6

¿Qué influye más, el tema o el observador?

ERASMO,expedientes de laboratorio no cotejados

En Corrin, uno de los principales Planetas Sincronizados, el robot Erasmo paseaba por la plaza embaldosada que había frente a su villa. Se movía con la agilidad que había conseguido imitar después de siglos de estudiar la elegancia humana. Su rostro de metal líquido era como un bruñido espejo carente de expresión, hasta que decidía formar una serie de emociones imitadas en la película de polímero metálico, como las antiguas máscaras teatrales.

Mediante fibras ópticas implantadas en su membrana facial, admiró las fuentes iridiscentes que le rodeaban, las cuales constituían un digno complemento de la sillería, las estatuas, los trabajados tapices y las columnas de alabastro talladas a láser de la villa. Todo lujoso y opulento, diseñado por él. Después de muchos estudios y análisis, había llegado a apreciar los patrones de la belleza clásica, y estaba orgulloso de su evidente buen gusto.

Sus esclavos humanos se encargaban de infinidad de tareas domésticas: bruñir trofeos y objetos artísticos, sacar el polvo a los muebles, plantar flores, podar los arbustos ornamentales bajo la luz púrpura crepuscular del sol gigante rojo. Cada esclavo tembloroso hacía una reverencia cuando Erasmo pasaba a su lado. Reconocía a todos, pero no se molestaba en identificarlos, si bien tomaba nota mental de cada detalle. El dato más nimio podía conducir a la comprensión total.

Erasmo tenía una piel de compuestos plastiorgánicos entretejidos con elementos neuroelectrónicos. Se jactaba de que su sofisticada red sensora le permitía experimentar sensaciones físicas reales. Bajo la reluciente ascua del gigantesco sol de Corrin, sentía la luz y el calor sobre su piel, en teoría como si fuera de verdadera carne. Vestía un grueso manto dorado ribeteado de adornos carmesíes, parte de un elegante vestuario personal que le diferenciaba de los robots inferiores de Omnius. La vanidad era otra cosa que Erasmo había aprendido al estudiar a los humanos, y le gustaba.

La mayoría de robots no gozaban de tanta independencia como Erasmo. Eran poco más que cajas pensantes móviles, meros apéndices de la supermente. Erasmo también obedecía las órdenes de Omnius, pero gozaba de mayor libertad para interpretarlas. A lo largo de los siglos, había desarrollado su propia identidad y algo parecido a un ego. Omnius le consideraba una curiosidad.

Mientras el robot continuaba andando con gracia perfecta, detectó un zumbido. Sus fibras ópticas localizaron una pequeña esfera voladora, uno de los muchos espías móviles de Omnius. Siempre que Erasmo se alejaba de las pantallas ubicuas dispuestas en todos los edificios, los ávidos ojos le seguían, grababan todos sus movimientos. Los actos de la supermente hablaban de una curiosidad insaciable…, o de una paranoia peculiarmente humana.

Mucho tiempo antes, cuando manipulaba los primeros ordenadores provistos de inteligencia artificial del Imperio Antiguo, el rebelde Barbarroja había añadido imitaciones de ciertos rasgos de personalidad y ambiciones humanas. Por consiguiente, las máquinas habían evolucionado hasta transformarse en una sola mente electrónica que conservó algunos deseos y características humanos.

En opinión de Omnius, los cimeks biológicos, compuestos de cerebros humanos y miembros mecánicos, eran incapaces de asimilar las perspectivas históricas que los circuitos gelificados de una mente informática podían abarcar. Cuando Omnius analizaba el universo de posibilidades, era como una inmensa pantalla. Había muchas formas de vencer, y siempre las tenía en consideración.

El programa básico de Omnius había sido duplicado en todos los planetas conquistados por las máquinas, y sincronizado mediante el uso de actualizaciones regulares. Carentes de rostro, pero capaces de ver y comunicarse a través de la red interestelar, existían copias casi idénticas de Omnius distribuidas por todas partes, presentes de manera vicaria en innumerables ojos espía, aparatos y pantallas de contacto.

