17

Guylaine llegó al castillo a una hora inusual. Siempre que iba a París y tenía que regresar tarde, prefería quedarse a dormir en alguno de los apartamentos que su familia tenía allí. En esta ocasión, incluso lo había previsto, pues el congreso terminaba con una cena de las que le exasperaban, ya que generalmente tenía la mala suerte de caer en la mesa con gente inútil que hablaba de cosas banales.

Sin embargo, la llamada recibida y la información que ahora tenía debían ser puestas en conocimiento de su madre y de Marc cuanto antes.

Aceleró el paso y subió las escaleras tan rápido como pudo. Había llamado al móvil de su madre más de diez veces sin éxito, y tampoco localizó al detective, cuyo teléfono decía claramente que estaba apagado.

Para colmo, el mayordomo le había dicho que la condesa estaba aparentemente en el castillo, pero que no podía dar con ella.

Ante esa situación, había decidido prescindir de la aburrida velada y volver a Reims.

Entró en el cuarto de su madre sin llamar, dada la urgencia de la noticia que debía darle.

Pero la condesa no se encontraba en su habitación.

Sin pensarlo, se dirigió hacia el cuarto de Marc, situado en una planta distinta del edificio. Corrió tratando de no perder ni un segundo y, cuando ascendía por la escalera, comprobó que su madre bajaba cubierta con un albornoz.

—¿Se puede saber dónde te has metido? —le soltó Guylaine—. He estado toda la tarde tratando de localizarte. Hay noticias muy, pero que muy importantes.

—He tenido que resolver algún asunto. ¿Qué haces aquí? ¿No regresabas mañana? —se acercó a ella, pero rehusó besarla, y prefirió seguir bajando las escaleras.

—¿Te pasa algo? ¿Qué haces vestida así por aquí? Jamás te había visto rondar de esa forma por el castillo. Además, te he dicho que tengo noticias realmente relevantes en el caso y no me prestas atención.

—Permíteme unos minutos. Si son noticias relativas a la desaparición de tu padre, llama al detective y que las oiga también. Nos vemos en la cocina en un rato. Voy a vestirme.

Guylaine la miró bajar las escaleras sin entender qué hacía allí su madre. Sin rechistar, fue en busca del hombre y llamó a su puerta. Parecía cansado, pero le prometió bajar inmediatamente.

* * *

Preparó una infusión y esperó a que llegasen. Veinte minutos más tarde aparecía el detective y, a continuación, la condesa.

—¡Vaya día! No creía que iba a ser tan difícil dar con vosotros —dijo Guylaine—. He estado llamando toda la tarde.

—Tuve problemas —explicó Marc—. Me han secuestrado unos canallas y me han propinado una paliza. Querían saber dónde está tu padre y conocer los secretos de la máquina.

—¿En serio? ¡Dios mío! Ha debido de ser horrible. Tienes la cara machacada. ¿Cómo te encuentras ahora?

—No te preocupes. Le he curado como he podido —saltó la condesa— y no parece tener nada roto. Pienso que necesita descansar y olvidar lo sucedido.

—¡Jesús! ¿Te duele mucho? —preguntó la chica realmente interesada. Suavemente, le tocó una de las heridas que parecía inflamada.

—No, de verdad. Tu madre me ha curado.

El hombre se fijó en la condesa, quien evitó seguirle la mirada.

Guylaine percibió la extraña mirada entre ambos, y comenzó a sospechar que allí había ocurrido algo que podría explicar la precipitación de su madre. Mientras reflexionaba sobre ello, dirigió la vista al suelo y, cabizbaja, pensó que le dolería mucho que le hicieran una cosa como aquélla, que en una situación como ésa no era razonable para nadie.

—Bueno, y… ¿cuál era la noticia tan importante que debías darnos? —interrogó Véronique, que trató de salir de la incómoda situación.

—Me ha llamado la policía. Europol ha confirmado que mi padre ha sido visto en Barcelona esta misma mañana. Y parece que no hay duda. Era él.