Los Mignon llegaron a la parte residencial del castillo sin dar crédito a lo que veían, consecuencia de la confusión generada en el inmenso hall de entrada de la mansión Divange, que se había convertido en un improvisado campo de batalla en el cual un grupo de hombres apostados en el rellano de la primera planta y en la barandilla de mármol blanco luchaban contra otro bando que se escudaba detrás de los muebles del amplio recinto y en las puertas de acceso a las distintas dependencias de la planta baja.
Al llegar, Marcos Mignon sacó una pistola de su cintura y se puso a disparar hacia arriba, en dirección a la planta superior.
Protegido tras la puerta que comunicaba con el sótano, Marc procedió a interrogar a su tío sobre lo que estaba ocurriendo allí.
—Esa gente son los esbirros de Bruno, los árabes con los que pactó el conde. No entiendo cómo les han dejado entrar.
—¿Ves desde ahí a la chica? —le volvió a preguntar.
—Sí, Renaud, Pierre y ella están en la sala adjunta, atados a unas sillas. No corren peligro.
El joven suspiró e, impresionado por la lluvia de balas que cruzaba la amplia estancia, pensó que aquella gente estaba loca y que iban a destrozar el lugar. La caótica escena no le permitió generar ninguna idea más positiva. Un súbito salto de su tío, que se impulsó hacia las posiciones que mantenían sus hombres, le sacó de sus pensamientos. El repentino cambio de ubicación y la maniobra que había hecho le parecieron peligrosos, ya que, ahora, el director de la agencia Mignon se encontraba en el centro de la sala en un punto más vulnerable, pero también mejor posicionado para tirotear a los tipos emplazados en los escalones.
Sin asomar la cabeza del todo, Marc pudo observar que un hombre comenzó a rodar escaleras abajo al ser alcanzado, y que su tío debía de tener buena puntería porque, al cabo de unos segundos, otro pistolero de la parte superior acabó estampado en el piso inferior, provocando un enorme estruendo.
Cuando comenzaba a creer que ninguno de los seguidores de Marcos había sido alcanzado y que, por tanto, eran mejores en esta labor, pudo ver en directo cómo el tipo que le pegó la paliza y que les había perseguido en su periplo por España e Italia recibía una bala en el pecho.
Comprobó que su tío trataba de ayudarle y retirarle del fuego cruzado que invadía el espacio, si bien la intensidad de los disparos no hacía aconsejable moverse de donde estaba, por lo que permaneció allí hasta que consideró que la situación le permitía organizar a sus hombres para que ayudasen al compañero abatido y, sólo entonces, lanzó la señal de que acudiesen al rescate, durante el cual él les cubriría.
La operación resultó un desastre, debido a que otros dos hombres de su equipo fueron alcanzados por los disparos que no cesaban desde la parte superior y, ante la expectativa de lo que podía ocurrir si aquello seguía así, Marcos tomó la determinación de avanzar su posición para disponer de un mejor ángulo desde el que derribar a los árabes escondidos en la escalinata.
Dio una zancada, agarrando su pistola con las dos manos, para lanzar varios certeros disparos que hicieron diana en dos personas situadas en la parte media de la escalera.
Una amplia sonrisa le llenó la cara de luz al ver que su idea había tenido éxito.
Siguió pulsando el gatillo e inició el ascenso por el mismo lugar por donde habían rodado los tipos que había tiroteado, pero, al llegar al tercer escalón, uno de los hombres apostados arriba se puso en pie y, con un arma automática, inició un barrido que alcanzó a Marcos Mignon de lleno.
Su sobrino fue testigo del impacto que recibió el detective y que provocó que saliera despedido de forma violenta hacia abajo, con tal intensidad que fue a parar frente a la puerta de entrada al castillo.
* * *
—¡Parad! ¡Parad! —gritó el conde, que había logrado escapar de sus ataduras y trataba de acabar con aquella locura.
