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Todo empeño es un juego, ¿verdad?

IBLIS GINJO, Opciones para la liberación total

En una terraza ajardinada que dominaba las ruinas de Zimia, Xavier Harkonnen pensaba con temor en el inminente desfile de la victoria. El sol de la tarde calentaba su rostro. El canto de los pájaros había sustituido a los chillidos y las explosiones. La brisa había barrido el humo ponzoñoso.

Aun así, la liga tardaría mucho en recuperarse. Nada volvería a ser igual.

Aunque habían transcurrido varios días desde el ataque, aún veía hilillos de humo que se elevaban de los escombros. Pero no percibía el olor del hollín. El gas venenoso había dañado hasta tal punto sus tejidos que nunca recuperaría del todo los sentidos del olfato y el sabor. Hasta respirar se había convertido en un puro acto mecánico.

Pero no podía regodearse en la desdicha cuando tantos otros habían perdido mucho más. Después del ataque de los cimeks, había conservado la vida gracias a los heroicos esfuerzos de un equipo médico salusano. Serena Butler había ido a verle al hospital, pero solo la recordaba a través de una bruma de dolor, medicamentos y sistemas de mantenimiento vital. En tales circunstancias, Xavier había sido objeto de un doble trasplante de pulmón, órganos sanos proporcionados por los misteriosos tlulaxa. Sabía que Serena había colaborado con los brillantes cirujanos, y que un mercader de carne tlulaxa llamado Tuk Keedair le había facilitado el tratamiento que necesitaba.

Ya podía respirar de nuevo, pese a ocasionales punzadas de dolor. Xavier viviría para luchar contra las máquinas otra vez. Gracias a los fármacos y las avanzadas técnicas médicas, había podido abandonar el hospital poco después de la operación.

En el momento del ataque, el mercader de carne Keedair se encontraba en Zimia en el curso de una visita rutinaria, y se salvó por los pelos. En el planeta no aliado de Tlulax, en el lejano sistema solar de Thalim, su pueblo administraba granjas de órganos, donde cultivaban corazones, pulmones, riñones y otros órganos vitales humanos a partir de células sanas. Después de que los cimeks fueran rechazados, el misterioso tlulaxa había ofrecido sus productos biológicos a los médicos del principal hospital de Zimia. Los contenedores criogénicos de su nave estaban llenos de órganos corporales. Por suerte, había admitido Keedair con una sonrisa, pudo ayudar a los ciudadanos de Salusa en su momento de mayor necesidad.

Después de la operación, Keedair había ido a ver a Xavier al centro médico. El tlulaxa era un hombre de mediana estatura, flaco, de ojos oscuros y rostro anguloso. Una trenza de pelo oscuro colgaba en el lado izquierdo de su cabeza.

—Fue una suerte que estuvieras aquí con órganos frescos almacenados en tu nave —dijo Xavier con voz ronca.

Keedair se frotó sus manos de largos dedos.

—De haber sabido que los cimeks se disponían a atacar con tal ferocidad, habría traído más material de nuestras granjas de órganos. Habrían sido de gran utilidad a vuestros supervivientes, pero las naves no podrán llegar del sistema de Thalim hasta dentro de unos meses.

Antes de que el mercader de carne abandonara la habitación de Xavier, se volvió hacia el herido.

—Considérate afortunado, tercero Harkonnen.

Los supervivientes de Zimia, abrumados por la pena, buscaron a sus muertos y les dieron sepultura. A medida que se retiraban los escombros, el número de víctimas aumentaba. Se recuperaron cadáveres y se confeccionó la lista de desaparecidos. Pese al dolor y la aflicción, el ataque fortaleció a la humanidad libre.

El virrey Manion Butler había insistido en que la gente solo mostrara determinación después del desastre. En las calles se estaban ultimando los preparativos para la celebración de acción de gracias. Las banderas con el símbolo de la mano abierta, emblema de la libertad humana, ondeaban al viento. Hombres de aspecto rudo, vestidos con chaquetones sucios, se esforzaban por controlar a los magníficos corceles blancos salusanos, nerviosos debido al alboroto. Las crines de los caballos estaban adornadas con borlas y campanillas, y agitaban las colas como cascadas de pelo finísimo. Los animales, festoneados con cintas y flores, hacían cabriolas, preparados para desfilar por la amplia avenida principal, que había sido limpiada de cascotes, hollín y manchas de sangre.

Xavier lanzó una mirada vacilante al cielo. ¿Cómo podría volver a contemplar las nubes, sin el temor de ver más blindados piramidales atravesar los escudos descodificadores? Ya se estaban instalando misiles y nuevas baterías para proteger al planeta de un ataque espacial. Patrullas en estado de alerta máxima vigilaban la periferia del sistema.

En lugar de asistir a un desfile, tendría que estar preparando a la milicia salusana para otro ataque, aumentando el número de naves de vigilancia y reconocimiento en el límite del sistema, elaborando un plan de salvamento y respuesta más eficaz. El regreso de las máquinas pensantes era solo cuestión de tiempo.

El siguiente pleno del Parlamento de la liga estaría dedicado a medidas y reparaciones de emergencia. Los representantes esbozarían un plan de reconstrucción de Zimia. Las formas de combate cimeks capturadas serían desmontadas y analizadas para descubrir sus puntos débiles.

Xavier esperaba que la liga mandaría llamar de inmediato a Tio Holtzman, instalado en Poritrin, para que inspeccionara sus escudos descodificadores recién instalados. Solo el gran inventor en persona podía encontrar el remedio a los defectos técnicos que los cimeks habían descubierto.

