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La sangre parecía no querer circular por sus venas. Una tez pálida, apoyada por un prolongado silencio, asustó al conde, quien al ver que el joven no reaccionaba decidió ponerse en pie y preguntarle si se encontraba bien. Se sentía culpable porque parecía que sus palabras habían calado muy hondo en el detective, y en consecuencia, Pierre Dubois se esforzó en que le escuchase para aclarar lo que había dicho.

—Le ruego que me disculpe —murmuró Marc—. Le pido que entienda que esto me afecta en lo más profundo porque es lo más serio que me ha ocurrido en la vida. Mis padres murieron cuando aún era un chaval.

—Lo comprendo. Mire, señor Mignon, usted me cae bien, por lo que quiero tener una deferencia especial y tratar de ayudarle en sus pesquisas personales, en reciprocidad a lo que está haciendo por nosotros. ¿Qué es lo que quiere saber exactamente de la empresa Baumard?

—Pues todo. Mis padres estaban investigando por encargo del dueño y murieron. ¿Desde cuándo es usted el propietario?

—Yo compré Baumard Société Anonyme hace exactamente diecinueve años, justo cuando su fundador, el señor Serge Baumard, comenzó a pensar en desinvertir en un negocio que su familia había tenido durante generaciones. La familia Baumard venía trabajando con los Dubois desde hacía décadas, y cuando recibí una llamada del patriarca diciéndome que dejaba el negocio, que lo cerraba, decidí comprárselo al precio que fuese porque, si no, me arriesgaba a no poder suministrar varios millones de botellas de champagne al sudeste asiático. La empresa se dedicaba a importar y exportar de forma muy eficiente y, por supuesto, para nuestras bodegas es muy importante sacar la producción a los mercados exteriores.

—¿Y recuerda usted que los hijos de Baumard tuviesen alguna implicación en negocios de drogas o algo parecido? —inquirió Marc, recordando la historia que tantas veces le había contado su tío.

—No, eso no me consta —respondió el conde, arqueando una ceja en señal de duda—. Lo que sí recuerdo es que Serge me dijo que dejaba el negocio porque no podía luchar en varios frentes a la vez. Creo que hacía referencia a la situación de dos de sus hijos, que estaban avanzando por un camino equivocado, pero distinto al de los estupefacientes.

—¿A qué se refiere?

—Si no he olvidado el tema, el viejo me contó que sus hijos habían entrado en contacto con gente extraña, amigos de esos que no se pueden catalogar como buena compañía.

—Ladrones, timadores, embaucadores… ¿a qué tipo de amistades se refería?

—Nada de eso. Acabo de recordar que me dijo que habían entrado en contacto con una singular secta que, de una u otra forma, había conseguido absorber a los jóvenes y hacerles perder la cabeza. Pero de eso hace mucho tiempo y, por tanto, yo le recomendaría que olvidase el asunto.

* * *

El retorno a la excavación, al cabo de una hora de conversación, les sorprendió al comprobar que los obreros habían avanzado realmente rápido en poco tiempo.

El joven arqueólogo explicó que habían encontrado una zona de tierras blandas, probablemente arena sin consolidar, que se había depositado sobre la casa del médico después de cientos de años de abandono. Otra posibilidad, para explicar que ese terreno estuviese tan poco afianzado, era que aquella parte de la ciudad califal hubiese sido excavada en algún momento del pasado y que, posteriormente, fuese rellenada para dejarla como estaba ahora.

—Mi teoría es otra. En realidad, yo diría que esa tierra ha sido aportada —dijo el conde—; quiero decir que no es producto del tiempo, sino que alguien enterró esta parte de Medina Azahara a conciencia, utilizando una arena especial, por algún propósito que desconocemos.

—Puede ser —expresó Bruno—. Lo cierto es que este tipo de aluvión no es usual en estos parajes y, por tanto, usted puede estar en lo cierto.

—Lo mismo da —aportó Guylaine, que no perdía de vista la delicada excavación—. Ese material nos está facilitando sacar a la luz lo que queremos, dado que se retira con facilidad, por lo que si seguimos a este ritmo es posible que mañana hayamos acabado.

—Es muy probable, señorita.

El conde llamó al detective y a su hija para tener una pequeña reunión apartados del resto. En su opinión, aunque esa gente continuase trabajando durante la noche, era imposible que llegasen al lugar donde podría haber algo relevante y, por consiguiente, no era descabellado retirarse en ese instante para descansar un rato y volver muy temprano al día siguiente.

Un simple golpe de cabeza de Marc, asintiendo, sirvió para iniciar el retorno hacia el hotel.

* * *

La habitación le pareció fría e inhóspita. Sin la presencia de Guylaine, aquel espacio parecía otra cosa. Quizá por ello, se atrevió a llamarla para tomar algo. La mujer aceptó la invitación y prometió subir al bar de copas después de tomar una ducha y arreglarse un poco.

Mientras llegaba, Marc se acomodó en un confortable sillón del sky lounge, situado en la terraza superior del hotel, mientras contemplaba la bella estampa de la silueta nocturna de la increíble ciudad que tenía a sus pies, la cual le ofrecía un inmejorable escenario para reflexionar sobre las palabras que el conde había pronunciado esa misma tarde. Aunque en realidad no le había puesto en claro nada que pudiese ayudarle a resolver la muerte de sus padres, había algo que le resultaba prometedor: en cuanto llegase a París, buscaría a los hijos de Baumard y trataría de desentrañar una madeja que ya llevaba demasiado tiempo enmarañada. Veinte años eran muchos para saber si había sido un accidente o un asesinato, y aunque su tío Marcos lo había investigado en profundidad, las nuevas pistas que él mismo había encontrado eran suficientes para pensar que el caso iba a encontrar un final. Por fin.

