron con un sonido ensordecedor.
—¡Escóndanse! —ladró—. En las rocas…, ¡pronto, ocúltense!
Se volvió y corrió en busca de abrigo. A su derecha, una enorme roca plana que, al parecer, en un tiempo estuvo sobre su borde, se inclinaba a alrededor de ochenta grados. Bajo ella, había espacio como para que se deslizara en el interior, permaneciendo con la cabeza fuera.
Buscó a sus compañeros. Bronce se encontraba agazapado detrás de una roca redonda. Viki estaba corriendo de regreso hacia la entrada, serpenteando en una búsqueda de abrigo adecuado. La vio tropezar y caer, y un tanque de aire cayó de su hombro y rebotó. La muchacha se levantó, vacilante, e intentó correr nuevamente.
Garth miró otra vez hacia el helicóptero. Lo que vio confirmó la oleada de temor que había experimentado cuando se abrió su puerta.
Cuatro mujeres se acercaban a grandes pasos elásticos. Estaban vestidas con harapos: una blusa desgarrada, una túnica, una falda rasgada. Cada una se encontraba vestida en forma distinta e indiferente. Una llevaba un bastón nudoso y monstruoso. Todas llevaban cinturones y dagas. En torno al cuello, la que encabezaba la marcha llevaba una cadena negra, de la cual colgaba una gran joya que brillaba y resplandecía con la universal luz dorada y anaranjada. La joya era brillante, asombrosamente verde…, el característico verde chispeante de la neoturmalina. Pero Garth nunca había visto un cristal de ese tamaño. Estaba tallado como gema y debía tener un metro de la corona al ápice. Y la mujer la llevaba con comodidad, al extremo de su montadura de tres metros como un fistol, en su cadena con eslabones del grueso del cable de un ancla, porque ella misma medía veinticinco metros de estatura.
Garth sintió palpitaciones en los oídos. Al principio, pensó que era el paso estremecedor de las cuatro mujeres, pues las otras tres eran casi tan altas como la primera. Luego descubrió que la palpitación era motivada por el hecho simple que, en su asombro, se olvidó de respirar.
Se volvió y buscó a sus compañeros. Bronce se hallaba inmóvil y atónito, mirando hacia el firmamento la cabeza tremenda de la jefa. Viki no se veía por ninguna parte…
Ni tampoco la entrada. Había desaparecido.
La jefa se detuvo a menos de veinte pasos y se inclinó, examinando el suelo, acariciando su pendiente enjoyada. Su cara parecía distante, tranquila y fría. Era muy hermosa, con ojos de pestañas largas y cejas arqueadas y una tez como mármol sin venas.
—¡Bronce! —gritó Garth, pues la segunda mujer, una rubia con masas de cabellos rubios flotantes, había dado un rodeo y estaba tras de Bronce, mientras éste miraba a la jefa.
La rubia levantó su bastón, una masa de nueve metros que debía pesar una tonelada. Habló…, un rasgueo profundo, ininteligible. Bronce no pudo oír el grito de aviso de Garth, por supuesto.
La jefa se irguió y miró a la rubia. Dijo algo no menos incomprensible (la frecuencia de su tono de voz se hallaba en lo subsónico) y la rabia bajó el bastón de mala gana.
Y entonces, para horror de Garth, la cabecilla disparó una mano poderosa. Bronce intentó escabullirse a un lado, pero la mano se cerró en torno suyo y lo levantó.
Entonces fue cuando Garth reconoció a la mujer. Sabía que había visto antes esa cara bella y fría…, hacía muchísimo tiempo, cuando era niño.
Bronce luchó y se retorció en la mano gigantesca. Garth lo vio soltarse, encogerse y disparar ambos pies contra el pulgar enorme. Se liberó cuando la mano lo había levantado a doce metros de altura. La mujer se dejó caer sobre una rodilla y lo recibió hábilmente en sus manos. Lo levantó ante su gran cara serena y lo vio luchar.
De pronto, Bronce golpeó con ambas manos, se escurrió a un lado y tomó su explosor.
—¡No! ¡No! —gritó Garth.
Sabía lo que podía hacer ese explosor a quemarropa. Pero sus gritos fueron inútiles, no pudo ser oído.
La mujer vaciló por un segundo y luego levantó con la mano izquierda su pendiente por el mango. Acercó la joya a Bronce, como si fuera una extraña y enorme lupa.
Bronce sacó y levantó el explosor y, cuando lo apuntó a la cara enorme y calmada, el gran pulgar movió un botón en el cabo de la montura de la joya.
Un haz de fuego verde salió de la joya y envolvió el pecho de Bronce, cambiando a un blanco deslumbrante donde lo tocó. El color de la joya se hizo más profundo y pareció oscurecerse.
Los sujetadores magnéticos del arnés de la escafandra de Bronce se abrieron repentinamente y la presión interna hizo el resto. La escafandra saltó de su cabeza y giró, oscilando al extremo de la única correa posterior que estaba sujeta entre su cintura y la mano que lo aprisionaba.
Entonces habló el explosor.
—¡No! —gritó Garth inútilmente—. ¡Ella es Glory Gehman!
Pero en vez del rugido estruendoso que esperaba, las placas de sus oídos captaron sólo un siseo apagado. Una débil lengua de fuego, quizá de veinticinco o treinta centímetros de longitud, tembló desde el ánima del explosor y luego se desvaneció. Bronce se retorció una vez más y quedó inmóvil.
La gran figura que se parecía a Glory Gehman levantó a Bronce como un diminuto muñeco inanimado y llamó a las otras mujeres. La rodearon. La rubia levantó la escafandra colgante con dedos largos y delicados y señaló las orejas de Glory Gehman. Garth notó por primera vez que los zarcillos de la muchacha estaban hechos de cascos de ffanx, o más bien, eran una buena versión de ellos. La jefa movió la cabeza, rió y volvió a poner la escafandra delicadamente en la cabeza de Bronce. Acercando mucho su cara, como si estuviera enhebrando una aguja con poca luz, puso los magnetos en sus ranuras y probó con delicadeza los tubos de aire. Luego caminó hacia el helicóptero, mientras las otras tres reanudaban su búsqueda en el suelo.
La mirada de Garth captó un brillo de metal a pocos pasos de distancia…, el tanque de aire adicional que dejó caer Viki. Pero no vio señales de la muchacha ni de la entrada.
