En el instante en que la llamada estaba en proceso, se le pasó por la cabeza toda clase de cosas. A pesar de las decenas de acontecimientos que le habían ocurrido en los últimos días, no había establecido ni una sola comunicación con su tío Marcos, y lo curioso era que lo contrario también era cierto: la persona que había confiado en un joven neófito para resolver el entuerto de un conde desaparecido tampoco se había interesado por el estado del tema.
¿Acaso confiaba ciegamente en su sobrino?
La voz grave del hermano de su padre atrajo de repente su atención. Miró hacia el aparato, como si no supiese reaccionar ante su presencia al otro lado, y tardó unos segundos en iniciar una conversación que creía imprescindible, dado el estado del asunto.
—Una de dos. O has resuelto ya el caso de los Dubois, o me llamas para decir que tiras la toalla —lanzó Marcos Mignon, entre risas—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal va todo?
—A decir verdad… —el joven tardó unos instantes en responder a la pregunta— estoy bien. Han ocurrido muchas cosas en los últimos días, tantas que esto parece un torbellino gracias al cual tengo la sensación de estar montado en una montaña rusa.
—¡Bienvenido a la profesión de detective! La agencia Mignon acaba de ganar a un miembro más, y en este caso, de pleno derecho. Pero dime… ¿has encontrado al conde?
—Sí, lo encontré, pero ahora lo he perdido. Ya te he dicho que han pasado muchas cosas y, la verdad, aún no sé qué está ocurriendo en el fondo de la cuestión. Hay gente interesada en los estudios del conde de Divange que está dispuesta a matar para conseguir unos hallazgos muy antiguos.
—Ten mucho cuidado. Ante todo, tu vida es lo primero. Un detective debe preservar su integridad pase lo que pase. No nos pagan para morir.
Un breve silencio entre ambos sirvió para que Marcos se decidiese a contarle a su sobrino la extraña aparición de la condesa en su oficina.
—Aprovecho para decirte que Véronique Dubois me llamó mientras estaba en un trabajo en Estrasburgo, y me hizo venir a París a toda prisa para que le ayudase en una investigación que podría estar relacionada con la desaparición de su marido. Estuve con ella, la acompañé a ver un asunto, y sin decir ni palabra, se quitó de en medio mientras yo bajaba a ver un sótano, llevándose un montón de papeles que no eran suyos. Me quedé como un tonto esperándola en el sitio que habíamos ido a ver, hasta que al cabo de un buen rato me di cuenta de que se había largado.
—Pues su hija está buscándola desesperadamente. Ahora no sólo tenemos al conde desaparecido de nuevo, sino que ella también está en paradero desconocido.
—¿Me llamabas por este tema? —preguntó Marcos Mignon.
—En realidad, no —consiguió decir Marc, notando un enorme nudo en la garganta que le hizo titubear antes de poder completar la frase que tenía previsto pronunciar—. He tenido acceso a informaciones que pueden ser relevantes en el caso de la muerte de mis padres.
—Chico, espero que no sea una broma eso que dices. Imagino que no eres capaz de jugar con los asuntos relativos a tus padres. ¿Qué tipo de averiguaciones has hecho? Te ruego que me pongas al corriente.
—Voy a decírtelo con pelos y señales. Pero antes, necesito que hagas algo por mí. Ahora mismo —solicitó su sobrino.
—Pide lo que sea.
—Quiero que vayas al castillo de Pierre Dubois y veas lo que está pasando. Te resumiré lo que está ocurriendo, pero es necesario que salgas para allá ahora mismo.
—Estoy terminando unos asuntos de importancia en la oficina, por lo que no podré salir hacia Reims al menos hasta la tarde.
—De acuerdo —confirmó Marc—. Es muy probable que yo vuele a París esta misma noche y te vea allí. Pero antes de terminar, déjame que te cuente las extraordinarias cosas a las que he tenido acceso.
