Notó que tenía la boca seca cuando terminó de hacerle partícipe de sus más profundos sentimientos en relación con la muerte de sus padres, aunque la sensación de desasosiego fue especialmente intensa en algunos momentos de la narración, justo en el momento en que pronunciaba las mismas palabras que habían expresado los matones.
Guylaine meditó bien su primera reacción, y sólo al cabo de un buen rato se decidió a lanzar lo que tenía en la cabeza.
—¿Has sopesado que quizá lo dijeron para asustarte y que abandonaras la búsqueda de mi padre? A lo mejor no hay relación alguna y lo que ha ocurrido es que esta gente te ha investigado y ha hecho uso de esa información para amedrentarte.
—Sí, lo pensé —dijo Marc, comprobando que debía parar cuanto antes para comprar un poco de agua y aclarar su garganta—. Creo que la forma en que aquellos canallas hablaron me hizo tener la seguridad en ese justo momento de que sabían lo que decían. El odio que parecía contener el tipo que dijo aquella frase me hizo ver que sabía de lo que hablaba y que, en realidad, mis padres habían sido asesinados por esta misma banda de matones.
—¿Y cuál podría ser la razón de aquel brutal acto? —preguntó la mujer, que no era capaz de desviar la mirada de la carretera.
—Ése es el tema. No encuentro la más mínima relación entre el caso Baumard, un asunto más bien doméstico, en el que un anciano encomienda a la agencia investigar algo sencillo, con la desaparición de tu padre y la maldita máquina ésa.
—¿Te ocurre algo en la voz?
—Si no te importa, voy a parar para beber algo.
Encontró un lugar apropiado para descansar unos minutos, una enorme estación de servicio donde permanecían aparcados decenas de camiones de mercancías y que contenía un amplio establecimiento de autoservicio donde podría adquirir con rapidez dos pequeñas botellas de agua.
Por fortuna, la carretera hacia Madrid presentaba un aspecto bastante despejado, por lo que, con seguridad, alcanzarían el centro del país antes de la hora de comer.
Dejó el coche aparcado en el área destinada a los turismos y pidió a la mujer que no abandonase el vehículo. Siguió el camino hacia la tienda, esquivando varios furgones estacionados en el centro de la explanada.
Al torcer, vio de frente a uno de los perseguidores, que le observaba sin contemplaciones.
La sorpresa le impidió actuar con rapidez, y cuando se dio cuenta de que la situación era comprometida, comprobó que el matón había iniciado una rápida carrera y que le alcanzaría en cuestión de segundos.
En ese momento, aprovechó la inercia del hombre que se abalanzaba hacia él para propinarle una fuerte patada en el estómago, por lo que el tipo cayó hecho un ovillo sobre el sucio y grasiento asfalto, mirándole a la cara muy sorprendido por la rápida reacción que no había podido adivinar.
Marc giró sobre sus pasos e intentó alcanzar el vehículo blanco tan pronto como pudo. Varias zancadas sirvieron para que llegase al punto donde había dejado a la mujer esperando su regreso.
Sin pensarlo, abrió la puerta y entró.
Sus ojos no le permitían pestañear cuando comprobó que Guylaine había desaparecido del interior del coche.
* * *
Sin dejarse llevar por el pánico, trató de ver si había signos de violencia que indicasen que la mujer había sido apresada por los matones.
Observó que el bolso no estaba a la vista, aunque eso no quería decir nada.
Trató de tranquilizarse para pensar con la mayor lucidez posible y, sin conseguirlo, determinó salir del vehículo para comprobar si había algún rastro de su acompañante por los alrededores.
Los camiones impedían otear la espaciosa campa, ya que sus conductores los habían situado en distintas posiciones, sin orden ni concierto, y para colmo, varios vehículos pesados que se encontraban dispuestos en línea sobre el espacio central componían una perfecta barrera que imposibilitaba ver más allá de la mitad de la parcela.
De pronto, se le ocurrió que, si aquella gente la había forzado a salir y la tenían retenida, era probable que el coche rojo estuviese en las inmediaciones. Agudizó su vista y su ingenio y comenzó a correr tan velozmente como pudo para revisar el inmenso lugar en busca del turismo.
El corazón le palpitaba con fuerza al iniciar una rápida carrera, entre otras razones, porque estaba dando las zancadas tan largas como podía. Las peores imágenes le vinieron a la cabeza cuando pensó que aquellos salvajes podían practicar sobre Guylaine los mismos actos brutales que habían utilizado con él. Giró sobre la parte trasera de uno de los interminables camiones que, pintado de verde, exhibía enormes fotos de verduras.
