OCHO

EN la puerta, mi padre dijo en su lento inglés, con r rusa parecida al choque de unos patines sobre una acera desigual:

—Muchas gracias, señor policía, por traernos a esta oveja descarriada.

Estábamos preocupados, especialmente mi esposa. Le estamos muy agradecidos.

—Papá —susurré—, él es buena persona y ama nuestro pueblo.

Ofrecedle un vaso de agua y tened cuidado porque entiende el hebreo.

Mi padre no me escuchó. Quizás sí me oyera, pero prefirió ignorarlo.

Dijo:

—Por este pillo, no se preocupe, señor. Nos encargaremos de él. Se lo agradezco. And good bye, o shalom, como nosotros los judíos acostumbramos a saludarnos desde hace miles de años y como pensamos seguir haciéndolo, a pesar de todo lo que se nos ha hecho sufrir.

El sargento Dunlop respondió en inglés, pero enseguida pasó al hebreo:

—El joven y yo conversamos un poco por el camino. Es un muchacho muy inteligente y simpático. Por favor, no sean muy duros con él. Con su permiso, usaré yo también la palabra hebrea shalom. Shalom shalom al que está cerca y al que está lejos.

De repente, se agachó y me extendió su mano regordeta a la que mi hombro ya se había habituado y que, de algún modo, quería seguir sintiendo. Y guiñando un ojo, dijo en voz baja:

—Orient Palace, mañana a las seis.

Dije shalom, gracias, y el corazón me reprochaba: qué vergüenza, helenista, esclavo, cobarde, pelota, vil, ¿por qué demonios le estás dando las gracias? Una ola de dignidad me bañó de pronto por completo, algo parecido al sorbo de coñac que me dejó beber mi padre una vez para que se me fueran las ganas para toda mi vida. Todo lo que me habían enseñado sobre las generaciones de judíos humillados, y también Humphrey Bogart, el prisionero arrogante, todo eso se concentró en mi garganta, y apreté los puños lo más dentro posible de los bolsillos. Dejé la mano enemiga colgando desconcertada en el aire, hasta que él tuvo que rendirse, prescindir del apretón y despedirse moviendo ligeramente la mano. Inclinó la cabeza y se fue. Yo había redimido mi honor. Pero ¿por qué volví a sentir en la boca el sabor de la traición, como si masticara jabón?