Extrapolación

Éste podría ser llamado un cuento «olvidado» en el sentido que, a través de los años, ha sido pasado por alto por los antologistas y, sin embargo (lo dicen autoridades idóneas), es una de mis obras mayores. Sé que cuando lo exhumé para este volumen y lo leí, concluí con auténticas lágrimas (increíble) en los ojos. Dejé que lo viera Groff Conklin (un buen editor) y confesó que lo hizo llorar. Fue Howard Browne quien compró esta historia y recuerdo repentinamente las circunstancias, porque fue la única ocasión que me ha ocurrido una cosa así en mi vida. Entré con ella y dije: «Mira, Howard, agradecería que me informaras pronto respecto a esto, porque…». Me interrumpió: «¿Estás en un apuro? Aguarda un instante. —Tomó el teléfono y preguntó—: ¿Departamento de contabilidad? —y después me preguntó—: ¿Qué extensión tiene? —Se lo dije. Howard miró al cielo raso por un instante, calculando, y luego ordenó por el teléfono—: Envíen a mi oficina un cheque para Theodore Sturgeon por (mencionó una cifra) en pago de un relato llamado Extrapolación». «¡Pero Howard! —exclamé—, ¡ni siquiera lo has leído todavía!». Encogió sus hombros de oso kodiak. «No necesito leerlo y tú lo sabes».

Difícilmente lo hacen así todavía.

* * *

—Léalo usted misma —dijo el mayor.

Ella tomó el haz de copias de su mano y por un instante fijó en él esa extraña mirada seca. «La mujer está aturdida», pensó e hizo lo que pudo para apartar los otros dos recuerdos que tenía de ojos como ésos: un gorrión herido que había muerto en su mano; su sobrina de cuatro años, cuando la abofeteó, y el largo momento insoportable entre el impacto y sus lágrimas.

La señora Reger leyó lenta y cuidadosamente. Su cara dormía. Sus ojos reflejaban y no transmitían. Sus manos largas fueron más vulnerables. El mayor oyó el murmullo del papel de copia; luego apoyó el dorso de sus dedos sobre el mantel. Cuando terminó al fin, puso el informe otra vez sobre la mesa, suave, muy suavemente, como si pudiera romperse. Permanecieron mirando el informe y su sello azul: SECRETO RIGUROSO. Al fin dijo:

—Es la cosa más sucia que ha hecho nunca un ser humano.

Después, su boca volvió a dormir.

—Me alegra que esté de acuerdo —replicó él—. Temía que… —y entonces, la mujer estaba mirándolo otra vez y no pudo seguir.

—Creo que no lo entiendo —rectificó sin entonación—. Se refiere al informe. Pensé que se refería a Wolf Reger.

—Eso era lo que temía —explicó el mayor.

La señora miró el informe.

—Wolf no es así. Wolf puede ser muchas cosas…, cosas que son difíciles de comprender. Pero no es un traidor —el mayor vio levantarse su cara y volvió la cabeza, para evitar esos ojos lastimados—. Creo —dijo serenamente— que es mejor que se vaya y se lleve esas mentiras.

Él hizo un movimiento hacia el informe.

—Señora Reger —gritó de pronto—, ¿piensa que estoy disfrutando de esto? ¿Cree que me ofrecí para esta misión?

—No había pensado respecto a usted en absoluto.

—Inténtelo —sugirió él con amargura. Añadió—: Lo siento. Toda esta cosa… —se dominó—. Quisiera poder creerle. Pero tenemos que entender que un hombre murió para hacer ese informe y hacerlo llegar a nosotros. No tenemos otra alternativa que tomarlo como verdad y actuar consecuentemente. ¿Qué otra cosa podemos hacer?

—Haga lo que quiera. Pero no me pida que crea falsedades respecto a mi esposo.

Al observarla, sintió que si perdía ese control magnífico, sería más de lo que podía soportar él. «Dios —pensó—, ¿dónde halló una rata como Reger una mujer así?». Con tanta suavidad como pudo, dijo:

—Está bien, señora Reger. No necesita creerlo… ¿Puedo decirle exactamente cuál es mi misión?

Ella no respondió.

—Fui comisionado para obtener de usted todo lo que pueda tener alguna relación con… este informe —señaló—. Que lo crea o no, es indiferente. Tal vez si me dice lo suficiente respecto al hombre, no lo creeré. Quizá —agregó, sabiendo que su voz carecía de convicción— podamos absolverlo. ¿No le agradaría ayudar a limpiar su nombre?

—Él no lo necesita —contestó ella impacientemente. Después, cuando el mayor emitió un sonido débil, exasperado, dijo—: Lo ayudaré. ¿Qué quiere saber?

Todo el alivio, toda la gratitud y todo el desagrado hacia esa clase de trabajo, estaban en su voz.

—Todo. ¿Por qué podría hacer algo así? —y añadió rápidamente—: O por qué no lo haría.

Ella le habló de Wolf Reger, el hombre más odiado en la Tierra.

* * *

«Cuídate de la cólera de un hombre paciente».

Wolf Reger tenía tantos talentos, que era imposible enumerarlos. Con ellos, tenía dos características que eran extremas. Una era el desamparo. La otra, una furia explosiva que atacaba sin aviso aun al mismo Reger.

Su desamparo emanaba de su exceso de habilidad. Cuando lo obstaculizaban, era demasiado fácil para él destacar en algún otro aspecto. Era difícil hacer que se preocupara mucho por nada. Lo robaran, lo rechazaran, se aprovecharan de él…, eso no importaba. En un día o una semana podía encontrar algo mejor. Por esto era robado y rechazado, y se aprovechaban de él.

Su furia era su único terror. Cuando tenía ocho años, estaba persiguiendo a otro niño…, era divertido; corrían, reían y serpenteaban por la gran casa del niño. Y en el mismo apogeo de la hilaridad, el otro pequeño salió y cerró la puerta francesa en la cara de Wolf y permaneció sonriendo a través del vidrio. Wolf golpeó instantáneamente el vidrio con el puño. El vidrio de doble grueso se rompió. Wolf se cortó dos tendones y una arteria de la muñeca, y el otro niño cayó jadeando, con la sangre de su carótida manando entre sus dedos impotentes. El niño se salvó, pero el efecto para Wolf fue peor que si hubiera muerto. Su rabia había durado quizá tres microsegundos y, cuando desapareció, lo hizo por completo. Difícilmente podría llamarse locura a una cosa tan breve…, ni siquiera ceguera. Pero dejó al niño con una convicción profunda del hecho que un día este relámpago atacaría y se desvanecería y él se hallaría mirando un cadáver.

Nunca volvió a correr y a gritar. Vivió cada momento de los cuatro años siguientes bajo la presión de su propia voluntad, dominando lo que sentía que era un demonio interno, analizando cada situación que encontraba, en busca de la posibilidad más remota a que ésta volviera a la vida. Con esa posibilidad visualizada, evitaría la situación. Por tanto, se privó del béisbol en los llanos y de los bailes en la escuela; de las competencias y de las actividades colectivas; de la amistad. Fue aplicado en la escuela. Tuvo poco éxito con sus compañeros.

Cuando tenía doce años, hubo una situación que no pudo esquivar. Entonces estaba en su segundo año de escuela de segunda enseñanza y todos los días, por tres semanas, un musculoso estudiante de segundo año, del doble de su talla, lo abordaba en su camino de inglés a geometría de segundo curso, rodeaba su cuello con un grueso brazo y presionaba su cráneo con los nudillos. Wolf lo soportó y lo resistió y, un día, se libró de él y lo golpeó. Era pequeño y delgado, y lo más posible es que lo sorpresivo de su ataque haya sido más efectivo que su potencia. Las piernas de ambos se enredaron y el muchacho más grande perdió el equilibro. Golpeó el piso de mosaico con la cabeza y yació inmóvil, con los labios blancos y la sangre saliendo de un oído. Por seis semanas no se supo si viviría o no. Wolf fue expulsado de la escuela el día que ocurrió y nunca asistió a otra. A partir de entonces, nunca se atrevió a enojarse.

