Uno de los mayores problemas de nuestro universo es el control de la procreación, y la energía que contiene. Es posible arrastrar a los humanos gracias a dicha energía, obligarles a hacer cosas inimaginables. Esa energía (llámese amor, concupiscencia o como se quiera) ha de liberarse. Si se la reprime, puede ser muy peligrosa.
IBLIS GINJO, Opciones para la liberación total
Erasmo toleró durante meses al irritante bebé, pero cuando Manion cumplió medio año, el robot se sentía frustrado por la falta de progresos en su investigación. Quería dedicarse a otras, pero este bebé ingobernable se interponía en su camino. Tenía que hacer algo.
Serena se mostraba cada vez más protectora con su hijo. Dedicaba más tiempo y energías a este niño inútil que a Erasmo. Inaceptable. No debía ocurrir otra vez.
Como le intrigaba, había concedido a Serena más libertad de la que un esclavo merecía. El bebé no le daba nada a cambio, pero ella estaba pendiente de cada movimiento y sollozo de la criatura. A Erasmo se le antojaba una pobre inversión en tiempo y recursos.
Erasmo la encontró paseando en el jardín posterior, con Manion en brazos. El niño, siempre curioso, demostraba con ruidos ininteligibles lo mucho que le gustaban las coloridas flores. Serena hablaba con él, utilizaba palabras estúpidas y un tono zalamero. La maternidad había transformado a la inteligente y vehemente Serena en un bufón.
Un día, Erasmo llegaría a comprender estos rasgos de la personalidad humana. Ya había averiguado cosas importantes, pero quería acelerar el trabajo.
Por su parte, Serena pensaba que su amo robot se estaba comportando de una forma más extraña que nunca. La seguía como una sombra deforme, creyendo que ella no se daba cuenta. Su reacción ante Manion, cada vez más hostil, la asustaba y angustiaba.
A los seis meses de edad, el niño podía gatear con rapidez, aunque de forma torpe, y tenía la propensión de los bebés a meterse en líos si no se le vigilaba de cerca. A Serena la preocupaba que rompiera objetos frágiles y ensuciara todo, cuando sus deberes la obligaban a dejarlo al cuidado de otros esclavos.
Erasmo parecía indiferente a la seguridad del niño. En dos ocasiones, cuando Serena realizaba tareas que le habían asignado, el robot había permitido que gateara por la villa a sus anchas, como comprobando que Manion era capaz de sobrevivir a los numerosos peligros de la casa.
Unos días antes, Serena había descubierto a su hijo al borde del balcón que daba a la plaza situada ante el edificio principal. Se apoderó de él y gritó a Erasmo.
—No espero que una máquina se preocupe, pero no parece que tengas el menor sentido común.
El comentario le había divertido.
En otra ocasión, ella había interceptado a Manion en la puerta exterior de los laboratorios de vivisección del robot, a los que tenía prohibido el acceso. Erasmo la había advertido de que no espiara. Aunque preocupada por los tormentos que Erasmo debía infligir a esclavos indefensos, no se atrevió a insistir por el bien de su hijo.
Erasmo parecía intrigado por los sentimientos, al tiempo que los despreciaba. Serena le había sorprendido practicando expresiones faciales exageradas cuando miraba a Manion. Su piel sintética desplegaba un desfile de máscaras teatrales que oscilaban entre el asco y la maldad, pasando por la perplejidad.
Serena esperaba convencer a Erasmo de que todavía no comprendía la naturaleza humana, y de que debía mantenerla viva con el fin de descubrir las respuestas que tanto ansiaba…
Paseaba con Manion por un jardín de helechos, fingiendo indiferencia. Observó una puerta al otro extremo del invernadero, y recordó que contaba con una llave que permitía el acceso a la casa principal. Erasmo la observaba obsesivamente, como de costumbre.
Mientras estudiaba las plantas, no miró al robot. Después, como si se lo hubiera pensado mejor, pasó como una flecha por la puerta con el bebé y la cerró con llave. Solo conseguiría un momento de respiro de la intensa vigilancia, y pillaría desprevenido a su amo. Eso esperaba, al menos.
Mientras recorría a toda prisa el pasillo, Manion se removía en sus brazos y lanzaba chillidos de disgusto. Estaba atrapado como ella, condenado injustamente a pasar el resto de su vida como esclavo. Xavier nunca vería a su hijo.
Se arrepintió una vez más de su temeraria decisión de ir a Giedi Prime. Impulsada por su idealismo, solo había pensado en términos de grandes cifras, en el bienestar de miles de millones de personas. No había pensado en sus seres queridos, sus padres, Xavier. ¿Por qué debía cargar con el peso del sufrimiento humano?
Ahora, Xavier y Manion estaban pagando el precio como ella.
Erasmo apareció por otra puerta delante de ella y le cerró el paso. Una expresión malhumorada ocupaba su rostro surrealista.
—¿Por qué intentas escapar, cuando sabes que es imposible? Este juego no me divierte.
—No intentaba escapar —protestó ella, al tiempo que protegía al niño con sus brazos.
—A estas alturas ya deberías comprender que existen consecuencias de tus actos. —Demasiado tarde, la joven reparó en que llevaba algo brillante en la mano. Apuntó el aparato en su dirección—. Ha llegado el momento de cambiar los parámetros.
—Espera…
Serena vio un estallido de luz blanca, y un profundo entumecimiento se apoderó de su cuerpo. No pudo sostenerse en pie. Las piernas le fallaron como si se hubieran convertido en agua. Mientras caía, intentó proteger a Manion, que lanzó un aullido de miedo cuando su madre y él se desplomaron.
Serena, a punto de perder el conocimiento, no pudo impedir que Erasmo se apoderara del bebé indefenso.
En su centro de disecciones y cirugía general, Erasmo estudiaba a Serena. Su piel desnuda se veía suave y blanca, pues se había recuperado del molesto parto con sorprendente celeridad.
Mientras yacía inconsciente en la plataforma blanca, Erasmo llevó a cabo una delicada operación. Para él era una cuestión de rutina, pues había practicado muchas veces con esclavas durante los últimos dos meses, y solo habían muerto tres.
No quería hacer daño a Serena, pues creía que aún podía enseñarle muchas cosas. El procedimiento era por su bien…
Serena despertó por fin, desnuda pero empapada en sudor. Tenía las piernas y los brazos sujetos, y sentía cierta incomodidad en el abdomen.
Alzó la cabeza y descubrió que estaba en una sala amplia y atestada de cosas, al parecer sola. ¿Dónde estaba Manion? Sus ojos se dilataron de miedo y alarma. Cuando intentó sentarse, sintió una punzada de dolor en la región abdominal. Vio una incisión y una cicatriz en la parte inferior del estómago.
Erasmo entró en la sala con estruendo, cargado con una bandeja que contenía objetos metálicos y cristalinos.
—Buenos días, esclava. Has dormido más de lo que había previsto. —Dejó la bandeja y procedió a liberar las muñecas de Serena—. Estaba limpiando mis instrumentos médicos.
Furiosa con él, y muerta de miedo, la joven tocó las marcas de la operación, palpó su abdomen dolorido.
—¿Qué me has hecho?
—Una simple precaución para solucionar un problema que nos concierne a los dos —respondió con calma el robot—. Te he extraído el útero. Ya no tendrás que preocuparte por la distracción de tener más hijos.