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¿De verdad crees que debemos analizar esta idea del diablo como parte de la posible existencia de la máquina y de la desaparición de tu padre? Qué curioso. El sospechoso de mi primer caso es el mismísimo Satanás —reflexionó Marc.

—¿Éste es tu primer caso? —preguntó la mujer con cara de incredulidad.

—No, no. He querido decir que es el primer caso que leñemos en la agencia donde el diablo es el sospechoso. Era una broma.

—Ya. Bueno, pienso que si queremos encontrar al conde, hay que entender qué ha querido decir en la carta e intentar tirar de las pistas hasta encontrarle. Imagino que es la labor normal de un detective, ¿no? —dijo Guylaine, observando la reacción del hombre.

—Sí, claro. Es una buena idea; pero ¿qué te hace sospechar que pueda haber algo relacionado con el diablo en este tema?

—No logro quitarme de la cabeza un extraño pensamiento. Cuando acudí aquí para llamar a mi padre, justo en el momento en que encontré su carta, había un fuerte olor a azufre, y tengo entendido que las apariciones del demonio están siempre precedidas por este tipo de hedor sulfuroso.

—Sí, eso he oído. Pero, claro, eso no es fácil de corroborar. La gente no va por ahí encontrándose con los habitantes del infierno como si tal cosa.

—Así es. Yo tampoco me lo imagino, pero tenía que decirte lo del azufre —advirtió la mujer—. Además, en toda la base del milenarismo hay muchas referencias al diablo.

—Pues adelante. Cuéntame todo lo que sepas, porque voy a tomar notas.

—Como te dije, mi padre es historiador, experto milenarista, un estudioso del fin del primer milenio. En aquella época, Europa se encontraba sumida en un proceso de cambio muy importante. Los siglos VIII y IX habían sido terribles para muchas naciones y, desde la desaparición del Imperio romano, Occidente no levantaba cabeza. El territorio europeo se había convertido en un espacio donde imperaban los bosques, las tribus y la brujería, y donde los reyezuelos se odiaban unos a otros hasta el punto de destruir una y otra vez lo poco que se creaba.

»El siglo X supuso un punto de inflexión en la historia de la humanidad, ya que Europa consiguió salir de esta profunda depresión que había durado muchos siglos. Atrás quedaron los años de continuas masacres, desesperación y muerte.

»Se produjo de forma paulatina un despertar de la cultura y, sobre todo, de la escritura, especialmente en los monasterios, donde se atesoraba la mayor parte del saber a través de la creación y copia de libros antiguos.

—¿Entonces? —preguntó el hombre, cada vez más interesado—. ¿Cuáles son las referencias históricas para pensar que ocurrieron cosas extraordinarias en esa época?

—Las claves las dio un monje francés de aquel entonces. Su nombre era Raúl Glaber, un clérigo cluniacense que, desde su scriptorium, narró con todo lujo de detalles los extraños hechos que sucedieron.

»Este hombre era realmente diferente. Para comenzar, te diré que no tenía un solo pelo en todo el cuerpo. De ahí su nombre Raúl el Glabro —o bien, el lampiño— o, como lo conocemos hoy, Raúl Glaber. Imagínate qué tipo: sin vello alguno y con una personalidad inconformista que le hizo merecer el adjetivo de giróvago o, lo que es lo mismo, errabundo, porque residió en múltiples monasterios de Francia, en los que no conseguía echar raíces. Parecía que ninguna de las abadías por las que pasaba era suficientemente buena para él y, de una u otra forma, cambió de morada en un montón de ocasiones.

«Escribió una obra, denominada Historiae, que desarrolló en cinco libros, cuyo valor hoy día es incalculable, y por los cuales se convirtió en uno de los mayores protagonistas del final del primer milenio.

»A lo largo de su vida, este cronista fue trazando esos textos en los que expresó de forma consistente el sentimiento que había invadido la consciencia de los cristianos, y que se dividía a partes iguales entre el temor y la esperanza. Desde siempre, la religión católica había considerado que la historia estaba guiada por Dios.