Era fácil aborrecer a Wolf Reger. Superaba a cualquiera con quien trabajara y no agradaba a nadie por eso. Claudicaba ante cualquiera que quisiera lo que tenía él y fue despreciado por eso. Se comunicaba, pero no conversaba. Rechazaba inmediata y enérgicamente cualquier clase de compañía, al parecer porque no la necesitaba, pero en realidad porque no se atrevía a dejar que nadie se acercara a él. Y su habilidad básica era la extrapolación…, la capacidad para proyectar todo factor concebible, en una situación, hacia toda conclusión posible. Eligió su trabajo en esta forma. Escogía sus restaurantes de esta manera, sus ropas…, todo lo que hacía y lo que era. Vivió para esquivar a otros, para protección de ellos mismos.

Tuvo dos grandes éxitos: un proceso químico y un aparato electrónico. Eso le enseñó bastante concerniente a la fama para evitarla. La fama significaba gente, reuniones, asociados. Después de eso, dejó que otros gozaran del crédito por lo que hacía él.

Contrajo matrimonio a los treinta años.

* * *

—¿Por qué?

La pregunta colgó ofensivamente del aire entre ambos por un tiempo apreciable, antes que el mayor descubriera que había hablado en voz alta e incrédula.

Ella inquirió con cuidado:

—Mayor, ¿qué tiene hasta ahora en sus notas?

Él bajó la mirada a los pulcros renglones de símbolos.

—Unos pocos hechos. Unas pocas conjeturas.

Con una precisión que lo estremeció en su silla, la mujer dijo fríamente:

—Lo tiene descrito como un pequeño genio tortuoso, con todas las razones para odiar a la Humanidad. Si no estuviera segura de eso, yo no proseguiría. Mayor —añadió de pronto con voz diferente—, suponga que le dijera que iba caminando por la calle y que un hombre a quien nunca había visto en mi vida me gritó repentinamente, me derribó, me golpeó y me arrastró por el arroyo. Suponga que tuviera cincuenta testigos presenciales de lo que ocurrió. ¿Qué pensaría de ese hombre?

Él miró sus cabellos lacios, sus facciones fuertes, obedientes. A pesar de sí mismo, sintió una rabia quijotesca hacia el atacante, aún en hipótesis.

—¿No es obvio? El hombre tendría que haber sido un ebrio, un psicópata. Cuando menos, tendría que haberse engañado, pensar que usted era alguna otra persona. Incluso así, sólo un canalla haría algo de ese grado a una mujer —descubrió de pronto la facilidad con que ella lo había desviado del tema y se sintió enfadado—. ¿Qué relación tiene esto…?

—Ya lo verá —atrajo su mirada y él tuvo la sensación que ella por primera vez estaba examinándolo, mirando sus ojos, su boca; mirándolo como a un hombre, en lugar de una inevitable máquina parlante en uniforme—. Espero que lo verá —agregó, pensativa. Siguió luego—: Quería saber por qué se casó conmigo.

«El ejército desea saber eso —rectificó en silencio—. Yo quisiera saber por qué se casó usted con él».

* * *

La mujer se suicidó.

Explicó inexorablemente la razón al mayor y éste dejó el lápiz a un lado hasta que concluyó esa parte del relato. Éste era un informe sobre Reger, no respecto a su esposa. Sus razones fueron buenas, en su tiempo, y constituyeron una historia de desilusión y derrota, que ha sido y será contada una y otra vez.

Salió trastabillando al desierto y caminó hasta que cayó; hasta que estuvo segura que no habría rescate; hasta que escasamente tuvo fuerza para levantar el frasco y beber. Recobró el conocimiento ocho meses después, en un alojamiento para civiles casados, en la Base Espacial Dos. Había estado muerta dos veces.

Pasó mucho tiempo antes que supiera lo ocurrido. Reger, quien no se permitía moverse entre la gente, hacía ejercicio por las noches y la encontró; había caminado hasta cerca de la Base sin saberlo y Reger casi tropezó con su cuerpo. No era un cuerpo pequeño y él no era un hombre grande, pero en alguna forma la llevó a su alojamiento, un cuarto con baño tan próximo a la orilla del área como podía estar, sin salirse de la Base. Aún estaba viva…, escasamente.

Nadie, excepto Reger, podía saber cómo la salvó. Sabía que se encontraba narcotizada o envenenada y agotada. Halló el medicamento exacto para impedir que se alejara más de la vida, pero por semanas no pudo hacerla reaccionar. Hacía el trabajo para el cual fue contratado y además la atendía y nadie supo que estaba ahí. Su corazón se detuvo en dos ocasiones y él lo hizo funcionar nuevamente, una vez con adrenalina y otra con un shock eléctrico.

Su sistema nervioso se hallaba dañado. Cuando comenzó la convalecencia, él inició la terapia con drogas. La mantuvo paralizada, sumida en la inconsciencia, para que el lento proceso de restablecimiento pudiera proseguir sin obstáculos. La alimentación la realizó por vía endovenosa.

Y continuó su trabajo y nadie supo nada.

Y entonces, un día, llamaron a la puerta. Un cuarto y un baño; abrir la puerta era abrir toda la habitación a un intruso. Ignoró el llamado y se repitió otra y otra vez, tímida, pero insistentemente. Extrapoló, como siempre, y le desagradó la conclusión. Una mujer en su alojamiento de soltero creaba una situación que sólo podía significar gente y la gente habla y habla…, y la molestia repetida, atenuada, que más temía entre todas las cosas.

La tomó en sus brazos, la llevó al cuarto de baño y cerró la puerta. Luego contestó al llamado. No era nada importante…, una mujer que estaba haciendo una colecta para una fiesta del Día de Gracias, para los huérfanos del pueblo. Extendió un cheque y se libró de ella, gruñendo repetidamente que nunca debía volver a molestarlo…, y que hiciera correr la noticia. Eso y la magnitud del cheque dispuso de ella y de cualquiera como ella.

La reacción casi lo hizo desplomarse, después que la mujer se había retirado. Supo que no podía prevenir las circunstancias que podrían hacer que fueran otras personas con otros motivos. Una falla de energía, un incendio, incluso muchachos curiosos o un fisgón; la ley de probabilidades indicaba que a pesar de su reputación de ser un recluso, a pesar del aislamiento de su alojamiento, alguien tenía que descubrir su secreto. Ella había estado ya con él por cuatro meses. ¿Cómo podría explicarlo? Los médicos sabrían que estuvo bajo tratamiento por algún tiempo; la gente de la Fuerza Aérea y las esposas parlanchinas harían sólo Dios sabía qué clase de escándalo respecto a eso.

Así que se casó con ella.

Necesitó otras seis semanas para fortalecerla lo suficiente para moverla. La llevó a un pueblo a doscientos cincuenta kilómetros de la base y contrajo matrimonio con ella en la habitación de un hotel. Estaba bajo la influencia de un hipnótico aplicado con habilidad e instruida cuidadosamente. No supo nada en la ocasión y no recordó nada después. Reger solicitó luego un alojamiento para casado, la llevó a la base y continuó su terapia. Que atisbaran. Se había casado y su esposa no únicamente estaba enferma, sino era tan antisocial como él.

* * *

—Ahí está su andrófobo —dijo la señora Reger—. Pudo haberme dejado morir. Pudo haberme puesto en manos de los médicos.

—Usted es una mujer atractiva —indicó el mayor—. Usted era eso y además un desafío…, dos clases de reto. ¿Podía mantenerla viva? ¿Podía hacerlo mientras cumplía con sus obligaciones? Un hombre que no compite con la gente, por lo general encuentra alguna otra cosa para enfrentarse a ella.

—Es bastante imparcial mientras aguarda todos los otros hechos —comentó ella amargamente.

—No lo soy —respondió él y se sorprendió agregando—. Es nada más que no puedo mentirle a usted.

Hubo en la última palabra un leve énfasis que deseó poder borrar.

La mujer lo pasó por alto y continuó su historia.

* * *

Debió tener alguna clase de conciencia mucho antes de notarlo. Nació otra vez, poco a poco, consciente de la comodidad y la seguridad, de una alternación de luz y oscuridad, una apreciación difusa de la forma en que eran satisfechas sus necesidades, una anticipación semiconsciente de su regreso cuando se encontraba sola.

Él la rodeó de música: el fonógrafo automático cuando se hallaba ausente, el piano cuando estaba en casa y sin otra cosa que hacer. La música era su gran escape y escapaba profundamente en ella. La mujer había sido aficionada a la música toda su vida y reconoció en el hombre silencioso una sensibilidad asombrosa. La seguridad y la influencia de la música ampliaron su conciencia de una delgada línea a un sendero amplio, hacia adelante y atrás, al pasado y al futuro. Mientras más avanzaba trastabillando, más apreciaba su presente. Por esto, yació en silencio por muchos días, cuando pudo haberle hablado, tratando de entender. Cuando al fin estuvo preparada, lo atemorizó intensamente. Nunca había soñado que nadie pudiera ser tan tímido, tan humilde. No sabía que un ser humano pudiera sentir tanto desagrado hacia sí mismo. No obstante, poseía fuerza interior y recursos ilimitados. Era eficiente por completo en todo lo que hacía, excepto en su esfuerzo por hablar con ella.

