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Mi copiloto piensa en las hembras humanas sin cesar, pero hasta el momento no parece que eso le haya distraído de sus deberes. Le vigilaré con atención, por si acaso.

SEURAT, observación entregada a Omnius

El Viajero onírico entró en la atmósfera de la Tierra, de regreso de su largo viaje. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Vor había visto a Serena Butler…, y necesitaba discutir con su padre las discrepancias históricas que había descubierto.

A bordo de la nave negra y plateada, Seurat y él controlaban la maniobra de acercamiento y observaban las lecturas de la temperatura exterior. El cronómetro de la nave se ajustó automáticamente a la hora de la Tierra.

Eso recordó a Vor que Agamenón había adaptado sus memorias a una versión de la historia más de su gusto. Los titanes no eran los héroes gloriosos y bondadosos que su padre había retratado.

Serena Butler había obligado a Vor a descubrir la verdad sobre Agamenón. Vor se preguntó si habría pensado en él en su ausencia. ¿Le respetaría ahora Serena, o seguiría prendada de su amante perdido, el padre de su hijo? Vor sintió un nudo en el estómago debido a la impaciencia. Durante toda su estructurada vida nunca se había enfrentado a tanta incertidumbre como en los últimos meses.

Tal vez Agamenón le estaría esperando en el espaciopuerto. Todas las grandes promesas del titán, la oferta de abandonar un cuerpo frágil y transformarse en neocimek, ya no emocionaban a Vor. Todo había cambiado.

Vor desafiaría a su padre, acusaría al general de falsificar la historia y deformar los hechos, de engañar a su propio hijo. En parte, deseaba que el titán tuviera una historia preparada, una explicación tranquilizadora, para que Vor pudiera volver a su vida habitual.

No obstante, en el fondo de su corazón sabía que Serena no le había engañado. Había visto pruebas suficientes con sus propios ojos, sabía cómo trataban las máquinas a los seres humanos. Vor no podía seguir fingiendo…, pero tampoco sabía qué hacer. Tenía mucho miedo de volver a la Tierra, aunque era consciente de que debía hacerlo.

Agamenón se daría cuenta del cambio de actitud de su hijo, y Vor ya sabía que el titán había matado a los doce hijos anteriores que le habían decepcionado.

—¿Qué deduces de esto, Vorian? —Seurat interrumpió sus pensamientos al acercarse al espaciopuerto de la capital—. Detecto inconsistencias en los datos y un nivel alarmante de caos físico.

El capitán robot buscó imágenes más cercanas.

Vor se quedó estupefacto al ver fuego, humo y edificios destruidos, además de tropas robot y cimeks. Grupos de humanos corrían por las calles. Sintió una mezcla de emociones que nunca había experimentado.

—¿Habrá atacado la Armada de la Liga?

Pese a sus recientes descubrimientos, no podía creer que restos dispersos de humanos libres fueran capaces de infligir tal destrucción a la capital del planeta. Omnius nunca lo habría permitido.

—Las pantallas no muestran naves humanas en las cercanías, Vorian. No obstante, el conflicto continúa.

Seurat parecía perplejo, pero no demasiado preocupado. Al menos, procuró no bromear sobre la situación.

Vor ajustó los controles ópticos, enfocó la orilla del mar y localizó la villa de Erasmo. Vio más incendios, edificios y monumentos dañados, batallas en las calles. ¿Dónde estaba Serena?

Poco a poco, a regañadientes, empezó a comprender lo que estaba sucediendo. ¡Los humanos estaban luchando contra las máquinas! La sola idea despertó pensamientos que habría preferido evitar, porque se le antojaban desleales a Omnius. ¿Cómo podía ser esto posible?

El Viajero onírico detectó una señal de emergencia utilizada por la supermente para conectar con sus fuerzas subsidiarias.

—Que todas las máquinas pensantes se dirijan a los perímetros defensivos y los puestos de batalla… La revuelta humana se extiende… El núcleo de Omnius sigue defendido… Cortes de energía en muchos sectores…

Vor miró el rostro reflectante del capitán robot. Las fibras ópticas brillaban como estrellas.

—Una situación inesperada. Nuestra ayuda es obligatoria.

—Estoy de acuerdo —dijo Vor. Pero ¿a qué bando he de apoyar? Nunca había esperado sentirse así, desgarrado entre sus lealtades.

El Viajero onírico se dirigió hacia la ciudad en llamas. Cerca de la villa de Erasmo, las máquinas pensantes habían formado un cordón contra las turbas. Se habían levantado barricadas en la plaza embaldosada donde Vorian había llegado en carruaje durante sus visitas anteriores. Parte de la fachada había sufrido daños, pero la villa parecía intacta.

Espero que ella esté a salvo.

Seurat sobrevoló el espaciopuerto de la ciudad, preparado para aterrizar. Reaccionó de repente y ganó altura.

—Nuestras instalaciones y naves ya han sido asaltadas por los rebeldes.

Vor continuó estudiando el caos. —¿Adónde podemos ir?

—Mis instrucciones de aterrizaje sugieren un antiguo espaciopuerto en el borde sur de la ciudad. La pista de aterrizaje todavía funciona, y sigue bajo el control de Omnius.