Cuando Xavier habló de sus preocupaciones al virrey Butler, el líder había asentido, pero se negó a continuar la conversación.

—Antes que nada, hemos de celebrar nuestro día de afirmación nacional, el hecho de que estamos vivos. —Xavier adivinó una profunda tristeza tras la máscara de confianza del virrey—. Nosotros no somos máquinas, Xavier. En nuestras vidas hay cosas más importantes que la guerra y la venganza.

Cuando oyó pasos en la terraza, Xavier se volvió y vio a Serena Butler, sonriente, con un destello secreto en los ojos que podía compartir con él, ahora que nadie podía verles.

—Aquí está mi heroico tercero.

—No puedes llamar héroe al hombre responsable de la destrucción de media ciudad, Serena.

—No, pero el término es correcto para el hombre que salvó al resto del planeta. Como sabes muy bien, si no hubieras tomado una decisión tan dolorosa, toda Zimia, todo Salusa, habrían sido destruidos. —Apoyó una mano en su hombro, muy cerca de él—. No permitiré que te abismes en la culpa durante el desfile de la victoria. Por un día no pasará nada.

—Por un día pueden pasar muchas cosas —insistió Xavier—. Conseguimos a duras penas rechazar a los atacantes, porque confiábamos demasiado en los escudos descodificadores, y porque fuimos tan cretinos como para pensar que Omnius había decidido dejarnos en paz después de tantas décadas. Sería el momento perfecto para volver a atacarnos. ¿Y si lanzan una segunda oleada?

—Omnius aún se está lamiendo las heridas. Dudo que sus fuerzas hayan regresado ya a los Planetas Sincronizados.

—Las máquinas no se lamen las heridas.

—Eres un joven muy serio. ¿No puedes relajarte un poco, al menos mientras dure el desfile? Nuestro pueblo necesita un poco de alegría.

—Tu padre me endosó el mismo discurso.

—Ya sabes que, si dos Butler dicen lo mismo, tiene que ser verdad.

Dio un fuerte abrazo a Serena, y después la siguió hasta la tribuna de honor, donde se sentaría al lado del virrey.

Desde niños, Xavier siempre se había sentido atraído hacia Serena. Cuando crecieron, se dieron cuenta de la profundidad del sentimiento mutuo. Tanto Serena como él daban por sentado que se casarían, una combinación perfecta de política, linajes aceptables y romance.

No obstante, debido al súbito incremento de las hostilidades, Xavier se recordó sus prioridades. Gracias al desastre que había acabado con la vida del primero Meach, Xavier Harkonnen era comandante en jefe provisional de la milicia salusana, lo cual le obligaba a afrontar retos más importantes. Lo deseaba, pero solo era un hombre.

Una hora después, los congregados tomaron asiento en la tribuna principal de la plaza central. Andamios y vigas provisionales cubrían las fachadas destrozadas de los edificios gubernamentales. Las fuentes decorativas ya no funcionaban, pero los ciudadanos de Zimia sabían que no existía un lugar más adecuado para tal celebración.

Aún incendiados y dañados, el aspecto de los altos edificios era magnífico, construidos en estilo gótico salusano con tejados a diversas alturas, chapiteles y columnas talladas. Salusa Secundus era la sede del gobierno de la liga, pero también albergaba los principales museos culturales y antropológicos. Las viviendas de los barrios circundantes eran de una construcción más sencilla pero agradable a la vista, enjalbegados con cal extraída de los acantilados de pizarra. Los salusanos se enorgullecían de contar con los mejores artesanos de la liga. La mayor parte de su producción era manual, en lugar de utilizar máquinas automáticas.

A lo largo de la ruta del desfile, los ciudadanos esperaban vestidos en tonos magenta, azul y amarillo. La gente charlaba y señalaba con admiración los magníficos corceles, seguidos por músicos y bailarines. Un monstruoso toro salusano, drogado hasta las cejas, se arrastraba por la calle.

Aunque Xavier procuraba tranquilizarse, no paraba de mirar el suelo, las cicatrices de la ciudad herida…

Al concluir el desfile, Manion Butler pronunció un discurso en el que celebró la triunfal defensa, pero reconoció el alto coste de la batalla, decenas de miles de personas heridas o muertas.

—La recuperación será lenta y larga, pero nuestro espíritu es indomable, pese a lo que puedan intentar las máquinas pensantes.

El virrey indicó a Xavier que se acercara a la plataforma central.

—Os presento a vuestro mayor héroe, un hombre que no retrocedió ante los cimeks y tomó las decisiones necesarias para salvarnos a todos. Muy pocos habrían sido capaces de hacer lo mismo.

Xavier, que se sentía fuera de lugar, avanzó para recibir una medalla militar que colgaba de una cinta a rayas azules, rojas y doradas. Mientras resonaban los vítores, Serena le besó en la mejilla. Confió en que nadie le hubiera visto ruborizarse.

—Acompaña a esta distinción un ascenso al rango de tercero, primer grado. Xavier Harkonnen, te ordeno estudiar tácticas defensivas y preparar instalaciones para toda la Armada de la Liga. Tus obligaciones incluirán a la milicia salusana, además de la responsabilidad de mejorar la seguridad militar de toda la Liga de Nobles.

El joven se sentía un poco violento, pero aceptó el homenaje.

—Ardo en deseos de empezar a luchar por nuestra supervivencia… y progreso. —Dedicó a Serena una sonrisa indulgente—. Después de las festividades de hoy, por supuesto.