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La vida humana no es negociable.

SERENA BUTLER

En honor a la victoria agridulce conseguida en la Tierra, los planetas de la liga dedicaron una gran celebración a sus héroes y una emotiva despedida a los caídos en combate.

Las naves habían regresado con lentitud, en tanto naves correo y de reconocimiento volaban a toda velocidad a Salusa Secundus para dar la noticia e informar a la liga de lo que cabía esperar cuando la Armada llegara, herida y disminuida en número.

Pero el Omnius de la Tierra había sido destruido, y las máquinas pensantes habían sufrido un golpe terrible. Los supervivientes se aferraban a su triunfo.

En el caluroso y húmedo estadio, Vorian Atreides estaba empapado de sudor en su uniforme militar. Pese a la temperatura, la gente quería verle a él y al segundo Harkonnen vestidos de gala. Xavier se erguía a su lado en el estrado, mientras el virrey Butler y Serena acallaban a la multitud para que les dedicaran su atención.

Los dos hombres (que habían hecho las paces durante el largo viaje de regreso a Salusa Secundus) se hallaban a la sombra de una plataforma cubierta, junto con otros dignatarios. Iblis Ginjo, vestido con elegancia y orgulloso de su posición cada vez más influyente, también estaba sentado en la zona reservada a las autoridades.

—Por guiar nuestras fuerzas en su misión a la Tierra, y conseguir una victoria aplastante sobre las máquinas pensantes —dijo el virrey Butler, alzando una cinta y una medalla—, por tomar decisiones difíciles y aceptar los peligros necesarios, concedo la Medalla de Honor del Parlamento al soldado más distinguido de la liga, el segundo Xavier Harkonnen. Es la mayor recompensa que podemos entregar, y lo hacemos con nuestra más profunda gratitud.

Trescientos mil espectadores gritaron de júbilo. Muchas de aquellas personas habían perdido hijos, amigos y padres en la batalla de la Tierra. En silencio, Vor recordó a los numerosos soldados de la Armada que habían caído en el ataque atómico contra el planeta. Vio que los ojos de Xavier Harkonnen brillaban de emoción cuando el virrey pasó la cinta sobre su cabeza inclinada. Pronto vendrían más batallas, más enemigos a los que plantar cara.

Serena extrajo una segunda medalla, de diseño diferente.

—A continuación, vamos a honrar a un héroe inesperado, un hombre educado por las máquinas pensantes de forma que no se enterara de sus crímenes. Pero ha visto la verdad y tomado partido por la humanidad libre. La vital información táctica que proporcionó sobre las defensas de la Tierra contribuyó a asegurar nuestra victoria. En plena batalla, consiguió frustrar la huida de Omnius y entregó a la liga una herramienta de incalculable valor para la lucha de la humanidad. —Serena sonrió y avanzó hacia él—. Concedemos a Vorian Atreides no solo la Medalla de Servicios Ejemplares, sino que también le ascendemos al empleo de tercero en la Armada de la Liga.

En aquel momento, un escuadrón de aviones y naves antiguos pasó volando sobre sus cabezas. Orgullosos mecánicos e historiadores habían acondicionado los vehículos para el espectáculo aéreo. Xavier y Vor se pusieron firmes cuando los pilotos inclinaron las alas, y la muchedumbre expresó a voz en grito su aprobación.

Iblis Ginjo, que saboreaba las mieles de su popularidad ante tantos espectadores, se acercó al sistema de megafonía y gritó:

—Estos pilotos son nuestros futuros guerreros de la yihad. ¡Las máquinas pensantes no pasarán!

Serena Butler prendió medallas en el pecho de otros héroes, con una sonrisa de preocupación. Parecía sumida en pensamientos acerca del pasado y los retos insuperables que la humanidad aún debía afrontar. Parecía más fuerte que nunca, pero distante.

Vor miró de reojo a Xavier, leyó el amor que sentía por ella en su rostro rubicundo, así como el dolor de la certeza de que nunca podrían estar juntos. Ni siquiera el matrimonio de Xavier con Octa proporcionaba a Vor grandes posibilidades de conquistar el corazón de Serena. Recordó la primera vez que la había visto en la villa de Erasmo, su energía y altivez. Ahora, daba la impresión de haber superado aquella fase de su vida, para concentrarse en crisis inminentes que pocas personas eran capaces de prever. Parecía que una nueva energía se estaba gestando en su interior.