En el momento actual, daba la impresión de que la mente informática no tenía nada mejor que hacer que fisgonear.

—¿Adónde vas, Erasmo? —preguntó Omnius desde un diminuto altavoz situado bajo el ojo espía—. ¿Por qué andas tan deprisa?

—Tú también podrías andar, si te diera la gana. ¿Por qué no te concedes piernas durante un tiempo y adoptas un cuerpo artificial, para saber cómo es? —La mascarilla de polímero metálico de Erasmo compuso una sonrisa—. Podríamos ir a pasear juntos.

El ojo espía zumbaba al lado de Erasmo. Las estaciones de Corrin eran largas, porque su órbita se alejaba mucho del gigantesco sol. Tanto inviernos como veranos se prolongaban durante miles de días. El escarpado paisaje carecía de bosques o desiertos, apenas un puñado de huertos y terrenos de labranza antiguos que no se habían sembrado desde la conquista de las máquinas.

Muchos esclavos humanos se habían quedado ciegos debido a la exposición a la potente luz solar. Como consecuencia, Erasmo había proporcionado a sus trabajadores protectores oculares. Era un amo benévolo, preocupado por el bienestar de sus recursos.

Cuando llegó a la cancela de su villa, el robot ajustó su nuevo módulo de potenciación sensorial, conectado mediante puertos neuroelectrónicos a su núcleo corporal y oculto bajo su manto. El módulo, diseñado por el propio Erasmo, le permitía reproducir los sentidos de los humanos, pero con ciertas limitaciones inevitables. Quería saber más de lo que el módulo le facilitaba, quería sentir más. En este aspecto, era posible que los cimeks superaran a Erasmo, pero nunca lo sabría a ciencia cierta.

Los cimeks, en especial los primeros titanes, constituían una pandilla de seres brutales e intolerantes, sin el menor aprecio por los sentidos y sensibilidades que Erasmo tanto se esforzaba por alcanzar. La brutalidad no era desdeñable, por supuesto, pero el sofisticado robot consideraba que se trataba de una faceta más de la conducta humana que valía la pena estudiar. Aun así, la violencia era interesante, y emplearla proporcionaba placer con frecuencia…

Sentía una extremada curiosidad por saber qué convertía en humanos a los seres biológicos racionales. Era inteligente y seguro de sí mismo, pero también quería comprender las emociones, la sensibilidad humana y las motivaciones, los detalles esenciales que máquinas nunca conseguían reproducir con fidelidad.

Durante su larguísima investigación, que se remontaba a siglos atrás, Erasmo había asimilado el arte, la música, la filosofía y la literatura humanas. En último extremo, deseaba descubrir el epítome y la sustancia de la humanidad, la llama mágica que hacía diferentes a esos seres, esos creadores. ¿Qué les daba… alma?

Entró en su salón de banquetes, y el ojo volador se elevó hasta el techo, desde el que podía observar todo. Seis pantallas de Omnius arrojaban un resplandor gris lechoso desde las paredes.

Su villa imitaba el opulento estilo grecorromano de las propiedades en que habían vivido los Veinte Titanes antes de renunciar a cuerpo humano. Erasmo era el propietario de fincas similares en cinco planetas, incluidos Corrin y la Tierra. Poseían instalaciones adicionales: corrales de esclavos, salas de vivisección y laboratorios médicos, así como invernaderos, galerías de arte, esculturas y fuentes. Todas ellas le permitían estudiar el comportamiento y la fisiología humanas.

Erasmo tomó asiento a la cabecera de una larga mesa provista copas de plata y candeleros, pero con cubiertos para un solo comensal. Él. La silla de madera había pertenecido a un noble humano, Nivny O’Mura, uno de los fundadores de la Liga de Nobles. Erasmo había estudiado la organización de los humanos rebeldes, que habían erigido fortalezas contra los primeros ataques de los cimeks y las máquinas. Los ingeniosos hrethgir eran capaces de adaptarse e improvisar, de confundir a sus enemigos de maneras sorprendentes. Fascinante.