Garth Gesell se hallaba solo en esa tierra, un pigmeo ocultándose bajo una roca como un escarabajo, mientras estaba siendo buscado por mujeres colosales, dispuestas obviamente a destruir su especie.
Un gran pie descalzo oprimió la tierra cerca de él. Oyó crujir las piedras. Se hundió más en la fisura estrecha que lo contenía. Sabía que el siguiente paso que diera la gigante podía ser sobre esa roca plana y ése sería el fin de Gesell en cualquier mundo, excepto en un recuerdo venerado.
Y mucho beneficio le haría la veneración, mientras yacía aplastado bajo una piedra.
—Por Gesell —canturreó Daw mientras enganchaba el cable en el marco de la entrada.
Entonces, algo sólido golpeó su espalda y su costado, y lo derribó. No soltó el cable al caer y una parte de él agradeció sentir que se enganchaba en el marco. Supo que había hecho contacto y lo supo sin mirar hacia la entrada, pues la trémula luz dorada desapareció abruptamente.
Rodó y se levantó sobre una rodilla.
Viki estaba tirada en el piso, doblada de dolor y oprimiendo un pie sangrante. Cerró los ojos con toda la fuerza posible, detrás del grueso plástico transparente de su escafandra. Daw pudo ver las lágrimas silenciosas que exprimió de ellos.
La muchacha se sentó, miró alrededor suyo y después se levantó de un salto y se lanzó hacia el marco. Eso la llevó hasta el muro posterior del laboratorio. Lo palpó por un instante con dedos incrédulos y luego se volvió y retrocedió.
Aparentemente no vio a Daw hasta entonces.
Sacó de sus ranuras los cierres magnéticos y se quitó la escafandra con gran premura. Sus cabellos y sus ojos estaban alterados.
—Daw. ¡La entrada!
—Una entrada falsa para un falso Gesell —respondió Daw.
Ella miró nuevamente el marco muerto y luego a Daw.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—La mano de Gesell me liberó para servirle —entonó Daw—. Encontré un punto débil en el techo del almacén. Ahora más que nunca entiendo la razón y la verdad detrás de mi acto. Porque fuiste perdonada, hermana, perdonada por tus infamias y salvada como guardiana consagrada por el auténtico Gesell.
Ella lo miró, trastornada.
Daw le explicó, paciente, gozosamente:
—Fuiste guiada a volver de la compañía del mal, igual que yo obedecí la orden de Gesell de destruir la falsa entrada.
—¿Volver? ¡Regresé! —exclamó ella, frenética—. Caí. Estaba corriendo, mirando hacia atrás y arriba el…, el… —cerró los ojos y se estremeció—. Y entonces me lastimé el pie y caí… Daw, ¿qué sucedió en la entrada?
—Desapareció —replicó él y sonrió—. Y bien hecho. Ven, hermana. Vamos al gran retrato, a recibir más mensajes.
—¡Daw, tenemos que arreglarla! ¡Él está en dificultades! ¡Lo matarán, lo matarán!
—Tú lo confirmas. ¡Muerte al impostor! ¡Es la voluntad de Gesell!
Viki comprendió.
—¿Tú cerraste la entrada?
Daw inclinó la cabeza.
—Fue la voluntad de Gesell. Solamente soy un pobre instrumento…
Lo atacó como una tigresa:
—¡Tonto! ¡Imbécil, loco, ciego! Muéstrame lo que hiciste Debemos arreglarlo. Tenemos que hacerlo, Daw. Garth Gesell es el verdadero Gesell, ¿no comprendes? ¡Y morirá allí, si no lo ayudamos!
—Esa entrada —aseguró Daw con voz estentórea—, es una falsedad, una trampa del demonio. Cuando Gesell quiera abrirla, la abrirá sin alambres, ni cristal, ni acero. Como guardián, veré el fin de esto y nunca volveré a ser engañado —se volvió, con los ojos llameantes y tomó un mazo—. ¡Nunca volverá a haber una entrada en la casa de Gesell, hasta que el mismo Gesell la abra!
—¡Daw, estás loco!
Avanzó hacia la entrada. Ella dio un paso tras él y se detuvo. Vio el cable con el gancho que había dejado caer Daw. Saltó hacia adelante, tomó el extremo libre y, cuando Daw levantó el mazo sobre su cabeza, puso el pie derecho cerca del gancho.
Viki dio un paso lateral, para estar segura de hacer un buen contacto y tiró del cable violentamente. El gancho del extremo se enredó en el tobillo de Daw y lo sacó de abajo de él. Trastabilló, perdió el control del mazo. El hierro de cinco kilos descendió hacia su cabeza. Daw saltó a un lado y la cabeza del mazo le pegó en un hombro. Cayó, intentando volverse. Su mandíbula crujió contra el piso de piedra.
Quedó inmóvil, emitiendo una serie de sonidos torturados mientras trataba de rehacerse.
Viki se paró a su lado como un ángel vengador, aguardando.
Daw rodó sobre sí mismo y se sentó. Levantó una mano temblorosa a su hombro. La miró con ojos redondos, inyectados de sangre.
—Guardiana… —dijo.
—Ayúdame a arreglar la entrada, Daw.
—Estás engañada, hermana.
—No discutiré contigo. Y no empieces con esa necedad respecto a mi deber sagrado. ¡Levántate!
Daw se levantó y fijó en ella sus ojos enloquecidos.
—Estoy aconsejado por Gesell —explicó dolorosamente— y ahora te aconsejo a ti.
Viki cerró los ojos en un esfuerzo visible por controlarse.
—¿Vas a ayudarme?
—¿Por qué insistes en esta tontería? ¿Cuál es la compulsión por ese… Garth?
La última palabra salió con desprecio.
—Lo quiero —respondió ella.
Hubo un silencio absoluto. Fue el silencio del asombro total…, el silencio de la misma muerte, pues en verdad nada se movió, ni siquiera el aliento.
Por último, los labios repentinamente pálidos de Daw se movieron, se relajaron, se movieron otra vez.
—Lo quieres —murmuró—. ¿Tú?
Ella no estaba menos pálida.