Le habló, con terror en los ojos, de su matrimonio y le suplicó que lo perdonara. Parecía que una palabra áspera de ella lo destruiría. Y ella sonrió y le dio las gracias. Él se alejó en silencio y se sentó al piano, aunque no lo tocó otra vez mientras ella estaba allí.

Después de eso, ella se recuperó muy rápidamente. Hizo todo lo posible por entenderlo. Consiguió hacerlo hablar de sí mismo y tuvo cuidado de no ayudarlo nunca, ni de trabajar con él en nada. Nunca la tocó. Ella comprendió que no lo haría, hasta que estuviera preparado para hacerlo, así que jamás insistió. Se enamoró de él completamente.

En ese tiempo, el Starscout se hallaba terminado y estaban haciendo las últimas pruebas. Reger se veía obligado a pasar más y más tiempo en el área de lanzamiento. Algunas veces trabajaba cincuenta o sesenta horas seguidas y aunque odiaba verlo volver trastabillando a casa, tenso y fatigado, esperaba con ansia estas ocasiones, porque en su sueño más profundo ella podía entrar de puntillas a su habitación, sentarse cerca de él y observar su cara, estudiarlo sin la rigidez del control, encontrar en él al niño de ocho años, aterrorizado y con sangre manando de la muñeca, viendo a un compañero de juegos con la garganta cortada. Podía aislar en él al poeta, al pintor, hablando, creando y expresándose sólo en música, pues no podía confiar en las palabras y en las formas. Lo amó. Podía aguardar. Quienes aman el amor y los que se aman a sí mismos no pueden esperar. Los que aman a otra persona sí pueden y lo hacen. Así que lo observaba silenciosamente y salía de puntillas cuando se movía.

Sus extrapolaciones nunca cesaban y tuvo noción antes que ella del hecho que, no siendo un Wolf Reger, sus necesidades eran diferentes a las de la mujer. Sugirió que se paseara al sol cuando él se encontraba ausente. Le dijo dónde estaba el expendio de alimentos y provisiones, y le dejó dinero para que fuera de compras. Ella hizo lo que él esperaba que hiciera.

Después ya no regresó del área de lanzamiento y cuando las cincuenta o sesenta horas llegaron a ser setenta y ochenta, decidió buscarlo. Para entonces ya conocía alguna gente en la base. Fue a ella, deteniéndose en la oficina postal en el camino. Los papeles del divorcio la aguardaban allí.

* * *

El mayor dejó caer su lápiz.

—Usted no sabía eso.

—Todavía no —aceptó él—. Lo habríamos descubierto de cualquier forma —se inclinó, buscando el lápiz y se golpeó la cabeza ruidosamente en la mesa. Preguntó—: ¿Por qué? ¿Por qué se divorció de usted?

—No lo hizo. Inició el proceso. Tenía que ser puesto en el calendario de la corte y luego oído en justicia y adjudicado y después hay una espera de noventa días…, usted sabe. Fui a un baile.

—¡Ah…! ¡Oh! —comprendió que ésa era una respuesta a su pregunta—. ¿Se divorció de usted porque fue a un baile?

—¡No!…, bueno, sí —cerró los ojos—. Iba al cinematógrafo de la base en ocasiones, cuando Wolf estaba trabajando. Fui a la sala y en lugar de cine había un baile. Me senté junto a una de las mujeres del expendio y vi el baile, y después de un tiempo su esposo me invitó a bailar. Lo hice. Sabía que Wolf me lo habría permitido si hubiera estado ahí…, pero él nunca iría ahí.

»Y miré por casualidad hacia la entrada, cuando pasamos bailando, y Wolf estaba parado afuera. Su cara…

Se levantó y fue hasta la repisa del hogar. Levantó una mano muy lentamente, mirándola moverse y pasó la yema de los dedos por la madera pulida.

—Toda contraída, toda… Tan pronto como terminó la música —murmuró—, salí corriendo hacia él. Lo hallé ahí.

El mayor pensó: «No se quebrante, por Dios. No se hunda mientras yo esté aquí».

—Extrapolación —observó ella—. Computaba y proyectaba todo lo que veía. Yo estaba bailando. Supongo que sonreía. Wolf nunca aprendió a bailar, mayor. ¿Puede imaginar cuán importante puede ser eso para un hombre capaz de hacer todo?

»Cuando salí, lo encontré igual que siempre, silencioso y controlado. Lo que estaba sucediendo en su interior, no quiero pensarlo. Volvimos a casa caminando y la única cosa que se habló fue cuando dije que lo sentía. Me miró tan asombrado, que no me atreví a decir más. Dos días más tarde, partió.

—En el Starscout. ¿No sabía que era miembro de la tripulación?

—No. Lo supe después. Wolf tenía tantas habilidades, que él solo era nueve décimas partes de la tripulación. Lo habían querido por mucho tiempo, pero él siempre se negaba. Creo que porque no podía soportar el compartir el espacio con alguien.

—Lo compartía con usted.

—¿Sí?

El mayor no replicó. Ella prosiguió:

—Eso iba a terminar. Estaba seguro. Podía concluir en cualquier momento. Pero el vuelo espacial era otra cosa distinta.

—¿Por qué se divorció de él?

La mujer pareció despertar con un estremecimiento.

—¿He estado hablando en voz alta? —preguntó.

—¿Qué? ¡Sí!

—Entonces se lo he dicho.

—Tal vez —aceptó.

Puso su lápiz en posición.

—¿Qué va a escribir? —cuando no recibió respuesta, agregó—: ¿Ya no estoy diciendo la verdad, mayor?

—Ahora no —contestó él con firmeza.

Lo inspeccionó con la mirada por segunda ocasión, viéndolo en realidad.

—Me pregunto qué estará pensando —murmuró.

El mayor escribió, cerró su cuaderno y se levantó.

—Muchas gracias por cooperar así —dijo rígidamente.

Ella afirmó con movimientos de cabeza. Él tomó su gorra y fue hasta la puerta. La abrió, titubeó y volvió a cerrarla.

—Señora Reger…

Ella aguardó increíblemente inmóvil…, su cuerpo, su boca.

—En sus palabras…, ¿por qué inició el procedimiento de divorcio?

La mujer casi sonrió.

—¿Cree que mis palabras son mejores que lo que escribió? —después añadió sobriamente—: Me vio bailar y eso lo lastimó. Lo estremeció hasta el fondo. No. No había sabido que le dolería. No supo hasta entonces que me amaba. No podía enfrentarse a eso…, temía la intimidad. Y que un día perdería la cabeza y yo moriría. Así que salió al espacio.

—Porque la amaba.

—Porque me amaba lo suficiente —dijo ella con calma.

Él apartó la mirada, porque tuvo que hacerlo y vio el informe sobre la mesa.

—Será mejor que me lleve esto.

—¡Oh, sí! —lo tomó y se lo entregó—. Es lo mismo que la historia de la que le hablé…, del hombre que me derribó.

—Hombre…, ¡oh! Sí, ése. ¿De qué se trató?

—Sucedió realmente —aseguró—. Me derribó y me golpeó, en plena luz del día, frente a testigos y todo lo que dije al respecto es verdad.

—Bastardo —gruñó el mayor y luego se ruborizó como una muchacha—. Lo siento.

Esta vez la mujer sonrió.

—Había un muelle de carga allí, frente a una bodega. Una máquina, en una caja, se soltó y se deslizó por una rampa hacia la calle. Golpeó un tambor de gasolina y produjo una chispa. Cuando me di cuenta, estaba envuelta en llamas. Ese hombre me derribó y apagó el fuego golpeándolo con las manos. Así fue como él me salvó la vida.

Él abrió la boca lentamente.

—Hay alguna diferencia cuando se saben los hechos, ¿no? Aun cuando todos los informes que obtuvo eran ciertos —golpeó con los dedos el sello de SECRETO RIGUROSO—. Dije que todo esto era mentira. Bueno, quizá todo es verdad. Pero en tal caso, es como la primera parte de ese relato. Usted necesita el resto. Yo no. Usted no conoce a Wolf Reger. Yo sí. Adiós, mayor.

