UNO

MUCHAS veces en la vida me llamaron traidor. La primera fue a los doce años y tres meses, cuando vivía en un barrio a las afueras de Jerusalén. Fue durante las vacaciones de verano, faltaba menos de un año para que el gobierno británico se retirase del país y naciera, en medio de la guerra, el Estado de Israel.

Una mañana vimos en la pared de nuestra casa, debajo de la ventana de la cocina, escritas con unas letras gruesas y negras, unas palabras que decían: ¡Profi, boged shafel! (¡Profi, vil traidor!). El término vil despertó en mí una inquietud que hasta hoy, mientras estoy sentado escribiendo esta historia, me sigue interesando: ¿puede haber un traidor que no sea vil? De no ser así ¿por qué se molestaría Chita Reznik (reconocí su letra) en añadir la palabra vil? Así que, entonces, ¿en qué casos la traición no es vil?

El mote de Profi se me quedó desde que era pequeño.

Es el diminutivo de profesor, por la manía que tengo de jugar con las palabras. (Todavía me encantan las palabras: coleccionarlas, ordenarlas, mezclarlas, darles la vuelta, formarlas. Más o menos como hacen los que aman el dinero con las monedas y los billetes, o los que aman el juego con las cartas).

Mi padre había salido a las seis y media de la mañana a comprar el periódico y se encontró con la pintada debajo de la ventana de la cocina. En el desayuno, mientras untaba mermelada de frambuesa en una rebanada de pan integral, hundió de repente el cuchillo casi hasta el mango en el fondo del bote, y con su voz pausada dijo:

—Muy bonito. Vaya sorpresa. ¿Qué ha tramado Su Excelencia para que nos honren con esta distinción?

Mi madre dijo:

—No la tomes con él desde por la mañana. Ya tiene bastante con que los niños lo incordien.

Mi padre iba vestido de color caqui, como casi todos los hombres del barrio en esa época. Tenía los ademanes y la voz de una persona que siempre tiene toda la razón. Sacó con el cuchillo una compacta masa de frambuesa del fondo del bote, cubrió uniformemente las dos mitades de la rebanada, y dijo:

—La verdad es que en nuestros días, casi todos usan el apelativo traidor con demasiada facilidad, pero ¿quién es traidor? Ciertamente, alguien sin honor. Uno que a escondidas, por la espalda, a cambio de algún dudoso beneficio, ayuda al enemigo en contra de su pueblo. O para perjudicar a su familia y a sus amigos. Es más despreciable que un asesino. Y por favor termínate el huevo. El periódico dice que en Asia la gente se muere de hambre. Mi madre arrastró el plato hacia ella y se comió el huevo y el resto de pan con mermelada, no por hambre sino por amor a la paz. Dijo:

—El que ama no traiciona.

Estas palabras de mi madre no iban dirigidas ni a mí ni a mi padre; a juzgar por su mirada, parecía estar refiriéndose al clavo que había encima del frigorífico de la cocina, que no cumplía ninguna función.