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La mente impone un marco arbitrario llamado «realidad», que es independiente por completo de la información proporcionada por los sentidos.

PENSADORES, Postulados fundamentales

Nada es imposible, le había dicho el cerebro incorpóreo.

En la quietud gris que precede a la aurora, Iblis Ginjo daba vueltas sin parar en su cama improvisada. Como hacía un calor propio de la época, había sacado la cama plegable al porche de la sencilla casa que los neocimeks le habían facilitado. Había permanecido despierto, contemplando las lejanas estrellas y preguntándose cuáles estaban todavía bajo el control de los humanos libres.

Muy lejos, la liga había conseguido mantener a Omnius a raya durante mil años. Prestando oídos, pero siempre temeroso de hacer preguntas o llamar la atención, Iblis se había enterado de que máquinas habían conquistado, y después perdido, Giedi Prime. Los humanos habían expulsado a las máquinas, liquidado al titán Barbarroja y destruido un nuevo Omnius. Un logro increíble. Pero ¿cómo? ¿Qué habían hecho para alcanzar tal victoria? ¿Qué clase de líderes tenían? ¿Cómo iba a hacer lo mismo él aquí?

Cansado y aturdido, Iblis se removió. Una vez más, pasaría el día convenciendo a esclavos de nivel inferior de que terminaran labores absurdas para sus amos mecánicos. Cada día era igual, y las maquinas pensantes podían vivir miles de años. ¿Qué objetivos podría alcanzar durante la mísera duración de su vida humana? Pero Iblis se confortaba con las palabras del pensador: nada es imposible.

Abrió los ojos, con la intención de ver salir el sol. En cambio, vio un reflejo distorsionado, una pared curva de plexiplaz, contornos orgánicos rosados suspendidos en un contenedor de líquido cargado de energía.

Se incorporó al instante. El pensador Eklo descansaba sobre el suelo de la terraza. Al lado del contenedor estaba sentado el gigantesco monje, Aquim, que se mecía atrás y adelante con los ojos cerrados, meditando en un trance de semuta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Iblis en voz baja. El miedo atenazaba su garganta—. Si los cimeks os encuentran en el campamento, os…

Aquim abrió sus ojos nublados.

—Los humanos de confianza no son los únicos que mantienen acuerdos con los titanes, y con Omnius. Eklo desea hablar contigo sin intermediarios.

Iblis tragó saliva y paseó la vista entre el cerebro suspendido en el electrolíquido y el monje.

—¿Qué quiere?

—Eklo desea hablarte de anteriores revueltas humanas abortadas. —Apoyó una mano sobre el contenedor y acarició la lisa superficie, como si captara vibraciones—. ¿Has oído hablar de las Rebeliones Hrethgir?

Iblis miró a su alrededor con aire furtivo. No vio ningún ojo espía de Omnius.

—Ese tipo de historias están prohibidas a los esclavos, incluso a un capataz de mi nivel.

El subordinado se inclinó hacia delante y enarcó las cejas. Habló de cosas que había averiguado, sin necesidad de conectarse mediante el electrolíquido a la mente del pensador.

—Ocurrieron rebeliones sangrientas después de que los titanes se convirtieran en cimeks, pero antes de que Omnius despertara. Al creerse inmortales, los cimeks se fueron volviendo cada vez más brutales, en especial el llamado Ajax, que se mostró tan cruel a la hora de torturar a los humanos supervivientes, que su pareja Hécate le abandonó y desapareció.

—Los siglos no han cambiado mucho a Ajax —comentó Iblis.

Los ojos enrojecidos del monje brillaron. El cerebro de Eklo habló en el interior de su solución nutritiva.

—Debido a la excesiva brutalidad de Ajax, los humanos oprimidos se rebelaron, sobre todo en Walgis, pero luego la llama se extendió a Corrin y Richese. Los esclavos se alzaron y destruyeron a dos de los primeros titanes, Alejandro y Tamerlán.

»Los cimeks respondieron de una forma contundente y decisiva. Ajax se encargó con gran placer de aislar Walgis y exterminar metódicamente a todos los humanos. Miles de millones fueron aniquilados.

Iblis se esforzó por reflexionar. El pensador había bajado desde la Torre para verle. La magnitud del gesto le dejaba atónito.

—¿Me estás diciendo que una revuelta contra las máquinas es posible, o que está condenada al fracaso?

El enorme monje agarró la muñeca de Iblis.

—Eklo te lo dirá.

Iblis experimentó una oleada de inquietud, pero antes de que pudiera oponer resistencia, Aquim hundió los dedos del capataz en el viscoso electrolíquido que rodeaba el cerebro del pensador. Primero, notó la solución helada, y después caliente. La piel de su mano hormigueó, como si miles de diminutas arañas corrieran sobre su carne.

De pronto, percibió pensamientos, palabras e impresiones que Eklo le transmitía a la mente.

—La revuelta fracasó, pero ¡ay, qué glorioso intento!

Iblis recibió otro mensaje, este sin palabras, pero transmitía un significado, como una manifestación divina. Era como si le hubiera sido revelada la majestuosidad del universo revelado, tantas cosas que antes no había comprendido…, tantas cosas que Omnius ocultaba a los esclavos. Poseído de una gran serenidad, hundió más la mano en el líquido. Las yemas de sus dedos acariciaron el tejido del pensador.

—No estás solo. —Las palabras de Eklo resonaron en su alma—. Yo puedo ayudar. Aquim puede ayudar.

Durante unos momentos, Iblis miró hacia el horizonte, donde el sol dorado se alzaba sobre la Tierra esclavizada. Ahora ya no consideraba esta historia de una rebelión fracasada como una advertencia, sino como una señal de esperanza. Una revuelta mejor organizada podría triunfar, contando con la guía y la planificación adecuadas. Y el líder adecuado.

Iblis, que no había tenido otro norte en su vida que disfrutar de la comodidad de su cargo como humano de confianza de las máquinas, notó que la ira empezaba a bullir en su interior. La revelación enfervorizó su corazón. El monje Aquim parecía compartir la misma pasión tras su expresión aturdida a causa de la semuta.

—Nada es imposible —repitió Eklo.

Iblis, asombrado, sacó la mano del líquido y contempló sus dedos. El monje recogió el contenedor cerebral del pensador y lo cerró. Acunó el cilindro contra el pecho y se dirigió a pie hacia las montañas, dejando a Iblis meditando en las visiones que habían inundado su alma.