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Seamos ricos, pobres, fuertes, débiles, inteligentes o estúpidos, las máquinas pensantes nos tratan como si fuéramos pedazos de carne. No comprenden cómo son los humanos.

IBLIS GINJO, planes preliminares para la Yihad

Mientras los demás capataces humanos supervisaban los proyectos de monumentos para el Foro, Iblis Ginjo recibió órdenes de distribuir un cargamento de nuevos esclavos. Los cautivos procedían de Giedi Prime, y habían sido conducidos a la Tierra por orden de Omnius. El jefe de los capataces gruñó para sí, pues sospechaba que los cimeks querrían construir otro enorme monumento para celebrar la victoria de Giedi Prime, y sus cuadrillas tendrían que encargarse del trabajo…

Al parecer, Erasmo le había echado el ojo a una hembra en particular, seleccionada para él por el titán Barbarroja. Iblis había leído la documentación y sabía que el nuevo grupo de prisioneros eran de índole rebelde, considerando el lugar donde habían sido capturados.

Cuando los desaliñados y desorientados esclavos salieron del transporte con sus ropas sucias, Iblis los examinó con ojo experto y pensó en qué forma los distribuiría: algunos artesanos, algunos obreros cualificados, la mayoría simples esclavos. Destinó un hombre musculoso de piel negra al proyecto del pedestal de Ajax. Tras dedicarle una sonrisa de aliento, envió otros a cuadrillas necesitadas de más mano de obra.

Uno de los últimos prisioneros en salir de la nave fue una mujer que, pese a los moratones que cubrían su cara y brazos, y su expresión estupefacta, caminaba con orgullo, demostrando una energía interna en cada movimiento. Era la hembra de Erasmo. Problemas.

¿Por qué estaba interesado el robot en ella? Al fin y al cabo, acabaría viviseccionándola. Un desperdicio. Y una pena.

Iblis la llamó, pero ella hizo caso omiso de su tono suave aunque autoritario. Por fin, con cierta colaboración ruda de los guardias robot, la mujer se plantó ante él. Aunque era de estatura mediana, la hembra tenía ojos de un bellísimo tono lavanda, cabello castaño claro y un rostro que sería hermoso una vez limpio de suciedad y cólera.

Iblis le dirigió una cálida sonrisa, con la intención de derribar sus defensas.

—La documentación afirma que te llamas Serena Linné.

Sabía muy bien quién era.

Iblis la miró a los ojos y detectó un brillo desafiante. La mujer sostuvo su mirada, como si fuera su igual.

—Sí. Mi padre era un funcionario de menor rango de Giedi Prime, moderadamente acomodado.

—¿Has trabajado antes de sirvienta? —preguntó el capataz.

—Siempre he sido una sirvienta… de mi pueblo.

—A partir de ahora, servirás a Omnius. —El hombre suavizó la voz—. Te prometo que no será muy duro. Aquí tratamos bien a nuestros trabajadores. Sobre todo a los inteligentes como tú. Tal vez incluso podrías aspirar a una posición privilegiada, de confianza, si cuentas con la inteligencia y personalidad necesarias. —Iblis sonrió—. Sin embargo, ¿no sería mejor que utilizáramos tu verdadero nombre, Serena Butler?

La mujer le traspasó con la mirada. Al menos, no lo negó. —¿Cómo lo sabes?

—Después de capturarte, Barbarroja inspeccionó los restos de tu nave. Quedaban muchas pistas a bordo. Tuviste suerte de que los cimeks no precisaran interrogarte a fondo. —Echó un vistazo a sus notas electrónicas—. Sabemos que eres la hija del virrey Manion Butler. ¿Intentabas ocultar tu identidad por temor a que Omnius te utilizara con ánimo de chantaje? Te aseguro que la supermente no piensa de esa forma. Omnius jamás habría ni considerado semejante posibilidad.

Serena alzó la barbilla con aire desafiante.

—Mi padre jamás cedería ni un centímetro de territorio, pese a lo que me hicieran las máquinas.

—Sí, sí, eres muy valiente, de eso estoy seguro. —Iblis le dedicó una sonrisa irónica, con el propósito de consolarla—. Lo demás depende del robot Erasmo. Ha solicitado que seas trasladada a su villa. Está muy interesado en tus circunstancias particulares. Es una buena señal.

—¿Desea ayudarme?

—Yo no diría tanto —contestó Iblis con cierto tono humorístico—. Estoy seguro de que Erasmo desea hablar contigo. Hablar sin cesar. Al final, estoy seguro de que te volverá loca con su famosa curiosidad.

Iblis ordenó a otros esclavos que lavaran y vistieran debidamente a esta hembra, y siguieron las órdenes del humano como si también fuera una máquina. Aunque su comportamiento proyectaba hostilidad y resentimiento, Serena Butler no malgastó esfuerzos ni opuso resistencia. Tenía cerebro, pero su inteligencia y espíritu no tardarían en ser aplastados.

No obstante, la revisión médica comportó una sorpresa. Miró a Iblis con ojos coléricos, intentando conservar su muro defensivo de ira, pero un brillo de curiosidad asomó a sus ojos lavanda.

—¿Sabías que estabas embarazada? ¿O es que se trata de un desafortunado accidente? —A juzgar por su reacción, comprendió que no fingía—. Sí, parece que de tres meses. Lo habrás sospechado en algún momento.

—Eso no te concierne.

Habló con dureza, como si intentara asirse a algo estable. La noticia pareció afectarla más que los malos tratos recibidos durante su cautiverio.

Iblis hizo un ademán despectivo.

—Hasta la última célula de tu cuerpo me concierne, al menos hasta que te entregue a tu nuevo amo. Después, empezaré a compadecerme de ti.

No cabía duda de que el robot independiente pensaría en experimentos interesantes para ella y el feto…