La cara de sorpresa tanto del conde como de sus dos acompañantes puso en evidencia que el joven les había sorprendido, ya que, quizá guiados por la emoción, no habían prestado atención a otras personas presentes en el recinto.
—¿Y en qué nos podría ayudar? —le increpó el noble.
—Conozco muy bien las excavaciones que se han realizado en estas tierras durante decenas de años porque mi familia ha trabajado aquí desde siempre. Incluso uno de mis abuelos estuvo a las órdenes del arquitecto Velázquez en el inicio de la recuperación, y por eso, si alguien puede ayudarles en lo que he oído, ése soy yo. No obstante, si les he molestado, les ruego que me disculpen y me marcho, puesto que no tengo ningún interés en lo que ustedes están hablando, sólo que esta ciudad es mi pasión y cualquier cosa que suceda aquí me interesa. Ésa era la única razón para ofrecerles mi apoyo.
—No me parece mal —expresó Guylaine, que había observado el correcto tono y dicción utilizados por el desconocido—. Parece sincero. ¿No te parece, Marc?
—En principio sí —contestó el detective, no muy convencido de la presencia del inesperado arqueólogo—. ¿Qué opina usted, señor Dubois?
—Bueno —tomó la palabra el conde—. Le diremos lo que buscamos y este joven nos indicará si tiene fácil solución. No obstante, le advierto que no podemos hacerle partícipe de nuestras investigaciones. Usted lo comprenderá…
—Por supuesto —respondió Bruno, con una amplia y convincente sonrisa en la boca.
Pierre Dubois le mostró un pequeño plano que traía en la mano. Sin dudarlo, el joven le señaló con el dedo la dirección que debían tomar.
—Si observan ustedes, este dibujo parece indicar que la residencia del médico árabe se encuentra junto a la famosa Casa de Ya’far, el conocido primer ministro de al-Hakam II, cuyo nombre completo era Ya’far ibn Abd al-Rahman. Éste fue un personaje clave en los años en los cuales el califato hizo algunas ampliaciones muy importantes en Medina Azahara, y de hecho, él mismo en persona dirigió la obra del pabellón central de esta ciudad e incluso se atrevió con la ampliación de la mezquita de Córdoba. Un sujeto curioso, sin duda.
—¿Podemos ir al grano? —le inquirió Marc Mignon, que comenzó a pensar que había sido un error darle a ese joven la oportunidad de estar con ellos.
—Perdone. El caso es que al sur del sector de servicios se construyeron varias residencias de gran importancia. Una es la de Ya’far y la otra, la denominada vivienda de la alberca. Éstas son las únicas dos grandes mansiones excavadas hasta la fecha, lo que no quiere decir que no haya más, porque desgraciadamente a esta maravillosa ciudad le queda mucho trabajo por hacer. Junto a ellas hay una serie de viviendas en el denominado sector servicios, y en toda esa zona sólo se ha hecho una excavación de primer nivel, si bien está pendiente la recuperación a fondo del conjunto.
—Parece que no has entendido, Bruno —repitió el detective, arrugando esta vez el entrecejo—. Tenemos que llegar allí cuanto antes. ¿Sabes llegar o nos dejas en paz?
—Marc, por favor, déjale terminar —le pidió Guylaine, que le notó muy inquieto por la repentina aparición del joven arqueólogo.
El conde pareció adoptar una posición neutra en la discusión, porque era evidente que el sujeto estaba demostrando que sabía lo que decía.
—Gracias, señorita. El plano que ustedes traen señala una zona próxima a la casa de Ya’far. Exactamente, al norte de la misma, entre las viviendas superiores y el cuerpo de guardia. La localización es perfecta. Síganme, por favor.
Bruno inició el camino, no sin observar de reojo que le seguían los tres franceses. Procuró no ir demasiado deprisa, para darles la oportunidad de que comprobasen que el trayecto hacia su destino cumplía con todo lo que había explicado.
Los restos de piedras esparcidos por muchos rincones evidenciaban que aquella zona se encontraba aún por recuperar, ya que los andamios, utillajes y un sinfín de herramientas propias de los procesos de anastilosis permanecían ubicadas en aquel lugar.
