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Reaparezco para decirme a mí mismo que sigo indignado con el artículo que leí ayer de un escritor español de mi generación al que creo conocer bien y que yo sé que está más obsesionado por el reconocimiento (que no le llega) de su obra que por la paciente construcción de esa obra. Ese reconocimiento no le llega precisamente porque su talento queda anegado por la extrema obsesión del éxito que a él le guía siempre, y también, todo sea dicho, porque sus novelas, acogiéndose a una vaga idea de vanguardismo, acaban mostrando siempre la alarmante falta de un tornillo. El hecho es que ha escrito un combativo artículo en el que apoya y defiende que Elfriede Jelinek haya justificado su no asistencia a la entrega del Nobel diciéndoles a los suecos que «el peor lugar para un artista es la fama y que la marginación es el lugar del escritor».

Todo sería más o menos correcto de no ser porque el artículo lo inicia citando y manoseando a Robert Walser, de quien dice que es «autor de la novela Jacobo von Gantan» (obviamente el título está equivocado, se refiere a Jakob von Gunten, delata que no conoce muy bien el libro), y citando sus célebres palabras: «Me horroriza la idea de que pudiera tener éxito en la vida.»

Hay en esa doble cita una frivolidad indignante. Y es que el autor del artículo toma alegremente el nombre de Walser en vano al traerlo a colación sólo para poder decir que él comparte con Elfriede Jelinek «una suprema pasión por el autor suizo» y así en realidad poder hablar de él mismo y de lo mal que le tratan la crítica, los escritores y los editores, aunque nada dice de lo mal que también le tratan los lectores, que no son idiotas y que, de ser un genio, ya le habrían echado una mano y si no se la echan es porque han visto lo del tornillo.

«Ahora, cuando está a la orden del día utilizar la literatura para triunfar socialmente en la vida, esta actitud de desapego…», escribe. Puede engañar a quienes no le conocen, pero quienes saben algo de él no ignoran que nunca ha tenido esa actitud de desapego y que le gustaría el Premio Nobel de Jelinek y, en fin, que en modo alguno le horroriza la idea de tener éxito en la vida.

Sin embargo, él dice identificarse con la actitud de desapego de Jelinek y de Walser. No puedo creerle. Si dice eso es porque no lo ha leído o porque ha sido incapaz de profundizar realmente en los motivos de la renuncia de Walser o, simplemente, porque lo utiliza sin escrúpulos para sus turbios y egocéntricos fines. Creo que no todo es lícito a la hora de lanzar una diatriba contra los que no le han reconocido como escritor. Hay, además, una inmoralidad en el mensaje que quiere transmitir el artículo, pues le hace creer al cándido lector que él se halla perfectamente a gusto en la renuncia al éxito, que se encuentra bien en la marginalidad. Si supiera en qué consiste realmente esa marginalidad, no citaría a Walser. Además, ignora que en todo este asunto de la renuncia a los focos hay siempre —a excepción de casos profundamente sinceros, como los de Walser o Bove— tanta luz como sombra, porque se mezcla normalmente el deseo de éxito con el hondo deseo de no tenerlo. Es un asunto más complejo de lo que parece. En su artículo él sólo expone su ambición —que cree muy noble— de no tener éxito, y oculta, por completo, los aplausos suecos con los que sueña. Le convendría saber que, como dice Imre Kértesz, si uno busca el éxito sólo tiene dos caminos, o lo consigue o no lo consigue, y ambos son igualmente ignominiosos.