Cuando la nave aterrizó, Vor vio cadáveres humanos ennegrecidos y máquinas despedazadas alrededor del perímetro. En las pistas de la parte norte tenía lugar una violenta batalla entre neocimeks y rebeldes suicidas que habrían arrebatado las armas a robots centinela destruidos.

Seurat puso en modo de espera los motores y sistemas electrónicos de la nave. Media docena de robots armados corrieron a la pista de aterrizaje, como para defender la nave y las valiosas actualizaciones de Omnius que transportaba.

—¿Qué quieres que haga, Seurat? —preguntó Vor, con el corazón acelerado.

Seurat respondió con sorprendente intuición.

—Ofreceré la nave para transportar robots a donde Omnius quiera. Permanecer a bordo es tu mejor opción, Vorian Atreides. Creo que será el lugar más seguro.

Vor ardía en deseos de localizar a Serena Butler.

—No, vieja Mentemetálica. Podría entrometerme en tu trabajo. Déjame en el espaciopuerto y no te preocupes por mí.

El robot meditó sobre la petición de Vor.

—Como desees. Sin embargo, debido a la situación, lo mejor sería que permanecieras oculto. Aléjate de los combates. Eres un elemento valioso, el hijo de Agamenón, pero también eres un humano. Ambos bandos suponen un peligro para ti.

—Entiendo.

Seurat le miró con expresión indescifrable.

—Cuídate, Vorian Atreides.

—Tú también, vieja Mentemetálica.

Mientras Vor bajaba corriendo la rampa, las máquinas pensantes transmitieron alarmas y mensajes a otras unidades militares. Las plataformas de aterrizaje del norte habían caído en poder de los rebeldes. Cientos de personas estaban invadiendo la pista. Una docena de robots tomó posiciones alrededor del Viajero onírico para protegerlo.

Amparado tras un vehículo terrestre aparcado, y sintiéndose más vulnerable que nunca, Vor vio que la nave de actualizaciones despegaba. Tan solo un día antes, Seurat y él se habían distraído practicando juegos de estrategia. Unas horas después, todo había cambiado de manera radical.

Los humanos invadieron los edificios del espaciopuerto. Omnius había decidido minimizar las pérdidas, dejando a unas pocas máquinas pensantes para resistir a los hrethgir. Vor buscó un lugar donde protegerse, consciente de que llevaba el uniforme oficial de un humano de confianza, un servidor de los Planetas Sincronizados. Pocos humanos ocupaban altos cargos en el sistema de las máquinas pensantes, y si los sublevados le veían, sería su fin.

La pista estaba sembrada de cadáveres. Vor agarró por los brazos a un hombre de su tamaño y le arrastró hasta el espacio en sombras que separaba dos edificios humeantes. Renunció a una parte de su pasado, se quitó el traje de vuelo que había utilizado tantas veces en el Viajero onírico y se vistió con las ropas del rebelde.

Cubierto con una camisa raída y unos pantalones sucios, esperó su oportunidad y se unió a las masas. Gritaban ¡Victoria! y ¡Libertad! mientras entraban en los edificios del espaciopuerto. Pocos centinelas robot oponían resistencia.

Vor confió en que las turbas no destruyeran todas las instalaciones y naves robot. Si se habían tomado la molestia de trazar planes por adelantado, los líderes de la revuelta sabrían que sería preciso escapar a cualquier precio de los Planetas Sincronizados.

Vor se sorprendió al comprender que sus convicciones estaban cambiando rápidamente. Se sintió entusiasmado y aterrorizado al mismo tiempo, apartado de la seguridad de su vida cotidiana en la sociedad de las máquinas y empujado hacia el caos de lo desconocido y sus raíces biológicas salvajes. Pero sabía que debía hacerlo. Sabía demasiadas cosas ahora, veía la situación con ojos diferentes.

A su alrededor, los frenéticos esclavos no se preocupaban por las consecuencias de sus actos. Portaban toda clase de armas, desde primitivos garrotes hasta sofisticadas pistolas de desplazamiento celular, arrebatadas a los centinelas robot. Los rebeldes activaron artefactos incendiarios en el edificio de control del espaciopuerto y mataron a un neocimek que intentaba escapar.

Cuando se consideró a salvo, Vor se separó de la multitud y vagó con otros humanos por las calles mojadas, hasta adentrarse en la ciudad. Parecía un pordiosero, pero tenía un objetivo claro.

Tenía que llegar a la villa de Erasmo. La oscuridad empezaba a imponerse en los cañones que separaban los edificios, intensificada porque el Omnius de la Tierra había interrumpido la corriente eléctrica en los sectores invadidos por esclavos. Se acercaban nubes de tormenta, cargadas de humo y lluvia. Un viento frío se coló por entre las ropas delgadas de Vor, y el joven se estremeció.

Esperaba que Serena siguiera con vida.

Un grupo de esclavos de aspecto rudo derribó una puerta metálica y entró en un edificio. Había restos de máquinas pensantes por todas partes. Se comentaba con entusiasmo que hasta el titán Ajax había muerto. ¡Ajax! Al principio no pudo creerlo, pero después no dudó de lo que había oído. A una manzana de distancia, un edificio estalló en llamas, arrojando una luz espectral sobre la calle.