»Pero, según dice el Apocalipsis, algún día terminará la vida en la tierra. Esta idea del fin del mundo estaba relacionada con la creencia de que, al cumplirse los Mil años del encierro de Satanás y del nacimiento de Jesucristo, el mal invadiría la tierra y, tras un periodo de desastres, acabaría todo.

»Ésta es la base del pensamiento milenarista, cuyo fiel cronista fue el propio Raúl Glaber, quien hoy por hoy, debido a sus libros, constituye el mejor aval de que en esa época pasaron cosas increíbles.

—Jamás había oído hablar del tío este sin pelos —pronunció Marc Mignon, que mantenía cara de incredulidad por lo que estaba oyendo—. Imagino que, si lo escribió, obviamente habrá quedado para la posteridad, pero… ¿qué hechos misteriosos relata en sus escritos?

—Hechos espeluznantes —contestó Guylaine—. Según este monje, nuestro Dios iba lanzando signos a todos los hombres por medio de sueños, visiones y hasta milagros. Dicen las crónicas que estas señales fueron inequívocas y premonitorias de cosas importantes que estaban por venir y, por ello, causaron temor a una amplia capa de la población.

—Pues dispara. Dame una lista de los hechos sorprendentes que ocurrieron en esos años finales del milenio.

—Para empezar, apareció una serie de cometas, de los cuales muchos amanuenses dieron fe, ya que, según se creía en toda la edad antigua, estos fenómenos anunciaban grandes cambios y acontecimientos sorprendentes. Uno de estos asteroides, que Glaber narró con todo lujo de detalles, fue un excepcional meteorito que permaneció en el cielo durante más de tres meses. Su brillo fue de tal calibre que iluminaba las noches con una fuerte intensidad, hasta tal punto que hizo pensar a muchos que Dios había enviado una nueva estrella para comunicar el cambio de milenio y los asombrosos nuevos tiempos que estaban por llegar.

—¡Caramba! Pues sí que parece misterioso. A pesar de eso, no puede afirmarse que sucediese nada excepcional sólo por ese acontecimiento; habría distintas explicaciones para justificar ese hecho.

—Sí, pero es que sucedieron más cosas. Hubo también eclipses sorprendentes que fueron narrados por diversos autores. Por ejemplo, Glaber dice que el cielo tomó un color zafiro nunca antes observado, y los hombres se miraban unos a otros porque se veían con una palidez mortal. El espanto se apoderó de la gente, que presagiaba algún hecho terrible. Para colmo, ocurrió un curioso eclipse de luna donde el astro se tiñó de color rojo sanguinolento, tras lo cual aconteció una abundante lluvia de cometas.

—Vaya susto se debieron de llevar aquellas pobres gentes.

—Así es. Y eso que ahí no paró la cosa —añadió la mujer—. Se produjeron grandes epidemias que llevaron a situaciones de hambruna generalizada, lo que vino a complicar la realidad de esos años.

»En este contexto, aparecen en sus narraciones una serie de monstruos que unos años antes del fin del milenio, allá por el 996, agravaron el estado de nerviosismo y asombro del pueblo. Se trataba de animales de especial consideración, como ballenas de gran tamaño, que atravesaban sin pudor ni recato alguno los mares cercanos a las costas, asustando a la gente.

»En otros lugares, los lobos hicieron acto de presencia y atemorizaron a los habitantes de muchas ciudades, que observaron atónitos cómo algunas iglesias sufrieron en ocasiones incendios de grandes dimensiones cuando los animales se acercaban. Glaber narró que en un monasterio se vio que un crucifijo lloraba auténticas lágrimas debido a lo que estaba sucediendo.

—No me extraña que todo esto diese lugar a convulsiones en la gente. Pero… ¿dónde aparece el diablo? Aún no he oído que nuestro hombre sin pelos lo mencione.

