MI padre cerró la puerta. Todavía de pie en el pasillo, le dijo a mi madre:
—Tú no te metas en esto, por favor. A mí, me preguntó en voz baja:
—¿Qué tienes que decir?
—Se me hizo tarde, lo siento. Comenzó el toque de queda. El policía me pilló cuando ya estaba volviendo a casa.
—Se te hizo tarde. ¿Por qué se te hizo tarde?
—Se me hizo tarde, lo siento.
—Yo también —dijo mi padre con tristeza, y añadió—: Verdaderamente, yo también lo siento.
Mi madre dijo:
—En Haifa ocurrió una vez que un niño de tu edad no regresó a casa con el toque de queda y los ingleses lo cogieron, lo acusaron de pegar carteles y lo condenaron a quince azotes. Con látigo. A los dos días, sus padres lo encontraron en un hospital árabe, no quiero decirte cómo tenía la espalda.
Mi padre intervino:
—Permíteme un momento, por favor.
Y a mí me dijo:
—Así es, en efecto. Toma buena nota de lo que te voy a decir: hasta el fin de semana no saldrás de tu cuarto excepto para asearte e ir al servicio. Esto incluye comer solo. Así tendrás tiempo en abundancia para meditar, con honestidad, sobre lo que ha ocurrido y también sobre lo que pudo haber ocurrido. Además, Su Eminencia tendrá que afrontar una crisis económica, ya que las pagas quedan congeladas hasta el uno de septiembre. Aparte de todo esto, el acuario y la visita a Talpiot quedan totalmente aplazados. Espera. No hemos acabado. La luz se apagará a las nueve en lugar de a las diez y cuarto. Su Alteza ciertamente comprenderá la relación: para que puedas reconsiderar tus andanzas en la oscuridad. Está demostrado en la práctica que, en la oscuridad, una persona sensata razona con más precisión que en la luz. Eso es todo. Haga el favor Su Majestad de desaparecer ahora mismo e irse a su habitación. Ciertamente. Sin cenar. Y a ti te repito que no te metas en esto. Es un asunto entre él y yo.