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Ha muerto en Barcelona Miquel Bauçà, el Salinger catalán. La noticia, leída casualmente en un periódico, me ha sorprendido y ha terminado por dejarme completamente paralizado. Es como si hubiera muerto mi doble, con la diferencia de que a él parece que están dispuestos a llorarle, cosa que no creo que hagan jamás por mí.

Murió a finales de diciembre, pero nadie se preguntó dónde estaba, nadie lo buscó. En esto se parece como una gota de agua a mí. Nadie lo buscó, pues no en vano, por voluntad propia, vivía en domicilio desconocido y no se relacionaba con nadie, llevaba una vida oculta en un piso del centro de Barcelona. Hacía años que no aparecían fotografías suyas y ya nadie sabía qué aspecto físico presentaba. Fueron los vecinos los que, alertados por el hedor, avisaron a la policía. De modo que no se sabe exactamente qué día murió. Hacía muchos años que no se relacionaba con nadie y para comunicarse con sus editores lo hacía a través de un apartado postal. No encontraron su cuerpo hasta como mínimo una semana después de su muerte y no fue hecha pública la noticia hasta hoy, 11 de febrero. El historiador Miquel Barceló escribe: «Tras una extraordinariamente larga desaparición de la vida pública que se supone que un escritor ha de llevar, ahora que se ha confirmado su muerte sería improcedente hacer interpretaciones sobre los posibles significados de la literatura de Bauçà. Para empezar, no está nada claro cuál era el sujeto de su escritura. ¿Sobre qué escribía? Que yo sepa nadie lo ha dicho todavía.»

Creo que se me ha adelantado en todo, porque Bauçà seguramente llevó a la práctica, a través de sí mismo y de sus textos, la tan traída y llevada «desaparición del sujeto». Me entero por el corresponsal del periódico en Mallorca de que Bauçà. estudió Filosofía y Letras en la Universidad Central de Barcelona. Bebedor, tipo duro, algo intratable, fue profesor de catalán hasta su jubilación anticipada hace más de dos décadas. En 1971 se autodefinió como «una miseria inestable, no admitida, vergonzosa, o dicho de otro modo, un estatus no estable, permanentemente vergonzoso». Había estado casado y tenía una hija, pero rehusaba el contacto familiar. Devino un observador de la realidad a través de Internet y de la cadena de noticias CNN, según se intuía en sus escritos torrenciales y expresivamente herméticos. «A él le hubiera encantado su circunstancia última, que no se supiera qué día había fallecido», reconoció ayer su editor. «Es asombroso. Vivía en el centro mismo de Barcelona y no se dejó ver a lo largo de más de treinta años», dijo Angelo Scorcelletti. «Un ejercicio de desaparición muy conseguido», añade ahora el doctor Ingravallo arrastrando mucho su voz.