* * *

Tomó asiento en su oficina en la comandancia y dio golpecitos lentos a la copia de la trascripción de sus notas. «Tengo que enviarlas como están —pensó—, pero no puedo, no puedo».

Maldijo violentamente y se levantó. Fue hasta el enfriador de agua y sacó un vaso de papel, lo llenó y lo arrojó, al cesto para papeles. «Todo lo que tengo son los hechos. Ella tiene fe».

El mundo estaba lleno de mujeres y un porcentaje por completo normal de ellas eran capaces de impresionarlo. Pero con seguridad tenía la edad y la experiencia suficientes para no dejar que eso se interpusiera a los hechos. Especialmente en este caso. Si el mundo supiera lo que había en ese informe de SECRETO RIGUROSO, la Humanidad sabría cómo sentir respecto a Wolf Reger. Y entonces la esposa de Wolf Reger estaría en contra de 1.250.000.000. ¿Cómo podía preocuparse un hombre cuerdo en relación con una decisión así?

Maldijo nuevamente, tomó su portafolios, lo abrió y sacó el parte secreto. Lo azotó sobre la trascripción. «Una mirada más. Una mirada más a aquellos reveladores datos».

Leyó:

Ésta fue la cuarta ocasión que borré la cinta y ahora no tengo tiempo para lenguaje oficial, si voy a informarlo. Una cinta creada para informes de inspección del casco en el espacio, no es adecuada para la descripción de una invasión espacial. Pero eso tendrá que ser. Así que éste es Jerry Wain, navegante del Starscout, cautivo en uno de los cruceros que van a invadir la Tierra. Primer contacto con extraterrestres. Se supone que será un gran momento en la historia humana. Es probable que sea también uno de los últimos momentos, precursores de la tragedia.

El Starscout ha desaparecido y Minelli, Joe Cook y el capitán han muerto. Eso nos deja a mí y a ese bastardo de Reger. Los extraterrestres nos tenían rodeados antes que lo supiéramos, más allá de Júpiter. Cortaron el explorador con alguna especie de campo o algo que destrozó el casco en líneas del ancho de una mano. Sin calor ni impacto. Nada más que polvo fino y se despedazó. Joe no alcanzó a ponerse un traje. El capitán fue a proa, supongo que para permanecer con la nave y no pudo haber vivido mucho, después que cortaron la cúpula del cuarto de controles. Los tres restantes sobrevivimos y nos capturaron. Abrieron a Minelli para ver cómo eran sus entrañas. No he visto a Reger, pero está vivo, sí. Reger puede cuidarse solo.

Únicamente he visto a dos de los extraterrestres, o quizá vi a uno de ellos dos veces. Si pueden imaginar un cangrejo hecho de espuma de hule azul, con una amplia falda en torno, todo de alrededor de cuatro metros y medio de través, es semejante a eso. No soy biólogo, así que creo que no puedo ser muy útil en los detalles. La falda ondea hacia atrás y adelante cuando camina. Diría que nada a través del aire; un salto y un deslizamiento, un salto y un deslizamiento. También camina. Primero pensé que se deslizaba como un caracol, pero vi una vez un número de patitas, algunas con tenazas. No sé cuántas. De cualquier modo, son demasiadas. No le he visto ojos, aunque debe tenerlos; hay aquí una luz grisácea, como en un campo nevado en un día nublado. Proviene del mamparo. También del piso…, de todas partes.

Calculo que la gravedad es de una sexta parte respecto a la terrestre. La atmósfera es caliente. Parece ser de gases ligeros. Abrí mi válvula auxiliar de oxígeno y produje una chispa en ella con el dorso de mi guante y eso fue bastante espectacular. Con seguridad hay hidrógeno. Y algo más que da un tono anaranjado a la llama. Dedúzcanlo ustedes. Quisiera saber tanto como Wolf Reger. Aunque no lo emplearía como está haciéndolo él.

El compartimiento donde estoy está vacío completamente. Hay una tronera oval en el mamparo. Sin marco; parece como si el material del casco nada más hubiera sido hecho transparente ahí. Al mirarlo desde un ángulo oblicuo, puedo ver que la nave tiene doble casco y hay una especie de juego óptico que hace posible ver casi directamente a proa y a popa, aunque diría que el exterior de la tronera está al nivel del casco exterior. No puedo decirles nada relativo a la fuerza motriz. Casi no los vi antes que nos tuvieran rodeados y entonces se soltó un infierno. No obstante, los miré mientras flotábamos en el aire y algunas de las naves estaban maniobrando. No es retroimpulso, eso es seguro. Pueden salir disparadas y detenerse como si chocaran con un muro. Tienen algún modo de eliminar la inercia. O la mayor parte de ella. Es bastante duro viajar en ellas, pero el pasar de mil KPH, o más, a la detención total lo aplastaría a uno contra las paredes, en lugar de nada más que lanzarlo contra el mamparo, como ocurre. No pueden operar sin alas en una atmósfera y no las tienen. Todavía no.

Conté veintiséis naves: dieciséis grandes, supongo que ustedes los llamarían cruceros; cilindros perfectos de entre doscientos cincuenta y trescientos metros. Y diez pequeñas, esferoides de alrededor de treinta metros de diámetro. Tal vez sean destructores. Son veloces como un demonio, incluso comparadas con las grandes. Creo que mi cuenta es precisa y no es necesario que esperen más de ésas. Pero es bastante, con el daño que pueden hacer.

Cuando nos trajeron, me arrojaron aquí y no ocurrió nada por dieciséis horas, que yo supiera. Después entró ese primer insecto a través de una especie de fruncimiento en el muro, que se hizo transparente, se extendió y lo dejó atravesar y luego la pared se hizo sólida nuevamente. Creo que estuve bastante paralizado por un momento, observándolo y después preguntándome hacia dónde iba a saltar. Entonces vi lo que llevaba en un costado, en la falda levantada formando una especie de repisa. Era una pierna de Minelli. Ustedes saben, ese tatuaje de la muchacha y la nave espacial. Pude ver el extremo superior del fémur, donde se supone que debe articularse en la cadera. La pierna no le fue cortada. El miembro había sido arrancado.

Creo que enloquecí un poco. Saqué de mi cinturón la llave para la antena y se la arrojé antes de saber lo que estaba haciendo. Erré. Creo que no tomé en cuenta la gravedad. Pasó por arriba. El insecto pareció encorvarse y no pude moverme. Me era posible hacerlo dentro del traje espacial, pero el traje era como una sola pieza fundida.

El insecto se deslizó hacia mí y se elevó un poco (entonces fue cuando vi todas esas patitas) y me quitó del cinturón todo lo que podía mover: linterna, llave stillson, carrete de la antena. No tocó mis tanques; creo que ya sabía respecto a ellos. Por Reger, el entrometido Reger. Llevó todo al mamparo exterior y de pronto hubo un agujero cuadrado ahí. Tiró mis cosas hacia afuera y el orificio desapareció, y a través de la tronera pude ver que mis cosas pasaban, alejándose de la nave a toda velocidad. Así como descubrí el agujero para los desechos.

El insecto se deslizó hasta la otra pared e iba a dispararle con los surtidores de mis talones, cuando de algún modo tuve el buen sentido suficiente para no hacerlo. No sabía qué daño harían y podría emplearlos más tarde. Si alguien está leyendo esto, lo hice.

De cualquier manera, el insecto salió llevando aún la pierna de Minelli y, cuando la pared estuvo sólida nuevamente, pude moverme otra vez.

Alrededor de tres semanas después recibí otra visita de uno de ellos, pero lo ataqué tan pronto como estuvo adentro. Se alejó deslizándose por el aire y luego me volvió a inmovilizar. Creo que después de eso, renunciaron a mí como un caso perdido.

No me alimentan y mis convertidores están bastante bajos. He racionado mi aire y mi agua todo lo posible, pero ya no es posible la conversión sin una recarga completa y no es probable que la obtenga. Estaba hambriento, como nunca creía que pudiera estarlo, después que se agotaron mis raciones de emergencia, pero ya no lo siento. Solamente estoy débil.