Pese a lo que había descubierto sobre los crímenes y abusos de los primeros titanes, Vor experimentó una punzada de preocupación por su padre. Si Agamenón se encontraba en la Tierra, el general cimek estaría intentando aplastar la revuelta. Pese a todas las mentiras que Agamenón le había contado, todavía era su padre.

Vor aceleró el paso. Estaba cansado y preocupado. En la plaza situada frente a la mansión, una multitud de airados rebeldes se apretujaba contra una barricada improvisada. Los combates más encarnizados se habían trasladado a los centros principales de la capital, pero aquí daba la impresión de que los esclavos liberados estaban montando vigilancia, por motivos que Vor no comprendía. Hizo preguntas con cautela.

—Estamos esperando a Iblis Ginjo —contestó un hombre barbudo—. Quiere dirigir el asalto en persona. Erasmo sigue ahí dentro. —El hombre escupió sobre las piedras—. Y también la mujer.

Vor experimentó una sacudida. ¿A qué mujer se refería? ¿Podía ser Serena?

Antes de que pudiera preguntar, las instalaciones defensivas robotizadas de las almenas ornamentales lanzaron disparos aislados, con el propósito de dispersar a la multitud. Un grupo vestido con ropas de trabajo manchadas tomó posiciones estratégicas y disparó dos proyectiles explosivos, que destruyeron los emplazamientos de artillería del tejado.

Una pequeña sección de la plaza, resbaladiza a causa de la lluvia, había sido acordonada con postes y cables de plaz, y los humanos la rodeaban como guardianes…, o más bien como peregrinos, aunque pareciera extraño. Vor vio flores y cintas de colores diseminadas por la plaza. Intrigado, se acercó y preguntó a una anciana enjuta.

—Tierra sagrada —dijo la mujer—. Un niño fue asesinado aquí, y su madre luchó contra el monstruo Erasmo. Serena, que nos ayudó, cambió nuestras vidas, mejoró nuestras condiciones. Al oponer resistencia a las máquinas pensantes, Serena nos demostró que era posible.

Vor pidió más detalles, se enteró de que el robot había arrojado el niño al abismo.

El hijo de Serena. Asesinado.

—¿Serena está bien? —preguntó.

La mujer encogió sus hombros huesudos.

—Erasmo se ha atrincherado en la villa, y no la hemos visto desde entonces. Tres días. ¿Quién sabe lo que sucede al otro lado de esos muros?

La muchedumbre dejó paso a un hombre de aspecto cansado, que llevaba una túnica negra y una cinta de capataz en el pelo. Una docena de hombres armados hasta los dientes le custodiaba como si fuera un líder importante. Alzó las manos, mientras los esclavos le vitoreaban y coreaban su nombre.

—¡Iblis! ¡Iblis Ginjo!

—Os prometí que podríamos lograrlo —gritó—. ¡Os lo prometí! —Su voz resonó en la plaza, sin necesidad de amplificación mecánica—. Mirad lo que hemos conseguido. Ahora, hemos de luchar por otra victoria. El robot Erasmo cometió el crimen que encendió la llama de nuestra gloriosa revuelta. Ya no puede esconderse detrás de esas paredes. ¡Ha llegado el momento de su castigo!

La voz apasionada del hombre fue como combustible arrojado a las llamas de la rebelión. La gente prorrumpió en gritos de venganza, y Vor no pudo contenerse. Alzó la voz para hacerse oír.

—¡Hay que salvar a la madre! ¡Hemos de rescatarla!

Iblis le miró, y los ojos de ambos hombres se encontraron. El carismático líder vaciló una fracción de segundo.

—¡Sí, salvemos a Serena! —gritó después.

A una orden de Iblis, la muchedumbre se convirtió en un arma organizada, un martillo descargado sobre el yunque de la villa asediada. Utilizaron las armas arrebatadas a los robots caídos para derribar las paredes de la villa, hasta que las células de energía se agotaron. Con un ariete improvisado, los hombres corrieron hacia la puerta principal y doblaron el pesado metal. Golpearon una y otra vez, y la puerta se combó. Una lluvia aceitosa empezó a caer.

Los guardias de la mansión intentaron defender la entrada. Vor supuso que la mayoría de estos defensores habían sido reprogramados, y no tenían capacidad para resistir mucho tiempo.

El ariete golpeó otra vez, y el hueco de las puertas se ensanchó más. Las máquinas estaban cediendo terreno.

Aunque no estaba muy seguro de sus nuevos sentimientos hacia las máquinas, Vor tampoco confiaba en la masa enloquecida. Les era indiferente la suerte de Serena, aunque hubiera sido la inspiración de la revuelta. Si la joven seguía aquí, se convertiría en objetivo de la venganza de Omnius.

Se juró que rescataría a Serena. Robaría una nave y huirían de los Planetas Sincronizados.

Sí, la devolvería a su amado Salusa Secundus…, aunque eso significara arrojarla en brazos de su amor perdido.