Oyó la voz de Bruno indicando a su gente que no disparase, gesto que fue aprovechado por los rufianes de Mareos Mignon para sacar el cuerpo de su jefe de allí y huir en busca de ayuda médica.
A pesar del intento de Marc por conseguir llegar hasta el vehículo donde estaban metiendo el cuerpo de su tío, sólo pudo observar desde la entrada de la casa cómo las luces traseras de un coche se alejaban a toda velocidad hacia un destino desconocido.
Volvió y observó que no había peligro, ya que los hombres apostados en la parte superior habían descendido y, junto a los cuerpos de los heridos que yacían en el suelo, estaban conversando con el conde y con Bruno.
Se dirigió hacia la sala adjunta y soltó de sus ataduras a Renaud y a Guylaine.
Al verla, su ritmo cardíaco evidenció una vez más lo que sentía por ella, especialmente en situaciones extremas como aquélla.
* * *
Situados en el centro del recinto, los Dubois miraban estupefactos el estado en que había quedado la entrada al milenario castillo, que parecía como si hubiese sido arrasada por un tornado.
Una vez superado el susto, el conde se interesó por los heridos, aunque la sintonía del noble con Bruno y con su equipo creó en Marc una cierta inquietud, ya que desconocía qué tipo de pacto se escondía detrás de aquella unión. Su mirada de recelo no pasó desapercibida para el joven arqueólogo, que se decidió a darle explicaciones.
—Nosotros no somos asesinos, ni pretendemos matar a nadie y tampoco queremos usar la violencia, aunque sea en legítima defensa de nuestros intereses —le lanzó—. Nuestra unión con Pierre ha sido muy clara desde el principio, porque él quiere conseguir el legado de Silvestre y nosotros tan sólo pretendemos que se reconozca nuestro papel en la historia de la civilización y el altísimo nivel que la cultura árabe ha jugado en el pasado de la humanidad. Te repito, Marc, no todos los de mi raza somos iguales, y por eso, creo que ha llegado el momento de que pongamos en valor la enorme aportación que hemos dado al mundo y que la reivindiquemos.
—Eso es así —corroboró Pierre Dubois—. Puede usted estar seguro, señor Mignon, de que las personas que quedan aquí van a colaborar en la resolución final de este entuerto.
—¿Y eres arqueólogo de verdad? —le preguntó Marc a Bruno.
—Así es. Me he pasado la vida estudiando.
—¿Y es cierto todo lo que ha dicho mi tío antes? —interrogó Marc, esta vez al conde.
—Me temo que sí. Yo he pertenecido a las mismas logias que él y hemos colaborado en muchos asuntos que nos han ayudado a encontrar la cabeza parlante. Pero hay una cosa que debe usted saber, y es que la organización a la que pertenece su tío se denomina «Nuevo Orden Mundial», que es un grupo de gente cuyo objetivo es cambiar el mundo. Su origen se remonta a los Illuminati o, como también se les conoce hoy día, los Iluminados, cuya idea inicial fue desarrollada por un judío alemán en 1776. En estos siglos pasados han conseguido llegar muy lejos, hasta tal punto que sus miembros han logrado captar para sus filas a personas de muy alto nivel en gobiernos, instituciones y grandes empresas multinacionales. De hecho, desde que fue creada esta sociedad secreta, ha contado con presidentes, ministros y multimillonarios que han movido los hilos más potentes de la economía mundial. A modo de ejemplo, le diré que, si uno mira con detenimiento, puede ver los signos de sus tentáculos en sitios tan conocidos como el billete de un dólar americano, en cuyo reverso aparece la pirámide de los Illuminati —una pirámide truncada con un ojo en su parte superior— con la frase «Novus Ordo Seculorum», que deja patente el fin que persiguen estos señores. En definitiva, su poder es tan amplio que incluso se habla de que están detrás de los grandes acontecimientos de los últimos tiempos, como la desaparición de la antigua URSS y otros muchos hitos que están modificando las reglas del juego en nuestro planeta. Por tanto, señor Mignon, tenga claro que su tío es una persona de gran influencia y que está perfectamente introducido en los círculos más influyentes que podamos imaginar, a veces un tanto oscuros.
