La respuesta es un espejo de la pregunta.
PENSADORA KWYNA, archivos
de la Ciudad de la Introspección
La sala de reuniones temporal de los delegados de la liga había sido en un principio el hogar del primer virrey, Bovko Manresa. Antes de que los titanes se apoderaran del débil Imperio Antiguo, Manresa había construido la mansión en el entonces aislado Salusa Secundus, como una forma de celebrar la riqueza que le deparaban sus tierras. Más tarde, cuando empezaron a llegar refugiados humanos, expulsados por el cruel gobierno de los Veinte Titanes, la casa se había convertido en sala de reuniones, con sillas y un atril dispuestos en la majestuosa sala de baile, igual que hoy.
Meses antes, al cabo de pocas horas del ataque cimek, el virrey Butler se había parado sobre una pila de escombros, bajo la cúpula central destrozada del Parlamento. Mientras el polvo venenoso se posaba sobre las calles y todavía proseguían los incendios en los edificios dañados, había jurado reparar el venerable edificio que había servido a la liga durante siglos.
—El edificio gubernamental era algo más que un edificio. Era un terreno sagrado en el que líderes legendarios habían debatido grandes ideas y forjado planes contra las máquinas. Los daños sufridos en el techo y las plantas superiores eran graves, pero la estructura básica continuaba intacta. Al igual que el espíritu humano que representaba.
La mañana era muy fría, y la niebla oscurecía las ventanas. Las hojas de las colinas habían comenzado a teñirse de otoño, con tonos amarillo, naranja y castaño. Serena y los representantes entraron en la sala de reuniones provisional sin desprenderse de sus abrigos.
La joven contempló las paredes de la abarrotada sala de baile, los retratos de líderes muertos mucho tiempo atrás y cuadros que inmortalizaban pasadas victorias. Se preguntó qué traería el futuro, y cuál sería su papel. Ardía en deseos de hacer algo, de colaborar en la gran cruzada de la humanidad.
Casi toda su vida había sido una activista, siempre con el deseo de participar, de ayudar a las víctimas de otras tragedias, como catástrofes naturales o ataques de las máquinas. Incluso en épocas plácidas, había ido a trabajar en los viñedos y olivares de la familia a la hora de recoger la cosecha.
Tomó asiento en la primera fila, y después vio que su padre atravesaba la sala en dirección al atril. Un monje cubierto con una túnica de terciopelo rojo, cargado con un contenedor de plexiplaz que albergaba un cerebro humano vivo, sumergido en un electrolíquido viscoso, le seguía. El monje depositó con devoción el contenedor sobre una mesa situada junto al atril, y después permaneció inmóvil a su lado.
Serena vio que el tejido gris rosado ondulaba levemente en el interior del líquido azul claro. Aislado de los sentidos y distracciones del mundo físico durante más de un milenio, y estimulado por la contemplación constante, el cerebro de la pensadora había ido creciendo con el tiempo.
—La pensadora Kwyna no abandona con frecuencia la Ciudad de la Introspección —dijo el virrey Butler, en tono serio y exaltado a la vez—. Pero en estos momentos necesitamos las ideas y consejos mejores. Si alguna mente es capaz de comprender a las máquinas pensantes, será la de Kwyna.
Se veía en tan pocas ocasiones a estos filósofos esotéricos incorpóreos, que muchos representantes de la liga no entendían cómo conseguían comunicarse. Para aumentar el misterio que les rodeaba, los pensadores no decían gran cosa, pues preferían reservar sus energías y aportar tan solo las ideas más importantes.
—El subordinado de la pensadora hablará por Kwyna —dijo el virrey—, en caso de que pueda ofrecernos alguna idea.
