Ciencia: la creación de dilemas mediante la solución de misterios.
NORMA CENVA, notas de laboratorio inéditas
En el interior del centro de experimentos destruido, las manchas de sangre se limpiaban con facilidad, pero cicatrices más profundas se negaban a desaparecer. Mientras un nuevo grupo de esclavos retiraba los escombros, Tio Holtzman cruzó un puente provisional y no demasiado sólido. Contempló con tristeza las ruinas de su laboratorio.
Desde el lugar donde trabajaba, Bel Moulay, el líder de los esclavos zenshiítas, traspasó con la mirada al inventor. Odiaba la piel pálida, el cabello corto y las ropas de colores arrogantes del hombre. Las frívolas medallas de honor del científico no significaban nada para Bel Moulay, y ofendía a todos los cautivos zenshiítas que un hombre tan inútil y despistado se pavoneara de su riqueza al tiempo que pisoteaba a los fieles.
El líder dio instrucciones a sus compañeros y les consoló. Moulay siempre había sido algo más que una figura carismática. Era también un líder religioso, educado en Anbus IV en las leyes más estrictas de la interpretación zenshiíta del budislam. Había estudiado las verdaderas escrituras y sutras, analizado cada párrafo. Los demás esclavos pedían a Bel Moulay que se las interpretara.
Pese a su fe, estaba tan indefenso como sus compañeros, obligado a obedecer el menor capricho de los infieles, que se negaban a dejar vivir a los zenshiítas según sus normas, y además insistían en arrastrarles a una guerra desesperada contra los demonios mecánicos. Era un castigo terrible, una serie de tribulaciones kármicas que Budalá les había enviado.
Pero las superarían, y a la larga saldrían fortalecidos…
Bajo la guía de Bel Moulay, los esclavos apartaron escombros hasta desenterrar los cadáveres aplastados de compañeros con los que habían trabajado codo con codo, hermanos zenshiítas que habían sido capturados cuando los negreros de Tlulaxa atacaron las ciudades de Anbus IV.
Con el tiempo, Budalá les enseñaría el camino de la libertad. Durante veladas junto a las hogueras, el líder había prometido que los opresores serían castigados…, si no en esta generación, en la siguiente, o en la otra. Pero ocurriría. Un simple hombre como Bel Moulay no podía dar prisas a Dios.
Con gritos de alarma, dos esclavos apartaron la sección derrumbada de una pared y descubrieron a un hombre que todavía se aferraba a la vida, aunque tenía las piernas aplastadas y el torso acuchillado por fragmentos del plaz de las ventanas. Holtzman, preocupado, se acercó y examinó al herido.
—No soy médico, pero creo que hay pocas esperanzas.
Bel Moulay le miró con sus ojos oscuros y penetrantes.
—No obstante, hemos de hacer lo que podamos —dijo en galach.
Tres obreros zenshiítas retiraron los escombros y transportaron al hombre a través del puente. Los médicos se ocuparían de las heridas en los alojamientos de los esclavos.
Después del accidente, Holtzman había proporcionado suministros médicos básicos, aunque un gesto similar no había impedido que la fiebre se extendiera entre la población esclava. El científico supervisaba el trabajo de los obreros que despejaban los cascotes, pero estaba concentrado en sus prioridades.
El sabio hizo un ademán impaciente en dirección a los esclavos que seguían buscando posibles supervivientes.
—Tú y tú, dejad de desenterrar cuerpos y recuperad lo que quede de mi aparato.
Los hoscos cautivos miraron a Moulay en busca de consejo. El hombre meneó la cabeza.
—No vale la pena resistirse ahora —murmuró en su idioma misterioso—. Pero os prometo que el día llegará.
Más tarde, durante su breve rato de sueño, dedicarían a sus muertos los rituales que su religión observaba. Quemar los cuerpos de los fieles era algo que su credo no aceptaba con facilidad, pero era la costumbre de Poritrin. Bel Moulay estaba seguro de que Budalá no podía culparles por desobedecer las normas tradicionales, puesto que no tenían elección.
No obstante, su deidad podía enfurecerse mucho. Moulay confiaba en vivir lo suficiente para ver la venganza abatirse sobre estos opresores, aunque fuera en forma de máquinas pensantes.
Cuando el centro de experimentos se despejó, Holtzman empezó a hablar consigo mismo, planeando nuevos experimentos y pruebas. Pensaba comprar más esclavos para compensar las pérdidas recientes.
En total, se recuperaron doce esclavos del centro de experimentos, mientras los que habían caído desde el puente ya habían sido recogidos del río y conducidos a los hornos crematorios públicos. Bel Moulay conocía los nombres de todas las víctimas, y se encargaría de que los zenshiítas elevaran continuas plegarias por los fallecidos. Nunca olvidaría lo sucedido aquí.
Ni quién era el responsable: Tio Holtzman.