La mirada del sobrino le dejó claro que la impresión que le causaron sus palabras le habían dejado al borde del colapso.
Sin saber reaccionar, Marc notó su propio bloqueo y se apartó, dejando paso a otros hombres que venían detrás de su tío. El séquito que le escoltaba estaba compuesto por tres personas, quienes, al entrar, no podían evitar mirar la faz de la cabeza parlante, cuya dimensión se había reducido notablemente, pero aun así, el rostro de la antigua máquina, que ahora parecía una vil careta, una impresionante faz desposeída de su antigua majestuosidad, seguía manteniendo parte del pavoroso aspecto con el cual su creador la había moldeado.
Ni tan siquiera Marcos Mignon, el líder de la Logia del Nuevo Orden Mundial, se la imaginaba así, sobre todo, por el impresionante sincretismo que mostraba: sabiduría, esoterismo, crueldad, hermetismo y un largo etcétera de adjetivos que sólo a duras penas conseguía pormenorizar la compleja imagen de un icono que ahora, por fin, podía comprobar que estaba a la altura del contenido que siempre había portado.
Ensimismado por la visión de la mayor revelación que había tenido el ser humano durante cientos de años, tuvo que mentalizarse de que, a partir de ese momento, procedía poner en orden lo que allí estaba ocurriendo antes de acceder al contenido que Silvestre II había sabido preservar para el futuro de la humanidad. Buscó en su interior, y comprendió que había demasiada gente pendiente de lo que pudiese extraerse. La revelación final sólo podía ser conocida por unos pocos y, por eso, debía enviar fuera de la reducida estancia a prácticamente la totalidad de los presentes.
—¡Subid! ¡Vamos, todos arriba! —gritó Marcos Mignon, que dio a sus lacayos las instrucciones pertinentes para que les mantuviesen a buen recaudo.
Al pasar su sobrino frente a él, le retuvo con el filo de la pistola mediante un suave toque en su brazo derecho.
—Tú quédate, Marc. Tenemos muchas cosas que hablar.
Sin confirmarle su deseo de quedarse o de subir con los demás, el joven detective se quedó plantado sin saber qué hacer, por lo cual su tío le empujó ligeramente para que se separase discretamente del resto y se mantuviese allí.
Pierre Dubois inició una larga serie de exabruptos en un intento de permanecer abajo, junto al grupo que iba a tener el honor de ver por primera vez el auténtico legado milenario del papa mago.
—¡No! ¡No lo merece! —le espetó Marcos Mignon—. Nos ha traicionado y eso no se lo vamos a perdonar nunca. La Orden ha decidido expulsarle de la organización.
Uno a uno fueron saliendo por la estrecha abertura de la piedra escoltados por los hombres armados.
Marc le lanzó una lánguida mirada a Guylaine en el momento en que ésta salía. A pesar de lo difícil de la situación, la mujer compadeció al pobre detective, ya que sus ojos denotaban que por su cabeza debía de estar pasando un huracán que estaba barriendo de un plumazo todas sus expectativas por encontrar soluciones.
En unos instantes, la sala que había congregado a una decena de personas volvió a la quietud propia de los meses anteriores. Incluso la temperatura había descendido, lo que provocó un ambiente gélido que ayudó a que los pelos de los brazos de Marc se erizaran cuando su tío se aproximó a él para darle explicaciones.
* * *
Marcos prefirió contemplar de frente la cabeza parlante antes que sostener la mirada de su sobrino y, sin comprobar si le escuchaba o no, comenzó a exponerle los entresijos de lo que había ocurrido.
—La historia es larga, así que, si prefieres, puedes sentarte.
—No te preocupes por mí; te ruego que comiences.
—La verdad es que es difícil plantear el inicio de esta complicada historia, porque se pierde en los tiempos en los cuales tu abuelo vino a Francia para establecerse en un país que no conocía y que, aunque le abría muchas oportunidades, había que saber conseguirlas. El caso es que, en un momento en el cual la agencia comenzaba a tomar cierto renombre, alguien le ofreció participar en una sociedad que pretendía mejorar el mundo y otros objetivos que a un hombre como él, que había sufrido mucho, le parecían un tema fuera de su órbita. Una vez que rechazó entrar, la empresa siguió un rumbo nefasto, ya que las relaciones que teníamos las íbamos perdiendo a un ritmo preocupante. Por eso, yo me lancé en solitario a una aventura que no sabía por dónde podía salir, pero que afortunadamente nos metió otra vez en el círculo de las buenas amistades que nos traían un caso tras otro. Sin decirle nada al viejo Miñón, tu padre y yo seguimos colaborando en sociedades secretas que nos hacían relacionarnos cada vez más en el ambiente selecto de este país.
Hizo un receso para aclarar su voz y continuó su relato.
