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Los problemas habían vuelto, y una situación que parecía controlada se les había ido de las manos.

Con los ojos nublados, Guylaine buscó el hombro de Marc para llorar abiertamente. El hombre la consoló y le pidió que no se preocupase, porque todo se arreglaría si eran capaces de poner las cosas en orden y entender con claridad lo que estaba ocurriendo.

—Creo que debemos coger un vuelo a París esta misma noche —afirmó la mujer.

—No creo que a esta hora podamos hacer ya nada. Es tarde para ir al aeropuerto, pues, con toda seguridad, no vamos a disponer de ningún vuelo. Pienso que debemos serenarnos y hacer un plan. ¿Te parece?

Guylaine asintió y fue al cuarto de baño en busca de pañuelos de papel. Cuando regresó, halló al hombre sentado en el escritorio, volcando sus ideas en un folio. Se fijó en lo que escribía y vio que se trataba de una serie de cuadros, esquemas y otros símbolos que representaban de una forma sinóptica lo que había ocurrido hasta la fecha.

—¿Qué es eso?

—Trato de ver cuándo y cómo ha sucedido cada cosa en este caso, porque hay temas que no entiendo. Me refiero a la secuencia en que han ocurrido los hechos, tal y como la desaparición de tu padre, la llegada de los matones, la extraña llegada de Renaud a Córdoba, su repentina evaporación tras el encuentro con los dos tipos, la aparición del supuesto arqueólogo ése, y creo que me olvido algo…

—Sí, te olvidas de mi madre.

—Exacto. La condesa también desaparece. Y lo hace justo en este momento —el detective señaló un punto concreto del esquema que había representado—. No puedo afirmarlo, pero creo que hay una conexión entre todo esto. Debe haberla.

—¿Tú crees que, si la encontramos, podríamos saber qué está ocurriendo en este enmarañado asunto? Yo también empiezo a pensar que hay cosas que parecen evidentes, pero que no son lo que parecen.

—No te quepa la menor duda. Hemos debido de pasar por alto algo relevante que, si lo hubiésemos tenido antes en cuenta, nos hubiese dado luz sobre lo que está ocurriendo. Y, por cierto, creo que tu madre puede tener algo que ver con todo esto.

—¿Y qué opinas sobre la llamada a mi padre? —preguntó la mujer, temiendo la respuesta.

—Antes de nada, creo que deberías llamarle de nuevo, para comprobar si tus averiguaciones son ciertas o no, y ver de camino si hay algo raro en el castillo. Intenta hablar con él ahora mismo.

El teléfono del conde seguía dando nítidos tonos que indicaban que el aparato estaba conectado y que funcionaba perfectamente, pero nadie pulsaba el botón de respuesta. Intentó entonces hablar con alguien del personal de servicio y obtuvo el mismo efecto: nadie respondía. Inquieta, se dirigió a la ventana y comprobó si aún quedaba algo de luz solar. La idea de correr hacia el aeropuerto para localizar un vuelo, una simple plaza libre, le volvía a tentar de nuevo.

El hombre la miraba tratando de consolarla con la mirada, porque entendía lo difícil de la situación, puesto que, cuando todo parecía encauzado, había vuelto a perder de vista a su padre.

Marc se levantó de la silla dispuesto a compartir con ella los sentimientos de frustración e impotencia que él también sentía y, en consecuencia, se dispuso a darle un nuevo abrazo para consolarla.

Antes de llegar hasta ella, el móvil de la mujer sonó con fuerza.

Guylaine cogió el aparato y lo que vio en la pantalla le hizo mirar al hombre con ojos desorbitados.

El número de teléfono de alguien muy conocido estaba haciendo vibrar el móvil, indicándole que quería hablar con ella.

La reacción en la cara de la mujer le hizo pensar al detective que se trataba de algo importante.

Cuando se acercó a comprobar quién era, pudo constatar que la llamada era realmente muy significativa.

Jean Luc Renaud estaba tratando de hablar con ella.