Tenemos nuestras vidas, pero también nuestras prioridades. Demasiada gente no reconoce la diferencia.
ZUFA CENVA, discurso a las hechiceras
Las naves cimek aterrizaron sobre la vegetación púrpura y plateada. Las armas dispararon chorros de lava desde los cascos y prendieron fuego al espeso follaje. El incendio se esparció con toda celeridad.
Las naves se abrieron con un estruendo que estremeció el aire, y los cuerpos mecánicos emergieron. Tres naves descargaron formas deslizantes blindadas, mientras el resto escupía formas móviles similares a cangrejos erizadas de armas.
Jerjes voló sobre la selva en dirección al enclave de las hechiceras telépatas. Extendió las alas y se dejó llevar por las corrientes de aire.
—Voy hacia allí —anunció.
—Mata a esas zorras por nosotros, Jerjes —dijo Juno, mientras Agamenón y ella preparaban sus cuerpos deslizantes.
—Mátalas por Barbarroja —añadió Agamenón con voz airada.
Jerjes voló hacia los riscos. Las máquinas de combate de los ansiosos neocimeks penetraban en la selva, volaban obstáculos, destruían todo cuanto aparecía ante su vista.
Cuando vio las madrigueras de los riscos, Jerjes sobrevoló unos instantes el dosel polimerizado que formaba una pequeña pista de aterrizaje para naves hrethgir, y después lanzó quince proyectiles.
La mitad se estrellaron contra las paredes de roca, y otros penetraron en los túneles donde los humanos vivían como gusanos.
Jerjes efectuó una veloz retirada y se elevó en el cielo.
—¡Nuestro primer golpe! —graznó cuando vio venir hacia él a Agamenón y Juno—. Que los neocimeks continúen la tarea.
Los neocimeks de infantería avanzaban entre la maleza con sus piernas extensibles. Lanzaron granadas de plasma que les abrieron un sendero hasta las ciudades de los túneles. El follaje púrpura ardía a su alrededor, los árboles cubiertos de hongos estallaban en columnas de llamas que asustaban a los animales. Aves majestuosas alzaban el vuelo, y los cimeks las desintegraban en nubes de plumas chisporroteantes.
Aunque complacido por la buena marcha del ataque, Agamenón no felicitó a nadie. Juno y él avanzaron para efectuar el segundo ataque aéreo desde posiciones diferentes. Abajo, los neocimek en forma de cangrejo habían llegado a los riscos para completar la destrucción.
Zufa Cenva y sus hechiceras se prepararon en una habitación interior que Aurelius Venport había destinado a sus reuniones de negocios. Ninguna manifestaba miedo, solo furia y determinación. Durante el último año, estas mujeres habían aceptado su principal propósito en la vida, aunque el resultado fuera la muerte.
—Para esto hemos sido entrenadas —dijo Zufa—. Pero no os engañaré sobre nuestras posibilidades.
Intentaba aparentar confianza en sí misma, aunque no sabía muy bien qué decir.
—Estamos preparadas, maestra Cenva —dijeron las mujeres a unísono.
Respiró hondo, se calmó, utilizó el control mental que tanto se había esforzado por transmitir a sus estudiantes.
Las paredes de piedra de la cámara temblaron cuando las primeras bombas encontraron sus objetivos y dispersaron nubes venenosas en los túneles. Aurelius Venport se había adelantado a los acontecimientos y tomado la precaución de que cada mujer tuviera una máscara para respirar, mientras él evacuaba al resto de la población. Zufa se sorprendió de no haberlo pensado ella misma. Confió en que Aurelius se hubiera puesto a salvo, en que no hubiera perdido el tiempo intentando proteger sus reservas de drogas.
Miró a las devotas mujeres erguidas ante ella. Conocía sus nombres y posibilidades. Tirbes, que podría convertirse en la mejor si era capaz de controlar su potencial; la impulsiva Silin; la creativa e impredecible Camio; Rucia, que obedecía a su propio código de honor… y más.
—Camio —dijo—. Te elijo para que asestes el siguiente golpe.
Camio se puso la mascarilla sobre la cara y salió de la cámara protegida. Avanzó sin vacilar y empezó la meditación necesaria para convocar el poder encerrado en su cerebro. No vio cadáveres en los pasillos de piedra, lo cual significaba que la población había sido evacuada con éxito. Ahora, nada retendría a las hechiceras.
El suelo estaba sembrado de escombros, resultado de las explosiones. Hilillos de vapor verdoso introducían veneno en las cavernas. Camio no temía por su vida, pero tenía que apresurarse.
Oyó el silbido de un proyectil y se apretó contra la pared del túnel. Una potente explosión se produjo en la cara del risco, y la onda de choque invadió los pasillos y las viviendas. Camio recuperó el equilibrio y siguió adelante. Una enorme energía contenida cantaba en su mente. No miró los tapices ni los muebles, las habitaciones y salas de reuniones donde había transcurrido su vida.
