Las lágrimas nublaron los ojos de Guylaine. A la tensión provocada por la desaparición de sus padres, se sumaba ahora la advertencia de Renaud, y eso le preocupaba aún más porque, de ser cierta, podrían incluso explicar la repentina desconexión que había tenido con el conde, con la condesa, e incluso con el propio personal del castillo.
¿Qué habría ocurrido?
La preocupación de la mujer fue percibida por Marc, que pensó en pedir al asistente de su padre que le dejase el asiento contiguo para así poder consolarla, pero, desgraciadamente, la situación en la que se encontraba el avión no parecía poder permitir ese cambio.
Cuando todo comenzaba a parecer confuso, el piloto anunció que por fin le habían concedido la oportunidad de disponer de una pista en condiciones mínimas para el aterrizaje en el aeropuerto parisino.
Marc dirigió una mirada a Guylaine, por encima de Renaud, e incluso se permitió lanzarle un guiño. Al menos, iban a poder pisar tierras francesas en breves minutos.
* * *
El detective había dejado su Peugeot negro aparcado en el aeropuerto el día que partieron hacia España y, debido a todo lo sucedido, le costaba trabajo recordar el número de días que había pasado fuera. Sin mirar tan siquiera el importe que marcaba el cajero automático del parking, introdujo una tarjeta de crédito y retiró el ticket.
En unos instantes, se encontró conduciendo hacia la salida de París, en dirección a Reims. Miró de reojo a la mujer y comprobó que estaba más calmada porque quizá la vuelta a casa le había insuflado unas ciertas dosis de optimismo y ahora parecía controlar sus emociones.
Cogió su teléfono móvil y, a pesar de estar conduciendo, marcó el número de su tío Marcos, que le había prometido ir al castillo por la tarde y ya era casi de noche. El aparato le devolvió un mensaje que indicaba que la persona a la que estaba llamando tenía el teléfono desconectado en esos momentos, por lo que decidió que llamaría más tarde. En realidad, las sorprendentes declaraciones de Renaud, quien desde el asiento trasero de su coche continuaba trabajando en los textos, le habían hecho olvidar el asunto Baumard. Por eso, fijó su mente en lo que ahora tenía mayor prioridad: encontrar al conde y a la condesa.
La lluvia caía de forma intensa sobre la autopista y los rayos inundaban de increíbles juegos de colores un cielo totalmente encapotado. El limpiaparabrisas a duras penas podía quitar las enormes gotas de agua que impedían ver la carretera, aunque el profundo silencio que imperó en el interior del vehículo durante decenas de kilómetros ayudaba a mantener la vigilancia en la conducción, y únicamente el traqueteo de papeles en la parte de atrás lograba atraer la atención de Marc, el cual no podía dejar de pensar en las nuevas cosas que podría estar descubriendo aquel hombre en los papeles que consiguieron en Roma.
En menos tiempo del que habían previsto, una señal les indicó que la salida de Reims se encontraba a un kilómetro de distancia.
El detective alargó el brazo para señalarle a Guylaine que ya habían llegado a la entrada de la ciudad.
—Gracias por avisarme. Conozco de memoria este trayecto, porque lo he hecho varias veces a la semana en los últimos diez años, por lo que sabría encontrar el castillo de Divange con los ojos cerrados.
—Pues indícame el camino entre los viñedos, porque a mí me ha costado trabajo siempre que he venido.
La senda entre plantas cargadas de uvas que en otros momentos le llegó a resultar familiar al detective se le antojaba ahora un lugar inhóspito, debido a la mezcla producida por la tormenta y la situación que presumía se iba a encontrar, aunque gracias a las instrucciones que le dio la mujer, consiguió llegar en unos minutos.
El imponente edificio medieval mostraba una silueta siniestra cuando era ocasionalmente iluminado por la luz de alguno de los rayos que caían sobre el cielo de la región de Champagne y la piedra gris adquiría una tonalidad lívida que le daba un aspecto fantasmagórico a la milenaria construcción.
«Ni en mis peores sueños hubiese nunca imaginado regresar a este sitito en estas condiciones», pensó el detective.
Aparcaron justo delante del palacete adosado al castillo.
Incluso esa parte más moderna de la mansión parecía distinta.
Las múltiples ventanas estaban cerradas y ni una sola habitación dejaba ver un solo atisbo de luz en su interior.
—Jamás en mi vida he visto mi casa tan apagada como ahora —susurró la mujer, que no acababa de creerse lo que estaba observando.
Marc Mignon, aunque sólo había visto la morada de los Dubois durante unos días, tampoco la recordaba así.
Renaud abandonó el coche en último lugar, con todos los papeles en las manos, y en cuanto bajó del vehículo, profirió una nueva exclamación en voz alta.
—¡Dios santo! ¿Qué ha ocurrido aquí?
El detective se acercó a la puerta y verificó que estaba cerrada. Guylaine buscó en el interior de su bolso y sacó un manojo de llaves que le ofreció al hombre, indicándole la correcta. Marc entendió que ella quería que fuese él quien abriese y entrase en primer lugar. Era evidente que sentía un cierto temor por lo que pudiesen encontrar dentro de su propia casa.