El filo de la medianoche, el maître les indicó con exquisito tacto que iban a cerrar. A pesar de que el conde se mostró cansado y abotargado, quizá por la prolija cena que había consumido, tanto Guylaine como Marc le solicitaron seguir hablando del tema, por lo que, ante la insistente petición, Pierre Dubois tomó una decisión útil.
—Vamos a mi habitación para coger mis notas personales. Mientras descanso, las podéis leer. Son muy explicativas, y con ellas sabréis tanto como yo.
Asintieron e iniciaron la marcha.
La idea del noble parecía muy acertada, sobre todo, porque habían comprobado que se mostraba realmente maltrecho.
Al salir, ninguno de ellos percibió el rápido golpeteo que, sobre las teclas de un teléfono móvil, realizaba uno de los camareros.
Impaciente, el hombre estaba informando de que las notas del conde, las que habían buscado afanosamente en los últimos días, realmente existían.
La noticia pareció llegar a sus interlocutores con cierta alegría. Al prestar un poco más de atención, el camarero notó que al otro lado del móvil sonaban las voces de un grupo de gente que manifestaban un gran regocijo por la noticia que les había dado.
A duras penas, pudo distinguir la voz de uno de ellos.
El motivo de la celebración era evidente: ahora todo estaba más claro.
Sólo tendrían que hacerse con los papeles que el noble había portado con él durante su periplo por tierras españolas.
* * *
Visiblemente cansado, el padre le ofreció a su hija una carpeta que contenía una buena cantidad de hojas con apuntes, dibujos y notas manuscritas hechas por el puño y letra del conde de Divange.
—Esto es algo así como el «manual de instrucciones» de la cabeza parlante —musitó el conde, cuya voz parecía corroborar su estado de extenuación—. Si lo leéis con detenimiento, tendréis una visión completa de cómo funciona la máquina del papa mago y en qué se basó para hacer sus funestas previsiones para este planeta.
—Gracias, señor Dubois —agradeció el detective—. Le dejaremos descansar y revisaremos a fondo sus notas.
—Que así sea —concluyó el noble, dando un beso a su hija en la mejilla y despidiéndose hasta el día siguiente—. Tened cuidado con esos papeles, ya que contienen una información muy valiosa.
—Lo sé; me pegaron una paliza a cuenta de estos documentos cuando ni siquiera sabía que existían —señaló Marc, recordando una vez más el tremendo vapuleo que había recibido de manos de los matones.
El conde asintió dando por entendido que había gente por ahí que haría cualquier cosa por conseguir sus notas.
Camino de las habitaciones, Guylaine le soltó en el oído a Marc que su padre estaba realmente exhausto, quizá porque la edad no perdona.
Para colmo, añadió que, muy al contrario, pensaba que su madre tenía una vitalidad que la desconcertaba, pues desde que la conocía, la condesa había mostrado una energía vital fuera de lo normal que, desde hacía años, no veía en su padre.
El hombre asentía sin parar, dándole la razón a su acompañante.
El chasquido de la cerradura electrónica de la puerta le liberó de la obligación de oír una retahíla de virtudes relativas a Véronique que no estaba dispuesto a soportar. En el fondo, le quedó claro que no conocía a su madre, porque era evidente que aquella mujer no era trigo limpio.
Le ofreció asiento en la que ya no era su habitación.
Incluso llegó a pensar en sacar del minibar algún que otro licor que pudiese hacer más agradable la visita de Guylaine a su antigua morada. La sola idea de que tenían que leer un grueso dossier de hojas, la mayoría escritas por la mano del conde, le hizo desistir de lo que le apetecía.
La chica se sentó en la única silla disponible, forzando al hombre a sentarse sobre la cama.
Le pareció una buena idea, porque era necesario extender los documentos sobre algún sitio espacioso que permitiese observar el amplio grupo de papeles que su padre había escrito en los últimos días.
Marc entendió la idea y comenzó a desplegar los folios, entre los cuales descubrieron que el conde se había ocupado de redactar una especie de diario donde apuntó lo que se le venía a la cabeza. Frente a otros esquemas más técnicos, prefirieron leer esos apuntes.