—Pues agárrate, porque el demonio es uno de los protagonistas principales de la obra de Raúl Glaber.

»Todo arranca a partir de las Sagradas Escrituras y, especialmente, del Apocalipsis. En el capítulo XX, dice textualmente: «Vi un ángel que descendía del cielo, trayendo la llave del abismo, y una gran cadena en su mano. Tomó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, y le encadenó por Mil años».

»Esta profecía, incluida en el Apocalipsis, persuadió a los hombres del primer milenio de que, en el reino de lo invisible, dos ejércitos se iban a enfrentar: el del Bien y el del Mal. Y este encuentro tendría lugar al acabar los Mil años, momento en el cual los poderes satánicos se desencadenarían porque el diablo lograría librarse de las ataduras del ángel, hundiendo a las fuerzas divinas.

»Por eso, el milenarismo es ante todo, y en este plano, una gran derrota del ejército celestial, y un retorno del diablo, que vuelve a la tierra a por los suyos. En otras palabras, se produciría la llegada del mal.

»Raúl Glaber no sólo habla del demonio en sus escritos, sino que sufre en tres ocasiones apariciones del maligno. Estos encuentros se producen siempre por la noche o en la penumbra de la aurora. Además, Lucifer se manifiesta ante nuestro monje con diversos aspectos. En una ocasión, se le apareció bajo la forma de un enano deforme, casi animal, de figura tenebrosa e infernal, la frente encrespada, llena de arrugas y protuberancias, la nariz aplastada, los labios abultados, la barba caprina y la dentadura canina.

»En otro momento, se le presentó con una imagen similar a la de un etíope y le conminó a no trabajar, a olvidar los hábitos y a dejarse llevar por los placeres terrenales. Este particular demonio negro le trató de disuadir de los sacrificios, las penitencias, los ayunos y las vigilias. En fin, todo un mundo cubierto de tinieblas llamando a las puertas del monasterio —concluyó la mujer.

—Esa profecía del Apocalipsis, en su versículo XX, ¿es a la que hace referencia tu padre en su carta?

—Sí, así es.

—¿Y qué quiere decir con ello?

—No tengo ni idea. En este punto, el Apocalipsis dice que un ángel encadenó al diablo y le encerró para que no extraviase a las naciones. Pero terminados los Mil años, Satanás sería soltado… La verdad es que no le encuentro relación con la cabeza parlante, ni con ninguno de los temas de investigación que han llevado a cabo las decenas de generaciones de Dubois durante tantos siglos.

—Bueno, es una pista que tenemos que investigar —apuntó el detective.

—Pues ahora que lo veo, sí que es un buen comienzo esta posible relación de círculos satánicos con esta máquina —pronunció Guylaine señalando con el dedo índice un anagrama que parecía estar grabado en la piedra de mármol que actuaba como pedestal del enorme armatoste—. Antes no lo había visto, pero fíjate en el símbolo que hay en el frontal.

A su pesar, Marc se acercó y pudo comprobar que allí alguien había tallado un pentagrama, el conocido dibujo geométrico, la estrella de cinco puntas.

—Esto me recuerda el signo que utilizan los satánicos en sus ritos de invocación al diablo.

—Exacto —corroboró la mujer—. Ahora sí que tienes una buena pista.

—Sí, pero da un cierto escalofrío.

* * *

La ira le estaba marcando un rumbo equivocado.

Ella sabía que no debía hacer lo que su corazón le pedía. Una mujer con un estatus social tan alto como el de ella, en una ciudad relativamente pequeña como era Reims, no debía salir a la calle en busca del amante que la había desairado y, además, con el marido perdido, metido donde sólo Dios conocería.

A pesar de todo, esas ideas se le antojaron inútiles y, en consecuencia, no sabía para qué pensaba en aquello porque la decisión la había tomado desde el mismo momento en que el joven la había dejado tirada.

Dejó de torturarse y cogió el bolso, decidida a salir para encontrar respuestas.