—Todos tenemos nuestra propia clase de cobardía —dijo—. Bronce me explicó una vez lo que pensaba Garth Gesell de tu locura. Dijo que eras guardián porque te habías retirado del mundo real. Enloqueciste tratando las tradiciones por ti mismo. Puedes condenar al mundo al nuevo salvajismo, si haciéndolo te es posible volver a vigilar el patio y a humillarte ante el retrato.
Daw levantó los brazos a medias, para protegerse de sus palabras ardientes. Mantuvo los ojos fijos en ella y, cuando se interrumpió, exclamó:
—¡Eres escapada!
—¡Sí! —gritó ella—. ¡Maldito seas! Nunca lo supiste, ¿verdad? Una de las reglas que inventaste tú mismo, fue que sólo la pobre envoltura de una mujer, con su feminidad completamente robada, podía convertirse en guardiana. Es lo que quisiste creer y lo que te permití creer. Te dije que todos tenemos nuestra forma de cobardía. La mía fue simular que era restituida. Robé el privilegio de esas pobres criaturas que habían sido descartadas por los ffanx. Viví con ellas y aprendí su modo de vivir. Ellas caminan seguras por todo el mundo y tomé su coloración. Y cuando vino la oportunidad de ocultarme bajo la capucha de guardiana, la aproveché. Dormí aquí a salvo. Pero ahora he despertado… —adelantó el labio inferior y sus ojos se hicieron muy brillantes—, estoy despierta y lo quiero, lo quiero, lo quiero…
Guardó silencio. Oyó que Daw rechinaba los dientes.
—¡Perra! —dijo Daw roncamente—. Pensar que todos estos años he estado viviendo junto a una…, a una…
En su rabia creciente, dejó de emplear palabras y emitió una serie de sonidos guturales inarticulados, animales.
—Ahora que sabemos lo que somos, guardián —dijo ella con frialdad—; vamos a arreglar la entrada.
—Yo soy el guardián y yo soy la entrada, y en mí nada más está la confianza, el deber, la fidelidad, el…
De pronto estuvo sobre ella, rabiando. Había perdido el último vestigio de control, la impersonalidad impuesta con cuidado del comportamiento de guardián, la reverencia profundamente condicionada, piadosa, por la mujer restituida.
Su salto salvaje la derribó. Rodaron por el piso. Daw no la golpeó con los puños; la arañó. Tiró de sus cabellos y de su ropa. Le rasgó el cuerpo con las uñas, la torció, la agarró.
Al principio, ella intentó escapar, protegerse. Se retorció, se levantó, cayó y lo empujó. Repentinamente estuvo arrodillado junto a ella, con ambas manos llenas de sus cabellos y ambos brazos rígidos, inmovilizando su cabeza contra el suelo. El dolor en su cuero cabelludo se convirtió en terror…, un terror primitivo, atormentador, con una intensidad que no era como nada que hubiera conocido en su vida. Y en el instante más breve, fue superado por otra emoción. Había estado asustada, pero esto fue algo diferente.
Al inclinarse sobre ella y acercar su cara a ella, Viki lo miró a los ojos. Estaban redondos, fijos, con venas y color rojos. Su mandíbula se encontraba abierta y su lengua mordida, sangrante, asomaba y se metía locamente. Sangre y espuma salpicaron la cara de la muchacha y, a su contacto, esta nueva emoción trascendente la inundó como una gran marea.
Fue más que horror. Fue disgusto y repugnancia, elevados a una intensidad casi imposible de contener. Se levantó con un gran impulso. Sintió arrancarse sus cabellos con una especie de gozo salvaje. Nunca iba a saber cómo encontró los lugares adecuados, pero una mano delgada se fijó en un lado del cuello de Daw y la otra en su muslo. Se irguió bajo él, con los pies plantados sólidamente y con la última dina de energía en sus piernas saludables; su espalda y sus hombros tras el movimiento. El cuerpo de Daw se levantó.
Cuando el peso escapó de sus manos, estaba casi a la distancia de los brazos sobre su cabeza. Hundió las uñas y no lo soltó y, cuando empezó a caer, tiró con fuerza de su cuello con la mano izquierda. Cayó de cabeza, con toda la fuerza convulsiva de la muchacha acelerando su caída. Chocó…
Permaneció por mucho tiempo como una estatua de hierro fundido, con los ojos mirando sin ver la cosa que yacía ahí, con la cabeza deformada casi oculta, torcida en forma grotesca bajo el cuerpo flaco. Luego sintió un dolor difuso, que se transformó en un sufrimiento y luego en una agonía atormentadora…, los músculos anudados en sus pantorrillas, contrayéndose con el principio del choque nervioso. Retrocedió trastabillando, llevada contra la pared.
Se agazapó ahí, respirando a grandes bocanadas. De pronto empezó a llorar…, llanto elevado, agudo, que desgarró su garganta e hizo arder sus ojos. Lloró por mucho tiempo.
Pero el día siguiente y el siguiente y el siguiente, la hallaron trabajando.
Garth quedó bajo la roca, con el corazón palpitando locamente, pero estudiando con la mirada la extensión asombrosa de carne callosa que era el pie gigantesco. Otro pie se puso junto al primero y el primero se levantó y pateó una enorme piedra cercana. Garth sintió que la roca que lo protegía vibraba alarmantemente. Encogió los hombros y esperó.
Al fin se alejó el pie. Garth salió y quedó en tierra, casi sin atreverse a levantar la cabeza. Las tres mujeres estaban alejándose de él, reconociendo el suelo con cuidado. Él retrocedió sobre pies y manos hasta la sombra de una piedra saliente, se puso de pie y miró en torno suyo.
La entrada había desaparecido. Viki también desapareció…; dedujo que tal vez escapó por la entrada. Bronce fue capturado ciertamente, quizá estaba muerto. Se preguntó qué habría sido ese fuego verde. Pareció neoturmalina, pero los rayos no quemaron el cuerpo de Bronce, por lo menos hasta donde él pudo ver. Era un poco como los cristales amortiguadores inventados por su padre, para absorber y almacenar energía.
Pero un cristal tan grande como ése, con el poder absorbente que debía tener, no podría volverse contra un ser humano sin ahogar la pequeña reserva electroquímica del hombre.
—Bronce… —dijo en voz alta.
