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Otra hoja cae, sin ruido alguno, y toca también la línea del horizonte, todo sucede en un único instante, en mi imaginación, en este atardecer en el que hoy por fin no llueve. Miro a mi vecino, el hombre que se parece a Scorcelletti, y me imagino que está escribiendo un poema para desaparecer dentro de ese poema. Recorro en una décima de segundo la historia de la subjetividad moderna y miro al abismo que tengo a mis pies y me digo que un paso más allá me conduciría fuera del tiempo, en realidad, hacia un fuera del tiempo en el tiempo sobre el que sin duda me gustaría escribir suponiendo que fuera posible que, tras desaparecer de mí mismo, yo pudiera escribir, bajo el secreto del antiguo miedo a la muerte, un poema de despedida como el del vecino, un poema en el que me preguntaría de dónde procede todo ese poder de desarraigo, de destrucción o de cambio que poseen unos versos de despedida mirando al mar en un hotel junto a un jardín olvidado y frente a un abismo.