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CASTILLO DE DIVANGE

Diario personal de Pierre Dubois

Primer día del hallazgo

En el día de hoy, ha sucedido el hecho más importante de cuantos han trascendido en la historia de mi familia, la larga generación de herederos de nuestro condado, en la insigne región de Champagne-Ardenne.

Siendo las 07:30 horas aproximadamente, hemos procedido a abrir un nuevo acceso a la zona que linda con los cimientos del muro sur del castillo. Se trata de una sala ciega que, como hemos podido comprobar, fue deliberadamente cerrada y tapiada por orden de nuestro antepasado Silvestre. Aquí hemos encontrado una amplia colección de engendros mecánicos, útiles de medida y toda clase de artilugios que debieron de ser empleados en la construcción y perfeccionamiento de un inmenso mecanismo con forma de cabeza —mitad humana, mitad animal— que, fabricada en bronce o en un material parecido recubierto de oro, debió de ser construida por el papa mago.

Por tanto, la leyenda es cierta: Baphomet existe.

Sin lugar a dudas, se trata del enorme busto que durante siglos ha despertado las más variadas inquietudes de mucha gente. Hubo quien llegó a decir que Baphomet era en realidad la cabeza embalsamada de San Juan Bautista, que aun después de muerto, era capaz de responder a las más insólitas preguntas que le fueran formuladas.

También han llegado a afirmar que este numen era una cabeza barbada que buscaron durante siglos los templarios y que, por eso, entre otras cosas, fueron acusados de herejes, por sus extrañas creencias y su adoración a este engendro.

Pero fue en el siglo XIX cuando el francés Eliphas Lévi elaboró una teoría interesante sobre Baphomet en su libro «Dogma y Ritual de la Alta Magia». Aunque a decir verdad, con lo que he descubierto, las investigaciones y conjeturas de mi compatriota se quedaron cortas. Muy cortas.

Y eso que aún no sé cómo funciona; es más, no podemos adivinar si alguna vez el creador de esta máquina fue capaz de ponerla en funcionamiento, y si fue así, tampoco conocemos cuál fue el objeto de su construcción.

Lo cierto es que la leyenda acerca de la cabeza parlante, la misteriosa máquina desarrollada por el papa sabio, o como algunos la llamaron luego para idolatrarla, Baphomet, ha estado todo este tiempo, unos Mil años, en los sótanos de mi castillo.

Mi primera impresión ha sido de horror, porque jamás se me ocurrió, ni en mis más desvariados pensamientos, que la cabeza tendría un aspecto tan extraño. Las razones pueden ser varias. A pesar de que la primera ocurrencia de cualquiera que la vea será pensar que es un ser diabólico, porque en realidad la imagen que presenta es la del mismísimo Lucifer, mi impresión es que su creador la dotó de este terrorífico aspecto para intentar alejar a la gente, ya que la máquina no debe estar más que en manos expertas que le den un buen uso.

El trabajo que me queda se presenta, por tanto, intenso.

Segundo día

He comenzado a practicar con los cientos, o quizá miles, de conductos, botones, ruedas dentadas y demás accesorios que contiene esta máquina medieval. Dado que su tecnología es realmente antigua, en cada paso que doy debo pensar cómo lo haría su creador, que inventó un complejo aparato valiéndose de los escasos conocimientos de mecánica disponibles en esa época.

A pesar de eso, mi pasión por hacer funcionar este invento me ha hecho fijar prioridades en el análisis de cada elemento, y ya he comenzado a entender para qué sirve cada una de las piezas y subconjuntos que he encontrado, por lo que la intuición me dice que en unos días podré ir avanzando con mayor celeridad.

Tercer día

El cansancio hace mella en mí, ya que llevo varios días sin dormir, pues los avances que voy consiguiendo me hacen estar motivado para avanzar a pasos agigantados. No obstante, el polvo y la suciedad acumulada durante siglos se están instalando en mis pulmones y no me dejan respirar en paz.

Ya soy capaz de hacer funcionar buena parte de los ensambles y alguno de los bloques que componen la máquina. Las instrucciones desde las varillas del ábaco no son ya un problema para mí porque he entendido con toda claridad la forma en que hay que utilizarlo para dar órdenes al interior del aparato. Como dispone de 27 varillas, y cada una de ellas soporta 10 cuentas, este dispositivo es capaz de hacer cálculos de hasta cuatrillones. En mi diario completo, estoy anotando todos los dibujos que adjuntaré para que otras personas puedan operar con esta maravilla.