Las naves han estado en actividad todo este tiempo. Calculo, sin instrumentos, que estamos en el Cinturón, a alrededor de 170-20-95. Busquen desde ese centro en espiral…, estoy bastante seguro que nos hallamos cerca de esa posición. Apliquen el infrarrojo; aunque se hayan ido para entonces, debe haber calor residual en esas rocas. Han fundido una roca grande y ya no queda prácticamente nada de ella. Hacen pasadas rápidas de ida y vuelta, como un cepillo mecánico para metal. No puedo ver un rayo ni nada parecido, pero la superficie fluye fundida, al pasar las naves. La benefician. Creo que filtran la escoria en alguna forma y destilan los metales. No lo sé. Soy navegante. En todo lo que puedo pensar, es en esas naves pasando de esa manera sobre la Puerta de Oro y Budapest y LaCrosse, Wisconsin.

Descubrí cómo hacer funcionar la compuerta para desechos. Basta apoyarme en ella. Es una esclusa con alguna clase de muelles fuertes, por dentro, creo que para proyectar lejos los desechos de la nave, para que no la sigan en órbita. Debieron saber que estaba chapuceando con ella, pero nadie me lo impidió. Sabían que no podía ir a ninguna parte. Aunque supieran respecto a los surtidores de mis talones, probablemente saben que no podría ir con ellos lo bastante lejos para que les importara.

Bueno, hace seis horas, una especie de punto oscuro comenzó a aparecer en el mamparo interior. Se hinchó hasta convertirse en una prominencia de las dimensiones aproximadas de mis dos puños juntos, de color negro brillante, con una especie de campo de distorsión en torno, de modo que sus orillas eran imprecisas. Por un tiempo no pude imaginar lo que era. La toqué y después la sujeté y descubrí que estaba vibrando a alrededor de quinientos ciclos, llenando mi traje con la nota. Pegué mi casco a ella de inmediato.

La nota continuó, luego cambió de tono y finalmente se extendió en un ruido como un transportador de cuarenta ciclos y algo empezó a modularlo, y en el momento siguiente estaba diciendo mi nombre, llano y áspero, sin inflexión. Con seguridad era una vos artificial. «Wain», decía, aclarándose a medida que repetía: «Wain, Wain».

Así que mantuve la cabeza pegada a ella y grité: «Soy Wain».

Por unos momentos nada más se oyó el transportador y después volvió la voz. No los molestaré describiendo exactamente cómo sonaba. El lenguaje era rudimentario, pero claro, como: «Wain, no tenemos planeta, ustedes lo tienen; queremos su ayuda».

Hubo muchos gritos, hasta que capté la idea. Y lo que más deseo decirle es esto: en un momento en que escuché con verdadero cuidado, oí otra voz, murmurando. Reger…, puedo jurarlo. Era como si este demostrador de operación de la voz o máquina vocal estuviera siendo operada por uno de los insectos y Reger estuviera indicándoles lo que debían decir, pero que no confiaran en que me hablara directamente.

De cualquier modo, los insectos tenían un planeta y le había sucedido algo, no sé qué, pero la Tierra era más semejante, que cualquiera otra cosa que hubieran visto, a lo que quieren. Piensan aterrizar, establecer una base y organizar maquinaria para dominarnos. Tienen esporas que crecerían en nuestra agua marina y la privarían de la mayoría de su oxígeno, supongo que combinándolo con todos los elementos del océano. Mientras tanto, convertirían rocas para poner en la atmósfera cualquier otra cosa que requieran.

Así, a sangre fría…, no estaban en contra de nosotros. Cuando uno desmonta un terreno boscoso, no está intentando especialmente deshacerse de las ardillas y las termitas. Eso sucede mientras uno trabaja.

Por un tiempo, esperé que podríamos hacer algo, pero me sacaron eso de la cabeza, parte por parte. Reger les dijo todo. Estudien los antecedentes de ese tipo. Sabe ciencia atómica, diseño de naves, química y casi toda maldita cosa, y es todo de ellos. Les hablé de ese campo o lo que sea, con el que paralizaron mi traje; es una aplicación del control de inercia que tienen sus naves. ¿Saben que si lanzaran una bomba A contra ese campo, no habría impacto y no estallaría? Incluso podrían arrojarle piedras…, no tendrían inercia al hacer contacto. Saben que no tenemos flota, solamente media docena de naves exploradoras y el transporte a la Luna.

Estamos perdidos, eso es todo.

Así que pregunté cuál era la proposición y respondieron que podían utilizarme. No me necesitaban realmente, pero podían usarme. Dijeron que podría tener cualquier cosa de la Tierra que deseara y todos los esclavos que pudiera poner a trabajar. Esclavos. Oí que Reger les decía la palabra. Tendría eso por treinta o cuarenta años, antes que murieran todos ellos. Trabajaría a las órdenes de Reger. Él iba a dirigir su aterrizaje. También estaba diseñando alas para que entraran a la atmósfera…, para eso era el metal extraído, para las alas. Pondrían su base en algún desierto y lo primero que notaría cualquiera, sería que el oxígeno comenzaba a desaparecer. Y aunque puedan verlos entrar a la atmósfera, no podrán tocarlos.

Tal vez incluso no debía intentar prevenirlos. Quizá sería mejor que nunca supieran qué los atacó…

Reger…, es…, ¡ah!, limítate a los hechos, Wain. Algo lo hace odiar la Tierra lo bastante para…, no puedo imaginar incluso a un cobarde, haciendo esto para salvar el pellejo. Debe haber alguna otra causa.

La prominencia en el muro comunicó: «Reger dice trabajas con él, puedes confiar».

Sí, puedo confiar. Les respondí lo que podían hacer con su proposición, agregando que incluyeran a Reger en ella.

Ahora, esto es lo que voy a hacer. Cuando menos a intentarlo: Mi traje es el único que tiene una grabadora y es interna. Es posible que aún Reger no lo sepa. Lo que haré será esperar hasta que esta nave comience a desbastar el asteroide. Cobra una velocidad endemoniada a cada pasada, más de la que pensarían ustedes, debido al campo sin inercia. Al final del pase hacia el Sol, saldré por la esclusa. Tendré la velocidad de la nave, más la de los muelles eyectores de la compuerta.

Utilizaré el giroscopio para dirigirme hacia el Sol. He conectado la marcha de mi surtidor de los talones a mi fuente de oxígeno. Cuando el oxígeno deje de inundar los escapes, lo cortaré. Espero que para entonces estaré lo bastante lejos para que no me hallen o no se preocupen por mí. Eso es algo que no viviré para saberlo.

Y he conectado el medidor de combustible a mi señal de auxilio. Cuando se haya agotado el combustible, la señal dejará de sonar. Debe haber exploradores buscando mi nave; quizá uno de ellos me recogerá.

Ahora estamos poniéndonos en posición sobre la roca.

Tal vez no pasaré por la esclusa. Quizá me pulverizarán antes que me aleje. Tal vez verán mis escapes al virar. Quizá captarán la señal cuando se hayan agotado los surtidores. Tantas probabilidades.

No me llamen héroe por hacer esto. No lo estoy haciendo por ustedes. Estoy haciéndolo contra Reger. El bastardo Reger…

Fue Jerry Wain, es todo; fuera.

* * *

El mayor levantó la mirada del informe. Tal vez algún día podría leerlo sin sentir ese escozor en los ojos.

Levantó las copias para descubrir su propia trascripción. Detallaba fríamente los hechos pertinentes de su entrevista con la esposa del traidor. La leyó toda otra vez con detenimiento, hasta el último párrafo, que decía:

RESUMEN: Se indica que el sujeto es un individuo brillante, pero pervertido, y que las primeras influencias anotadas, además de su modo de vida, han inducido un temor morboso a sí mismo y una desconfianza profunda a todos los seres humanos, incluyendo a su esposa. Su habilidad para la extrapolación, además de su imaginación viva, parecen haber creado en él la certidumbre que había sido traicionado o lo sería ciertamente. Sus acciones, tal como son relatadas por Wain, son motivadas, al parecer, por la venganza…, una venganza contra toda la Humanidad, incluyéndose él mismo.

El intercomunicador siseó y una voz dijo:

—Mayor, el coronel desea su informe de la entrevista con la señora Reger.

—Sí.

Lo tomó, lo levantó, lo puso en su máquina de escribir y escribió rápidamente:

El suscrito quiere hacer hincapié en la naturaleza parcial del parte anterior, basado como está en la declaración de un hombre bajo una grave presión. Es concebible que evidencias posteriores puedan alterar las conclusiones declaradas.

Lo firmó, agregó su grado y su sección, lo enrolló, lo metió en un cilindro y lo introdujo al tubo neumático.

