Una y otra vez, la religión ha derribado imperios, pudriéndolos desde dentro.
IBLIS GINJO, planes preliminares para la Yihad
El conquistado planeta Tierra parecía ser un vertedero para los grandiosos monumentos que celebraban las glorias ficticias de los titanes.
El capataz de la cuadrilla, que paseaba sobre una plataforma de madera elevada, contemplaba otro enorme proyecto en construcción, diseñado por la imaginación engreída de los cimeks. Su gente eran buenos trabajadores, dedicados en cuerpo y alma a él, pero el proyecto se le antojaba absurdo. Cuando el trabajado pedestal estuviera acabado y apuntalado con arcos reforzados, se convertiría en la plataforma de una estatua colosal que representaría la forma idealizada del titán Ajax.
Iblis Ginjo, uno de los humanos más respetados de la Tierra, se tomaba su trabajo muy en serio. Estudió el grupo de esclavos que iban de un lado a otro. Les había convencido de que fueran entusiastas, y se había ganado su atención mediante frases bien elegidas y recompensas, aunque Iblis detestaba desperdiciar tanta lealtad y esfuerzo en un matón brutal como Ajax.
De todos modos, cada persona interpretaba un papel en la gigantesca maquinaria de la civilización. Iblis tenía que asegurarse de que funcionara bien, al menos bajo su control.
El líder de la cuadrilla no tenía por qué estar presente en la obra. Sus subordinados de confianza podían supervisar los trabajos bajo el ardiente sol, pero Iblis prefería esto a sus otras responsabilidades. Al ver que les vigilaba, parecía que los esclavos atacaban sus tareas con más vigor. Se enorgullecía de lo que eran capaces de lograr, si se les llevaba bien, y ardían en deseos de complacerle.
De lo contrario, dedicaría interminables horas a preparar nuevos esclavos y a distribuirlos entre las diversas cuadrillas. Con frecuencia, los indisciplinados necesitaban un adiestramiento especial, o bien se rebelaban con violencia, problemas que alteraban la tranquilidad del trabajo cotidiano.
Erasmo, el independiente y excéntrico robot, había dado en fecha reciente la orden de inspeccionar a los esclavos hrethgir capturados en Giedi Prime, en particular cualquier humano que mostrara cualidades de independencia y liderazgo. Iblis estaría alerta al descubrimiento del candidato adecuado…, sin atraer la atención sobre sí mismo.
Le importaban un bledo los objetivos de Omnius, pero como capataz gozaba de ciertas consideraciones basadas en la productividad. Si bien tales prebendas hacían la vida tolerable, distribuía la mayor parte de las recompensas entre sus cuadrillas.
Iblis, de cara ancha y pelo espeso que caía sobre su frente, poseía una apariencia fuerte y viril. Capaz de hacer trabajar más a sus esclavos que cualquier capataz, conocía las mejores herramientas e incentivos, la manipulación de las promesas antes que las amenazas. Comida, días de descanso, servicios sexuales proporcionados por las esclavas en edad fértil, lo que fuera necesario para motivarles. Incluso le habían pedido que divulgara sus opiniones en la escuela de sirvientes humanos, pero sus técnicas no habían sido adoptadas por casi ningún humano privilegiado.
La mayoría de los capataces se decantaban por las privaciones y la tortura, pero Iblis lo consideraba un desperdicio. Había ascendido a su cargo gracias a la fuerza de su personalidad y la fidelidad que inspiraba a sus esclavos. Hasta los hombres más difíciles sucumbían a su voluntad. Las máquinas intuían su capacidad innata, de modo que Omnius le concedía libertad para trabajar a su antojo. Iblis contó media docena de monolitos que rodeaban el Foro, construido en lo alto de una colina, y cada pedestal sostenía la estatua gigantesca de uno de los Veinte Titanes, empezando por Tlaloc, seguido de Agamenón, Juno, Barbarroja, Tamerlán y Alejandro. Una inmensa reproducción de Ajax ocuparía el siguiente, no porque Ajax fuera tan importante, sino debido a su violenta impaciencia. Dante podía esperar, y Jerjes también.
Iblis era incapaz de recordar de memoria al resto de los titanes, pero siempre aprendía más de lo que deseaba cada vez que se erigía una estatua. Este trabajo nunca terminaba. Iblis había colaborado en la construcción de todas las ostentosas esculturas durante los últimos cinco años, primero como esclavo y luego como capataz.
El verano llegaba a su fin, pero la temperatura era superior a la normal. Sus esclavos utilizaban ropas resistentes de color marrón, gris y negro, que solo necesitaban lavado o remiendos muy de vez en cuando.