El grande, rudo y fiel Bronce, con su carácter explosivo y sus ideas drásticas. Garth tuvo un recuerdo instantáneo: la cara de Bronce, cuando Garth lo había contenido, señalándole algunos resultados de su impulsividad. Adoptaba una expresión aturdida, levemente ofendida, pero siempre comenzaba moviendo la cabeza en aprobación, antes de haber comprendido si Garth tenía razón o no.
Sintió los ojos ardientes. Después, con un profundo esfuerzo de voluntad, cerró la mente a sus lamentaciones y se concentró en los alrededores.
Avanzó hasta el tanque de repuesto que había dejado caer Viki, moviéndose cuidadosamente. Lo puso entre los otros dos tanques que llevaba ya. Viviría un poco más con él.
—Aunque no sé para qué —farfulló.
Lanzó una última mirada desesperada al sitio de la entrada y comenzó a caminar hacia el distante helicóptero.
A treinta metros encontró una hoja, una cosa tremenda, de más de diez metros de longitud y cerca de metro y medio en su mayor anchura. La levantó, agradecido. Era muy ligera y esponjosa. Pasó el pedúnculo sobre su hombro y caminó entre las rocas, arrastrando la hoja. Ésta era casi exactamente del color del suelo, un camuflaje ideal. Todo lo que necesitaría sería dejarse caer y ponerla sobre él.
Estaba a dos terceras partes del camino hasta el helicóptero, cuando un sacudimiento de la tierra lo previno. Se volvió y vio las tres mujeres que se aproximaban con rapidez. Parecían estar paseando, pero sus zancadas eran de entre seis y siete metros y cubrían terreno a una velocidad que atemorizaba. Se dejó caer y se ocultó. Los pasos se aproximaron más y más, hasta que se preguntó cómo resistía la misma tierra bajo esa presión monstruosa. Luego pasaron. Se levantó. Caminaban con la cabeza levantada, hablando en sus sílabas sonoras. Era obvio que ya no lo estaban buscando.
Comenzó a correr. No tenía otra alternativa que permanecer con esas criaturas. ¿Qué haría? ¿Adónde iría si despegaban? No lo sabía.
Subieron a la cabina, una a una. Pudo ver el tren de aterrizaje, ruedas tremendas tan altas como una casa de dos pisos, que se torció al recibir el peso de las gigantes.
Se oyó una tos sorda y las increíbles aspas del rotor empezaron a girar.
Garth arrojó su hoja y corrió hacia la nave, confiando en su suerte para no ser visto. Cuando estaba bajo las puntas del rotor, aún tenía que correr la que parecía una distancia imposible. Halló energía en algún sitio y la aplicó a sus piernas en movimiento.
Un neumático perdió la hinchazón en su base que indicaba la presión del peso. Se elevó del suelo. Garth se desvió ligeramente y corrió hacia el otro. La rueda saltó hacia arriba cuando él se aproximaba. Corrió desesperado bajo ella. Sólo quedaba la de proa. Por fortuna era más pequeña que las otras…, el aro de la rueda llegaba nada más a la altura de su clavícula, cuando el neumático descansaba en tierra. Pero cuando llegó, estaba levantada del suelo. Gruñó con el esfuerzo y se impulsó en un salto desesperado.
Su brazo extendido entró al agujero aligerador cuando la rueda se elevaba. Flexionó el brazo decididamente, cuando su impulso llevó sus piernas en movimiento bajo el neumático. Después metió el otro brazo a través del agujero. Era lo bastante grande para su cabeza y la parte superior de sus hombros. Los tanques de aire impidieron que se introdujera más.
Entonces vio horrorizado que la riostra se doblaba sobre él, por una bisagra.
¡El tren de aterrizaje era plegadizo!
Tuvo que volver todo su cuerpo para mirar hacia arriba a través del cristal de su escafandra y lo consiguió en alguna forma. No tenía manera de calcular la profundidad del hueco para la rueda. ¿Era lo bastante profundo para recibirlos a la rueda y también a él?
Bajó la mirada.
Tenía que ser bastante hondo…, ¡la nave estaba a treinta metros de altura y continuaba elevándose!
Se flexionó y metió la punta de un pie en la orilla del agujero. Logró sujetar la horquilla de la rueda. Se izó, sujetó el otro brazo de la horquilla y se tendió boca abajo en la parte superior del dibujo del neumático. Después, la rueda estuvo adentro y las grandes aletas del compartimiento se cerraron. El interior del hueco tocó su espalda, la oprimió y se detuvo.
No podía moverse, pero no estaba aplastado.
Era de noche.
Garth se encontraba agazapado junto a un «edificio» de las dimensiones de una montaña. Se hallaba construido con partes que parecían secciones de una carretera de cuatro pistas.
Intentó olvidar el vuelo, aunque sabía que lo obsesionaría por años…, la posición inmóvil, el ligero doblez en su manguera de aire y el torcimiento de su cuello que le habían causado tanto dolor, y por último el horror del aterrizaje, cuando la rueda a la que se aferraba hizo contacto y rodó. Envarado como se hallaba, tuvo que lanzarse al suelo delante de ella y quitarse del camino de un salto.
Caminó siguiendo la pared, buscando una entrada. Lo intentaría hacer por las puertas como único recurso, pues no sólo se encontraba al final de escalones de dos metros de altura, sino también estaban inundadas de luz.
Tropezó y cayó pesadamente en un hueco. Tenía alrededor de un metro y cuarto de profundidad. Se arrodilló, captó un movimiento en la penumbra y se inmovilizó. Ante él se hallaba una abertura negra, a través de la cual pudo ver las bandas brillantes de color amarillo, de la luz artificial filtrándose entre las tablas enormes. Y en la penumbra notó algo agazapado junto a él. Era duro y terso y a un extremo temblaban dos antenas graciosas y sensibles.
Era una cucaracha, casi de la longitud de su pierna.
Se humedeció los labios.
—Después de ti, amiga —dijo cortésmente.
Como si lo hubiera oído, la criatura agitó sus antenas y se deslizó al agujero. Garth llenó de aire sus pulmones y la siguió.
Bajo el piso había brillo y oscuridad alternados. Cayó dos veces en agujeros y uno de ellos estaba húmedo. Sucio y decidido, exploró más y más lejos, hasta que perdió todo sentido de la dirección. No sabía dónde se encontraba el agujero de entrada y ya no le importaba mucho. Sabía lo que buscaba y al fin lo halló.