«Ahora, ¿por qué diablos hice eso?», se preguntó.

Sabía cuál era la respuesta. Se levantó, fue hasta el espejo colgado en el rincón, junto al enfriador de agua y se miró en él. Movió la cabeza, disgustado.

* * *

Cuando las naves fueron avistadas, la grabación de Wain salió de los archivos y fue directamente a los cables noticiosos. Uno de los columnistas dijo después que la conmoción producida en la Tierra casi sacó a la Luna de su órbita. De pronto, no existió en ningún lado una cosa semejante a un arma secreta. De repente, no hubo por el momento nada que pudiera ser llamado nación, únicamente hubo el estruendo del pánico, el temor y la cólera, y en cada uno de éstos el apellido de Reger, rodando en los huecos de los Himalaya, estallando en las amplias calles de Buenos Aires y en los callejones de Londres. Temían a los extraterrestres, pero a Reger lo odiaban.

Sin la grabación de Wain, los extraterrestres podrían haberse acercado o incluso aterrizado, antes que el mundo estuviera alerta. Sin ella, una alarma general ciertamente hubiera esperado alguna especie de identificación. Pero la Tierra estaba tan preparada como pudieron disponerla tres mil millones de seres humanos feroces, temerosos y furiosos en el breve tiempo que tenían.

Las naves llegaron en fila, más veloces que cualquier vehículo hecho nunca por el hombre. Eran precisamente como las había descrito Wain: dieciséis grandes cilindros, diez pequeños esferoides. Venían en seis escalones, uno tras otro, todos, excepto uno, compuesto de ambos tipos de naves, y el restante era una hilera ominosa de cinco de los pesados.

Se dirigieron en línea recta hacia la Tierra, presentando en su única fila el perfil más pequeño posible al radar terrestre. (Reger conocía el radar). Cuando toda ley conocida de balística espacial dictaba que con ese rumbo, a esa velocidad, debían zambullirse en el planeta, desaceleraron y viraron para seguir una órbita, más bien un curso impulsado en torno a la Tierra, al margen del alcance de los cohetes interceptores (que conocía Reger).

Y ahora podían verse sus alas. Telefax y televisión, periódicos y agencias de gobierno, captaron sus contornos en minutos. Eran bastante familiares: un diseño de ala de gaviota, que en opinión de un ingeniero en aeronáutica, tenía «todas las características que podían darse a un ala». Cada una de ellas, de la raíz a la punta, tenían su propio ángulo diedro. Cada ala tenía su conicidad plana pronunciada y su inclinación aguda hacia atrás. Aun los pequeños destructores esferoides las poseían, junto con un botalón para sostener el empenaje de mariposa. Había un diseño terrestre exactamente como ése…, una superficie aerodinámica de un gran aeroplano estable en extremo para empleo subsónico. El diseñador: Wolf Reger.

Los exploradores espaciales se elevaron rugiendo para retarlos, cargados de armamento y de rabia. Enviaron una nube de proyectiles delante de ellos. Había altos explosivos, atómicos, proyectiles sólidos y un espectro completo de radio en diversas frecuencias, por si acaso.

Las ondas de radio tuvieron tan poco efecto sobre los extraterrestres como las cargas de fusión. Lentes telescópicos vieron que los proyectiles volaban hacia sus blancos y simplemente se detenían ahí, para deslizarse en torno a los cascos brillantes y flotar hasta ser llevados a bordo uno a uno.

Y después, los pequeños exploradores intentaron embestirlos y fueron desviados como pececillos de las paredes de un acuario, para continuar rugiendo en el espacio hasta hacer un viraje laborioso.

El enemigo voló en círculos por tres días en torno a la atmósfera, conservando su formación y absorbiendo o ignorando todo lo que podía arrojarles la Tierra.

El mayor llamó por teléfono a la esposa de Reger para preguntarle si había retirado su nombre del buzón y del timbre de la puerta. Ella respondió indignada que no necesitaba hacerlo y no lo haría. El mayor suspiró y esa noche envió un pelotón a arrestarla. Estaba furiosa. Sin embargo, aceptó que tenía razón a la mañana siguiente, cuando vio en el periódico las fotografías de su apartamento. Incluso habían desaparecido los marcos de las ventanas. En algunos lugares, la chusma rompió hasta el piso, aun arrojó la bañera desde el décimosegundo piso a la calle.

—Debía saber tanto respecto a la gente como piensa que sabe de Wolf Reger —dijo él.

—Debía saber tanto respecto a Wolf como cree que sabe de la gente —repuso ella.

Había en su compostura una luz que nunca vio antes. El mayor dijo repentinamente:

—Usted sabe algo.

—¿Sí?

—Actúa como si hubiera recibido una carta por entrega inmediata de ese…, de su esposo.

—Es verdad.

¿Qué?

Ella rió. Era la primera vez que la oía reír y algo con manos, en lo profundo de él, lo oprimió.

—No debía provocarlo, mayor. Si le prometo decírselo a su tiempo, ¿me promete no preguntarlo ahora?

—Mi obligación es hallar todo detalle que pueda tener influencia en la situación —replicó él con una voz seca.

—¿Aunque eso no influya lo más mínimo a su comprensión?

—Usted no puede juzgar eso.

—Sí puedo, ciertamente.

El mayor movió la cabeza.

—Nuestra misión es decidirlo. Temo que tendrá que decírmelo, cualquier cosa que sea.

La jovialidad de la mujer se ocultó en su interior y una nueva luz brilló en sus ojos.

—Bueno, no lo haré.

Él comenzó a hablar y luego calló. No necesitaba hacer experimentos para descubrir que esta mujer extraordinaria no podía ser presionada, coaccionada o aun sorprendida. Dijo suavemente:

—Muy bien. No preguntaré. ¿Y me lo dirá tan pronto como pueda?

—Ni un segundo después.

La retuvo en su oficina. A ella no pareció importarle. Le permitió leer todos los informes de la invasión a medida que llegaban y observó todo asomo de expresión en su cara.

—¿Cuándo va a admitir que no hay ningún héroe en esta historia, que no hay nadie apagando las llamas de su vestido?

—Nunca. ¿Alguna vez se ha casado, mayor?

Él pensó agriamente: «¿Te has casado?».

—No —respondió el hombre.

—Sin embargo, ¿ha amado a alguien?

Él se preguntó cómo conservaba sus facciones tan controladas bajo la tensión. Le agradaría aprender a hacerlo. Contestó.

—Sí.

—Está bien. Entonces únicamente necesita unos pocos datos concernientes a la persona a quien ama. Nada más que los indispensables para señalar el camino.

—Tres puntos en una gráfica para darle una curva, de manera que pueda conocer sus características y extenderla. ¿Se refiere a eso?

—Ésa es una de las cosas a las que me refiero.

—Lo llaman extrapolación. La especialidad de su hombre.

—Me agrada eso —dijo ella suavemente—. Me gusta mucho.

Apartó la mirada de él, del cuarto y sonrió ante lo que vio.

¡Dios! —explotó él.

—¡Mayor!

—Va a ser golpeada —dijo el mayor roncamente—. Va a recibir tal golpe en los dientes…, y no puedo hacer nada.

—Pobre mayor —comentó la mujer, mirándolo como si fuera un recuerdo.

Se oyó un sonido metálico y un ruido electrónico llenó la oficina. La bocina ladró:

—El enemigo desciende en espiral. Vigilen su trayectoria.

—Ahora verá.

Descubrieron que habían hablado al unísono, pero no era ocasión de cambiar una sonrisa.

—¡Arizona! —exclamó la bocina y agregó—: Alertas… Alertas…

—Alertas un demonio —gruñó el mayor—. Escucharemos los detalles por radio. Venga.

—¿Me llevará?

—No la perderé de vista.

Corrieron a los elevadores y subieron al techo. Un helicóptero los llevó al aeropuerto, abordaron un avión de retroimpulso y despegaron hacia el sol poniente.

Un cordón ininterrumpido pudo ser tendido en torno de alrededor de 260 kilómetros cuadrados en hora y media. Fue posible porque lo hicieron inmediatamente después que la flota extraterrestre tocó la Tierra. Una vez que fue determinado el sitio de aterrizaje, los caminos se congestionaron por el tránsito, el desierto hirvió con hombres y máquinas, el aire se sacudió con aeronaves, floreció con paracaídas. El círculo no se había cerrado del todo, cuando la formación descendió casi precisamente en el centro previsto. Fue una formación esférica, ya no una fila sencilla. Llegó a la Tierra con dos estruendos: uno, el crujido terrible del aire hendido al cerrarse para cicatrizar, que rebotó y chocó otra vez; el otro, un sacudimiento de la Tierra misma.