Una vez concluido su papel en la celebración de la victoria, Serena bajó del estrado. Se acercó a Vor y Xavier antes de marchar, ya concentrada en los planes que ocupaban sus pensamientos.

—He de hablar con vosotros dos. —Tenía los ojos brillantes, pero inflexibles. Su voz no concedía espacio a la menor objeción—. Venid a la Ciudad de la Introspección al caer el sol.

Vor y Xavier intercambiaron una mirada de sorpresa, y después asintieron al unísono.

Los dos antiguos adversarios cenaron juntos, compartieron una botella de shiraz salusano y soslayaron el tema que tanto pesaba en sus mentes y corazones. Ninguno tenía idea de lo que iba a decirles Serena.

Una gama de tonos naranja y rosa teñía el cielo del ocaso, cuando los dos oficiales de la liga entraron por las altas puertas del silencioso complejo. Los residentes se desplazaban de edificio en edificio, activando iluminadores en las paredes exteriores.

Serena les esperaba dentro, y Vor pensó que parecía rejuvenecida, con mejor color de tez. Su corazón se aceleró.

—Gracias por venir. —Cogió a los dos de la mano y les condujo hasta un jardín—. Aquí podremos hablar sin que nos interrumpan. He descubierto que este lugar está lleno de posibilidades…, y aislado de la política. Aquí puedo hacer lo que es necesario.

En una zona central, rodeada de setos tallados de boj, manaba agua de una fuente ornamental, saltaba sobre un reborde rocoso y caía en otro estanque. Insectos y anfibios nocturnos ya habían empezado a practicar su sinfonía nocturna.

Al borde del estanque, tres sillas de madera estaban encaradas a una pequeña cascada. Vor se preguntó cuánta gente iba allí a meditar, o si Serena había llevado las sillas para aquel encuentro en concreto. Serena cruzó las manos sobre el regazo y sonrió cuando sus invitados se sentaron con torpeza.

Primero miró a Vor. Daba la impresión de que había pasado mucho tiempo desde su primer encuentro en la villa, con Vor arrogante y orgulloso de su posición entre las máquinas pensantes. Su apariencia juvenil no había cambiado un ápice.

Sin embargo, observó finas arrugas en el rostro de Xavier Harkonnen. Aunque era joven, había sido golpeado por la tragedia, y sintió compasión por él. Habían transcurrido años desde que hicieran el amor en el prado, como si hubiera sido en otra vida. Ya no eran los mismos.

Habían ocurrido muchas cosas. Se habían perdido muchos millones de vidas. Pero estos hombres y ella eran unos supervivientes.

Había llegado el momento de decírselo.

—Conozco vuestros sentimientos, pero los dos debéis olvidar vuestro amor por mí —dijo—. Estamos a punto de embarcarnos en una guerra sin parangón con ninguna anterior. —Se levantó de la silla y se detuvo al borde del estanque, sin apartar la mirada de ellos—. Pero tenéis que hacer algo por mí. Cada uno a su manera.

Sus ojos lanzaron chispas de determinación.

—Id a la Sala de Guerra de la liga y estudiad los mapas estelares de los Planetas Sincronizados, los Planetas No Aliados y los planetas de la liga. En esa inmensa extensión solo encontraréis dos planetas que hayamos arrebatado a Omnius: Giedi Prime y la Tierra. No han de ser los últimos.

Pese a que la oscuridad caía y la luz de los proyectores iluminaba el perímetro del recinto, la zona en que se hallaban seguía sumida en las sombras. Hasta las ranas y los insectos habían callado, como si estuvieran escuchando los ruidos de la noche, siempre alertas al peligro.

—Xavier, Vorian, debéis dedicaros por entero a la lucha —dijo Serena—. Hacedlo por mí. —Su voz era como un viento frío que surcara la galaxia. Vor comprendió que su pasión no había muerto, sino que la había derivado con mayor intensidad hacia un empeño mucho más grande—. Nuestra yihad es justa, y las máquinas perversas han de caer, cueste la sangre que nos cueste. Reconquistad todos los planetas, uno tras otro. Por la humanidad, y por mí.

Xavier asintió con solemnidad y repitió algo que Iblis Ginjo le había dicho.

—Nada es imposible.

—Para ninguno de nosotros —dijo Vor. Parpadeó para repeler las lágrimas y sonrió a la mujer—. Y sobre todo para ti, Serena Butler.