El monje quitó la tapa del contenedor y dejó al descubierto el viscoso líquido. Parpadeó varias veces y escudriñó el depósito. Poco a poco, el monje introdujo una mano en el interior de la sopa. Cerró los ojos, respiró hondo y tocó con cuidado el cerebro. Su frente se arrugó de concentración cuando el electrolíquido empapó sus poros, conectando a la pensadora con el sistema neural del subordinado, utilizándole como una extensión al igual que los cimeks utilizaban cuerpos mecánicos artificiales.
—No entiendo nada —dijo el monje con voz extraña y distante. Serena sabía que era el principio básico que adoptaban los pensadores, y los cerebros contemplativos pasaban siglos abismados en sus estudios.
Siglos antes de los primeros titanes, un grupo de humanos espirituales habían gustado de estudiar filosofía y discutir temas esotéricos, pero demasiadas debilidades y tentaciones de la carne inhibieron su capacidad de concentración. En el tedio del Imperio Antiguo, estos eruditos metafísicos habían sido los primeros en instalar sus cerebros en sistemas de mantenimiento vital. Liberados de limitaciones biológicas, dedicaban todo su tiempo a aprender y pensar. Cada pensador quería estudiar toda la filosofía humana, con el fin de reunir los ingredientes necesarios para la comprensión del universo. Vivían en sus torres de marfil y meditaban, y raras veces se tomaban la molestia de reparar en las relaciones superficiales y acontecimientos del mundo exterior.
Kwyna, la pensadora de dos mil años que residía en la Ciudad de la Introspección de Salusa, afirmaba ser políticamente neutral.
—Estoy preparada para interactuar —anunció por mediación del monje, que miraba con ojos vidriosos a los congregados—. Podéis empezar.
El virrey Butler paseó la vista por la sala, y su mirada se posó en diversos rostros, incluido el de su hija.
—Amigos míos, siempre hemos vivido bajo la amenaza de la aniquilación, y ahora debo pediros que dediquéis vuestro tiempo, energía y dinero a nuestra causa.
Rindió tributo a las decenas de miles de salusanos que habían muerto durante el ataque cimek, junto con cincuenta y un dignatarios visitantes.
—La milicia salusana continúa en alerta máxima, y hemos enviado naves a todos los planetas de la liga para advertirles del peligro. Nuestra única esperanza reside en que otros planetas no sean atacados.
A continuación, el virrey llamó a Tio Holtzman, que acababa de llegar tras casi un mes de viaje desde sus laboratorios de Poritrin.
—Sabio Holtzman, estamos ansiosos por escuchar vuestro análisis de las nuevas defensas.
Holtzman ardía en deseos de inspeccionar sus escudos descodificadores, para ver cómo habían sido modificados y mejorados. En Poritrin, el noble Niko Bludd financiaba las investigaciones del sabio. Debido a sus anteriores logros, los miembros de la liga siempre albergaban la esperanza de que Holtzman se sacaría otro milagro de la manga.
Holtzman, de cuerpo menudo, vestido con prendas elegantes y pulcras, se movía con gracia y un gran dominio de la situación. El pelo gris que colgaba hasta sus hombros enmarcaba un rostro enjuto. Era un hombre muy seguro de sí mismo y egocéntrico, al cual le encantaba hablar a importantes dignatarios del Parlamento, pero en este momento parecía preocupado, cosa rara en él. En verdad, al inventor le costaba admitir una equivocación. No cabía duda de que su campo descodificador había fallado. ¡Los cimeks lo habían traspasado! ¿Qué iba a decir a esta gente que había confiado en él?
Cuando subió al estrado, el hombre carraspeó y paseó la vista a su alrededor, contempló a la pensadora y al monje que la acompañaba. Era un asunto muy delicado. ¿Cómo podía esquivar su culpabilidad?
El científico utilizó su mejor voz.
—En una guerra, cuando un bando consigue un avance tecnológico, el otro intenta superarlo. Hace poco lo hemos experimentado con mis campos descodificadores atmosféricos. De no haber sido instalados, la flota de máquinas pensantes habría arrasado Salusa. Por desgracia, no tuve en cuenta las capacidades únicas de los cimeks. Descubrieron un fallo en el blindaje y lo aprovecharon.
