Los supervivientes aprenden a adaptarse.
ZUFA CENVA, discurso a las hechiceras
En la impecable cabina del Viajero onírico, Vorian Atreides y Seurat volvían a viajar entre sistemas estelares, recogiendo y entregando actualizaciones de Omnius para mantener la congruencia de la supermente distribuida por todos los Planetas Sincronizados. Intercambiaban actualizaciones con otras copias de la supermente, sincronizaban las encarnaciones de Omnius y partían con nuevos datos que distribuirían entre las redes. A Vor le encantaba ser un humano de confianza.
Los días transcurrían en el espacio, eternamente iguales. La extraña pareja realizaba sus labores con eficacia. Seurat y el pequeño grupo de robots de mantenimiento se encargaban de la limpieza y eficacia óptima de la cabina, mientras que Vor dejaba de vez en cuando manchas de comida o bebida, algunas cosas a medio terminar o desordenadas.
Como de costumbre, Vor se hallaba ante una consola interactiva del apretado compartimiento trasero, investigando en la base de datos de la nave con el fin de obtener más información sobre sus destinos. Le habían enseñado las ventajas de destacarse sobre los demás humanos privilegiados de la Tierra. El ejemplo de su padre, un hombre desconocido que había llegado a ser el más grande de los titanes, conquistador del Imperio Antiguo, le enseñaba lo que un simple humano podía lograr.
Le sorprendió ver que la ruta normal del Viajero onírico había cambiado.
—¡Seurat! ¿Por qué no me dijiste que habíamos conquistado un nuevo planeta? Nunca había oído hablar de este… Giedi Prime, en el sistema de Ophiuchi B. Antes estaba catalogado como un sólido planeta de la liga.
—Omnius programó ese destino en nuestra ruta antes de que partiéramos de la Tierra. Esperaba que tu padre lo hubiera conquistado en el momento de nuestra llegada. Omnius confía en que Agamenón se sacará la espina del fracaso en Salusa Secundus.
Vor se sintió orgulloso de que su padre hubiera domado otro planeta para las máquinas pensantes.
—No me cabe duda de que todo habrá concluido cuando lleguemos, y nuestras fuerzas estarán acabando con la resistencia.
—Lo sabremos cuando lleguemos —dijo Seurat—. Aún faltan meses.
En muchas ocasiones se enzarzaban en competiciones humanas tradicionales que encontraban en las bases de datos, como el póquer o el backgammon. En otras, Vorian inventaba un nuevo juego, fijaba una serie de normas absurdas, y después procedía a derrotar a Seurat, hasta que el robot autónomo aprendía a manipular las reglas por sí mismo.
Los dos iban empatados, pero con habilidades muy diferentes. Mientras Seurat destacaba en los juegos de estrategia y era capaz de calcular muchos movimientos por anticipado, Vor echaba mano a menudo de giros innovadores para ganar. A Seurat le costaba comprender el comportamiento errático del humano.
—Puedo seguir las consecuencias de un acontecimiento humano en una progresión lógica, pero no entiendo cómo consigues transformar un comportamiento impulsivo e ilógico en una estrategia eficaz. No existe relación causa-efecto.
Vor sonrió.
—Detestaría verte calcular una respuesta irracional, vieja Mentemetálica. Déjalo a los expertos como yo.
El hijo de Agamenón también era un experto en tácticas y estrategias militares, un talento que había desarrollado gracias a sus estudios de las grandes batallas de la historia humana antigua, tal como las había documentado Agamenón en sus extensas memorias. El general cimek no ocultaba que esperaba ver a su hijo convertido algún día en un genio militar.
Siempre que Seurat perdía en alguna contienda concreta, insistía en su irritante hábito de distraer a Vor con chistes, trivialidades o anécdotas, con la intención de interesar al joven. Desde que el capitán mecánico conocía a su copiloto humano, Seurat había acumulado y analizado información, preparándola para usos futuros. El capitán robot había tomado la costumbre de sacar a colación temas que absorbían a Vor y llenaban su cabeza de ideas.
