Al leer que el futbolista Saviola echa en falta en el Mónaco, por encima de todo, los autógrafos que firmaba cuando la pasada temporada jugaba en el Fútbol Club Barcelona, he sentido una repentina y muy intensa nostalgia de los días en que yo firmaba dedicatorias de mis libros y andaba siempre quejándome de lo mucho que me agobiaban los lectores cuando en realidad si en alguna ocasión, en un acto público, nadie se acercaba para pedirme alguna firma, me quedaba desolado, temeroso de haber sido olvidado.
También he sentido nostalgia de cuando iba a librerías de Barcelona y contaba los minutos que pasaban hasta que alguien me reconocía. Cuando eso sucedía, me mostraba seco ante quien me había abordado, como si me hubieran interrumpido en plena meditación trascendental. Y, sin embargo, no podía sentirme más satisfecho de haber sido abordado.
Y también he recordado que los amigos y conocidos no leían mis libros y sí en cambio los leían los desconocidos, que eran quienes encontraban interesante mi mundo, no así los amigos ni los conocidos, que, por lo visto, daban por sabido lo que yo escribía o, mejor dicho, ya tenían suficiente con tener que soportarme.
Después, me he quedado imaginando que me tocaba dar en un gran teatro una conferencia y que sentía la misma angustia de hablar en público y el mismo pánico escénico de antaño, pero que al mismo tiempo disfrutaba ante la posibilidad de disertar a solas durante una hora ante un público entregado. Luego, he imaginado unos grandes aplausos y he entrado en el sopor que precede a toda siesta. «Toda la platea te adora», he oído que me susurraba el doctor Ingravallo.