116

¿Existe mayor alegría que volver a casa? ¿Hay recuerdos más vívidos, esperanzas más radiantes?

SERENA BUTLER

Cuando Serena despertó con las primeras luces del alba, se encontró sola en una cama blanda, rodeada de sonidos, colores y olores tranquilizadores. Después de la muerte de Fredo, había visitado muchas veces a su madre en la Ciudad de la Introspección, y disfrutado de la atmósfera contemplativa, pero al cabo de un tiempo se hartó de tanta meditación y reflexión, y prefirió hacer algo más activo.

Se vistió a toda prisa, mientras la luz aumentaba de intensidad. Xavier ya habría regresado a Salusa. El breve sueño le había sentado bien, pero notaba una terrible opresión en el pecho, y sabía que no se libraría de ella hasta que anunciara a Xavier la terrible noticia concerniente a su hijo. Pese a su corazón y alma heridas, nunca había renegado de sus responsabilidades.

Antes de que la Casa de la Introspección despertara por completo, Serena salió a los edificios anexos y encontró un pequeño vehículo terrestre. No quería molestar a su madre. Alzó la barbilla con determinación, decidida a no permitir que transcurriera más tiempo.

Subió al vehículo y puso en marcha los motores. Sabía adónde tenía que ir. Serena pasó entre las puertas abiertas y tomó la carretera que conducía a la propiedad de Tantor, donde Xavier había establecido su hogar. Esperaba encontrarle allí…

Emil Tantor abrió la pesada puerta de madera y la miró con estupor.

—Nos alegramos mucho cuando nos enteramos de tu regreso. Sus ojos castaños eran tan afectuosos y bondadosos como recordaba.

Sabuesos grises ladraron dentro del vestíbulo y corrieron a dar vueltas alrededor de Serena, como dándole la bienvenida. Pese a la tristeza de su corazón, sonrió. Un niño de ojos abiertos de par en par salió a verla.

—¡Vergyl! ¡Cuánto has crecido!

Sintió una oleada de tristeza al pensar en lo dilatado de su ausencia.

Antes de que el niño pudiera contestar, Emil le indicó que pasara con un gesto.

—Vergyl, haz el favor de llevarte a los perros para que esta pobre mujer tenga un poco de tranquilidad, después de lo que ha padecido. —Le dedicó una sonrisa de compasión—. No esperaba que vinieras. ¿Te apetece tomar una taza de té conmigo? Lucille siempre lo prepara bien cargado.

La joven vaciló.

—De hecho, necesito ver a Xavier. ¿Ha vuelto ya? He de… —La expresión sorprendida del hombre la enmudeció—. ¿Qué pasa? ¿Se encuentra bien?

—Sí, sí, Xavier se encuentra bien, pero… no está aquí. Fue directamente a la propiedad de tu padre.

Dio la impresión de que Emil Tantor quería decirle algo más, pero en cambio calló.

Preocupada por su reacción, Serena le dio las gracias y corrió a su coche. El anciano se quedó inmóvil en la puerta.

—Le veré allí.

Xavier tendría que despachar asuntos con su padre. Tal vez estaban planeando ayudar a los rebeldes de la Tierra.

Se dirigió hacia la mansión situada en lo alto de una colina, rodeada de olivos y viñedos: Su corazón latió acelerado cuando se detuvo ante la entrada principal. Mi casa. Y Xavier estaba aquí.

Había aparcado cerca de la fuente, y corrió sin aliento hacia la puerta. Le escocían los ojos, sus piernas temblaban. Oyó la sangre que latía en sus oídos. Más que nada en el mundo, deseaba volver a ver a su amante.

Xavier abrió la puerta antes de que ella llegara. Al principio, su cara se le antojó un amanecer, casi cegador. Parecía más viejo, más fuerte, más apuesto de lo que aparecía en sus fantasías. Tuvo ganas de derretirse.

—¡Serena! —exclamó él, sonrió y la tomó en sus brazos. Al cabo de un momento, la apartó con torpeza—. Sabía que estabas en la Ciudad de la Introspección, pero ignoraba que ya te habías recuperado. Regresé en plena noche, y…

Dio la impresión de que no encontraba las palabras.

—¡Oh, Xavier, da igual! Ardía en deseos de estar contigo. Tengo tantas cosas que decirte…

Al instante, la magnitud de lo que debía contar pareció rendir sus hombros. Perdió la voz.

Xavier acarició su mejilla.

—Ya me he enterado de la terrible noticia, Serena. Sé lo de… nuestro hijo.

La miró con tristeza y dolor, pero también con firmeza.

Cuando entraron en el vestíbulo, Xavier se mantuvo a una prudente distancia, como si Serena fuera un contrincante más temible que todas las fuerzas enemigas.

—Ha pasado mucho tiempo, Serena, y todo el mundo pensaba que habías muerto. Encontramos los restos de tu nave, analizamos las muestras de sangre, confirmamos tu ADN.

Ella asió su mano.

—¡Pero he sobrevivido, amor mío! Pensaba en ti día y noche. —Sus ojos escudriñaron el rostro de Xavier en busca de respuestas—. Tus recuerdos me sostenían.

—Me he casado, Serena —dijo por fin Xavier, y sus palabras cayeron como peñascos.

Serena tuvo la sensación de que su corazón dejaba de latir. Retrocedió un paso y tropezó con una mesita, que volcó con su jarrón de rosas rojas, como sangre sobre el suelo de baldosas.

Oyó pasos apresurados procedentes de la sala de estar principal. Apareció la figura esbelta de una joven, de pelo largo y grandes ojos, que corría hacia ella.

—¡Serena! ¡Oh, Serena!

Octa llevaba un bulto en los brazos, apretado contra su pecho, pero aun así consiguió dar a su hermana un fuerte abrazo. Octa, loca de alegría, se quedó junto a su esposo y su hermana, pero cuando paseó la vista entre uno y otro, su expresión de felicidad dio paso a otra de vergüenza y malestar.

El bulto se agitó en los brazos de Octa, y emitió un leve sonido.

—Es nuestra hija, Roella —dijo, casi como disculpándose, y apartó la tela para que Serena pudiera ver la hermosa cara de la niña.

Una imagen se formó en la mente de Serena: su hijo aterrorizado, tan solo segundos antes de que Erasmo le dejara caer del balcón. La niña que Octa sostenía se parecía mucho al pequeño Manion, que también había sido hijo de Xavier.

Serena, sin dar crédito a lo que ocurría, se tambaleó hacia la puerta, mientras todo su mundo se derrumbaba alrededor. Dio media vuelta y salió corriendo como un ciervo herido.