Marc reconoció algunos de los sitios que visitó con Guylaine el día anterior, por lo que, a modo de confirmación de que había asumido las explicaciones de la mujer, le lanzó un guiño que no pasó desapercibido para el conde.
Al llegar a un patio que presentaba una serie de baldosas diseminadas por el suelo, Bruno se detuvo e inició de nuevo unas explicaciones que demostraban su profundo conocimiento del proceso de recuperación de aquella zona.
—Ésta es la casa de Ya’far, que ustedes probablemente conocen —dijo, observando que asentían—. En estos momentos está en pleno proceso de restauración. Las losas que vemos son de caliza violácea, y como no están todas, obviamente habrá que hacer un intenso trabajo para restituir a este bello pavimento su esplendor original.
El frontal del patio, presidido por tres imponentes arcos, se encontraba igualmente en reparación. Unos obreros que trabajaban afanosamente parecían conocer al joven arqueólogo, ya que no mostraron la más mínima inquietud por el guía.
Pierre Dubois comenzó a pensar que el chico sabía realmente lo que hacía, puesto que no había cometido ni un solo error en todo lo que expuso. Dado que la posición exacta que marcaba su plano no era fácilmente reconocible por alguien que no hubiera participado directamente en las excavaciones, decidió darle su confianza en la búsqueda de cualquier pista que pudiese llevarles hasta la vivienda del médico árabe que probablemente tenía lo que Silvestre II nunca llegó a encontrar.
—Vengan por aquí —solicitó Bruno, que había entrado en una sala aneja, señalando una pila de mármol que había sido reconstruida, mostrando trozos de la pieza original y otros nuevos, fruto de la labor de restauración—. Si observan esta habitación, su belleza y amplitud, verán el enorme confort que debían de tener los ciudadanos de esta ciudad que, antes del fin del milenio, ya disponían de avances tan significativos como el sistema hidráulico de Medina Azahara. La circulación interior de agua para consumo, baños, riegos y otras muchas utilidades no tiene parangón en ninguna ciudad que se conozca anterior al año Mil.
Guylaine sintió un repentino temor por lo que había manifestado el arqueólogo. Intentó poner en orden sus pensamientos y descubrió que habría sido debido a que había pronunciado la palabra Mil, que, por todos los acontecimientos de los últimos días, ya le producía una cierta reacción.
Dado que el joven estaba haciendo bastante bien su labor de guía a través de espacios de la mítica Medina Azahara que ni ella ni su padre conocían en profundidad, decidió concederle el beneficio de la duda. Además, el arqueólogo continuó ofreciendo interesantes explicaciones sobre la actualidad de las restauraciones.
«Una razón más para confiar en él», pensó la mujer.
El hombre se detuvo bajo unos arcos que presidían una piscina vacía. Cuando todos llegaron, tomó la palabra.
—Ésta es la vivienda de la alberca, la última recuperada, que organiza su estructura alrededor de un jardín con una buena cantidad de fuentes, piletas y albercas como las que ven aquí. Si observan ustedes, desde esta casa, al norte, se abre un camino mediante una escalera hacia la zona denominada «viviendas de servicio». El cirujano que ustedes buscan debió de residir por aquella parte —terminó su explicación señalando hacia unas callejuelas más estrecha que las amplias áreas por las que habían llegado hasta allí.
—Recuerdo esa parte de la Medina —dijo el conde dubitativo—. Creo recordar que había casas de menor tamaño entre estas mansiones por las que estamos pasando.
—Así es —corroboró Bruno—. La función de las viviendas de servicio era atender a las necesidades de los altos cargos del califato. Aquí vivían cocineros, sirvientes, etcétera. Es evidente que esta parte de una ciudad palatina como es Medina Azahara no estaba destinada al boato, sino a albergar a las personas que servían a otros. Es, por tanto, una zona de trabajo.
—Entonces… —dijo Guylaine— la casa del médico no podía estar junto a la del personal de servicio. ¿No es así?
—Exacto —contestó el arqueólogo—. Por eso, la posición que marca el plano que tienen ustedes está algo más al sudoeste que las viviendas de servicio, pero ligeramente más al norte que las grandes mansiones. Un sitio perfecto para fijar la residencia de un cirujano, pero que, hasta la fecha, nadie ha excavado.