Cerca de una pared había una elevación considerable del suelo de tierra por el que caminaba. Arriba, un gran parche ovalado de luz mostraba la presencia del tremendo agujero que había alojado un nudo de madera. Trepó hacia él.
Sintió la madera suave bajo sus dedos, como balsa. Comenzó a arrancar pedazos de ella, agrandando el agujero del nudo. Ahí la tierra estaba alrededor de un metro bajo el hoyo, así que tuvo que agacharse y trabajar hacia arriba. Fue agotador en extremo, pero continuó hasta que tuvo un agujero lo bastante grande para sacar la cabeza.
Debido a las pequeñas dimensiones del cristal de la escafandra, tuvo que asomar la cabeza casi por completo, antes de poder ver algo. Y por el brillo de arriba, tuvo que permanecer ahí un momento, para acostumbrar sus ojos a la luz… Lo que vio, lo hizo comprender por completo, por primera vez en su vida, la expresión «¡Y cuando miré, pensé que iba a desvanecerme!».
Se dejó caer otra vez al agujero y quedó jadeando por la reacción. Una de las gigantes estaba sentada en el piso, apoyada en un brazo extendido delante de ella. ¡Y él había hecho su agujero y sacado la cabeza exactamente entre sus dedos índice y pulgar abiertos!
Se sentó y miró en torno suyo con mucho cuidado. Siguió el contorno colosal de la sombra de la muchacha, donde cruzaban las líneas de luz entre las tablas. Y después se tendió a esperar a que se moviera.
Debió dormitar y, mientras tanto, hacerse inmune a los pasos estruendosos y a los bramidos subsónicos de las criaturas sobre su cabeza, pues cuando volvió a abrir los ojos, la sombra había desaparecido. Se arrodilló y asomó la cabeza cautelosamente por el agujero.
El piso se extendía ante él como una llanura despejada. Ocho o nueve de las enormes mujeres estaban en el cuarto, hasta donde pudo ver. Varias se encontraban en un estado de desnudez que en circunstancias diferentes lo hubiera intrigado.
Se izó. Los tanques se atoraron en el borde del agujero. Apretó los dientes y esforzó sus piernas bajo el piso y sus brazos sobre él. Entonces pasaron y al fin estuvo en el cuarto.
Retrocedió cautelosamente, lanzando miradas en todas direcciones. Se aseguró del hecho que ninguna de las mujeres estuviese mirando en su dirección y corrió hacia el único parche de oscuridad que pudo ver…, una red de pescar que cubría una ventana, como una especie de cortina; no obstante, desde su punto de vista, sabía que sería difícil descubrirlo.
Se detuvo para cambiar los tanques, pues el aire empezaba a faltarle y luego examinó la situación.
Las mujeres se hallaban reunidas en torno a una mesa, cerca del centro de la habitación, hablando y gesticulando con lentitud. Ninguna se encontraba mirando hacia él. Miró a la derecha. Una pequeña mesa estaba en el rincón y había otra red de pescar tras ella. Garth caminó hacia aquel lugar, pasó bajo una gigantesca pata de caoba, levantó los brazos y metió las manos en el abierto tejido de la cortina. Se estiró alarmantemente cuando apoyó su peso. Esperó hasta que estuvo inmóvil y luego trepó unos metros. Puso ambos pies en la red y saltó para probarla. Se estiró, pero resistió.
La altura hasta la parte inferior de la cubierta de la mesa, fueron los nueve metros más prolongados que se había determinado escalar en su vida, pero comenzó a subir. La red parecía estirarse treinta centímetros por cada medio metro que trepaba. Bajó la mirada y la vio tocar el suelo y luego empezar a amontonarse.
Recordó repentinamente la densidad increíble de los minúsculos invasores ffanx y una gran luz iluminó su cerebro.
Excitado, escaló más y más, y al fin llegó a la parte superior de la mesa. Llegó a ella, vaciló a la orilla por un momento espeluznante, recuperó el equilibrio y se paró en la superficie de madera. Seguro, sus pisadas se vieron en la superficie de la mesa, al caminar alejándose del borde.
Había un aparato eléctrico sobre la mesa, el cual ignoró. Fue hasta la otra orilla, se agazapó a un lado de la máquina y miró hacia la mesa en torno a la cual estaban reunidas las gigantes.
Su sangre se congeló.
Bajo un reflector, en el centro de la enorme mesa, había una caja hermética de vidrio. Dentro de ella, sin su escafandra, yacía el cuerpo de Bronce. La jefa, la que tanto se parecía a Glory Gehman, estaba manejando los controles delicados de un aparato que movía una serie de varillas que entraban a la caja a través de manguitos de presión. Al extremo de las varillas había abrazaderas, trozos de material textil blanco tan rudo como fibra de coco, pinzas, algodón y un escalpelo brillante tan largo como un mandoble.
«¡Si estaban siendo tan cuidadosas con la atmósfera —pensó—, Bronce debía estar vivo!».
La oleada de alegría que le produjo este pensamiento padeció una muerte rápida, pues fue seguido por… «y están a punto de vivisectarlo».
Cedió a un leve instante de pánico y desesperación. Corrió de regreso hacia la cortina, como para deslizarse por ella y atacar a las mujeres. Se detuvo y se dominó.
Miró alrededor suyo. Repentinamente, se irguió y sonrió. Después entró en furiosa acción.
—¿No es lindo?
Las mujeres se reunieron en torno a la figura diminuta.
—No debemos cortarlo hasta que hayan podido verlo el resto de las muchachas. ¡Es un muñeco adorable! —dijo una.
—Han olvidado que todos los ffanx son como muñecos —comentó la jefa heladamente—. ¿Proponen que tres mil doscientas mujeres, una por una, vean a este pequeño demonio? Tendríamos una ola de histeria que prefiero no tener que arreglar. Reservemos para nosotras lo que tenemos aquí. Aprenderemos lo que podamos y lo archivaremos.
—¡Oh!, eres tan apegada al deber —observó la rubia con impertinencia—. Bueno, adelante, si debes hacerlo.
Se acercaron más. La jefa apoyó los codos en la mesa para dar firmeza a sus manos y manipuló cuidadosamente las abrazaderas. Una descendió sobre cada muslo de la figura minúscula y la fijó al suelo de la caja. Dos más inmovilizaron los bíceps y otro par bajó sobre las muñecas. Luego bajó el escalpelo y tomó posición. La jefa se interrumpió repentinamente.
