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¿Mi definición de un ejército? ¡Unos asesinos domesticados, por supuesto!

GENERAL AGAMENÓN, Memorias

Desde las profundidades de sus ciudadelas de energía, Omnius observaba la Tierra. Sus ojos espía grababan cada fase del audaz ataque humano. Vio que las tornas cambiaban.

Omnius estudió las trayectorias de las miles de naves que llegaban, contó las que destruían sus defensores robóticos.

Aun así, algunas bombas atómicas llegaron a su destino.

Con un subconjunto independiente de rutinas de cálculo, Omnius llevaba la cuenta de las naves que había perdido. Eran fáciles de sustituir. Por suerte, la nave de actualización de Seurat había huido. Sus importantes pensamientos y decisiones serían distribuidos entre los Planetas Sincronizados.

Pese a la cantidad de memoria dedicada al problema, Omnius aún no había encontrado solución a la crisis cuando las primeras bombas atómicas detonaron sobre él. Las explosiones enviaron ondas electromagnéticas que barrieron el aire y la superficie de la Tierra. Oleadas de energía salieron disparadas en todas direcciones, y en un abrir y cerrar de ojos destruyeron toda la red de circuitos gelificados y mentes mecánicas, como un papel empapado en gasolina alcanzado por una chispa.

El Omnius de la Tierra se encontraba en mitad de un pensamiento importante cuando la onda de choque le consumió.

En el pasado, el capitán robot no había portado armas individuales. Sin embargo, Vor llevaba un descodificador electrónico, un aparato de corto alcance diseñado para combates cuerpo a cuerpo contra las máquinas pensantes.

—Así que al final has venido a reunirte conmigo —dijo Seurat—. ¿Tus humanos ya han acabado por aburrirte? No son tan fascinantes como yo, ¿verdad? —Simuló una carcajada ronca que Vor había oído muchas veces—. ¿Sabes que tu padre te considera un traidor? Tal vez ahora te sentirás culpable por desactivarme, robar el Viajero onírico y…

—De eso nada, monada —dijo Vor—. Has perdido otra partida. No puedo permitir que entregues esta actualización.

Seurat volvió a reír.

—Ay, los humanos y sus tontas fantasías.

—Pese a todo, nos volcamos en nuestras causas perdidas. —Vor alzó el descodificador electrónico—. Y a veces ganamos.

—Eres amigo mío, Vorian Atreides —dijo Seurat—. Acuérdate de todos los chistes que te he contado. De hecho, tengo uno nuevo. Si fabricas un cimek con el cerebro de una mula, ¿qué obtienes…?

Vor disparó el descodificador electrónico. Arcos de estática envolvieron el cuerpo de Seurat como delgadas cuerdas. El robot se estremeció, como si hubiera sufrido una apoplejía. Vor había ajustado los controles para desconectar los sistemas de Seurat, sin destruir su cerebro. Eso habría equivalido a asesinarle.

—La broma te la he gastado yo, viejo amigo —dijo—. Lo siento.

Mientras Seurat continuaba petrificado en el puesto del capitán, Vor registró la nave hasta encontrar la esfera gelificada sellada, una reproducción completa de todos los pensamientos que el Omnius de la Tierra había grabado antes del ataque de la Armada.

Vor dirigió una última mirada a su amigo paralizado y salió de la nave. No pudo decidirse a destruirla. En cualquier caso, la nave ya no representaba una amenaza para la humanidad.

Vor se alejó en su kindjal, dejando abandonada la nave de las máquinas pensantes, vacía de energía. Su ruta la conduciría lejos de la Tierra, hasta perderse en las profundidades del sistema solar.

Mientras los incendios atómicos ardían en la Tierra, el segundo Harkonnen reunió los restos dispersos de su fuerza de ataque. Habían sufrido pérdidas tremendas, muchas más de las que habían calculado.

—Tardaremos meses en escribir los nombres de los que sacrificaron su vida aquí, cuarto Powder —dijo Xavier a su ayudante—. Y muchos más en llorar su desaparición.

—Todas las naves e instalaciones enemigas han sido destruidas, señor —contestó Powder—. Hemos logrado nuestro objetivo.

—Sí, Jaymes.

No sentía la menor alegría por la victoria, solo tristeza. Y odio por Vorian Atreides.

Cuando el hijo de Agamenón regresó por fin de las profundidades del espacio, el segundo envió un escuadrón de kindjals para escoltarle. Desconectó los escudos Holtzman para que los kindjals pudieran entregarle la nave de Vorian. Muchos pilotos expresaron el deseo de abatir la nave en cuanto estuviera a tiro, pero Xavier lo prohibió.

—Ese bastardo será juzgado por deserción, tal vez por traición.

El segundo Harkonnen entró en el muelle de amarre de la ballesta. Vorian salió con audacia de su nave baqueteada, con una expresión de triunfo en su rostro. ¡Qué cara más dura! Pilotos uniformados rodearon a Vor y le registraron con brusquedad. Dio la impresión de que sus malos modales irritaban al traidor, y encima protestó cuando le arrebataron un paquete, junto con su arma de fuego.

Su cara se iluminó cuando vio a Xavier.

—¿Así que el Omnius de la Tierra ha sido destruido? ¿El ataque ha sido un éxito?

—Pero no gracias a ti —replicó Xavier—. Vorian Atreides, ordeno que permanezcas detenido hasta que regresemos a Salusa Secundus. Allí, un tribunal de la liga te juzgará por tus cobardes actos.

Pero el joven no parecía aterrorizado. Señaló el paquete que sostenían los guardias con expresión de incredulidad.

—Tal vez deberíamos enseñar eso al tribunal.

Vor sonrió cuando Xavier desenvolvió el envoltorio de plaz y dejó al descubierto una bola metálica que parecía hecha de plata gelatinosa.

—Es una copia completa de Omnius —explicó Vor—. Intercepté y neutralicé una nave de actualización que estaba a punto de escapar. —Se encogió de hombros—. Si hubiera permitido que huyera, todas las demás supermentes habrían recibido información sobre este ataque. A cambio de todos nuestros muertos, Omnius no habría perdido nada, y los demás Planetas Sincronizados conocerían la existencia de nuestros escudos Holtzman y aprenderían nuestras tácticas. La operación no habría servido de nada. Pero yo detuve a la nave de actualización.

Xavier miró a Vor, estupefacto. La superficie de la esfera cedía a la presión de sus dedos, como si estuviera hecha de tejido vivo. La liga no había imaginado tal botín en ningún momento. Aquel objeto justificaba el gigantesco ataque a la Tierra, la horrenda pérdida de vidas. Siempre en el caso de que Vor dijera la verdad.

—Estoy seguro de que los oficiales de inteligencia de la liga se lo pasarán muy bien con esto —dijo Vor, sonriente—. Aparte de que Omnius será un rehén muy valioso para nosotros —añadió, enarcando las cejas.

Las naves de la Armada partieron del sistema solar, liberado por fin de máquinas pensantes.

Vor dirigió una última mirada a la Tierra herida, mientras recordaba el exuberante paisaje verdeazulado y los jirones de nubes. Había sido un planeta de una belleza fabulosa, la cuna de la raza humana, un ejemplo relevante de maravillas naturales.

Pero cuando Xavier ordenó a la flota que pusiera rumbo a casa, el planeta no era más que un montón de escoria radiactiva. La vida tardaría mucho tiempo en volver a aparecer.