Y el cordón se detuvo, se aplastó, permaneció inmóvil como una mancha, mientras el globo violento se formaba en el desierto, se rodeaba con su capa de muchos colores, se elevaba al firmamento y se ataviaba con sus penachos agitados.

Y no hubo demonios ahí, en el desierto, sino el mismo infierno.

Lo vieron desde el aeroplano, porque estaban manteniendo contacto estrecho por radio con el aterrizaje y esforzando los ojos hacia el crepúsculo, tratando de ver la flota. Su piloto les dijo que los vio llegar a una velocidad imposible. El mayor no los vio al guiñar, pero vio sus alas, como un aleteo de papeles en una esquina ventosa, cayendo rotas. Y entonces la bola de fuego luchó con el sol y por un momento lo derrotó, hasta que se convirtió en un fantasma torcido en un sombrero amplio, desgarrado.

Pareció pasar mucho tiempo antes que el mayor, con las palmas apretadas sobre sus ojos, murmurase:

—Usted sabía que ocurriría eso.

—No, no lo sabía —respondió ella, en un murmullo respetuoso—. Sabía que sucedería algo.

—¿Lo hizo Reger?

—Por supuesto —la mujer se agitó, miró la torre de humo y se estremeció—. ¿Todavía no puede ver?

Él lo intentó.

—Algo…

—Tome —dijo ella—. Le prometí. Mi carta de entrega inmediata.

El mayor la tomó.

—He visto esto. La fotografía de la flota.

Murmuró exactamente como lo había hecho antes:

—Pobre mayor —recobró la fotografía, le dio vuelta, tomó con dedos ágiles su lapicero de oro del bolsillo del uniforme—. Primero venía un crucero, otro crucero y otro crucero —explicó y trazó una línea corta por cada uno, seguidas—, y un destructor y otro destructor —dibujó un disco negro por cada uno de ellos—. Después, el segundo escalón: destructor, crucero, destructor.

Y dibujó así toda la, formación. Él miró las marcas hasta que ella rió.

—¡Capitán!

—¿Sí, señora? —contestó el piloto.

—¿Quiere leer esto al mayor, por favor?

Se lo entregó.

—¿Qué quiere decir con que lo lea? —preguntó el mayor, pero la mujer lo hizo callar.

El piloto miró las señales y devolvió el papel.

—Dice ochenta y ocho, W. R.

—No, no…, diga también los códigos.

—¡Oh…, lo siento! —lo miró nuevamente—. Dice: «Amor y besos. Eso es todo lo que tengo para ti. W. R.»

—Démelo —ordenó el mayor—. ¡Por Dios, es clave Morse!

—Colgó allí por tres días completos y no pudo leerlo.

—¿Por qué no me lo dijo?

—¿Cómo lo hubiera interpretado, antes que sucediera eso?

Siguió su ademán y vio la gran nube ardiente.

—Es verdad —exhaló—. Tiene tanta razón. ¿Hizo eso nada más que por usted?

—Por usted. Por todos. Debió ser la única cosa que pudo hacer para informarnos de lo que estaba haciendo. No le permitieron llamar por radio. Incluso no lo dejaron hablar a Wain.

—No obstante, le permitieron desplegar sus naves.

—Supongo que fue porque hizo las alas para ellos; pensaron que él sabría cómo emplearlas mejor.

—Las alas se desprendieron —preguntó el piloto—. ¿No fue eso lo que ocurrió, capitán?

—Seguro —replicó el joven—. Y no es raro, por el modo en que entraron. Lo he visto suceder antes. Se puede volar bajo la velocidad del sonido o sobre ella, pero es mejor no hacerlo a esa velocidad precisa. Me parece que permanecieron todo el tiempo en la barrera, mientras entraban.

—Todo desde una serie de controles…, probablemente un piloto automático, con el rumbo y la velocidad fijos —miró a la mujer—. Reger lo dispuso —de pronto, movió la cabeza con impaciencia—. ¡Oh, no! No se lo habrían permitido.

—¿Por qué no? —inquirió ella—. Todas las otras cosas que les dijo resultaron ciertas.

—Sí, pero debieron saber respecto a la barrera. Capitán, ¿cuál es la velocidad del sonido en la estratosfera?

—Depende, señor. Al nivel del mar, es de trescientos cuarenta metros por segundo. Alrededor de treinta kilómetros de altura, es de aproximadamente trescientos, dependiendo de la temperatura.

—La densidad.

—No, señor. La mayor parte de la gente piensa eso, pero no es así. Mientras mayor sea la temperatura, más elevada será la velocidad del sonido. En cualquier forma, la «barrera del sonido» de la que hablan es únicamente un término conveniente. Lo que ocurre es que se forman ondas de choque en torno de una nave entre 85 y 115 por ciento de la velocidad del sonido, porque alrededor de ella parte del flujo de aire es supersónico y otra parte todavía es subsónico, y se sufren patrones de flujo muy extraños. Algo de las sacudidas son por eso, pero la mayoría son por las ondas de choque, como las de la nariz, que golpean las puntas de las alas, o las de éstas, que golpean el empenaje.

—Ya veo. Capitán, ¿podría establecer un plan de vuelo que mantuviera a una aeronave en la etapa de sacudimientos desde el principio de la atmósfera hasta abajo?

—Imagino que podría hacerlo, señor. Aunque no se padecerían muchas sacudidas arriba de alrededor de 35 kilómetros. No importa cuál sea la velocidad sónica, el aire es demasiado delgado para la formación de ondas de choque.

—Le diré lo que hará. Elabore un plan así. Después, llame al radar en Prescott e investigue la información referente a la aproximación de Reger.

—Sí, señor.

El joven fue a trabajar en su mesa de gráficas.

—Es tan difícil para usted —comentó la señora Reger.

—¿Qué?

—No lo creerá hasta que tenga coordenada su gráfica, con todos los datos y las cifras en su sitio. Yo lo sé. Lo he sabido todo el tiempo. Es tan fácil.

—También es fácil odiar —observó el mayor—. Probablemente usted nunca ha odiado mucho. Pero dejar de odiar es un proceso bastante complicado. No hay modo de hacerlo, excepto entender los hechos. La verdad.

Estaban a cinco minutos de vuelo del hongo, cuando el capitán terminó sus cálculos.

—Es verdad, señor, eso fue lo que sucedió. Pudo haber sido un accidente. Esas naves permanecieron dentro del 4 por ciento de la velocidad sónica, con impulso, y se hicieron pedazos. Y hay algo más. El radar dice que desde los 32 kilómetros hacia abajo mostraron una señal distinta. Como si se hubieran despojado de su campo de inercia.

—¡Tuvieron que hacerlo, o no tendrían ninguna clase de turbulencia sustentadora sobre las alas! ¡No puede usarse una superficie aerodinámica si no la toca el aire! Creo que, por alguna razón, su escudo de inercia no puede utilizarse cerca de un fuerte campo de gravedad.

—¿Y Reger proyectó la aproximación de esa manera?

—Así parece. Desde treinta kilómetros hasta tierra a esa velocidad…, todo terminó en alrededor de quince segundos.

—Reger —musitó el piloto. Volvió a los controles y desconectó los automáticos—. Una de las fotografías de radar mostró el traje espacial de Reger, mayor —dijo—. Parece que saltó en la misma forma en que lo hizo Wain…, a través de la esclusa para desechos.

—¡Está vivo!

—Depende —el joven miró al mayor—. ¿Piensa que la chusma va a esperar mientras les explicamos las velocidades?

—Es un dispositivo militar, capitán. Harán lo que se les ordene.

—¿Respecto a Reger, señor?

Volvió su atención a los controles y el mayor volvió pensativamente a su asiento. Mientras descendían sobre la pista, atrás del cordón, se golpeó de pronto la rodilla.

—Gases ligeros, alta temperatura…, ¡por supuesto esos insectos nunca supieron respecto a una onda de choque a la que llamamos velocidad sónica! ¿Ve? ¿Ve?

—No —respondió ella.

Él comprendió que la mujer no necesitaba ver. Ella lo sabía.

Tal vez la hembra de la especie extrapolar, sin saberlo, pensó, y la fe intuitiva no es más que computación a alta velocidad.