—¿Dejaron encendido eso?
Se volvieron al unísono hacia el rincón. Una de las mujeres se aproximó y miró.
—No, pero los tubos están calientes.
—Es una noche cálida —observó otra—. Adelante, corta.
Se volvieron a reunir en torno a la mesa. La hoja giró y descendió poco a poco.
—¡Alto! —rugió una voz…, una voz profunda, masculina.
—¡Un hombre! —chilló una de las mujeres.
Otra cerró su túnica rápidamente y la ciñó con el cinturón, una tercera gritó:
—¿Dónde? ¿Dónde? No he visto un hombre en tanto tiempo, que podría…
—¡Glory Gehman! —dijo la voz—. Hally Gehman. Hally por «Aleluya»…, ¿recuerdas?
—¡Gesell! —jadeó la jefa.
—El tonto —gruñó la rubia—. Sabía que un hombre no podría dejarnos en paz. Ésta es su idea de una broma…, pero dispuso la entrada para funcionar así. No es extraño que hayan entrado estos pequeños demonios —levantó la voz—. ¿Dónde estás?
Chasqueó los dedos.
—Es una transmisión de alguna clase —aseguró la rubia—. ¡No te ha contestado una sola vez, Glory! —se volvió hacia el rincón—. ¿Cómo me llamo, doctor Gesell?
Hubo una pausa. Se oyó un sonido en alguna parte, como el chillido de una criatura del campo.
—Todos te llaman Butch, cabeza de estopa —respondió la voz—. Vengan, lombrices.
—¡La grabadora!
Atravesaron corriendo el cuarto y se apiñaron en torno a la mesilla.
—¿Dijiste que estaba apagada? Mira…, ¡la cinta está moviéndose!
Glory tendió una mano para apagarla.
—No la apagues —ordenó la voz—. Escúchenme ahora. Tienen que creerme. Soy Gesell. No importa lo que vean, no importa lo que piensen, tienen que comprender eso. Ahora, óiganme. Tendrán oportunidad de probar mi identidad cuando haya concluido.
—Nadie, excepto Gesell, me llamó jamás Hally —comentó Glory.
—¡Shh! —siseó la rubia.
—Estoy en este cuarto y me verán en un momento. Pero antes de eso, Glory, quiero dispararte algunas matemáticas.
»¿Recuerdas la teoría de la integración vibratoria de la materia? Presuponía que los universos se interrelacionan. El universo A se presenta por una duración x, un ciclo, y después cesa de existir. Lo sustituye el universo B; C reemplaza a B; D sustituye a. C., cada vez por un “micromilisub-n-segundo” de tiempo. Al final de la cadena, se presenta otra vez. Las dos apariciones del universo A son consecutivas para un observador en dicho universo. Lo mismo ocurre con B y C y los otros. Cada uno parece continuo a sus observadores, aunque realmente son recurrentes. Todo eso es elemental.
»Éstas son las fórmulas para cada universo teórico en una serie limitada de cuatro continuos recurrentes entre sí…
Siguió una serie de ecuaciones matemáticas ininteligibles por completo para todas, excepto para Glory Gehman. Ella escuchó con atención, con sus cejas arqueadas fruncidas en profundos pensamientos. Sacó de su bolsillo una pizarra y empezó a calcular rápidamente.
—Nota ahora el cambio cuantitativo en la primera fase de cada ciclo. Para lograr una resonancia general, tiene que haber un cambio. En términos sencillos, si trazas una curva hiperbólica con mano temblorosa, la curva es la resonancia total de toda la serie de pequeños movimientos cíclicos. Y sólo hay un modo en que eso puede tener un efecto físico…, en el mismo continuo. Cada ciclo ocurre en una condición de espacio-tiempo ligeramente alterada. Eso explica la superdensidad de los ffanx y de todo lo que poseían y manejaban. Lo que era normal para nosotros estaba enrarecido para ellos. Los veíamos como pequeños androides densos y ellos nos veían como gigantes de moléculas enrarecidas. Debe haber un punto en el ciclo, en que ellos están enrarecidos en términos de nuestra condición. Pero las características espaciales son únicamente parte del continuo. La relación del tiempo debe alterarse con ellas.
»Según mis cálculos, ustedes deben haber estado aquí más de siete, pero menos de ocho meses y medio, y están esperando con paciencia considerable el mínimo de tres años que tomaría preparar la cápsula de cianuro para el mundo de los ffanx.
»Les informo con sentimientos confusos que la guerra de los ffanx terminó hace más de veintidós años terrícolas. El doctor Gilbert Gesell murió en una incursión de los ffanx que cerró la entrada. La entrada fue abierta otra vez por unos momentos, pero algo se ha descompuesto…, no sé qué. Debo decirles también que en términos de los patrones de la Tierra, ustedes, lindas criaturas, miden alrededor de veintitrés metros de altura.
»Así que comprueben sus cifras antes que se precipiten y maten a cualquier ser pequeño y denso que llegue por una entrada con una escafandra para respirar. Podría ser Garth, el hijo del doctor Gesell, crecido hasta la altura de quince centímetros y hablando en la grabadora, al funcionar ésta a su velocidad más alta, y reproduciendo la grabación a baja velocidad…
»Estoy colgado de la red, bajo el nivel de la superficie. Trátenme cuidadosamente, hermanas. He venido desde muy lejos…
Hubo un movimiento hacia la red y una reacción de horror alejándose de ella.
—Un ffanx —balbuceó alguien—. ¡Mátenlo!
—Debemos matarlo —dijo la rubia—. No podemos correr riesgos, Glory —detrás de su voz, estaba el horror concentrado de la conquista de la Tierra…, las jaulas de concentración…, la presencia hueca, lastimera, del puñado de mujeres «restituidas»—. Esto podría ser una trampa de los ffanx, una nueva arma.
—Las matemáticas…
—¡Al diablo con las matemáticas! —gritó una muchacha desde la orilla del círculo.
—¡Tiene razón!
—¡Tiene razón!
—¡Mátenlo!
