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El dios de la ciencia puede ser una deidad cruel.

TIO HOLTZMAN, diario codificado
(destruido en parte)

Cuando Tio Holtzman descubrió un error de cálculo en el diseño de su fallido generador de resonancia de aleación, montó en cólera. Estaba sentado en su estudio privado, rodeado por los nuevos globos de luz que Norma había diseñado, repasando las tediosas ristras de cifras.

No había pedido a la joven que estudiara los detalles del catastrófico accidente, porque tenía miedo de que localizara un defecto de diseño, y eso sería demasiado violento. Norma había dicho desde el principio que el aparato no funcionaría tal como se esperaba, y había tenido razón. ¡Maldita fuera!

Como consecuencia, el inventor había dedicado horas a repasar el trabajo de sus esclavos calculadores. Y descubrió tres errores de menor importancia. Desde un punto de vista objetivo, aunque los cálculos hubieran sido correctos, su diseño original tampoco habría funcionado…, pero eso no venía al caso, decidió.

Los calculadores habían cometido errores imperdonables, con independencia de la importancia que tuvieran para el problema global. Pero bastaban para sacudirse la culpa de encima.

Holtzman entró como una tromba en la silenciosa sala donde los calculadores estaban sentados a sus mesas, intentando resolver los fragmentos de ecuaciones que Norma les había entregado. Se detuvo en la puerta y les miró de hito en hito.

—¡Cesad toda actividad! A partir de este momento, todo vuestro trabajo será controlado y verificado, pese al tiempo que exija. Repasaré cada papel, estudiaré cada solución. Vuestros errores han retrasado la defensa de la humanidad meses, tal vez años, y no estoy contento.

Los esclavos inclinaron la cabeza, sin establecer contacto visual.

Pero Holtzman no había hecho más que empezar.

—¿Es que no he sido un buen amo para vosotros? ¿No os he dado una vida mejor que la que padecíais en los campos de caña de azúcar o en las marismas? ¿Así me lo pagáis? Los calculadores nuevos le miraron, aterrorizados. Los antiguos, aquellos que no habían muerto de la fiebre, se hundieron en la tristeza más atroz.

—¿Cuántos errores más habéis cometido? ¿Cuántos experimentos más arruinará vuestra incompetencia? —Miró echando chispas a los esclavos, y luego agarró un papel al azar—. De ahora en adelante, si descubro errores intencionados, seréis ejecutados. ¡No lo olvidéis! Como estáis trabajando en un programa de guerra se os acusará de sabotaje y sedición.

Norma entró corriendo en la sala sobre sus cortas piernas.

—¿Qué sucede, sabio Holtzman?

El sabio alzó un papel escrito por él.

—He descubierto graves equivocaciones en mis cálculos del generador de resonancia. Ya no podemos confiar en su trabajo. Tú y yo, Norma, lo repasaremos todo. A partir de ya.

La joven parecía alarmada. Se inclinó apenas.

—Como gustéis.

—En el ínterin —dijo Holtzman, al tiempo que recogía papeles—, voy a reducir vuestras raciones a la mitad. ¿Para qué voy a llenar vuestra panza, si saboteáis nuestros esfuerzos por derrotar al enemigo? —Los esclavos gimieron. Holtzman llamó a los dragones para que se los llevaran—. No toleraré tamaña estulticia. Hay demasiado en juego.

Cuando estuvieron solos en la sala, Norma y él se sentaron y empezaron a estudiar los cálculos nuevos, hoja por hoja. La mujer de Rossak miró al científico como si estuviera sobreactuando, pero el hombre se inclinó sobre una mesa llena de papeles.

Al cabo de un rato, localizaron un error matemático cometido por uno de los nuevos esclavos, el llamado Aliid. Peor aún, el error no había sido percibido por su compañero, un niño llamado Ishmael.

—¡Mira, habría significado otro desastre económico! Estarán conspirando contra nosotros.

—Son solo niños, sabio —dijo Norma—. Me sorprende que sean capaces de efectuar cálculos matemáticos.

Holtzman, sin hacerle caso, ordenó a los dragones que trajeran a los dos muchachos, y luego, como si se lo hubiera pensado mejor, convocó de nuevo a todos los calculadores. Cuando los aterrorizados jóvenes fueron arrastrados a su presencia, el sabio les lanzó una acusación tras otra, aunque no parecían capaces de sofisticados sabotajes matemáticos.

—¿Pensáis que esto es una broma, un juego? Omnius podría destruirnos en cualquier momento. ¡Este invento podría habernos salvado!

Norma miraba al inventor, sin saber si conocía gran cosa de su proyecto, pero ahora estaba furioso.

—Cuando se plantan moluscos o se corta caña, un error de unos cuantos centímetros no importa. Pero esto… —agitó los cálculos ante sus rostros—, ¡esto podría significar la destrucción de toda una flota de combate!

Paseó su mirada encolerizada por el grupo de calculadores.

—Medias raciones deberían enderezaros. Tal vez cuando vuestros estómagos gruñan, os concentréis mejor en el trabajo. —Se volvió hacia los niños, que se encogieron de miedo—. En cuanto a vosotros dos, habéis perdido la oportunidad de trabajar conmigo. Pediré a lord Bludd que os asigne a los trabajos más duros. Tal vez así podáis demostrar vuestra valía, porque a mí no me servís de nada.

Se volvió hacia Norma, mascullando.

—Los echaría a todos, pero aún perdería más tiempo enseñando a los nuevos.

Sordo a los gruñidos de decepción, sin ningún deseo de escuchar la menor queja, el encolerizado científico salió de la sala, seguido por la mirada de Norma.

Un par de fornidos dragones se llevaron a Aliid e Ishmael.