Cuarto día

Mi mayor descubrimiento hasta la fecha ha sido un rudimentario sistema para almacenar información. El idioma que se ha utilizado es el latín, y la gran sorpresa ha sido averiguar que Silvestre guardó aquí muchos pasajes de libros que ya se creían perdidos. La única palabra que puedo utilizar para describir esto es la siguiente: fascinante.

Los libros recopilados están codificados con un burdo pero efectivo sistema que, de una forma lenta, permite recuperar letra a letra, palabra a palabra, la información contenida.

Quinto día

He encontrado pasajes de textos escritos por autores clásicos del antiguo Egipto, Grecia, Roma, India, e incluso civilizaciones anteriores, que tienen un valor incalculable porque se creían perdidos. Si nuestro papa metió aquí toda esta información, será porque es útil para que funcione la máquina y hacer cumplir su objetivo, cosa que aún no tengo claro.

Sexto día

He constatado que las referencias a la madre naturaleza, a los elementos más básicos de nuestro planeta tierra, son innumerables y hay mucha información que sorprendería a cualquier biólogo, geólogo o químico de nuestro tiempo, que proviene de los libros antiguos que mencioné con anterioridad. Parece como si Silvestre estuviese muy interesado en hacer cálculos basados en hipótesis ancestrales que, con su máquina, intenta proyectar al futuro. Debo seguir trabajando en esta línea.

A pesar de todo lo que he dicho, tengo que añadir que aún subsisten aspectos muy oscuros que no alcanzo a comprender y que me preocupan.

Séptimo día

Hoy va a ser una jornada especial en mis investigaciones. Por fin he dado con el procedimiento de puesta en marcha general, una vez que he acabado de limpiar y poner a punto todos y cada uno de los dispositivos interiores, puesto que, si la suerte me acompaña, pronto conoceremos por qué dedicó nuestro papa su vida a esta máquina.

El procedimiento para ponerla en funcionamiento es relativamente sencillo: hay que girar con cierta fuerza la rueda dentada de gran tamaño situada bajo el ábaco. Una vez en movimiento, las instrucciones se introducen mediante las cuentas que incorpora cada varilla, de forma que las letras del alfabeto latino se encuentran codificadas de forma secuencial. No hay que olvidar que la máquina sólo entiende latín y responde en el mismo idioma. Cuando se ha introducido la pregunta, hay que pulsar hacia abajo la palanca que invierte el sentido de las ruedas, con lo cual la máquina realizará su respuesta mediante el mismo procedimiento; es decir, situando en las varillas las palabras codificadas mediante idéntico sistema. El artilugio es bastante rudimentario pero efectivo.

Terminadas las pruebas, voy a comenzar a introducir preguntas sencillas.

Conclusiones

Por fin he conseguido poner a pleno rendimiento la cabeza parlante, y ahora puedo afirmar que soy la primera persona que conoce el terrible secreto que al final del primer milenio supo hallar el papa mago, quizá el objetivo que se marcó con el diseño y la construcción de esta máquina.

He interrogado al artefacto sobre distintas cuestiones relativas a los estudios de Silvestre, y dado que debió de terminar la construcción de este complejo artefacto a finales del siglo X, probablemente unos años antes de ocupar la silla de Pedro en el Vaticano, he entendido que su mayor preocupación sería el cambio de milenio, porque un fuerte sentimiento milenarista, casi bíblico, se había extendido por toda Europa. Las profecías, los malos augurios y la creencia de que el mundo había agotado un ciclo, tal y como dice el Apocalipsis, hacían presagiar grandes catástrofes y, al final, la Parusía con el segundo advenimiento de Cristo.

Silvestre pasó el año 1000, y el 1001, cumpliendo sus designios como papa. Si realmente disponía de libros antiguos, con información privilegiada de la que se apropió en sus múltiples viajes… ¿qué clase de catástrofe planetaria fue capaz de adivinar con la ayuda de estos datos y la de un aparato para hacer cálculos tan poderoso en aquella época como es éste?, ¿y cuándo ocurriría ese desastre?

Esas dos preguntas están sonando en mi cabeza y son el centro de mis estudios con la máquina. En el último milenio ha habido terremotos, guerras con armas imposibles de imaginar en la Edad Media y hasta poderosos tsunamis que han devastado amplias zonas de nuestro hábitat. Muchas de estas cosas podrían acabar derivando en el fin del mundo y, de hecho, hay al menos ejércitos de cinco países distintos que podrían terminar ellos solos con el planeta.

