No le he dicho a Lidia que dejaba Lokunowo, pero me he despedido de ella por un tiempo. No me ha parecido nada afectada. La he mirado fijamente en silencio, casi implorándole que me implorara que me quedara, pero no ha reaccionado en este sentido. «Debes haber hecho grandes estudios sobre manicomios», me ha dicho con admiración y como si se sintiera obligada a alabarme en algo. ¿Quién le habría dicho que yo era doctor en psiquiatría? Como no sabía qué decirle, ella ha repetido los elogios. «Se te nota que has hecho muchos estudios sobre manicomios», me ha dicho. «Sólo sobre el mío», le he contestado. Entonces ha tratado de hacerme aún más cumplidos por mi manicomio.
Al salir a la calle, me ha dado por pensar en los diques, los muelles, las compuertas de las orillas del Sena. Hacía semanas que no pensaba con esa intensidad en París. Después, he comprado el periódico y allí, en primera página, estaba la noticia del día.
Siria en el ojo del huracán.
El presidente de Siria, Bachar el Asad, ha anunciado ante la Asamblea Popular del Pueblo que pronto desaparecerán del Líbano todos los soldados de Siria. La desaparición, ha dicho, se hará de forma gradual, pero completa.
Me he preguntado quiénes iban a desaparecer primero, si los sirios o yo.
Y al entrar en el hotel me he dicho que aquello parecía —aunque seguramente sólo lo parecía— el final de una larga historia de difuminaciones.