—Pero no puede ser —respondió Marc—. Él es un simple detective privado.
—Me temo que no. La agencia Mignon es una estupenda tapadera. ¿Ha estado usted en las oficinas de su tío?
—Claro, muchas veces.
—Pues debería haberse dado cuenta de que un edifico tan lujoso y céntrico no parece estar justificado para ubicar una actividad como ésa. En ámbitos políticos, militares y empresariales, se sabe que Mignon es sinónimo de influencia y control.
—¿Y para qué querría mi tío el contenido de la máquina de Silvestre?
—La sociedad secreta que él representa conoce desde hace siglos las leyendas del papa mago y el magnífico legado que dejó para la posteridad, por lo que encontrar la cabeza parlante ha sido desde entonces tan importante como hallar el Santo Grial o el Arca de la Alianza, dado que siempre se ha presumido que hay grandes misterios ocultos en la máquina, pero, a diferencia de las personas que están aquí presentes, su tío quiere hacer un uso muy distinto del «poder» que confiere tener la gran obra de nuestro papa. ¿Me entiende usted, señor Mignon?
—Sí, parece claro, e imagino que por eso pactó usted con esta otra gente, aunque habrá que ver si respetan su palabra. ¿Por qué nos recibió Bruno con una pistola en la mano cuando llegamos antes?
—Es evidente —contestó el joven—. No sabía lo que podía encontrar a vuestra llegada y era necesario conducir la situación hasta donde lo hicimos. Debíais bajar, soltar los papeles de Roma y ayudar a resolver este entuerto. Todo eso ha salido bien, si no hubiese sido porque llegaron esos rufianes.
—Aclarado eso, creo que ha llegado el momento de poner fin a esta larga historia —dijo el conde—. La noche aún nos depara grandes sobresaltos. Ya lo veréis…
* * *
Pierre Dubois, acompañado de su hija, Renaud, Bruno y Marc, retornó a la sala y esbozó un gesto de desagrado al encontrar la máquina completamente desmontada, pues era una pena ver todos aquellos tubos, resortes, ruedas y piezas amontonadas en una de las esquinas de la sala. Al menos, la parte positiva de aquel desaguisado era evidente: Silvestre así lo quiso, porque el verdadero legado del papa mago estaba bajo la mole de la máquina, cuya finalidad era proteger el mayor secreto en miles de años.
Y había llegado el momento de conocerlo.
Saltó sobre la base de mármol de la cabeza parlante con una destreza inusual, alentado por lo que allí pudiese haber y, una vez sobre ella, se percató de su limitada fuerza física, de modo que tuvo que solicitar la ayuda de los otros dos hombres, más jóvenes que él.
—Vamos a retirar las láminas de madera. Ayúdenme, por favor.
Bruno y Marc comenzaron a retirar los pesados listones y procedieron a amontonarlos en la misma zona donde habían depositado las piezas momentos antes.
En unos minutos, la labor había acabado, dejando al descubierto un enorme hueco cavado en la roca en cuyo fondo parecía haber algo.
Marc saltó para hurgar en el interior y, arrodillado sobre su contenido, nadie podía ver lo que estaba manejando el joven.
—¿Podemos saber lo que hay ahí abajo? —pidió el conde.
—Claro que sí —dijo el detective—. Tengan esto.
Elevó con sus brazos una serie de placas de mármol. El noble tomó la primera y, al comprobar que había muchas más, comenzó a dárselas a Renaud, quien esperaba pacientemente a ver de qué se trataba.
Guylaine las fue situando sobre el suelo de la estancia de forma ordenada.
Al cabo de unos minutos, habían extraído más de veinte trozos que componían unos montones de piedra considerables.
—¿Eso es todo? —quiso saber Pierre Dubois.
—Parece que sí.
El hombre continuó inspeccionando el socavón interior de lo que antaño fuese la base de la cabeza parlante.