Seurat hablaba sin cesar de la legendaria vida de Agamenón, y añadía detalles que Vor nunca había leído en las memorias: grandes batallas ganadas por los titanes, planetas que habían sumado a los Planetas Sincronizados, formas de combate que Agamenón había diseñado para utilizar en combates de gladiadores. En una ocasión, el robot inventó una historia absurda acerca de que el general había perdido, literalmente, la cabeza. El contenedor cerebral del cimek se soltó de su forma móvil y rodó por la pendiente de una colina, mientras el cuerpo mecánico, en programación automática, había tenido que ir a buscarlo.
Sin embargo, Vorian había descubierto hacía poco una información más inquietante de la que el robot pudiera revelarle. Entre partidas y desafíos, investigaba las bases de datos, releía los fragmentos favoritos de las memorias de su padre, e intentaba encontrar un sentido a las minuciosas observaciones de Omnius. En una de tales ocasiones, Vor descubrió que su padre había engendrado otros doce hijos. Vorian nunca había supuesto que fuera el único, pero… ¡doce hermanos desconocidos! Era lógico que el gran general hubiera querido tener descendientes dignos de su legado.
Peor aún, descubrió que cada uno de esos doce hijos había constituido un fracaso. Agamenón no encajaba las decepciones con alegría, y había matado a su progenie inaceptable, aunque habían sido humanos privilegiados como Vor. El último había sido ejecutado menos de un siglo antes. Ahora, todas las esperanzas de Agamenón estaban depositadas en Vor, pero no era necesariamente la única alternativa. Agamenón debía tener más esperma almacenado, por lo cual Vor era tan prescindible como los demás.
Después de averiguar ese dato, Vor se quedó inmune a los intentos de Seurat por distraerle.
Vor estaba sentado a la mesa, contemplando el tablero de juego proyectado, y reflexionaba sobre su siguiente movimiento. Sabía que Seurat no podía decidir lo que estaba pasando en el interior de la impredecible mente humana. Pese a toda su sofisticación e independencia, el robot solo acumulaba datos externos, pero sin reconocer las sutilezas.
El humano sonrió apenas, pero el robot se dio cuenta.
—¿Me vas a gastar alguna jugarreta? ¿Ejercitas algún poder humano oculto?
Vor continuó sonriendo y mirando el tablero. Era una competición de multijuegos, que tenía lugar dentro de una pantalla tridimensional encastrada en la mesa. Dentro de una amplia selección de juegos, cada jugador intentaba elegir un torneo o situación que le beneficiara, y después efectuar un movimiento. Iban empatados, y el siguiente punto dirimiría la contienda.
Los diversos juegos aparecían al azar, y cada vez Vor solo contaba con unos pocos segundos para realizar el movimiento. El antiguo juego terráqueo del parchís apareció en la paleta de selecciones. No le beneficiaba. Desfilaron más opciones. A continuación, vio un juego más adecuado para máquinas, por la cantidad de memoria que requería. Lo dejó pasar. Aparecieron otros dos juegos que no le gustaron, seguidos por una mano de póquer.
Confiado en la suerte y los faroles, Vor miró al capitán robot, que no comprendía la estrategia de los faroles ni el talento del azar. La expresión de Vor era inescrutable, y rió al ver la confusión que expresaba la cara de Seurat.
—Estás perdido —dijo Vor—. Y has perdido. —Cruzó los brazos sobre el pecho, satisfecho después de que el robot diera su brazo a torcer—. No es solo la puntuación, sino la forma en que intentas ganar.
Seurat respondió que no quería jugar más, y Vor se rió de él. —¡Te has enfadado, Mentemetálica!
—Estoy volviendo a analizar mi táctica.
Vor palmeó el hombro de su contrincante, como para consolarle.
—¿Por qué no te quedas aquí y practicas, mientras yo piloto la nave? Giedi Prime está todavía muy lejos.