De pronto, la voz de la supermente resonó a su alrededor, en tono cansado.

—¿Cuándo concluirán tus experimentos, Erasmo? Vienes aquí día tras día, y siempre haces lo mismo. Espero ver resultados.

—Hay preguntas que me intrigan. ¿Por qué los humanos ricos comen con tanta ceremonia? ¿Por qué consideran ciertos alimentos y bebidas superiores a otros, cuando su valor nutritivo es el mismo? —La voz del robot adoptó un tono erudito—. La respuesta, Omnius, está relacionada con la brutal brevedad de sus vidas. La compensan con mecanismos sensoriales eficaces capaces de proporcionar sentimientos intensos. Los humanos poseen cinco sentidos básicos, con incontables gradaciones. El sabor de la cerveza de Yondair en contraposición con el vino de Ularda, por ejemplo. O el tacto de la arpillera de Ecaz comparada con la paraseda, o la música de Brahms con…

—Supongo que todo eso es muy interesante, desde un punto de vista esotérico.

—Por supuesto, Omnius. Tú continúa estudiándome, mientras yo estudio a los humanos.

Erasmo hizo una seña a los esclavos que le miraban, nerviosos, desde una ventanilla de la puerta de la cocina. Una sonda se extendió desde un módulo empotrado en la cadera de Erasmo y surgió por debajo de su manto. Delicados sensores neuroelectrónicos se agitaron como cobras expectantes.

—Tolero tus investigaciones, Erasmo, porque espero que desarrolles un modelo detallado capaz de predecir el comportamiento humano. He de saber cómo usar a esos seres.

Esclavos vestidos de blanco salieron de la cocina con bandejas de comida: gallina salvaje de Corrin, buey almendrado de Walgis, incluso exquisitos salmones del río Platino de Parmentier. Erasmo hundió los extremos membranosos de su sonda en cada plato y los probó, utilizando en ocasiones un cúter para perforar la carne y saborear los jugos internos. Erasmo documentó cada sabor para su creciente repertorio.

Entretanto, continuó su diálogo con Omnius. Daba la impresión de que la supermente distribuía datos y observaba las reacciones de Erasmo.

—He estado aumentando mis fuerzas militares. Después de tantos años, ha llegado el momento de entrar en acción de nuevo.

—¿De veras? ¿O es que los titanes te están animando a adoptar una postura más agresiva? Durante siglos, Agamenón se ha impacientado con lo que él considera tu falta de ambición.

Erasmo estaba más interesado en la tarta de bayas amargas que tenía delante de él. Cuando analizó los ingredientes, se quedó perplejo al detectar un fuerte rastro de saliva humana, y se preguntó si constaba en la receta original. ¿O tal vez era debido a que algún esclavo había escupido en la masa?

—Yo tomo mis propias decisiones —dijo la supermente—. En este momento, me pareció apropiado lanzar una nueva ofensiva.

El chef empujó un carrito hasta la mesa y utilizó un cuchillo para cortar un trozo de filete salusano. El chef, un hombrecillo servil que tartamudeaba, depositó la jugosa tajada en un plato limpio añadió una pizca de salsa marrón y la extendió a Erasmo. El cuchillo cayó de la bandeja y rebotó contra un pie de Erasmo, dejando una muesca y una mancha. El hombre, aterrorizado, se agachó para recuperar el cuchillo, pero Erasmo extendió una mano mecánica y agarró el mango. El elegante robot se enderezó, sin dejar de hablar con Omnius.

—¿Una nueva ofensiva? ¿Es una mera coincidencia que el titán Barbarroja la exigiera como recompensa cuando derrotó a tu máquina de combate en el circo?

—Irrelevante.

El chef contempló el cuchillo y tartamudeó.

—Yo pe-personalmente lo li-limpiaré hasta que pa-parezca nuevo, lord Erasmo.

—Los humanos son idiotas, Erasmo —dijo Omnius desde los altavoces de la pared.