Garth subió a la mesa y caminó hacia la grabadora. El círculo de mujeres se abrió al instante. Garth se esforzó contra los controles enormes, puso con firmeza su escafandra contra el micrófono y habló agudamente, mientras la cinta corría entre las guías. Después hizo retroceder la cinta, detuvo los carretes y volvió a hacerlos girar:
—Comprendo eso y debo decir que lo esperaba. Al final seguirán a sus propias conciencias, pero asegúrense que sea a sus conciencias y no al pánico a lo que obedezcan. Sin embargo, deseo decirles esto: la Tierra es un caos. Allá hay una nueva edad de ignorancia. Ha regresado a un estado tribal…, poliándrico en algunas partes, feudal en otras, matriarcal en muchas. Ustedes, tres mil mujeres y las hijas que tendrán muchas de ustedes, significarán una nueva vida para la Tierra.
El parloteo se intensificó.
—¿Poliandria?
—Una mujer…, varios maridos.
—¡Llévenme a eso! ¡Poli quiere un andro!
—Si él mide quince centímetros aquí, nosotras mediremos veinticinco metros allí. ¡Oh!
Las interrumpió la voz de Garth:
—Desearán saber cómo pueden volver a la talla de la Tierra, o cómo regresar a la Tierra cuando las dimensiones de allá correspondan a las de ustedes. Yo puedo decírselos. Pero no voy a hacerlo. Si ustedes pueden discutir respecto a mi vida, yo puedo regatear con ella.
Hizo una pausa.
—Ahora, díganme si han matado a ese muchacho —Garth añadió taimadamente—. Vayan a verlo otra vez. Mide uno noventa y es ciento dos por ciento hombre.
Una, dos, dos más, fueron hasta la gran mesa, a mirar con ojos reverentes la magnífica miniatura.
Glory, como sensible a un tono de voz que había notado, tomó el micrófono:
—No, no está muerto. Habría muerto, pero disparó con un explosor cuando puse el campo absorsor de neoturmalina sobre él. Toda la energía que podía absorber el cristal, la arrojó el explosor.
Garth levantó los brazos hacia el micrófono. Cuando su voz surgió nuevamente, dijo:
—Glory, reúne a las mejores mentes matemáticas que tengas aquí. Quiero darte alguna materia prima para que trabajes con ella.
Se oyó un estruendo repentino. Para Garth, fue un gran bajo percutiente que golpeó su escafandra como balas explosivas. Para las mujeres fue una aguda sirena de alarma.
—Calienten el helicóptero —gritó Glory—. Esta vez irán Asta, Marion y Josephine. Jo…, examina los metales de los transistores en el localizador direccional de la nave. Esta mañana perdía a cada instante una etapa de amplificación —se volvió hacia el micrófono—. Eso es una entrada. Muy pronto descubriremos si ha concluido o no la guerra de los ffanx. Voy a dejarte con tu amigo. Ruega porque estas gatas obedezcan mis órdenes en mi ausencia —dejó caer el micrófono y corrió hacia la gran mesa—. Butch, pone a ése con el otro. Si tocas a cualquiera de ellos antes que regrese, te descuartizaré. Ya me oíste.
—Lamentarás eso —respondió la rubia—. Cuando descubras que esos piojosos ffanx han estado enviando una señal a sus compañeros de juegos, te disculparás. Tú sabes que son telépatas.
—Lo haré de rodillas —prometió Glory—. Mientras tanto, gorda, hazme caso.
Salió corriendo.
—Vamos, órdenes son órdenes.
Garth las vio acercarse. Retrocedió un paso y se detuvo. Había actuado y todo lo que podía hacer era aguardar. La muchacha rolliza lo tomó delicadamente, intentó llevarlo a la distancia de su brazo, descubrió que era demasiado pesado y se apresuró a transportarlo. Luego lo bajó con cuidado sobre la mesa. Una de las mujeres se apresuró con una pequeña jaula. Garth entró a ella y la cerraron. Le conectaron un tubo y Garth oyó el aire siseando al entrar. Se sintió agradecido por el aumento de presión; había sentido la piel desollada y distendida por horas.
La mujer rolliza levantó la pequeña jaula y la puso sobre la caja de vidrio en la cual yacía Bronce. Fue movida una palanca y Garth cayó sin gracia a la caja.
Su primera acción fue correr hacia Bronce y tomarle el pulso. Estaba débil, pero firme. Le soltó las correas de la escafandra y se la quitó, y luego se arrodilló a su lado.
—Bronce…
No recibió contestación.
—¡Bronce!
Silencio.
—Bronce, amigo…, mira todas esas mujeres.
—¿Eh?
Bronce abrió los ojos y parpadeó como una lechuza. Garth rió.
—Bronce, buscabas mujeres. Mira, hombre.
La mirada de Bronce llegó hasta la pared de vidrio, probó su foco vacilante y atravesó hasta el exterior. Se sentó erguido.
—¿Para mí?
Luego se desplomó sin sentido.
Garth se sentó y le friccionó las muñecas, riendo débilmente. Después durmió por un tiempo.
El relevo de la mujer rolliza llegó después de un tiempo. Butch rehusó relevar y permaneció con los codos sobre la mesa y la cabeza inclinada, mirando a los hombres con odio y temor. Se oyó una especie de llamado distante. Todas las otras mujeres salieron, pero la gran rubia permaneció allí.
Garth tuvo un sueño en el que estaba persiguiendo a una muchacha con capucha café. Ella corría porque le temía, pero él la perseguía porque sabía que podía demostrarle que no había nada qué temer. Y cuando ganaba terreno, oyó la voz de Bronce:
—Garth.
Fue muy suave. Intensa, pero débil.
Se sentó abruptamente. Algo duro y agudo lo golpeó en la frente. Salió un poco de sangre. Cayó hacia atrás, aturdido, y luego abrió los ojos. Vio que Butch había acercado el escalpelo a pocos centímetros de su frente mientras dormía. Pudo descubrirla mirándolo, con la cara contraída en lentas convulsiones de risa. El estruendo casi inaudible de su voz fue una cosa tangible que amenazaba al vidrio.
Garth se volvió hacia Bronce. Se encontraba sobre su espalda, con una de las abrazaderas en forma de U sobre su garganta. Estaba oprimiéndolo únicamente lo necesario para mantenerlo inmóvil, presionándolo nada más lo suficiente para poner su cara de color escarlata. Su aliento era áspero.