—Hace unos veinte años, cuando los dos éramos miembros de pleno derecho de una de las logias más importantes de París, entramos en conflicto con los descendientes de otra familia muy activa en los círculos herméticos: los Baumard. Al principio, la relación entre los hijos del anciano y nosotros fue muy buena y, en realidad, había una sintonía importante. Sin embargo, al cabo de unos años, hubo la posibilidad de acceder a una posición relevante en los cargos que habrían de representar a nuestra organización en las relaciones con otras logias. Fue en ese momento cuando tu padre se enfrentó a Daniel Baumard por el liderazgo, y lo cierto es que no terminó bien. Tú conoces la historia que te hemos contado en todos estos años, que tiene una buena parte de veracidad. El viejo comenzó a ver que sus hijos iban por un camino equivocado, lejos del entusiasmo por dirigir un negocio de más de doscientos años de antigüedad, y ante la necesidad de hacer efectivo el relevo generacional, encomendó a nuestra agencia de detectives la tarea de descubrir si sus hijos estaban o no metidos en temas de drogas, porque era lo que él creía más evidente. En una empresa que se dedicaba a las importaciones y exportaciones hacia regiones exóticas, ¿qué otra cosa podía ser?
Se permitió encender un cigarrillo, dar una larga calada y espirar lentamente el humo, que invadió el recinto creando una atmósfera aún más tenebrosa.
—Para ser concretos, te diré que la cosa se lió de forma absurda entre tu padre y el heredero de los Baumard, que bien podría haberse dedicado a sus asuntos.
—¿Mató él a mis padres? —lanzó Marc la pregunta directamente.
Su tío respiró profundamente, porque creía que había llegado el momento de decirle toda la verdad al chico.
—Sí, así fue. El estúpido organizó una cacería que acabó como tú sabes.
El silencio pareció pesar como una losa entre ambos, ya que ninguno de ellos pronunció ni una sola palabra durante unos minutos. Al terminar el cigarrillo, Marcos se decidió a relatar el final de la historia.
—Yo conocía perfectamente lo que había hecho y tenía dos opciones. Si le descubría y le llevaba ante la policía, estaría un tiempo en la cárcel y saldría a la calle más tarde o más temprano. Por eso, elegí la segunda posibilidad: le maté unos años más tarde, cuando ya nadie podía relacionarle con las muertes de mi hermano y mi cuñada. Lo asesiné sabiendo lo que hacía, y te puedo decir que me quedé muy tranquilo cuando vi a aquel imbécil sufrir durante días las más viles torturas que un ser humano puede resistir. Sí, lo hice yo mismo, con mis manos. Y te puedo asegurar que sufrió mucho.
Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó dejándolo totalmente plano. Volvió la cabeza y comprobó que su sobrino había dejado escapar dos lágrimas.
* * *
Lo quería como a un hijo porque, en realidad, él lo había criado. Se dirigió hacia donde se encontraba su sobrino y esperó algún tipo de reacción. Tragando saliva, Marc se atrevió a hacerle una simple pregunta.
—¿Por qué me enviaste a este caso?
—Es evidente. Yo sabía que esto terminaría más o menos así, y ya era hora de que supieses la auténtica razón de la muerte de tus padres. Haberte metido en un asunto en el que indirectamente iba a salir a relucir el asunto Baumard ha sido un acierto. Ahora sólo queda saber si te ha gustado esto de investigar y si quieres dedicarte a la profesión de tu padre.
—Esos brutos que tienes a tu cargo me pegaron una paliza y casi me matan.
—A veces se pasan. Pero hay que entenderlo porque ellos tenían una misión que cumplir y yo les había dicho que no escatimaran en medios para llegar hasta aquí. Jamás te hubiesen matado, créeme. En todo este tema, el mayor error lo ha cometido el conde, porque pactó con los árabes de Reims. Si el estúpido de Pierre hubiese seguido el camino de sus antepasados, nada de esto hubiese sucedido.
—¿Y qué interés tienes en el secreto que esconde este chisme? —dijo Marc mientras señalaba lo que quedaba de la máquina—. ¿Qué hace un hombre como tú controlando a matones de esas características?
—Todo tiene su explicación. Con el paso del tiempo, he ido progresando en mis labores dentro de la logia y he llegado hasta aquí. El camino no ha sido fácil, pero el fin justifica los medios, Marc. Estamos a punto de llegar a revelar uno de los mayores secretos de la humanidad. ¿No te parece razón suficiente para que tres o cuatro matones muevan algunos trapos sucios?
La negativa del joven a responder a esa pregunta fue seguida del sonido provocado por unos disparos, que debido a la atenuación proporcionada por los gruesos muros del castillo, llegó hasta ellos de forma casi imperceptible.
Marcos le indicó a su sobrino que le siguiera.
Algo estaba ocurriendo arriba.