Mirando hacia el interior de Medina Azahara, el conde tragó saliva varias veces antes de comenzar, ya que la intensidad con la que había vivido las últimas semanas le hicieron sentir un nudo en el estómago, pero, a pesar de ello, sentado junto a Marc y Guylaine en un murete de escasa altura, se decidió a contar lo que sabía en relación con la cabeza parlante.
—Al principio me costó trabajo entender el funcionamiento básico de ese trasto. Es una máquina creada en un momento en el que la mecánica no se utilizaba con soltura, porque sus principios básicos eran desconocidos para la mayoría de la gente, aunque desde tiempos remotos en los que el mundo estaba dominado por los griegos y otras culturas anteriores, ya se utilizaban máquinas básicas con ruedas dentadas y otros resortes elementales.
»Lo cierto es que un tipo tan ingenioso e inteligente como Silvestre fue adquiriendo conocimientos complejos a través de textos antiguos que le fueron aportando soluciones para construir la idea que tenía en la cabeza.
»El caso es que fue aquí, en Córdoba, donde encontró el manual que le permitió poner en marcha la máquina. En este lugar, halló un misterioso libro que le aportó la chispa que le faltaba a su proyecto y que, en el fondo, dotó de alma a su engendro.
»Y no lo consiguió por un método convencional: lo robó.
—Ésa era la teoría de Guillermo de Malmesbury, que escribió una ridícula historia un siglo después de morir el papa —expuso Guylaine—. No puedo creer que sea cierta.
—Con matices —añadió su padre—. Malmesbury desarrolló una explicación bastante extraña. Dijo que un filósofo árabe le mostró el camino de las artes mágicas, pero le negó la entrega de un fabuloso libro que contenía el saber más ancestral. Entonces, sedujo a su hija, le emborrachó a él y terminó robando el libro. Cuando le perseguían, al llegar a un río muy caudaloso, Gerberto invocó al diablo a cambio de un juramento de fidelidad para que le protegiese. A través de ese pacto, Satanás le llevó en volandas hacia el éxito y, en los años siguientes, un simple monje llegó a alcanzar el arzobispado de Rávena para, un tiempo después, conseguir el trono de Pedro. En esa misma leyenda, Malmesbury incluyó la fantástica historia de que el papa habría fundido metales para construir una sorprendente cabeza que, por arte de magia, podía responder cualquier tipo de preguntas y que contenía importantes secretos procedentes de las más diversas culturas del mundo.
—O sea, que tenía razón… —dijo Marc.
—En parte —señaló el conde—. Lo de la cabeza es evidente. Pero lo de pactar con el diablo no lo he podido confirmar, y en el fondo, es una de las cosas que tenemos que investigar. Aunque reconozco que la máquina tiene visos de parecer embrujada, porque hace cosas muy extrañas, pienso que la implicación de Satanás en esta historia es algo que aún tiene que ponerse en claro. Las cosas hay que verlas para creerlas.
—Eso me lleva al punto de preguntarle si conoce a los tipos que están detrás de nosotros —solicitó el detective—. Hasta donde he podido investigar, hay dos grupos de gente, por no decir gentuza, que están siguiendo nuestras indagaciones. Unos son árabes y los otros posiblemente estén ligados a círculos satánicos. ¿Qué sabe usted de esto?
—Pues mucho. Y tengo claro lo que buscan…
* * *
Los ojos desorbitados de Marc demostraban que la frase pronunciada por el noble le había calado hondo, porque llevaba muchos días queriendo saber quién le perseguía y ahora, sin esperarlo, podía tener esa información.
—Pues le ruego que me ponga al día. No sabe usted cuánto le agradecería que me dijera por qué me han pegado una paliza. Estoy deseoso de saber quiénes son esos tíos.
—Efectivamente, hay dos colectivos de gente, o gentuza, como usted les ha llamado, que me siguen desde hace algunos años, por no decir mucho tiempo, a decir verdad. Le mentiría si le digo que sé exactamente quiénes son, porque no los conozco, pero sí que puedo decirle lo que buscan.
—Pues suéltalo ya —le espetó Guylaine—. Me estás poniendo nerviosa.
—La máquina guarda un secreto trascendental para la humanidad. Nuestro mundo está en peligro y la cabeza parlante tiene las claves para evitarlo. Si cae en buenas manos, podemos hacer mucho por salvar la tierra. Si cae en malas manos, no quiero ni pensar lo que puede ocurrir.