El ingenio habla de Cristo, del Anticristo, del Mesías, del Apocalipsis, del Juicio Final… Pero ninguna de esas cosas ha llamado mi atención. Me ha sorprendido que cualquier pregunta que se le haga siempre la conteste en relación con los textos que tiene introducidos en su interior y que, en casi todos los casos, haga referencia al poder que la tierra tiene sobre los seres humanos. He encontrado muchos datos inéditos sobre nuestro planeta, su desarrollo y la forma en que evolucionó. Hasta donde yo conocía, esa información no estaba incluida en ningún libro antiguo que conozcamos.

Ahora mismo, he introducido la pregunta «fecha del fin del mundo» y aparece un dato nítido: año 2033. He probado varias veces y el resultado es idéntico. Y cuando interrogo al artefacto con la frase «causas del fin del mundo», la respuesta no es menos elocuente: la madre tierra se rebelará contra el hijo de Dios.

Una y otra vez, he reescrito la pregunta con frases parecidas, obteniendo en todos los casos respuestas similares relacionadas con el aire, el agua, los cultivos, el cielo, los alimentos y elementos de esa clase. Todo eso es lo que hoy día denominaríamos como medioambiente, y su afección sobre el ser humano es lo que llamamos cambio climático.

Mi sorpresa ha sido mayúscula en el día de hoy, al comprobar que la base que utiliza Silvestre para llegar al convencimiento de que en el año 2033 habrá una gran debacle mundial que afectará al futuro del hombre es precisamente el compendio de textos atávicos que recopiló de los sitios más inverosímiles, tales como Ripoll o Córdoba, cuando sus bibliotecas eran referentes de la sabiduría.

Pero mi curiosidad ha aumentado cuando le pido a la máquina que describa la tierra, el mundo donde vivimos. La respuesta es más que curiosa. Me dice que la madre naturaleza tiene vida propia, que es un ser en sí mismo porque tiene sus necesidades, sus carencias y sus conflictos. Viene a decir que es un organismo vivo, un ente con vida que, si no es tratado adecuadamente, puede morir. Y ésa es precisamente la teoría que hoy conocemos como GAIA, la diosa de la tierra.

Silvestre, con los datos de sus libros antiguos y con su potente máquina de calcular, realizó una brillante proyección del progreso del ser humano y llegó a la conclusión que he expuesto antes basándose en hipótesis desconocidas hasta ahora.

Habla de períodos de nuestro planeta en los cuales el agua lo cubría todo, y otros en los que las tierras de Francia estaban completamente cubiertas de hielo y donde pastaban enormes animales con cuernos que yo he identificado como mamuts. Algunos de estos radicales cambios en nuestro hábitat son conocidos hoy día por las excavaciones y estudios de huesos y restos geológicos, cuya ciencia se inició en el siglo XIX y, sobre todo, en el XX. ¿Cómo pudo Silvestre conocer esos estados anteriores del planeta? Sin duda, los libros antiguos contenían toda clase de información que se perdió en la barbarie anterior y posterior al milenio.

Repito: con los datos de las civilizaciones ancestrales sobre la diosa tierra y con la potente herramienta de cálculo matemático, los resultados de Silvestre son perfectos. Los he reproducido en mi propio ordenador varias veces y he de decir que el papa estaba en lo cierto.

No sé si es ciencia, brujería, o qué es lo que contiene la máquina, pero lo importante es que es sorprendente; y sus resultados, infalibles.

Parece que la tierra tiene unos ciclos donde el clima cambia de forma radical y que, de una forma desconocida, pueden ser alterados, por lo que todo apunta a que nosotros, en nuestro avanzado siglo XXI, estamos activando unos elementos que son inéditos en nuestra ciencia y que desencadenan esos cambios.

Cuando le pregunto por soluciones, la cabeza parlante dice algo inaudito: no está preparada para contestar a eso porque le faltan datos. Silvestre no llegó a conseguir algunos textos traducidos del árabe y, en particular, carece de ciertas informaciones que no pudo traer de España.

Por tanto, faltan claves para poder llegar al final de la cuestión.

No obstante, si le pregunto a la fabulosa cabeza parlante en qué consiste esa solución a la debacle que pronostica, me responde que se trata de un «poder», una enorme fuerza generada por la naturaleza de dimensiones descomunales y que, bien utilizada, puede salvar el mundo.

Creía que ya había alcanzado mi destino, pero me equivoqué.

La verdadera búsqueda del secreto del milenio comienza ahora.