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El peligro disminuye a medida que aumenta nuestra confianza en los seres humanos.

XAVIER HARKONNEN, arenga militar

Siete días.

Brigit Paterson no había deseado limitar tanto el tiempo, pero su equipo había trabajado con denuedo. Comprobó una y otra vez su trabajo, para asegurarse de que no habían cometido errores. Estaba en juego la suerte de todo un planeta.

Según los cálculos más optimistas de Serena, los ingenieros habían terminado con el tiempo justo.

Después de probar el sistema de descodificación y comprobar que funcionaba, pese a sus exigencias, Brigit concedió por fin a su gente unas horas de descanso. Algunos se quedaron sentados, con la vista clavada en el cielo grisáceo que se veía a través de las ventanas de plaz de sus barracones improvisados. Otros se durmieron de inmediato, como en animación suspendida.

La Armada llegó la mañana del noveno día.

El sistema detector que habían empalmado en la red sensora de Omnius disparó las alarmas. Brigit despertó a su equipo y dijo que la flota de la liga se acercaba al sistema, dispuesta a reconquistar Giedi Prime. Confiaba en que Serena hubiera interceptado las naves para informar de lo que debían esperar.

Los cimeks, desdeñosos, no quisieron creer que los humanos osaran atacarles, mientras la encarnación de Omnius se esforzaba en analizar la situación para encontrar una respuesta.

La flota de máquinas pensantes mantenía en órbita varios patrulleros, pero casi todas las naves de guerra robot se utilizaban en tierra para subyugar a la población. Ahora que se acercaba la Armada de la Liga, el Omnius de Giedi Prime propagó órdenes por la red informática. Las naves de combate robóticas calentaron motores, con el fin de lanzar una enorme fuerza sincronizada contra los invasores hrethgir.

Brigit Paterson escuchó los planes y sonrió.

El subjefe de los ingenieros se acercó corriendo.

—¿No deberíamos conectar los escudos descodificadores? Todos están preparados. ¿A qué estás esperando? —Brigit le miró.

—Estoy esperando a que esos estúpidos robots caigan en la trampa.

Vio en las toscas pantallas instaladas en el complejo inconcluso que cien naves de combate despegaban de los campos de aterrizaje conquistados. Las enormes naves se alzaron del suelo, cargadas con una potencia de fuego increíble.

—No tan deprisa.

Por fin, Brigit activó los escudos descodificadores Holtzman renovados. Las torres de transmisión bombearon energía a la red de satélites, y la interrupción se propagó como una telaraña, invisible y mortífera para los circuitos gelificados de inteligencia artificial.

La flota robot nunca supo qué les había alcanzado.

Incapaces de creer que algo pudiera afectar a sus planes, las máquinas pensantes colisionaron con el delgado velo que destruyó de inmediato sus cerebros electrónicos, sistemas de borrado y unidades de memoria. Las naves, una por una, fueron cayendo desde el cielo, hasta estrellarse contra el suelo.

Algunas impactaron en zonas deshabitadas. Otras, por desgracia, no.

Brigit Paterson no quiso ni pensar en los daños colaterales que acababa de causar en el ya devastado planeta. Al ver su éxito, los ingenieros prorrumpieron en vítores. Las restantes naves de guerra no podrían oponerse a la fuerza combinada de la Armada, ni descender a la superficie para provocar destrozos.

—Aún no hemos ganado —advirtió Brigit—, pero quizá no tardemos mucho en marcharnos de esta roca.

La Armada se acercaba a Giedi Prime, con todas las armas preparadas para repeler a las máquinas pensantes. Xavier rezó para que el audaz plan de Serena hubiera tenido éxito, y se encontrara sana y salva donde fuera.

Había insistido en tomar el mando del peligroso ataque, no porque deseara reclamar la gloria de una victoria que elevara la moral, sino porque deseaba con desesperación rescatar a Serena.

Omnius había calculado mal los planes y capacidad de los humanos. Después de debatir los pros y las contras, y llegar a la conclusión de que la liga contaba con escasas probabilidades de vencer, la supermente había desechado la amenaza. Ningún enemigo sensato atacaría con tantas probabilidades en contra.

Pero Xavier Harkonnen no se negaba nunca a emprender misiones desesperadas. Y en este caso, la supermente de Giedi Prime no estaba en posesión de esa información fundamental. Este Omnius carecía de datos vitales acerca de las hechiceras de Rossak, acerca de los nuevos descodificadores portátiles y, confiaba Xavier, de los nuevos transmisores de escudo secundarios, ahora en funcionamiento.

Cuando las naves de guerra robóticas en órbita detectaron la llegada de la Armada, adoptaron la formación habitual para destruir al enemigo. Xavier oyó por el comunicador un informe de su segundo, el cuarto Powder.

—Señor, las máquinas pensantes se acercan. Sus cañoneras de misiles están abiertas.

Xavier dio la primera orden.

—Enviad las divisiones de asalto terrestres… Lanzad los transportes blindados de tropas.

Las naves transportaban a la hechicera Heoma y a sus guardaespaldas de Rossak, así como a soldados que utilizarían los descodificadores portátiles contra los robots de Giedi City.

De repente, el cuarto Powder alzó la vista de su puesto, después de verificar los análisis que sus oficiales tácticos le acababan de Facilitar.

—¡Señor, parece que los escudos descodificadores se han activado en todo el planeta!

El corazón de Xavier se hinchó de esperanza.

—Tal como Serena prometió.

Los soldados lanzaron vítores, pero él sonrió por un motivo muy diferente. Ahora, sabía que ella estaba viva. Serena había logrado lo imposible, tal como ocurría a menudo.

—¡Las naves robóticas están cayendo! ¡Los descodificadores las han desconectado!

—Bien, pero las máquinas pensantes instaladas en tierra intentarán desmantelar las torres de transmisión secundarias. Hemos de terminar el trabajo mientras la flota robot esté atrapada aquí y el resto de máquinas pensantes se halle inmovilizada en las ciudades. —Xavier no iba a permitir que el esfuerzo de Serena fuera estéril—. Vamos a reconquistar el planeta.

Ocho kindjals surgieron de las escotillas de lanzamiento de la ballesta capitana, flanqueando el transporte de Heoma, todos armados hasta los dientes y dispuestos a batirse con el enemigo. La misión de los kindjals era causar confusión y caos, distraer a los robots carentes de imaginación, con el fin de que la hechicera aterrizara y llevara a cabo su trascendental misión.

Al ver que las naves de guerra robóticas apuntaban sus armas, Xavier ordenó a los transportes de tropas que se dieran prisa. Enjambres de naves de la Armada de menor tamaño penetraron en la atmósfera y se dirigieron hacia Giedi City.

Xavier cerró los ojos, deseó lo mejor a sus camaradas, y se concentró en la amenaza que aguardaba en órbita.