Bajo la plataforma de Iblis, el jefe de una cuadrilla ladró órdenes. Algunos robots supervisores deambulaban entre los obreros, sin hacer el menor gesto por ayudarles. Ojos espía flotaban en lo alto, grabando todo para Omnius. Iblis ya apenas se fijaba en ellos. Los humanos eran laboriosos, ingeniosos y, al contrario que las máquinas, dúctiles, siempre que se les concedieran incentivos y recompensas, se les alentara de la forma correcta y guiara hacia el comportamiento adecuado. Las máquinas pensantes no podían entender las sutilezas, pero Iblis sabía que cada recompensa sin importancia multiplicaba por diez el rendimiento de sus trabajadores.
Lo normal era que los esclavos entonaran canciones de trabajo y se enzarzaran en competiciones entre las cuadrillas, pero ahora estaban silenciosos, y gruñían mientras levantaban bloques, si bien a veces también se quejaban en sus cubículos. Los cimeks estaban ansiosos por ver el pedestal terminado para erigir la estatua de Ajax, que otra cuadrilla estaba construyendo en otro lugar. Cada parte del proyecto seguía un calendario muy apretado, y los retrasos o la falta de calidad no estaban permitidos.
De momento, Iblis estaba contento de que su gente pudiera trabajar en paz, sin el escrutinio aterrador de Ajax. Iblis ignoraba dónde se encontraba el titán en este momento, pero rezó para que estuviera acosando a otros individuos indefensos. Tenía que trabajar y cumplir un programa.
En su opinión, los monolitos eran inútiles, enormes obeliscos, columnas, estatuas y fachadas grogipcias para edificios vacíos e innecesarios, pero no estaba en situación de cuestionar tales proyectos. Iblis sabía muy bien que los monumentos complacían una necesidad psicológica de los tiranos usurpadores. Además, las obras mantenían ocupados a los esclavos, y se convertían en resultados visibles de su esfuerzo.
Tras la humillante derrota sufrida a manos de Omnius siglos antes, los titanes se habían esforzado sin tregua por recobrar su influencia perdida. Iblis pensaba que los cimeks habían perdido la razón, por mandar construir estatuas ciclópeas y pirámides solo para sentirse importantes. Se paseaban en espectaculares pero anticuados cuerpos mecánicos, y se jactaban de sus conquistas militares.
Iblis se preguntaba hasta qué punto eran ciertas. Al fin y al cabo, ¿quién podía contradecir a los que controlaban la historia? Era muy probable que los humanos asilvestrados de los planetas de la liga sostuvieran un punto de vista muy diferente sobre las conquistas.
Se secó el sudor de la frente y percibió el olor del polvo que se alzaba de la obra. Echó un vistazo a la libreta electrónica que sostenía en la mano, y comparó los progresos con el calendario. Todo marchaba bien, tal como era de esperar.
Divisó con sus ojos penetrantes a un hombre apoyado contra una pared a la sombra, que se estaba tomando un descanso no autorizado. Con una sonrisa, Iblis apuntó al individuo un arma estimulante y rozó su pierna izquierda con un rayo de energía. El esclavo se dio una palmada en la piel irritada y levantó la vista hacia Iblis.
—¿Intentas dejarme en mal lugar? —gritó Iblis—. ¿Y si Ajax apareciera de repente y te viera dormitando? ¿A quién mataría primero, a ti o a mí?
El hombre, avergonzado, se abrió paso a codazos entre los obreros sudorosos y reanudó su trabajo con renovados bríos.
Algunos capataces consideraban necesario matar a esclavos para dar ejemplo a los demás, pero Iblis nunca había acudido a esa táctica y juraba que nunca lo haría. Estaba seguro de que rompería el inexplicable hechizo que proyectaba sobre sus hombres. Le bastaba con demostrar decepción, y así trabajaban más.
Cada pocos días pronunciaba un discurso improvisado. En tales ocasiones, los esclavos recibían agua y períodos de descanso, lo cual les proporcionaba renovadas energías que compensaban el período de ocio. Su forma de hilvanar frases solía suscitar vítores y entusiasmo, y muy pocas preguntas por parte de los esclavos más atrevidos, los cuales no acababan de explicarse por qué debían sentirse emocionados por un monumento más. El talento del capataz residía en que podía ser muy convincente.
Iblis odiaba a las máquinas, pero ocultaba sus sentimientos con tal eficacia que sus superiores confiaban en él. Por un momento imaginó la destrucción de la supermente, y que él ocupaba su lugar. Mucho más que un simple esclavo humano de confianza. Menuda perspectiva: ¡Iblis Ginjo, dueño y señor absoluto de todo!
Desechó la fantasía. La realidad era un profesor muy duro, como ver a un cimek en un día hermoso. Si Iblis no terminaba obelisco a tiempo, Ajax pensaría en algún castigo extravagante para todos ellos.
El capataz haría lo imposible por cumplir los plazos.