—Garth —murmuró.
Se levantó trastabillando. La sangre entró a sus ojos. Hubo otra carcajada profunda del exterior. Garth enjugó la sangre y caminó vacilante hacia Bronce. El escalpelo bajó silbando y se interpuso en su camino. Lo esquivó, pero perdió el equilibrio y cayó.
Se oyeron golpes estruendosos sobre la mesa. Al parecer, Butch estaba divirtiéndose enormemente.
Garth levantó la mirada al escalpelo. Pendía inmóvil. Se arrastró hacia Bronce. Unas pinzas se dispararon y sujetaron su tobillo. Escapó de ellas, dejando veinticinco centímetros cuadrados de piel en sus mandíbulas aserradas. Continuó con obstinación. Llegó hasta Bronce, puso un pie a cada lado de su cuello, sujetó la abrazadera en forma de U y tiró hacia arriba. Bronce rodó a un lado, llenando sus grandes pulmones. La hoja del escalpelo golpeó de plano entre los omóplatos de Garth y lo derribó junto a Bronce.
—¿Cuánto tiempo hemos estado aquí? —preguntó Bronce dolorosamente.
—Un día, día y medio. En la Tierra serían ocho o nueve meses. ¿Qué estará haciendo Viki?
Miró en torno suyo. Butch se había ido.
—Aquí vienen las demás. Lo sabremos bastante pronto.
Se levantaron y observaron la marcha lenta, devoradora de distancia, de las gigantes.
—Traen algo… ¡Mira esas caras, Bronce!
—Parecen aturdidas.
—Glory… ¿La ves? La alta y tranquila.
—Veo una alta —replicó Bronce, inexpresivo.
—Está poniendo algo sobre la mesa. ¡Eh!, ¿qué es esa cosa?
—Parece una lápida.
—He oído de prisioneros a quienes hacen cavar su propia tumba —observó Garth—, pero esto…
La piedra fue puesta en la jaula. Grandes manos tomaron ésta y la pusieron en el techo de la caja de vidrio.
—Apártense.
La piedra cayó y osciló. Garth saltó y se apoyó en ella. Volvió a quedar sobre su base.
Era un monolito áspero, de alrededor de noventa centímetros de altura, cortado de piedra caliza suave, nívea. Tenía una cámara con una puerta de vidrio.
—Mira eso —exhaló Bronce.
Garth miró.
En la piedra estaban labradas las palabras.
LA ENTRADA
DE
GESELL
—No entiendo —dijo Garth.
—Busca allí —insistió Bronce—. La puertita.
Garth atisbó y vio un rollo de plástico. Abrió la puerta, sacó el rollo y lo extendió. Decía, con una letra exquisitamente clara:
Ésta es tu entrada a todo lo que es humano;
a todo lo que transpira y llora y se esfuerza;
a todos los apetitos, a todo asombro;
a errores complicados,
a misterios aclarados,
al crecimiento, a la fuerza, a la complicación,
a la simplicidad última.
Amigos, sean bienvenidos,
otros sean advertidos.
Gesell es su puerta
como fue la mía.
Una puerta cerrada nunca debe ser vigilada.
Mi puerta está abierta, vigílala bien.
Gesell sabe que lo quiero.
Díganle por favor que yo lo sé también.
Viki (escapada)
Hubo un largo silencio.
—Escapada —dijo Garth—. Escapada.
Hubo un choque sobre sus cabezas. La caja esclusa había sido puesta ahí. Había en ella una bocina. Fue dejada caer. Bronce la tomó y la pasó a Garth.
Garth miró a través del muro y vio a Glory con la cara serena congestionada y los ojos nublados.
—Garth Gesell, has leído el mensaje. Lo traje porque no deseaba que aguardaras; no quería que nada más oyeras. Ella arregló tu entrada, Garth, e introdujo la piedra para que la encontráramos. Después, cuando estábamos gimiendo y llorando adecuadamente, nos dejó hallarla.
»No podíamos haber confiado en cálculos, en afirmaciones. Pero la examinamos y es escapada…, ¡oh!, no hay duda. Podemos confiar en eso, pues la única cosa que nunca desperdiciarían los ffanx, ni siquiera para cebar una trampa para la presa más grande, es una sola gota de estradiol, que ella lleva intacto. Viki nos ha devuelto todo un mundo, Garth, simplemente queriéndote…
»¿Estás dispuesto a comenzar los cálculos?
Garth se apoyó en la pared, cerca de la bocina. El permanecer erguido parecía hacer trabajar demasiado a su corazón.
—No, hasta que haya visto a Viki —replicó.
Hubo una pausa. Luego se oyó otra vez la voz de Glory:
—Bronce. Ponte la escafandra.
Bronce lo hizo sin discusión. La jaula chocó sobre ellos. Garth se sentó y se apoyó contra el muro. Su corazón no se tranquilizaba.
Bronce estaba de pronto junto a él, con la escafandra puesta. Oprimió el hombro de Garth con tanta fuerza que le dolió y desapareció repentinamente. Hubo un leve sonido de roce. Garth se volvió. De la jaula, Bronce estaba haciendo bajar a alguien a la caja. Luego aquélla fue retirada.
Ella lo miró gravemente, sin temor. Pero esta vez había un mundo de diferencia.
Garth abrió los brazos. Él o ella se movió. Quizá ambos. Garth oprimió su mejilla contra la de Viki y, cuando la retiró, ambas estaban húmedas. Así que uno de ellos lloró.
Tal vez ambos.
Con su personal tono matemático, Glory dijo:
—Ya ven, tenía mucha razón respecto al cambio. Él, Viki y Bronce pueden volver a través de su propia entrada. Pero nosotras tendremos que abrir otra. Iremos a un mundo donde tendremos nada más el triple de las dimensiones de los nativos. Allí construiremos otra entrada más. Y ésa será a la Tierra y estaremos en casa.
—Si es tan fácil como eso —repuso la rolliza—, ¿por qué tenemos que ser cautas? ¿Por qué no vamos directamente a ese mundo intermedio y esperamos allí?
—Porque el mundo intermedio es el planeta de los ffanx, ¿ves? —explicó Glory.
La Tierra celebra un solemne festival en las praderas de Hack y Sack, a través de cuyo arco azul llegó primero la muerte y después la vida.