VEINTICINCO

ASÍ es nuestra historia: viene de la oscuridad, da un par de vueltas, pasa y regresa a la oscuridad. Deja tras de sí recuerdos mezclados con dolor, un poco de risa, arrepentimiento, estupor. El carro del queroseno pasaba por nuestra calle por las mañanas; el vendedor iba sentado en su banco, asiendo con desánimo las riendas, haciendo sonar la campanilla y tarareándole al viejo caballo una interminable canción en yiddish. El muchacho que ayudaba en la tienda de los hermanos Sinopsky tenía un gato raro que lo seguía a todas partes, no se quería despegar. El señor Lazarus, el sastre de Berlín, una persona que siempre movía afirmativamente la cabeza y pestañeaba, ahora la movía como si se negase a creer lo que veían sus ojos. ¿Quién ha oído hablar de un gato fiel?, y decía: «Quizás sea un Geist» (o sea un fantasma). La doctora Magda Grifius, que seguía soltera, se enamoró de un poeta armenio y se fue con él a Chipre, a la ciudad de Famagusta. Después de varios años volvió y se trajo una flauta travesera. A veces, por las noches, me despertaba y escuchaba; y algo desde mi interior me susurraba: no olvides esto nunca, esto es lo principal, todo lo demás es sólo una sombra.

—¿Y cuál es la otra cara de lo que realmente ha pasado?

Mi madre solía decirme:

—La otra cara de lo que ha pasado es lo que no ha pasado.

Y mi padre:

—La otra cara de lo que ha pasado es lo que va a pasar.

Un día, cuando por casualidad nos encontramos en un pequeño restaurante de pescados de Tiberíades, a orillas del lago Kinneret, después de catorce años, le pregunté a Yardena. En lugar de contestarme, soltó su risa luminosa, una risa que sólo tienen las chicas a las que les gusta ser chicas y que saben exactamente lo que es posible y lo que está perdido, encendió un cigarrillo y dijo: «Lo contrario de lo que ha pasado es lo que pudo haber pasado de no haber sido por las mentiras y el miedo».

Sus palabras me transportaron nuevamente al final de aquel verano, al sonido de su clarinete, a los dos padres de Chita, que siguieron viviendo juntos incluso después de la muerte de su madre, al señor Lazarus, que criaba gallinas en la azotea y que después de unos años decidió volverse a casar y se confeccionó un traje de tres piezas en un color azul oscuro, nos invitó a todos a una comida vegetariana, pero por la noche, después de la ceremonia y el convite, se levantó de repente y saltó por la azotea; Yardena me devolvió al policía cuatro cuatro siete nueve, a la pantera en el sótano, a Ben Hur y al cohete que nunca lanzamos hacia Londres y también la persiana azul que quizás siga flotando aún en la corriente, en su complejo viaje circular de vuelta al molino. ¿Cuál es la relación? Es difícil de explicar. ¿Y la propia historia? ¿No habré vuelto a traicionar a todos por haberla contado? O todo lo contrario: ¿los habría traicionado si no la hubiera contado?