—¡Un momento! —gritó Marc—. Aquí hay algo más y es mucho más grande. En realidad, lo estoy pisando. Parece ser una enorme placa de algún tipo de material. Bruno, ¿puedes venir y ayudarme?
El joven arqueólogo le obedeció y le pidió instrucciones.
Marc le indicó que metiese su mano por una hendidura y que tirase hacia arriba. Él haría lo mismo desde la parte contraria.
Nada se movió.
—Sea lo que sea esto, pesa mucho —explicó el detective—. Guylaine, tráenos dos barras de hierro de las que retiramos antes.
La mujer obedeció y le acercó una a cada uno de ellos.
Bruno comprendió lo que pretendía: hacer palanca para tratar de elevar lo que allí hubiese, así que introdujeron las improvisadas herramientas en distintos agujeros y comenzaron a ejercer toda la fuerza que podían.
En unos instantes, una losa de considerables dimensiones se elevó dejando una nutrida nube de polvo en el ambiente.
La asieron entre los dos y, haciendo todo el esfuerzo posible, pudieron levantarla.
—Parecía pegada al fondo —dijo Marc—. ¿Pueden ustedes cogerla desde arriba?
Entre los cuatro hombres lograron sacarla de allí y dejarla apoyada contra la pared.
Renaud fue a buscar un paño con agua que pasó por toda la superficie, y conforme la limpiaba, una brillante imagen iba apareciendo dejándoles deslumbrados. Al quitarle todo el polvo, ante ellos quedó al descubierto una impresionante placa metálica con caracteres que ninguno conocía.
* * *
La expresión de Renaud denotaba que aquello le había sorprendido sobremanera, porque a pesar de las múltiples lenguas antiguas que dominaba, no era capaz de descifrar ni uno solo de los caracteres que allí aparecían.
El conde también mostró su extrañeza por el objeto encontrado, ya que jamás hubiese imaginado algo de esas características.
—Yo no entiendo tanto como ustedes de lenguas muertas —dijo Marc—, pero me parece que estos tipos de caracteres son bastante raros.
—Así es —corroboró el noble—. Es un tipo de escritura nunca antes descubierta y que debe de pertenecer a algún tipo de civilización anterior a la nuestra.
—Además —tomó la palabra el asistente—, el material con que se ha fabricado esta losa, que yo diría mejor plancha, parece metálico, y no precisamente de hierro. Desde luego, se trata de algún tipo de aleación que no es propia de culturas antiguas. ¿Qué opina usted como arqueólogo, señor Bruno?
—Nunca me he encontrado con nada parecido a esto. Debe de tratarse de algo excepcional, único e irrepetible, pues es la primera vez que se rescata un vestigio del pasado con este aspecto. Cuando aún no lo habíamos limpiado, su apariencia era la misma que la de los cientos de cosas que se recuperan de mundos ancestrales, con miles de años de historia, pero una vez que hemos quitado el polvo depositado sobre esta especie de… monolito, me ha sorprendido la calidad de su realización, su excelente estado de conservación y, sobre todo, la extraordinaria pulcritud de la escritura que muestra. Es evidente que no es fácil tallar con esta precisión un material metálico que parece tan duro y resistente como el que tenemos delante. Todo esto es… simplemente increíble.
Un largo silencio fue roto por la mujer, que había permanecido al margen de toda la conversación entre los hombres.
—Pues aquí hay un manual de instrucciones que explica qué es eso y cómo interpretarlo —dijo Guylaine, señalando las pequeñas placas de mármol que habían extraído con anterioridad.
—¿Y cómo lo sabes? —le preguntó su padre extrañado.
—Porque estos trozos de mármol contienen textos en latín, lengua que mucha gente conoce. Pero lo más sorprendente es…
—¡¿Qué?! —exclamó ansioso el conde.
—El autor de estas tablillas es el propio Silvestre II y, en ellas, explica qué es y qué significa lo que tenéis delante.