* * *
De alguna forma, cuando terminó la llamada, notó que la conversación le había provocado una cierta relajación porque comunicarle a su tío las extrañas declaraciones del matón que le profirió la paliza y la posterior conversación con el conde a cuenta del caso Baumard le habían liberado de la responsabilidad de ser el único portador de una información tan valiosa.
La vuelta de sus acompañantes le hizo volver a la realidad. Sus caras confirmaban que el mausoleo no parecía tener ninguna relación con el final del primer milenio, en cuanto al asunto que les ocupaba.
—¿Y ahora? —preguntó el detective.
—Nos quedan aún unos pocos monumentos por revisar —explicó Renaud—. Si somos exhaustivos, estaríamos hablando de las termas de Nerón, de Ara Pacis y deberíamos echar un vistazo al entorno del lugar donde se encontraba el antiguo templo de Isis.
—Pues mi paciencia está agotada —declaró Guylaine—. Mi propuesta es coger el coche y tirar para el aeropuerto ahora mismo. No aguanto esta situación ni un minuto más, lo siento, pero mis nervios han llegado al límite.
—Para tu tranquilidad te diré que he hablado con mi tío, el director de la agencia, y le he pedido que vaya en cuanto pueda a tu casa para comprobar lo que pueda estar ocurriendo allí. En principio, llegará a Reims esta tarde o, a lo sumo, esta noche.
—¡Magnífica idea! —exclamó la mujer—. En ese caso, acepto ver alguna que otra piedra más, con la condición de que volemos a París esta misma tarde, para encontrarnos todos allí y resolver de una vez este entuerto.
—Parece una propuesta razonable —dijo el detective—. Además, debo decirte que tu madre llamó a Marcos y le propuso investigar un asunto. Él la acompañó a ver no sé qué tema, pero ella se quitó de en medio sin mediar palabra.
—¡Vaya! —soltó Guylaine—. Al menos, eso quiere decir que se encuentra bien.
—Eso parece. Y dicho esto, ¿cuál puede ser nuestro próximo destino en el Campo de Marte?
—Si ustedes me lo permiten —tomó la palabra Renaud—, y dado que tenemos prisa en volver a Francia, les diré que, de una forma no exhaustiva, habría que descartar las termas. No creo que a nadie en su sano juicio se le ocurriera dejar secretos milenarios en unos baños públicos. ¿No les parece?
El asentimiento de sus acompañantes le hizo acometer el resto de su exposición.
—Por otro lado, en el Campo de Marte, otro de los edificios más renombrados de la edad antigua era el Altar de la Paz de Augusto, más conocido como Ara Pacis, que databa del año 13 antes de Cristo. Se trataba de un monumento erigido para conmemorar la paz en el Mediterráneo tras las victorias en Hispania y en la Galia, y cuyo objeto era recalcar el papel de la ciudad de Roma en la paz del mundo conocido y su posición de liderazgo.
»Para ello, el Ara Pacis se diseñó como una especie de museo donde se expusieron los más espectaculares relieves tallados en mármol de Carrara, los cuales llenaban las paredes por doquier. En las galerías aparecían retratos de los miembros de la familia del emperador, así como militares y personalidades destacadas de la época, y había frisos con escenas de las grandes batallas, las comitivas militares y las procesiones en las que se celebraban las victorias. Con ello, el monumento se empleaba como altar para realizar ofrendas a los dioses paganos.
»Desgraciadamente, el paso del tiempo no fue gratuito para un lugar tan bello, que disponía de las mejores tallas nunca vistas, por lo que fue degradando progresivamente y las magníficas obras de arte desaparecieron por completo.
»En el siglo XVI, en la Italia que ama el arte, van recuperándose fragmentos de los relieves perdidos, que son utilizados para decorar la Villa Medici. Posteriormente, siguen apareciendo trozos de los mármoles del Ara Pacis, que proceden de distintas excavaciones en la ciudad, hasta que en el siglo XIX, y sobre todo en el XX, se termina rescatando una porción significativa de la riqueza de aquel lugar, la cual se sabía depositado bajo los cimientos del palacio de la vía Lucina. Junto a otros restos que se lograron rescatar de diversos museos europeos, gracias a intensas negociaciones, se consiguió, al fin, reunir una buena parte de lo que fue el Altar de la Paz de Augusto.
