LA NOSTALGIA
(Madrid 1704)
La luz entraba tenue desde el alféizar de la ventana, y acariciaba mis manos entumecidas por el trabajo y el frío del invierno. Las miré con detenimiento. Eran manos que mucho sabían de modelar el barro y tallar la madera, manos que no habían permanecido ociosas; y eran también manos usadas por el tiempo, ya que la vejez poco a poco iba enseñoreándose de mi cuerpo. Habían pasado muchos años y la vida me había proporcionado pesares, esfuerzos continuados, ocasiones interesantes, emociones intensas y muchas alegrías.
Si hubiera podido… Si hubiera podido, ¿habría cambiado aquella vida por otra más tranquila y reposada?
No, cierto es que no.
Mi existencia había sido plena y daba gracias a Dios por haberme donado todo aquello que para mí era importante.
En primer lugar, mis hijos, tan amados; luego, mis esculturas. Los hijos eran carne de mi cuerpo, las esculturas, sangre de mi trabajo.
No cambiaría mi existencia, pero sí habría modificado algunas decisiones, ahora que conozco las trampas de la vida; no dejaría que la compasión nublara mi juicio, como me había sucedido. En esta época de mi existencia sé que es inútil entregar generosidad y ayuda a quien no puede reconocerlas ni apreciarlas; sé cuán estéril es dar a quien se ofende por recibir. Pero en mi joven mente, con la inexperiencia de los años mozos, esos pensamientos mezquinos no tenían lugar en mi corazón.
Al sentir la angustia originada por los recuerdos agarrotando mi ser, me levanté con presteza para abrir la ventana. Deseaba que el fresco aire de febrero limpiara los tristes pensamientos que mi mente albergaba.
Hube de sentarme de nuevo, pues mis cansadas piernas anhelaban el reposo. Aspiré con fruición la brisa que llegaba del río.
En ese instante, el canto solitario de un oboe se elevaba hacia mi estancia, envolviendo mi alma de recuerdos felices…
Me traía memorias de tiempos pasados, escenas del hogar bullicioso en mi Sevilla natal, la fastuosa ciudad que coronaban propios y extraños como urbe principal, segunda tan sólo a Roma. Sus paseos poblados de hermosas casas, henchidas de honroso pasado árabe y romano, enriquecidas por el Renacimiento; los jardines esplendorosos, restallantes de especies exóticas llegadas de Indias; el ambiente creador que reinaba en talleres, palacios, conventos y hasta en las propias calles y mercados; la atmósfera de energía que dominaba el puerto, receptor de maravillas mil, desconocidas y ambicionadas en toda Europa. Y luego… Luego del coraje, de las luchas y penas, de mi largo viaje y…
De él.
¿Quedará noticia de mi insólita lucha, de la batalla de una mujer por ser reconocida en el arte?
¿Narrará alguien estas penalidades, este esfuerzo sin tregua, esta guerra sin paz, esta mi historia hermosa e inverosímil, el amor truncado, la pasión, la gloria que han conformado mi vida?