Un mar de lágrimas surgió de los ojos de Guylaine, que dio un enorme salto hacia delante, para enlazarse con su padre en un abrazo que parecía no tener fin.
Marc no había imaginado el instante en que se encontraría con el conde, el motivo por el que le habían contratado, y no había preparado nada para decir en ese preciso momento, por lo que, sin poder articular una frase coherente, se decidió a realizar una presentación rutinaria.
—Hola, yo soy Marc Mignon, un detective que ha contratado su esposa para encontrarle —le dijo, lanzándole la mano en señal de bienvenida.
El detective inspeccionó al noble en profundidad. La verdad es que no se lo había imaginado así, porque, aunque había visto en el castillo fotos recientes del conde de Divange, la imagen de un hombre sucio y mal vestido era la peor representación de alguien que era propietario de una de las mejores bodegas productoras de champagne del mundo.
Pero cuando Pierre Dubois comenzó a hablar, Marc comprendió que la persona que tenía delante hablaba y se comportaba de acuerdo a su estatus a pesar del aspecto.
—Encantado de conocerle. Tengo que agradecerle que haya acompañado a mi hija y la protección que imagino que le ha dado en todo momento —pronunció el conde, en un tono que parecía acorde con el rango de la persona que hablaba, pero desenfocado con respecto al aspecto que presentaba.
—No se preocupe, es mi trabajo —logró articular el detective—. ¿Se encuentra usted bien?
—Perfectamente, si no fuera porque aún no he conseguido lo que he venido a buscar aquí.
—Tienes que contarnos la historia completa —dijo Guylaine, que había conseguido contener sus lágrimas tras realizar un notable esfuerzo.
—Es bien sencillo —tomó la palabra el noble—. Me fui de Reims porque sabía que había mucha gente detrás de mi descubrimiento. Desde hace años, conocía que me estaban investigando, porque incluso me llegaron a ofrecer dinero por desvelar mis estudios. ¡Qué cosa más ridícula! Yo he dedicado mi vida a este descubrimiento y llega alguien que me propone ceder mis averiguaciones a cambio de algo que no necesito. ¿Hay estúpidos en el mundo? Pues sí. Y han estado persiguiéndome incluso cuando dejé Francia. Por eso llevo este aspecto, y por eso no puedo darme a conocer en los sitios por donde voy. Si me diera de alta en un hotel, cualquiera de los que hay en esta misma ciudad, esa gente estaría detrás de mí exigiendo que le diera todo lo que he obtenido hasta hoy. ¡Qué vil es el ser humano!
—Si no te importa, debes comenzar por el principio —le solicitó su hija—. No tienes ni idea de lo que hemos pasado desde el mismo día en que te marchaste. Han ocurrido muchas cosas desde ese momento y debes explicarnos por qué tomaste una decisión tan severa. ¿Sabes que Renaud ha estado aquí en Córdoba y que ha desaparecido cuando unos matones nos perseguían? ¿Tienes idea de dónde puede estar tu mujer en este momento?
—No conocía esos extremos —contestó el conde, ligeramente contrariado—. ¿Puedes ponerme al día?
Guylaine narró los acontecimientos desde el mismo día en que su padre desapareció del castillo, y le trató de hacer partícipe de lo mal que, tanto ella como su madre, lo habían pasado. Le contó que Véronique había tenido una gran idea al contratar a una de las mejores agencias de detectives de París y, debido a ello, Marc había comenzado a participar en las indagaciones a los pocos días de su desaparición. No pudo evitar darle todos los detalles que tenía sobre la brutal paliza que le habían dado unos matones a cuenta del caso que le ocupaba. Por último, le facilitó explicaciones precisas sobre la partida hacia Ripoll, donde habían conocido al monje que le atendió, la venida hacia Córdoba y la extraña desaparición de Renaud justo en el momento en que los brutos les habían encontrado. Por último, le puso al día acerca de las conversaciones con la policía, que no había avanzado nada en su búsqueda.
En cuanto a la partida de la condesa, no encontraba explicación posible.
—Y con todo eso, hasta aquí hemos llegado —concluyó la mujer—. ¿Puedes hablar tú ahora? Hay muchas cosas que debemos saber. Para empezar, ¿qué dijo la máquina cuando la hiciste funcionar?