—Veo que conoce usted muy bien ese monumento —razonó Marc, dirigiéndose a Renaud.
—En efecto. Hice mi tesis doctoral sobre este tema, y pasé unos buenos años aquí en Roma, estudiando e investigando los frisos. Pero eso fue antes de conocer a Pierre Dubois porque, a partir de ahí, he dedicado mi vida a la alta Edad Media francesa y, especialmente, ya sabe usted a qué parte en concreto.
—Y por eso puede usted afirmar que no vamos a encontrar nada de utilidad en el altar ese.
—Así es —respondió el asistente con cierta melancolía—. Ya me gustaría que el Ara Pacis contuviese cualquier secreto, por pequeño que fuese, relacionado con el tema que nos ocupa. Con toda rotundidad, puedo confirmarles que no es lo que buscamos.
—¿Y entonces?
—Nos queda la última posibilidad antes de volver a casa —dijo Renaud, abriendo mucho sus pequeños ojos, en señal de que había dado con alguna idea especial—. Si recuerdan ustedes, estamos buscando algo relacionado con la madre naturaleza, con el origen de la creación y con la tierra en general. ¿Es así?
—Exacto —respondió Guylaine, que permanecía muy callada, pensando en el viaje de vuelta—. Lo que estamos tratando de localizar debe estar relacionado con el mundo antiguo, muy anterior a la cultura romana. Recordad la teoría de Gaia y del comportamiento de nuestro planeta.
—Pues a eso quería apuntar. Nos queda por visitar el templo de Isis, uno de los más afamados edificios del Campo de Marte. A decir verdad, ¡ahora lo veo claro!
Marc no daba crédito a lo que veía.
Renaud no paraba de darse golpes en la cabeza, como si estuviese infligiéndose algún tipo de castigo por no haber dado antes con la respuesta.
—Dios mío, ¿cómo no he podido verlo antes?
Guylaine y Marc se miraban sin entender lo que aquel extravagante estaría pensando, y cuando terminó de golpearse, adoptó un tono de voz muy serio y comenzó a exponer su nueva idea.
—Acabo de ver algo realmente importante. En el texto en árabe que me permitió usted leer, señorita, hacía referencia a dos elementos muy significativos, dos puntos de referencia para encontrar nuestro objetivo. Uno era el Campo de Marte, donde nos encontramos, y el otro era una clara referencia a la fuerza de la naturaleza.
»No sé por qué no he sido capaz hasta ahora de ver claramente que, si hay algo relacionado con el tema que nos ocupa, tiene que estar en el templo de Isis, la diosa fecundadora de la naturaleza y de la maternidad, también llamada «la gran maga».
—¡Claro que sí! —exclamó la mujer—. Isis es una de las divinidades más antiguas que se conocen y fue importada de Egipto tanto por los griegos como por los romanos. Yo tampoco he estado muy lúcida para darme cuenta. Dios mío, creo que podemos estar cerca del final.
—El templo de Isis se localizó en el Campo de Marte porque era una divinidad extrajera —añadió Renaud—. Ha sido venerada por todas las culturas antiguas que conocemos: la griega, la egipcia, la romana y otras muchas. Pero hay una cosa común en todos los lugares donde se la ha adorado: su poder sobre la naturaleza. Ha recibido una gran multitud de nombres en la historia, todos relacionados con el tema que nos ocupa: «la diosa madre», «la señora del Cielo, de la Tierra y del Inframundo», «la reina de los dioses»…
—Parece muy convincente —dijo Marc—. ¿Y dónde queda eso?
—Ése es el problema, señor Mignon —le respondió el asistente—. El templo de Isis desapareció de Roma hace muchos siglos. Hoy día, no queda nada de él.