Sin esperarlo, chocó frontalmente con alguien que cayó al suelo por el golpe.
Cuando consiguió levantarse, comprobó que se trataba de uno de los conductores de aquellos monstruosos vehículos, el cual profería serios insultos por el violento comportamiento del joven, que había virado sin mirar, haciéndole caer al suelo de mala manera. Sin perder ni un segundo, le pidió perdón y continuó la carrera.
La luz solar a esas horas era tan cegadora que Marc tuvo que proteger sus ojos colocando una de sus manos a modo de pantalla, para ver a lo lejos.
No encontró ni rastro del coche rojo por ningún lado.
Tampoco veía a Guylaine en el inmenso e interminable aparcamiento.
Con el ritmo cardíaco rozando el límite soportable, llegó a la zona de tiendas y oteó el interior de la cafetería sin hallar a nadie conocido.
Un regusto amargo le vino a la boca cuando se acordó de que ni siquiera podía localizar al matón con el que se había tropezado hacía unos minutos.
Esta idea le hizo imaginar que, sin lugar a dudas, aquellos infames se habían llevado a la mujer.
* * *
Con la cabeza agachada, triste y sin ninguna ocurrencia sobre cómo dar con ella, se dirigió a su coche.
De camino al vehículo, levantó la cara y vio que Guylaine se encontraba en la cola del baño, esperando a entrar, justo detrás de otras personas que aguardaban su turno.
Una intensa sensación de júbilo le invadió por unos instantes, lo que le permitió relajar los músculos y avanzar rápidamente hacia ella, dejando aflorar una ligera sonrisa en su boca. En sólo unos segundos, imaginó la terrible situación que hubiera tenido que afrontar si la chica hubiese sido secuestrada, pues ya tenía un montón de problemas con la desaparición del conde como para asumir una nueva tragedia en la familia Dubois. Sólo pensarlo le traía amargos pensamientos.
Aún no había alcanzado la hilera de mujeres frente al baño, cuando observó que el más alto de sus perseguidores se dirigía hacia ella a gran velocidad.
Un súbito golpe de inquietud le devolvió a la realidad y, de nuevo, su cerebro lanzó signos inequívocos a sus extremidades: debía correr para llegar a Guylaine antes que él. Sintió que el cuerpo se le tensaba tratando de resolver el problema y se percató de que el sujeto estaba más cerca de la chica que él, así que la adrenalina acumulada le hizo reaccionar de forma inesperada y, sin pensarlo, comenzó a gritar descontroladamente, pidiendo a la mujer que corriese hacia el coche, mientras le indicaba con las manos que dirigiese su mirada hacia el hombre que se aproximaba a ella.
A escasos metros, Guylaine observó que un hombre de considerable altura se abalanzaba sobre ella agitando los brazos para sujetarla por detrás, por lo que, con notable destreza, dio el mayor salto que sus piernas le permitían y en sólo unos segundos se colocó frente a Marc, que la cogió de la mano, empujándola hacia el vehículo blanco. Le pidió a la mujer que no hablase, y situándola delante de él para protegerla, le ordenó que corriese tan rápido como pudiera. Desconcertada por la tensa situación, obedeció sin rechistar.
Apenas unos instantes después se encontraban dentro del coche de alquiler, impresionados por la rápida reacción que ambos habían tenido.
Mediante súbitas miradas hacia el entorno donde se localizaba el hombre, Marc comprobó que estaba rezagado unos metros, pero que avanzaba a una velocidad vertiginosa.
Procedió a arrancar y casi sin esperar, metió la primera marcha, lo que hizo que el motor rugiese de forma preocupante. El vehículo saltó sobre el asfalto arrollando violentamente al malhechor, que estampó su rostro sobre el parabrisas, permitiéndoles observar la despavorida cara del individuo.
Aunque sólo duró unos segundos, el detective creyó que la imagen de aquel criminal impresa sobre el cristal iba a durar toda la vida. Le miró directamente a los ojos, y observó que era capaz de mantenerle la mirada con una frialdad que podría helar la sangre de cualquiera. Sin poder remediarlo, de nuevo le vino a la cabeza la idea de que aquel hombre podía haber matado a sus padres. Y si no era así, estaba seguro de que sabía quién lo había hecho.
No le tembló el pulso y aceleró para que el tipo cayese al suelo.
A pesar del fuerte crujido del motor mientras conducía hacia el exterior del recinto, el sonido del cuerpo golpeando el pavimento le hizo estremecerse. Miró por el retrovisor y se cercioró de que el tipo, hecho un guiñapo, permanecía inmóvil sobre el asfalto.