—Algunos sí —admitió Erasmo, mientras movía el cuchillo con gráciles movimientos. El menudo chef rezó en silencio una oración, incapaz de moverse—. Me pregunto qué debería hacer. Erasmo limpió el cuchillo en el delantal del tembloroso hombrecillo, y después contempló el reflejo distorsionado del individuo en la hoja metálica.

—La muerte humana es diferente de la muerte mecánica —dijo Omnius con frialdad—. Podemos duplicar una máquina, sustituirla. Cuando los humanos mueren, es para siempre.

Erasmo simuló una carcajada estentórea.

—Omnius, aunque siempre hablas de la superioridad de las máquinas, nunca reconoces en qué nos superan los humanos.

—No me tortures con otro de tus catálogos —dijo la supermente—. Recuerdo nuestra última discusión sobre este tema con absoluta precisión.

—La superioridad reside en el ojo del observador, y siempre implica filtrar detalles que no se ciñen a una idea preconcebida concreta.

Gracias a sus detectores sensoriales, que se agitaban como cilios en el aire, Omnius percibió el hedor a sudor del chef. .

—¿Vas a matar a este? —preguntó Omnius.

Erasmo dejó el cuchillo sobre la mesa y oyó que el hombre emitía un suspiro.

—Es fácil matar a los humanos de uno en uno. Pero como especie, constituyen un reto mucho mayor. Cuando se sienten amenazados, forman una piña y se convierten en seres más poderosos, más amenazadores. A veces, es mejor pillarles por sorpresa.

Sin previo aviso, aferró el cuchillo y lo clavó en el pecho del chef, con fuerza suficiente para atravesar el esternón y hundirlo en el corazón.

—Así.

La sangre manchó el uniforme blanco, la mesa y el plato del robot.

El humano se desclavó del cuchillo y emitió un gorgoteo. Mientras Erasmo sostenía el arma, pensó en intentar imitar la expresión de incredulidad de su víctima con su mascarilla dúctil, pero desistió. Su rostro de robot continuó siendo un óvalo inexpresivo y reflectante. En cualquier caso, Erasmo nunca se vería obligado a adoptar una expresión semejante.

Tiró a un lado el cuchillo y hundió cilios sensores en la sangre de su plato. El sabor era muy interesante y complejo. Se preguntó si la sangre de víctimas diferentes sabría de manera diferente.

Guardias robot se llevaron el cadáver, mientras los demás esclavos, aterrorizados, se arremolinaban en la puerta, conscientes de que deberían hacerse cargo de la limpieza. Erasmo estudió su miedo.

—Ahora —dijo Omnius—, deseo comunicarte algo importante. Mis planes de ataque ya han sido llevados a la práctica.

Erasmo fingió interés, como en tantas otras ocasiones. Activó un mecanismo de limpieza que esterilizó la punta de su sonda, y luego lo ocultó bajo el manto.

—Confío en tu buen juicio, Omnius. No soy un experto en temas militares.

—Por eso mismo deberías prestar atención a mis palabras. Siempre dices que quieres aprender. Cuando Barbarroja derrotó a mi robot gladiador en el combate de exhibición, me solicitó autorización para atacar a la Liga de Nobles. Los titanes restantes están convencidos de que sin estos hrethgir, el universo sería infinitamente más eficaz y ordenado.

—Muy medieval —comentó Erasmo—. ¿El gran Omnius seguiría las sugerencias militares de un cimek?

—Barbarroja me divirtió, y siempre existe la posibilidad de que algún titán resulte muerto. No es algo tan malo, ¿verdad?

—Por supuesto —dijo Erasmo—, ya que las restricciones de la programación impiden que atentes contra tus creadores de una manera directa.

Con frecuencia ocurren accidentes. En cualquier caso, nuestra ofensiva conquistará los planetas de la liga o exterminará a los restos de humanidad que los habitan. Doy por buena cualquier alternativa. Hay muy pocos humanos que valga la pena conservar…, tal vez ninguno.

A Erasmo no le gustaron aquellas palabras.