Rossak era su hogar. Las máquinas eran sus enemigos. Camio era un arma.
Cuando llegó a la entrada y miró la selva en llamas, vio tres formas de cangrejo provistas de contenedores cerebrales blindados, que colgaban como sacos de huevos justo encima de las piernas. Cada una era un humano que había vendido su alma y jurado lealtad a las máquinas pensantes.
Camio oyó el tronar de continuas explosiones en la jungla, el rugido del plasma que carbonizaba el follaje púrpura. Formas aéreas se preparaban para un nuevo ataque, descargaban veneno y esparcían llamas. Docenas de neocimeks corrían hacia los riscos protegidos, destruyendo todo cuanto encontraban a su paso.
Debía esperar hasta el último momento para eliminar el mayor número posible de enemigos.
Camio percibió el sonido de tres formas móviles que estaban escalando el risco, utilizando soportes y garras con borde de diamante para aferrarse a la pared rocosa.
Sonrió al trío de neocimeks similares a cangrejos. Piernas flexibles blindadas izaron el núcleo corporal erizado de armas hasta las cuevas principales. Camio se erguía sola en la puerta, plantando cara a sus enemigos.
El primer invasor se enderezó, y la joven vio las centelleantes fibras ópticas que rodeaban sus torretas cargadas de armas. El cimek la detectó y giró los lanzallamas en dirección al nuevo objetivo.
Justo antes de que pudiera disparar, Camio liberó la energía concentrada en su mente y en su cuerpo. Descargó una tormenta mental que derritió los cerebros de los tres neocimeks más cercanos y dañó a otros dos que empezaban a trepar por el risco. Cinco cimeks eliminados de la batalla.
Su último pensamiento fue que había vendido cara su vida.
Después de Camio, cuatro hechiceras más fueron saliendo, de una, en una. Cada vez que elegía a una de las mujeres, Zufa Cenva experimentaba la atroz pérdida. Eran como verdaderas hijas, y perderlas era como engullir tragos de ácido. Pero sus voluntarias sacrificaban la vida de buen grado para aplastar la ofensiva cimek.
—Las máquinas pensantes no deben vencer jamás.
Por fin, la sexta voluntaria de Zufa, Silin, regresó viva pero desorientada, con su piel lechosa enrojecida. Se había preparado mentalmente para morir. En cambio, no había encontrado nada que destruir.
—Han retrocedido lejos de nuestro alcance, maestra Cenva —informó—. Los cimeks están regresando a sus naves. Las formas caminadoras y volantes han vuelto a la zona de aterrizaje.
Zufa corrió hacia la ventana. Vio los restos carbonizados de sus cinco comandos caídos, cada mujer abrasada por su propio fuego mental. Vio que las terribles máquinas de cerebro humano subían a sus naves y se elevaban.
Con el tiempo, los refugiados regresarían. Aurelius Venport les traería de vuelta. Bajo su supervisión, la gente de Rossak reconstruiría y repararía las ciudades de los riscos con orgullo y confianza, conscientes de que habían resistido el asalto de las máquinas pensantes.
Zufa Cenva tenía que aferrarse a eso.
—Definimos las victorias a nuestra manera —dijo en voz alta.
Cuando los tres titanes sumaron sus naves a la flota robótica, Agamenón dio un resumen antes de que Juno o el idiota de Jerjes proporcionaran a las máquinas pensantes información que no deseaba entregar. El general cimek maquillaría la verdad en función de sus propósitos.
—Hemos causado daños significativos —declaró Agamenón a los ojos espía que grababan—. Aunque perdimos varios neocimeks en nuestro ataque directo contra Rossak, infligimos daños celulares mortales a cinco hechiceras, como mínimo.
Por un canal privado, Juno transmitió su sorpresa y placer por el informe sesgado del general. Jerjes tuvo la prudencia de callar.
—Hemos asestado un golpe trascendental a la nueva arma telepática hrethgir —continuó Agamenón, fingiendo orgullo pese al desastre—. Debería significar una drástica merma de sus capacidades.
De forma similar, había adornado acontecimientos del pasado cuando escribía sus memorias, para adaptarlos a su visión de los lechos. Omnius nunca cuestionaría el resumen, porque encajaba técnicamente con los datos objetivos.
—Lo mejor de todo —añadió Juno—, es que no hemos perdido ningún titán en la ofensiva. Los neocimeks pueden sustituirse.
Con las dos estaciones orbitales de Rossak seriamente dañadas por las naves de guerra robot, y miles de humanos muertos a bordo, la flota de las máquinas pensantes se alejó de los restos de naves y plataformas. Abajo, las selvas de los cañones habitables seguían ardiendo.
—En mi opinión, Omnius puede calificar el ataque contra Rossak como una victoria sin precedentes —dijo Agamenón.
—Estamos de acuerdo —corearon Juno y Jerjes.