Guardó su idea para sí mismo.

El mayor caminó silenciosamente entre la muchedumbre, escuchando. Había soldados y hombres de la Fuerza Aérea, oficiales de seguridad y civiles. Tras ellos estaba el cordón, apretándose reduciendo el espacio entre ellos y el área radiactiva. En el cordón, una puerta humana: FBI, CIA, G-2, examinando a los que se encontraban adentro. El mayor escuchó:

—Tiene que estar adentro, en alguna parte.

—No te preocupes, agarraremos al muy…

—¡Eh George!, te diré lo que haremos. Si lo capturamos, cerraremos la boca. Si lo encuentra el Ejército, habrá un juicio y toda clase de formalidades. Si lo halla esta chusma, lo destrozarán al instante.

—¿Y?

—Demasiado rápido. Tú y yo, uno o dos de los otros tipos de aquí…

Desde algún lugar atrás del cordón se oyó un resoplido tremendo y una enorme voz indiferente:

—El micrófono está dispuesto, teniente.

Y después se escuchó la voz del oficial de guerra psicológica:

—Está bien, Reger. Sabemos que usted no deseaba hacerlo. Nadie le hará daño. Recibirá un trato justo. Entendemos por qué lo hizo. Estará seguro. Nos haremos cargo de usted. Nada más, salga —hubo una interrupción y luego—: ¡Oh, lo siento, señor!

—No mimará a un hijo de perra como ése en mi presencia —se oyó claramente a través del amplificador y después, ásperamente—: Reger, salga de allí y acepte las consecuencias. Lo merece y lo recibirá tarde o temprano.

El mayor escuchó parte de una sugerencia respecto a una operación con una lima para uñas y después se alejó, para oír:

—Sujetas una cuerda de tripa a un árbol, y le haces caminar en torno, hasta que…

El traje espacial colgaba grotescamente por el cuello contra la pared derruida de un pajar. Un hombre flaco, con un traje sucio de una pieza, estaba junto a un montón de piedras.

—Tres por diez centavos, caballeros, y las damas gratis. Acérquense y golpeen al hijo de perra. Prepárense para lo bueno. Gracias, señor. Péguele duro —un cabo levantó una piedra redonda espacial y la hizo volar. Acertó entre las piernas del traje espacial y la multitud rugió. El hombre flaco chilló—: ¡Una por cuenta de la casa! ¡Una por la casa! —y le entregó otra piedra.

El mayor tocó en el brazo a un teniente de cara tersa.

—¿Qué sucede?

—¿Eh? ¿El traje, señor? ¡Oh, todo está bien! Los hombres del G-2 estuvieron aquí y se retiraron. Sí, es suyo. Tiene que estar cerca. Bueno, somos nosotros o lo caliente…, puede escoger. El cordón está poniendo blindaje para radiación.

—Esto provocará dificultades.

—No lo creo —replicó el teniente—. El mismo general Storms lanzó un par de piedras.

—Hágalo sangrar, cabo —gritó el hombre a un soldado de primera. Saltaba de un pie al otro, haciendo sonar las monedas en el bolsillo—. ¿Qué pasa, muchachos, lo aman?

—Imagínese, ganando dinero —comentó el teniente, admirado—. Es un payaso.

—Sí, un payaso —aceptó el mayor y se alejó.

—Al ver esto, desearía que Reger hubiera escapado —dijo una voz suave.

—Usted es un tipo raro aquí, señor —observó el mayor cordialmente y por completo fue mal comprendido.

El hombre huyó y el mayor podría haberse mordido la lengua, cortándola en dos.

«Quiero estar en su lugar —pensó de pronto con apasionamiento—, donde la verdad constituye una diferencia. Y si fuera un genio para la extrapolación, ¿dónde me escondería?».

—Señor Reger, usted es un hombre razonable —bramó la bocina.

—Tres por diez centavos. Por veinticinco, puede arrojarle un subteniente.

—Debería resistirse. Debía regresar al punto despejado y freírse lentamente.

El cordón avanzó treinta centímetros. «Pensé el chiste más gracioso. Pones vinagre en su esponja y se la acercas con esta estaca…».

El mayor caminó con lentitud de regreso hacia el cordón y entonces, como una luz cálida, brillante, se le ocurrió lo que haría si fuera un genio para la extrapolación, atrapado entre los lobos que avanzaban y las llamas. Sería una llama o un lobo. Pero no podía ser esa clase de llama. No le era posible ser uno de los lobos que avanzaban. Tendría que ser un lobo que permaneciera en un lugar y permitir que el avance lo dejara atrás.

Fue y se detuvo junto al hombre. Ésta no era la cara conocida de Reger, hundida, delgada, con la nariz arqueada.

Descubrió repentinamente que la nariz del hombre estaba quebrada y no magullada. Y un hombre tendría que vestir esa ropa por semanas, para que estuviera tan sucia.

—Tomaré tres —dijo y entregó diez centavos al hombre.

—¡Qué muchacho, mayor!

Le entregó dos piedras y un trozo de metal. El mayor apuntó con cuidado y dijo por una comisura de la boca:

—Muy bien, amor y besos. Tenemos que sacarlo de aquí.

El hombre tuvo un momento de inmovilidad total. Tras ellos, el magna voz rugió:

—Puede confiar en mí, señor Reger.

—Y yo confiaré en usted, señor Reger —bramó el hombre en contestación—. Salga y le tiraré un par de piedras. ¿Ve, mayor? Estoy en una situación que no puedo confiar prácticamente en nadie.

El mayor lanzó su piedra contra el traje espacial. Por un lado de la boca, casi sin mover los labios, insistió:

—Alta temperatura, gases ligeros. Sé lo que hizo. Permítame sacarlo de aquí.

Lanzó otra piedra, y pegó en el frente del traje espacial.

—Una por la casa, una por la casa. Me gusta el modo en que lo está haciendo, mayor.

El mayor observó quedamente:

—Una cosa que nunca extrapoló, genio. Suponga que ella lo amara tanto que tuviera fe en usted, cuando tres mil millones de personas odiaban sus bríos —arrojó el trozo de metal y tomó otros diez centavos—. Lo avisaré. Voy a romperle la nariz —apuntó cuidadosamente y declaró casi por encima del hombro—: Ella jamás perdió la fe por un segundo. Está aquí. ¿Vendrá?

Lanzó la piedra y pegó en la placa de la cara.

—Ven, Reger —gritó el hombre—. De cualquier modo, recibirás tu merecido tarde o temprano —levantó una de sus propias piedras y murmuró…, casi gimió—: Podría matarla si regreso…

—Ella podría morir, si no lo hace.

—¡Esto es algo que jamás esperaste, Reger! —exclamó el hombre y lanzó su piedra—. ¿Quieres gritar un poco? —preguntó a un muchacho con dientes salidos—. Tengo que lavarme la boca.

Caminó hacia la salida móvil en el cordón, con el mayor detrás. El mayor lo empujó rudamente.

—Si no tiene inconveniente —dijo al hombre del FBI—, voy a interrumpir esta empresa.

Cerca de él, un hombre de la CIA gruñó:

—Magnífica idea, mayor. Estaba a punto de confundirlo con Reger, la sucia sanguijuela.

Salieron.

—Nunca pensé que lo encontraría gritando, conversando y mezclándose con la gente —comentó el mayor.

—Uno hace lo que tiene que hacer —respondió el hombrecillo—. En una ocasión vi que una mujer levantó la puerta de doscientos setenta kilos de un garaje, con una mano y sacó a su hijo con la otra.

Trastabilló. El mayor lo sostuvo.

—Hombre…, ¡está agotado!

—Usted no sabe —murmuró Reger. Inquirió repentinamente—: ¿No la ama lo suficiente para entregarme a ellos? Jamás tendrá una oportunidad mejor.

—¿Dije que la amaba?

—En una forma o en otra.

Callaron el resto del camino hasta la pista de aterrizaje. El mayor admitió, con voz ahogada:

—La amo más que…, lo bastante para… —golpeó un costado del aeroplano—. Lo encontré —gritó.

La puerta se abrió.

—Sabía que lo hallaría —declaró la mujer.

Ayudaron a subir a Reger. El mayor se sentó junto al piloto.

—Vuele —ordenó.

Pensó: «Sabía que lo encontraría. También tiene fe en mí».

Mucho tiempo después, pensó: «Cuando menos, eso es algo».