Nadie le había acusado de nada, pero era lo más parecido a la admisión de un error que Holtzman podía tolerar.
—Nos toca ahora superar a las máquinas con una nueva idea. Espero que esta tragedia me inspire, que empuje mi inspiración hasta su límite. —Dio la impresión de que se sentía avergonzado, incluso dolido—. Trabajaré en ello en cuanto regrese a Poritrin. Espero daros una sorpresa lo antes posible.
Una mujer de elevada estatura se deslizó hacia el atril, atrayendo la atención de todo el mundo.
—Tal vez pueda sugeriros algo.
Tenía las cejas claras y el pelo blanco, así como una piel luminosa que le confería una cualidad etérea, pero impregnada de poder.
—Oigamos a las mujeres de Rossak. Doy la bienvenida a Zufa Cenva.
Holtzman, con expresión de alivio, volvió a toda prisa a su asiento y se derrumbó en él.
La mujer tenía un aspecto misterioso. Joyas centelleantes adornaban su vestido negro y transparente, que revelaba la perfección de su cuerpo. Zufa Cenva se detuvo ante el contenedor del cerebro de la pensadora y escudriñó su interior. Su frente se arrugó al concentrarse, y dio la impresión de que el cerebro vibraba. El electrolíquido remolineó, y se formaron burbujas. Alarmado, el devoto monje retiró su mano del líquido.
La mujer se relajó, satisfecha, y subió al estrado.
—Debido a las peculiaridades de nuestro entorno, muchas hembras nacidas en Rossak gozan de capacidades telepáticas.
Las poderosas hechiceras de las selvas apenas habitables habían aprovechado sus poderes mentales para influir en la política. Los hombres de Rossak carecían de tal disposición.
—La Liga de Nobles se formó hace mil años para contribuir a nuestra mutua defensa, primero contra los titanes y después contra Omnius. Desde entonces, hemos intentado proteger a nuestros planetas del enemigo. —Los ojos de la mujer destellaron como piedras bruñidas—. Hemos de cambiar nuestra estrategia. Quizá ha llegado el momento de que ataquemos a los Planetas Sincronizados. De lo contrario, Omnius y sus lacayos nunca nos dejarán vivir en paz.
Los representantes de la liga murmuraron entre sí, con aspecto atemorizado, sobre todo después de la destrucción de Zimia. El virrey fue el primero en contestar.
—Eso es un poco prematuro, madame Cenva. No estoy seguro de que seamos capaces.
—¡Apenas sobrevivimos al último ataque! —gritó un hombre—. Y tan solo nos enfrentamos a un puñado de cimeks. Manion Butler parecía muy preocupado.
—Atacar a Omnius sería una misión suicida. ¿Qué armas utilizaríamos?
En respuesta, la impresionante mujer cuadró los hombros y extendió las manos, al tiempo que cerraba los ojos y se concentraba. Aunque todo el mundo sabía que Zufa poseía poderes extrasensoriales, nunca los había exhibido ante el Parlamento. Dio la impresión de que una luz interior iluminaba su piel lechosa. La atmósfera de la sala se agitó, y la electricidad estática erizó el vello de los congregados.
Destellaron relámpagos en las yemas de sus dedos, como si estuviera conteniendo una tormenta en su interior. Sus cabellos se retorcieron como serpientes. Cuando Zufa volvió a abrir los ojos, parecieron rebosantes de energía, como si el universo habitara detrás de sus pupilas.
Los delegados lanzaron exclamaciones ahogadas. Serena sintió la piel de gallina, como si miles de arañas venenosas reptaran sobre su mente. La pensadora Kwyna se removió en su contenedor.
Entonces, Zufa se relajó, reprimió la reacción en cadena de su energía mental. La hechicera exhaló un largo suspiro y dedicó una sonrisa sombría a los espectadores.
—Tenemos un arma.