Guylaine abandonó la puerta del ascensor y se acercó siguiendo un suave contoneo.

Después de varios días corriendo delante de los matones y compartiendo situaciones difíciles en compañía de aquella mujer, el detective se sorprendió al ver el entallado vestido negro que lucía y los elegantes complementos que había elegido para tapar el sugerente escote.

Con una ligera sonrisa, la hija del noble se sentó frente a él y preguntó por la clase de bebidas que podían encontrar en aquel selecto lugar. Tras echar un fugaz vistazo a la carta de cócteles y bebidas, encontraron combinados de su agrado.

El hombre pidió un Manhattan y ella le imitó. El choque de sus copas a modo de brindis inició el diálogo.

—Pensé que ya estabas dormido. Ha sido un día duro.

—Sí, lo ha sido. No podía dormir y pensé en hablar contigo. Es curioso.

—¿El qué? —preguntó la mujer dando un pequeño sorbo.

—Que eche de menos a alguien en mi habitación. He llevado una vida solitaria una buena parte de mi existencia y, ahora, mi segunda noche sin ti, no puedo conciliar el sueño.

—¿Desde cuándo no intimas con otra persona? —soltó Guylaine.

Sin esperar esa pregunta, el hombre escupió parte del trago que había dado a su copa.

Pidió perdón y trató de no pensar en la condesa.

Se tomó dos segundos para pensar y, sin esperar más, contestó con una evasiva.

—¿Y tú?

—La pregunta era mía. Te creía más inteligente para salir de situaciones difíciles.

—Tienes razón —apostilló Marc—. Lo que ocurre es que tengo mis razones para proteger mi intimidad ante una mujer tan inteligente como la que tengo enfrente. Abrumarías a cualquiera.

—¡Vaya! El detective es un adulador. Quizá sea más honesto el ecologista que llevas dentro. ¿Cómo es el Marc Mignon de hace dos meses? Me da la sensación de que ante los Dubois te comportas de una manera distinta a como realmente eres.

—¡Dios! La pequeña heredera de los condes, además de historiadora, es psicóloga profesional. ¿De verdad te interesa mi vida?

—No lo sé. Me has contado tus experiencias como aventurero de la naturaleza por medio mundo, pero no me has dicho nada de ti. No sé si eres un tío sensible o un loco errante que simplemente no ha conseguido encontrar su sitio en la sociedad. Acláramelo.

—¿Te importa cómo soy? —preguntó el hombre mirándola directamente a los ojos.

—Puede que sí. Es difícil pasar mucho tiempo junto a una persona y no querer saber cómo es en realidad. ¿No te parece?

—Claro que sí; pero ahora eres tú la que está evadiendo mis preguntas. ¿Puedes contestarme?

—Me caes bien y podríamos decir que me interesas como amigo. Si te refieres a algo parecido a que iniciemos una amistad más allá de este caso, te diré que no lo sé, porque 110 lo he pensado. Lo que ocurre es que en el transcurso de una aventura tan acelerada y peligrosa como la que estamos viviendo es imposible pensar con claridad. ¿Me entiendes?

—Sí, comprendo lo que quieres decir.

Guylaine estableció un deliberado paréntesis en la conversación para dedicar unos segundos a reflexionar sobre la noche que vio a su madre bajar las escaleras en un sospechoso estado de embriaguez, y si de algo podía dar fe, era de que cuando esa mujer bebía las cosas se le solían ir de las manos, por lo que no le extrañaría que cuando se encontró con ella pudiera venir de la habitación del detective, y que allí hubiese cometido un error que nunca le perdonaría. Y por supuesto, si así fuera, tampoco nunca olvidaría la otra persona que había consentido un acto tan reprobable.

Aprovechando el momento, el hombre se dedicó a estudiar cuidadosamente el cielo, gracias a que el toldo descubierto de la terraza permitía ver un increíble tapiz de estrellas en el que miles de brillantes puntitos conformaban un enorme espacio con el que merecía la pena recrearse.

Tras unos minutos de silencio, Marc se decidió a hablar.

—¿Imaginas lo inmenso que puede ser el universo? Cualquiera de esos astros está a una distancia inconcebible de nosotros.

—No sé adonde quieres llegar —preguntó la mujer.

—He dormido muchas veces a la intemperie, y en todos los casos en los que he podido ver una imagen como ésta, me he encontrado a mí mismo viajando mentalmente hacia uno de esos planetas desconocidos, tratando de imaginar qué habrá en un lugar tan distante. Por alguna razón que desconozco, el ser humano busca eternamente un plácido destino que calme sus necesidades vitales.

—¿Y…?

—Que siempre acabo dándome cuenta de que la felicidad no debe de estar tan lejos, y que aquí, en el mismo mundo donde vive uno, debe de haber cosas con las que conformarse.

Marc sabía que la chica que tenía enfrente era una de esas lejanas estrellas que jamás alcanzaría.